CAPÍTULO 8.- AROMAS Y HEDORES Mientras volaba movido por la fuerza imperiosa que me manejaba casi sin yo quererlo, la atracción narcotizante que ejercía sobre mí ese olor, iba siendo consciente de que mi espíritu, mi alma, había vuelto a sufrir una de esas transustanciaciones que tanto miedo me daban, pero que al mismo tiempo tanto me atraían. Puede decirse que me emocionaba. Mi yo se había comprimido de tal manera que había conseguido alojarme en el cuerpo de una mosca, un moscardón o algo parecido. La verdad es que puestos a elegir, puede decirse que prefería el fantástico y humano cuerpo de Tiago. Pero estar aquí metido, no dejaba de tener su atractivo. Lo malo era que no solo experimentaba las sensaciones de los movimientos casi perfectos de una mosca; también lo hacía con las de sus sentidos: podría decirse que me sentía preso, que me arrastraba aquel fuerte olor. No era dueño de mi mente, mis receptores sensoriales ejercían tal influencia sobre mi sistema nervioso, que me veía incapaz de decidir por mí mismo. No podía manejar ese cuerpecito casi ingrávido. Lo único que podía hacer era ser testigo de cómo me movía casi en penumbra por el sitio donde había estado un buen rato escondido, y cómo tomaba la curva de noventa grados que me dejaba en el centro de ese otro corredor donde se localizaba el dormitorio de mi amigo John. La velocidad era enorme en relación con mi ínfimo cuerpo; casi no me daba tiempo a procesar la información visual que me llegaba. Por ejemplo, la visión que tuve del final de aquel pasillo, en el que daba la impresión de que varios bultos enormes desaparecían. Hacia allá me dirigía movido, como decía, más por mis sentidos que por mi voluntad; no sabía qué me depararía aquel vuelo irracional, aunque tenía una ligera sospecha. Cuando llegaba al final del pasillo se apagó de pronto la luz y todo quedó a oscuras, aunque no por eso me detuve. Llegué al final y noté que tomaba la curva a la misma velocidad que antes cuando volaba con la luz encendida, para acceder al pasillo que llevaba a la escalera y los ascensores. En
124