Sombra roja Sexto número

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engo mucha sed y hace mucho calor. Es la 1:15 de la tarde. El sol da de lleno en la plaza. Es una calurosa tarde de abril y yo apesto. Huelo mal porque el ayuntamiento había decidi-

do dejar de suministrar agua a ciertas colonias para regular el consumo. En mi colonia llevábamos tres días sin agua. Tres días sin lavar la ropa, los trastes y el cuerpo. Lo peor es la sed; no tengo dinero para comprar garrafones, por eso hiervo el agua, pero ahora no hay. Apesto, el sol me arde en los brazos y en la cara. Y tengo sed.

Sólo me quedan diez pesos en la bolsa: cinco para ir a casa de una amiga a bañarme y cinco para regresar a la mía. El camión no pasa. Apesto, de verdad apesto. Me paro bajo la sombra que proyecta el campanario de la iglesia sobre la entrada de la farmacia. Tengo comezón en todas las partes de mi cuerpo donde hay cabello: la cabeza, las axilas y ahí abajo. El camión quizás esté retrasado. La encargada de la farmacia se asoma por la puerta, me ve, ve la bolsa de plástico en la que llevo un cambio de ropa, y se mete. Una pareja joven pasa cerca de mí. La muchacha es delgada y tiene el cabello largo y rizado. El muchacho también es delgado y usa esos lentes que se pusieron de moda. Él le toma fotos. Ella posaba como una modelo profesional en las puertas del templo. La encargada se vuelve a asomar. Me mira con asco y se mete de nuevo.

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