CAPÍTULO 7.- LUCIÉRNAGAS Y CUCARACHAS Me quedé parado un momento antes de salir del cuarto de baño. De espaldas a la puerta y mirando hacia adentro, como evaluando la situación. El asunto había adquirido un cariz muy grave. John no reaccionaba, parecía profundamente dormido; extrañamente relajado ahora. Si hubiera conseguido despertarlo, hubiéramos analizado entre los dos qué podíamos hacer. Lo del cuarto de baño era aún peor; Lluvia yacía sin vida. Era algo que me resultaba difícil de creer. Estaba muy asustado; debía llamar a alguien, pero ¿a quién? De pronto me di cuenta de que se veía un resplandor debajo de una de las camas, concretamente de la que quedaba más cerca del cuarto de baño. ¿Qué sería aquello? Me armé de valor y me agaché para ver desde allí, desde donde estaba, qué era lo que emitía aquella extraña luz entre verde y dorada. Parecía que provenía de la pared que separaba el dormitorio del cuarto de baño, de la parte que quedaba por debajo de la cama. Era como una luz continua extendida en aquel trozo de pared. Aunque la cercanía de la muerte, como una presencia insoportable que volvía una y otra vez a mis pensamientos, casi me impedía moverme, decidí, armándome de valor, acercarme para ver qué era lo que emitía aquel resplandor. Parecía la luz fosforescente de un montón de luciérnagas que se hubieran posado, agrupadas en un enjambre, allí debajo. No era una luz como las que acostumbramos a ver, no podía decirse que alumbrara, pero sí que refulgía suavemente, como si fuera una mancha en la pared, como si algo la hubiera salpicado de algún tipo de materia iridiscente. Me acerqué hasta allí y me tumbé entre las dos camas. John, que quedaba a mis pies ahora, continuaba dormido profundamente en el suelo. De lado, intenté alargar el brazo por debajo de la cama de la izquierda, para llegar hasta la pared y tocar ese material extrañamente refulgente. Las camas eran tan bajas que mi cuerpo entero no cabía entre el suelo y el somier, solo podía intentar alargar el brazo, pero era
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