Polvo de estrellas sobre el aro Cap 6

CAPÍTULO 6.- EL VENTANAL DE LA ENFERMERÍA –

¿Por qué no flexionas para defender? Pareces un novato. ¿Es que no sabes de sobra cual es la postura de defensa33? ¡Esto es como la biblia en el baloncesto!

Juanan había parado el partido que jugábamos a dos canastas para echar la bronca a uno de los chicos que venían de fuera de Añora.

–

–

–

Mira, fíjate como flexiona Leslie las piernas defendiendo, tienes que intentar ser tan rápido como él con el balón y cerrar así, con las piernas abiertas y flexionadas, todos los posibles huecos que tenga el atacante.

Juanan me miró a mí ahora: Tiago, veo que no ayudas34 en la defensa a tus compañeros; cuando recibe el balón el pívot contrario, tú tienes que estar con un ojo en el atacante al que tu defiendes, y con el otro en el bote que da ese pívot de espalda a la canasta. El año pasado robabas35 muchos balones así; te veo desconectado.

Es verdad, Juanan, debe de ser el inicio de la temporada, se me hace que estoy aún en la playa...

33 La defensa es una parte muy importante del baloncesto, como en la mayoría de deportes de equipo; consiste en impedir que el equipo contrario logre su objetivo que no es otro que conseguir canastas. Se suele defender con las piernas flexionadas tapando la zona por la que se va a mover el atacante, aunque sin chocar contra él y sin impedir su progresión por contactos intencionados con su cuerpo. Puede defenderse en zona (protegiendo áreas de la pista) o “al hombre” (directamente a un atacante cada defensor) o incluso defensa mixta, compartiendo ambos tipos.

34 Las ayudas son una parte de la defensa, que consiste en complementar la labor que hacen los compañeros, protegiendo posibles desmarques cuando el atacante supera a algún compañero nuestro que lo defiende y que nos queda cercano. Algunos jugadores no pueden ser protegidos solo con un defensor, necesitan que las ayudas estén muy atentas y protejan el espacio cuando supera al defensor.

35 Los robos son también lances importantes en la defensa; consisten en capturar el balón del atacante cuando esta botando o cuando hace un pase y lo interceptamos.

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Continuamos el partido y sacaron los del equipo contrario. Botaba Ernesto Lima, un muchacho brasileño que vivía desde hacía un año en Iberia, según contó en la presentación del primer día en el autobús. Yo en nuestra cancha trataba de no perder a Leslie, que cruzaba de un lado al otro de la bombilla36 para, aprovechando los bloqueos, desmarcarse y recibir el balón solo. Era pura elasticidad. Pero Ernesto fue al lado contrario al nuestro y se la dejó abajo, fuera de la linea de 6,7537, a Tiago, que le dio un pase picado 38 al pívot más bajo, a Will, creo que se llamaba, al que defendía el amigo John. Yo le miré de reojo, sin dejar de controlar a Leslie, que me tenía loco tratando de evitar que recibiera el balón. De pronto, noté un gran golpe en mi costado.

–

¿Pero qué haces Félix? -le gritó Juanan, que paró el juego tras el golpe tan fuerte que me había dado Tiago; me había mandado al suelo-.

Desde el suelo le miré inquisitivo, aunque entendiendo de inmediato qué era lo que había pretendido hacer. Leslie me tendió la mano para ayudar a levantarme.

–

–

No sé si pasa algo entre vosotros, Félix, porque la verdad es que ha sido un golpe bestial, completamente sin sentido.

Perdón -dijo Tiago-, no sé qué es lo que me ha pasado.

Yo sí lo sabía, de sobras, a mí no me engañaba ese pequeñajo.

36 La bombilla en la cancha de baloncesto es el área pintada debajo de canasta que continua hasta la línea de tiro libre y acaba en un semicírculo. También se llama “la pintura”; es una zona donde los atacantes no pueden permanecer más de tres segundos sin participar en un lance directo con el balón.

37 La línea de 6,75 es el semicírculo grande en cada lado de la cancha que delimita los tiros de tres puntos.

38 Pase qué se da con un bote en el suelo antes de llegar al receptor.

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Después de la falta personal, que sin duda hubiera sido antideportiva39 en un partido oficial, atacábamos nosotros.

Botaba nuestro base, Louis Dimas, un chico negro de Toulouse, que también jugaba como los ángeles. Todos corríamos hacia nuestras posiciones por delante de él.

–

¡Pero no os quedéis a esperar el balón como pasmarotes! -dijo Juanan-. Ya sabéis: podéis fintar 40 hacia un lado y pedís el balón en el lado contrario, o podéis bloquear41 al defensor de vuestro compañero que lleva el balón para ayudarle a escapar de él... ¿Tiago, estás bien?

Yo me sentía un poco atontado después del golpe, pero reaccioné cuando me habló Juanan.

–

Si, bien -y le hice el típico gesto del puño cerrado y el pulgar hacia arriba-.

Decidí bloquear al defensor de Louis, nuestro base, que no era otro que Tiago, o sea, el base contrario. Pero cuando me coloqué delante de él y Louis aprovechó para hacer un cambio de dirección y venirse hacia la posición que yo ocupaba para buscar una más cómoda para un lanzamiento 42, vi como 39 Las faltas personales son las infracciones que se producen cuando un jugador contacta contra un adversario y le produce una desventaja; pueden ser en defensa o en ataque, y también antideportiva cuando es intencionada o especialmente dura y violenta. Incluso puede conllevar la expulsión inmediata, sin esperar a cumplir las 5 (FIBA) o 6 (NBA).

40 Fintar o hacer una finta es algo así como engañar al defensor haciendo como que te vas para un lado, para ir realmente hacia el otro. Se puede asimismo hacer una finta con el pase haciendo como que pasas a otro compañero para mandarla a otro lado.

Es un recurso muy usado en baloncesto.

41 Los bloqueos son otro lance del juego muy habitual; consiste en plantarte como atacante cerrando el paso a un defensor, para que tu compañero atacante que estaba marcado por ese defensor pueda escaparse sin él. El jugador que bloquea debe estar completamente inmóvil, ya que si no puede cometer personal en ataque al impactar contra el defensor.

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le seguía Tiago, sorteándome, sin casi darme cuenta, con una velocidad pasmosa.

–

¡Muy bien, Félix, magnífica defensa! -gritó Juanan, refiriéndose a Tiago, no a mi, claro-.

Louis amagó43 un pase al pívot que tenía más cerca, pero me la devolvió a mí, que me había quedado en la línea de tiro libre44, de espalda a canasta, con mi defensor a un lado, un tanto despistado. Pivoté sobre un pie y lancé a canasta en una suspensión que me elevó por encima de mi defensor. Pero el balón rebotó en el aro y volvió hacia mí. Entre medio de los brazos y manos que intentaron capturar el rebote, conseguí agarrarlo casi en el mismo sitio desde donde había tirado.

Desde allí entré a canasta, sorteando a Will pero encontrándome de frente a John, que era como un armario, como se suele decir en el argot baloncestístico para referirse a estos pivots enormes, allí abajo de la bombilla. Aunque rectifiqué en el aire la bandeja, me encontré la mano y el brazo entero de John, que tratando de taponarme, me dio tal guantazo que ni pude recuperar la posición en el aire y caí sobre la pista de espalda, golpeándome la parte posterior de la cabeza también.

–

Pero bueno, ¿es que os habéis propuesto acabar con Tiago? -dijo Juanan indignado-.

42 Los lanzamientos son los tiros a canasta; los más normales son los tiros en suspensión; a corta, media o larga distancia, Contra tablero o directo hacia el aro.

La técnica es uno de los lances más entrenados del juego, existiendo incluso entrenadores especializados en la mejora del tiro a canasta. Habitualmente se tira con un movimiento de muñeca y con una sola mano, sirviendo la otra solo para ayudar a sujetar el balón. Este lanzamiento va acompañado con un salto para tratar de elevarse por encima de los defensores y tomar más impulso para el tiro.

43 Amagar un pase es hacer una finta de pase.

44 La línea de tiro libre es la parte recta del semicírculo de la bombilla. Ese es el punto desde donde se lanzan los tiros libres cuando se comete falta personal o técnica.

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Yo intenté incorporarme, pero me quedé sentado allí mismo, completamente confuso, retumbando en mi interior las palabras de todos, como si las oyera por duplicado.

–

¿Te encuentras bien? Te veo pálido... a ver, mete la cabeza entre las piernas.

Me retiraron del terreno de juego y se quedaron ellos tirando a canasta mientras yo me recuperaba. Juanan no se separó de mí. Sin embargo John ni se acercó, no dio muestra ninguna de preocupación ni de arrepentimiento. Tiago vino varias veces pero sin decir nada. En un momento en que se quedó a solas conmigo me dijo: –

Si después de este golpe no recuperamos nuestra normalidad, ya no sé qué vamos a hacer, Félix.

Yo no pude contestarle, estaba realmente conmocionado. Intenté hablar pero no lo conseguí. Por un momento empecé a preocuparme seriamente.

–

¡Juanan, creo que no es capaz de hablar! -gritó Tiago-; quizás deberíamos llamar al médico.

Todos me rodearon de nuevo mientras yo seguía sentado, ahora en una postura normal, con la cabeza ya fuera de entre las piernas. Me encontraba mejor, pero no era capaz de hablar. Intentaba hacerlo pero no conseguía emitir ningún sonido.

–

No te agobies, relájate, es lo mejor que puedes hacer.

Hicieron un hueco en el corro para dejar pasar a la doctora Belduende que llegaba junto a uno de los chicos que había ido a buscarla. Me cogió de la muñeca y me tomó las pulsaciones. Fue lo último que vi, después todo se hizo oscuro para mí. Se me nubló la vista. No veía. Todo era oscuridad.

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–

Tiago, responde, por favor. Apriétame la mano si me oyes.

Pero yo no podía, estaba muy asustado. Me sentía solo; necesitaba a los míos; a mi madre, a Fátima. Tenía una sensación de impotencia y de debilidad que me daba mucho miedo.

–

–

Contéstame, Tiago, por favor, tengo que saber si estás consciente. Creo que lo estás, Tiago, pero apriétame la mano para confirmarlo. Tiago, por favor... Tiago, contesta... ¡Tiago! ¡Ya basta! ¡Yo no soy Tiago! ¡Estoy harto!

De pronto los vi a todos. Estaban allí rodeándome con las caras de sorpresa que se les había quedado. Mi voz y la luz a mis ojos habían vuelto por fin.

–

Bueno, al menos hablas... ya es algo -dijo la doctora Belduende-, pero ¿qué es eso de que no eres Tiago?

Debes de estar bastante conmocionado aún. Te vamos a llevar a la enfermería.

Pasé el resto de la tarde mucho mejor, allí en la enfermería. A la hora de estar allí, ya me dejó la doctora sentarme en una butaca junto a ella. Y allí estuvimos hablando un buen rato. Sobre baloncesto principalmente, pero sobre otras cosas también; sobre chicas, sobre los estudios, sobre su carrera. Me contó que había sido una oveja descarriada cuando estudiaba fuera de su casa, en una vivienda que compartía con otros estudiantes. Hablamos de lo que me gustaría estudiar a mí, que no estaba aún decidido. Me dijo que notaba mucho cambio en mí desde la última vez que habló conmigo, que, según me contó, fue en un momento similar a este; sobre el que le dije que no recordaba nada.

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–

– –

Bueno, creo que ya estás bastante mejor; ya si quieres puedes ir a ducharte y a prepararte para la cena. Te voy a acompañar hasta tu habitación y quiero que me digas si te notas algo extraño, algún mareo, algún desequilibrio, algo que te parezca raro.

Vale, ¿nos vamos ya?

Espera, espera un momento que recoja un poco todo esto.

De pie, me puse a mirar por la ventana mientras ella recogía, y me di cuenta de que había empezado a llover suavemente. Una cortina de agua muy fina se veía por todo el valle que observaba desde el ventanal de la enfermería. De pronto tuve una sensación de nostalgia y un ligero frío, fresco más bien, que me erizó la piel. Me acordé de la escuela varios años atrás, de cuando éramos más pequeños e incluso de algunas de las excursiones que hacía con mamá y papá cuando todavía vivíamos juntos. Esos recuerdos llegaban de una forma atropellada e inconexa. Lo único que los unía era la nostalgia en que me había sumergido sin darme cuenta.

–

– – – – –

Vámonos, venga.

Regresé de pronto y me volví hacia ella con una cara que se me debió de quedar de despiste. ¿Estás bien?

Sí, creo que sí. La lluvia me ha hecho recordar...

Bueno, anda, a mí me pone melancólica esta lluvia repentina de los últimos días del verano.

Pues yo estaba sintiendo precisamente algo parecido -le dije-. ¿Has visto cómo te noto cambiado?, el Tiago de hace dos o tres meses no era tan sensible como el de ahora.

Yo tenía que haber sido psicóloga; noto los cambios en la gente con mucha facilidad.

Me acompañó hasta la puerta del dormitorio, que estaba vacío. Entré a ducharme y me preparé para bajar. Recordé que

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teníamos que cenar con el presidente. Otra vez me encontré a todos ya sentados y cenando. No me gustaba llegar el último y estar como desconectado del fluir normal del tiempo. Ir como con el paso cambiado.

En una de las mesas estaba sentado el presidente con Lluvia. Hacia allá me fui. Cuando llegué, Lluvia se levantó y me abrazó.

– –

¿Estás bien? Me tenías muy preocupada.

Sí, estoy bien, pero no me abraces así delante de todos, creo que no está bien que todos conozcan nuestras cosas.

Miré al presidente, cuando me vi libre de Lluvia y le saludé: – –

Buenas noches, señor, ¿qué tal está?

Muy bien, hombre, pero no seas tan formal. ¿No te habrá afectado el golpe de tu amigo negrito? Ya me han contado que has estado un momento desenchufado.

Me molestó la forma de hablar sobre John. Con qué poco respeto hacia él se refirió con aquella frase. Con pocas palabras reveló mucho sobre su persona. Definitivamente no me gustaba nada ese tipo.

– –

–

Ha sido un lance del juego, él no lo ha hecho con mala intención.

Ya, hombre, supongo, aunque te puedes esperar cualquier cosa de esa gente. Están acostumbrados a solucionar todo a guantazos; no te fíes de ellos.

Pues yo me fío, ¿qué quiere que le diga? Me parece una persona bastante más leal que muchas que conozco.

El presidente se dirigió a Lluvia:

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–

Pero bueno, ¿qué le pasa a éste? Ahora se ha vuelto sensible. A ver si va resultar que tiene algo con nuestro “oscuro” fichaje. ¿Crees que podemos seguir contando con él para nuestros planes?

Le guiñó un ojo a Lluvia cuando le decía esto último.

Entonces yo recordé que había supuesto que íbamos a hablar sobre qué estaban maquinando contra John; y pensé en darles confianza, demostrarles que en mí no había cambiado nada.

Fui un poco torpe con esa discusión que habíamos iniciado; sentía lo que le dije a Marnier con todas mis fuerzas, pero no había sido un buen momento para decirlo. Tenía que tratar por todos los medios de enterarme de qué se traían entre manos aquellos dos y el verdadero Tiago.

De pronto noté que la mano derecha me había comenzado a temblar.

–

Claro que podéis contar conmigo, como siempre, ¿o es que acaso os he fallado alguna vez? -les dije-.

La mano me seguía temblando. Habló entonces Marnier:

–

Pues mira, ya hablando en serio, el negrito, negrazo más bien, sigue empeñado en irse de vacaciones a su tierra y no podemos consentirlo, esa es tarea tuya, Lluvia. Y lo estás haciendo muy bien como bruja...

No escuché más; de repente el temblor se me había extendido por todo el brazo y poco a poco al resto del cuerpo.

De pronto noté una enorme sacudida y me vi sujeto a la inmensa espalda de John.

– –

No temas nada, amigo mío. Ya estoy otra vez contigo -le susurré al oído-. Él se dio la vuelta pero no pudo verme. ¿Félix, eres tú?

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Sí, era yo el que le había hablado, pero desde su alrededor, solo como una brisa. Me vi sin mi cuerpo deambulando por allí entre todos. Entre las patas de las sillas y las mesas, entre los cubiertos, entre las rocosas piernas de mis compañeros de campus.

Supe de pronto que tenía que buscar mi cuerpo, si no quería ser un fantasma o un espíritu. ¿Sería eso como estar muerto?

Lo vi allí, aún con Tiago, que se había levantado de una de las mesas y se dirigía a la de Marnier y Lluvia, donde se había formado un pequeño tumulto. Siguiéndole, descubrí que su verdadero cuerpo estaba caído hacia atrás, aún sobre la silla donde hacía unos segundos había estado yo sentado entre Lluvia y el presidente. Tenía los ojos en blanco, parecía que estaba muerto. Me di cuenta entonces de que debía darme prisa. El asunto era muy urgente.

Abracé con fuerza a Tiago y mi cuerpo por detrás, con todas mis fuerzas, con todas las que podía tener el aire, pues no me sentía mucho más que eso.

–

¡Sal de aquí! -le grité, aunque tampoco fue más que un susurro--. ¡Sal, vete de aquí, corre, métete en tu cuerpo!

Se quedó parado allí en medio del comedor. Se dio la vuelta muy despacio, como buscando la procedencia de mi voz.

–

¡Vete, Tiago, corre! ¡Mira dónde está tu cuerpo!

Ahora mi voz me sonó gutural, casi como un rugido y, como noté que mi abrazo casi no servía de nada, se me ocurrió introducirme, como aire que era, por los orificios que veía abiertos en su cabeza, en la mía realmente, donde, se me ocurrió de pronto, debía de estar metido Tiago.

Por allí, por mis oídos y mi nariz me introduje como un humo transparente y suave, y deambulé por todos aquellos

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intersticios rojos y húmedos. Ya dentro volví a gritarle como pude: –

¡Sal de aquí de una vez, ahora es el momento da cambiar! ¿No te enteras?

Y sí que debió de enterarse en ese momento, porque de varios pasos se coló en el corro que hacían los muchachos rodeando su cuerpo inerte y se lanzó sobre él. Noté un golpe terrible contra su cabeza, que aún mantenía los ojos vueltos, como fuera de sus órbitas.

Quedé en el suelo junto a él, durante un breve espacio de tiempo.

–

Anda, quítate de aquí, no os pongáis nerviosos.

Tendremos que llevarle al hospital -dijo la doctora Belduende, que estaba junto a él-. Pero ya recupera el pulso, parece que le ha venido bien el golpe que le has dado.

Me levanté y me coloqué entre el resto de los compañeros, junto a Lluvia, que tenía los ojos enrojecidos de haber estado llorando. Entre la doctora y varios compañeros subieron a Tiago en una camilla. Al salir del comedor vi que sujetaba sus pelos y me buscaba con su aún débil mirada.

Esbozó una sonrisa cuando me encontró entre los chicos. *** Acabé de cenar en la mesa donde estuvo sentado Tiago, con Alonso, mi compañero de cuarto, y con varios compañeros más. Antes de salir del comedor, me fui a buscar a John a toda prisa.

– –

Tenemos que hablar, amigo, es muy importante. ¡Ah! ¿ahora quieres hablar conmigo? Pensé que te daban igual mis asuntos.

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–

De eso precisamente tengo que hablarte, John. El asunto es complejo y muy difícil de creer, pero tienes que confiar en mí.

Debió de haber intentado hablar conmigo, pero con el que en realidad lo hacía era con Tiago, y este, claro, no le hizo mucho caso. Al contrario, debió de seguir manejándole y engañándole a su antojo. Ahora le resultaría difícil volver a confiar en mí.

–

Anda, John, ahora tenemos tiempo libre, vamos a dar un paseo y hablamos; pero te pido, por favor, que confíes en mí.

Salimos de la residencia y caminamos por las calles de aquel complejo de hoteles, apartamentos y chalés, que se había instalado caprichosamente en las partes más altas de la Sierra de Aguaclara. El cielo se veía limpio y muy negro, tachonado de miles de puntos de luz entre los que discurría una larga mancha clara y difusa, que debía de ser la Vía Láctea.

–

– – – –

–

No sé si has oído hablar de lo que me sucedió el año pasado. Decían por ahí que regresé de la muerte.

Estuve muchos días en coma profundo, más bien, muerto cerebralmente, pero me recuperé y volví a la vida. ¿Otra vez estás intentando reírte de mí?

Ya sé que es increíble, John, pero me sucedió de verdad. ¿Qué puedo hacer para que me creas?

Déjalo, anda. Vosotros os habéis pensado que porque soy extranjero debo de ser tonto.

Se me ocurre que podíamos mirarlo en internet, en las webs de los periódicos locales, en sus hemerotecas. Ahí seguro que encontramos más de una noticia relacionada con ese asunto, para que puedas ver que no te miento. ¿Y de la bruja también vienen noticias?

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–

No, amigo, eso no tiene que ver nada conmigo.

Me miró con una sonrisa que más que otra cosa transmitía rabia.

– –

–

Pues ayer mismo me decías que me fiara de lo que ella me dijera, que la obedeciera.

No sé cómo hacer... ya sé que es muy difícil que me creas. Sucedió algo muy extraño que tiene que ver con eso que te contaba de mi regreso de la muerte. Sucedió entre Tiago y yo. Nuestras mentes se intercambiaron con nuestros cuerpos.

Sí, venga, mira, haz el favor de dejarme en paz. Basta de reírte de mí -dijo agarrándome del brazo-. Deja de molestarme, no vuelvas a intentar reírte de mí.

Me apretó el brazo y me desplazó levemente, como dándome a entender que lo próximo sería más contundente.

Me quedé parado en el sitio y le vi marchar con su porte de guerrero de película. Con su cuerpo de coloso, cincelado como una escultura renacentista.

Sentí una impotencia momentánea y unas ganas de mandarlo todo a tomar viento fresco. Pero sabía que no podía hacerlo. No le iba a dejar solo; mi insistencia le demostraría que yo estaba con él y que quería ayudarle.

Me volví también a la residencia, caminando despacio y disfrutando de la brisa tan fresca que se respiraba allí en la montaña. En Añora el calor seguro que aún era sofocante.

Mirando de nuevo la Vía Láctea, que era para nuestros pequeños cerebros humanos inabarcable, caminaba meditando en éstos y en otros pensamientos profundos.

Aunque pensándolo bien, ¿es que no eran inabarcables también nuestras complejas redes de neuronas? ¿y nuestro pensamiento, y nuestro yo? Son inmensos nuestros cerebros, si. Y en este caso que yo sufría, aún más; ¿qué explicación podría darle a este escapar de mi mente y pasar a la de otro

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ser vivo o de otro ser humano? No podía entenderlo, no creo que hubiera nadie en el mundo que pudiera hacerlo.

Miraba el cielo y me distraía incluso de mis pasos. Me faltó poco para tropezarme en un par de ocasiones. Recordaba haber mirado en alguna ocasión la Vía Láctea con un telescopio y haber visto la gran concentración de estrellas de esa parte del cielo en comparación con las otras zonas más oscuras. Era hermoso. Te veías muy pequeño y humilde cuando te dabas cuenta que había mucho más de lo que veíamos a simple vista.

Llegué a la residencia y saludé antes de entrar a los compañeros que estaban sentados en las escalinatas de la fachada principal. Pero seguía metido en mis elucubraciones mentales; ahora volvían a mi mente qué eran mis pensamientos, quién era realmente yo. ¿Era sólo un producto de mi cerebro, de un órgano de mi cuerpo? ¿Un conjunto continuo de pensamiento y memoria? ¿Sólo eso? ¿Sólo el efecto del funcionamiento de mi cerebro? Me resistía a pensar que solo fuera eso. En mi caso además debía de haber algo más. ¿cómo podía pasar de un cuerpo a otro si no?

Sin darme cuenta me vi en el pasillo enmoquetado que llevaba a mi cuarto; al mío de verdad, el que compartía con Alonso. Llegué hasta la puerta, pero no entré. Me volví hacia el de John, aunque pensé que quizás fuera demasiado pronto para volver a molestarle. Llegué hasta su puerta, pero una vez allí, decidí no llamar, me quedé parado, indeciso. Entonces oí un sonido dentro que llamó mi atención. Alguien respiraba mal; parecía estar ahogándose. Llamé y vi que la puerta no estaba totalmente encajada. Abrí y vi que John estaba otra vez en el suelo, respirando con mucha dificultad. Tenía una postura extraña; estaba de lado, como acurrucado sobre sí mismo.

Toqué su cara y noté que estaba fría y mojada por el sudor.

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John, amigo, ¿qué te pasa? -le dije-. Despierta.

Traté de colocarlo en una postura más relajada para que pudiera respirar mejor. Costaba manejar su enorme cuerpo.

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Me levanté cuando conseguí estirarlo un poco y relajar sus músculos. Fui al cuarto de baño para buscar una toalla para secarle la cara; allí, en la puerta, sin abrirla aún, tuve una visión, algo así como un “dejà vu” o una premonición. El fuerte olor a sándalo que noté, me recordó a alguien... ¡Lluvia!

Abrí la puerta y lo primero que vi en el suelo fue su pelo de algas desparramado; estaba boca abajo con su cuerpo también desmadejado; completamente inerte. No respiraba.

Estaba completamente fría; más bien helada como las baldosas de mármol sobre las que yacía. Me recorrió un escalofrío; era evidente que estaba muerta. Yo nunca había visto un cadáver pero ese frío glacial fue determinante para saber que me encontraba ante un cuerpo sin vida. No me atreví a dar la vuelta a su cuerpo y mirar su cara. Me dio mucho miedo.

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