Obsesión. Un vinilo dañado en el momento más hermoso de la sinfonía. Un sublime éxtasis repetido mil veces, un lamento convertido en queja por causa de la reverberante insistencia… una palabra cuyo sentido se ha perdido por repetirla una y mil veces. La obsesión es la locura de la repetición. Acordes que flotan entre la memoria y la expectativa pero jamás resuelven. Atonalidad de orden evanescente que lentamente se hace caos. Así pues, como lo dijera un profeta, el infierno es repetición, por lo tanto, la obsesión es el infierno en la tierra. Y el infierno es rojo. Hoy, amigos nuestros, les traemos fragmentos de ese infierno, quejidos coreados por huesos y corazones rotos e ideas fijas en la mente como diminutas espinas que no se extraen jamás. Las obsesivas historias de la sombra roja.
Andie Ă lvarez
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E
ntré a mi habitación dispuesta a arreglarme, era una costumbre, siempre a la misma hora; comenzaba mi rutina, una rutina de belleza como po-
cas. Ésta no implicaba maquillaje alguno, o no al menos del que todos conocen, era algo más complicado aún.
Sentada frente al espejo son-
Esperaba impaciente por nues-
reía, practicando una sonrisa perfecta,
tro encuentro, con el paso del tiempo
podía ya verme a su lado, danzando,
se había vuelto una necesidad impe-
girando, amándonos. Me despeina-
riosa para mí, el verlo, el sentirlo, el
ba el cabello para que pareciera algo
quererlo. Podía imaginarme ya estan-
casual pero en el fondo iban muchos
do a su lado, todos los besos y cari-
minutos de esfuerzo. Podía ver el bri-
cias que quería dedicarle, todas las
llo en mis ojos, muestra de lo deseosa
palabras de amor que podría cantarle.
que estaba de encontrarme con él, me
Estaba impaciente por verme una vez
veía bien, me sentía bien. Mi arreglo
más en sus ojos.
era el más sencillo pero útil de todos: una sonrisa sincera en mis labios, un
No tardé en notar que la hora de
poco de felicidad en los ojos, y lo más
nuestro encuentro se acercaba, así
importante, una gran capa de ma-
que presurosa me acerqué a la cama
quillaje que cubría las heridas en mi
y me quité los zapatos, me metí entre
corazón.
las cobijas, recosté mi cabeza en la almohada, lista para soñar.
Porque no había otro lugar donde pudiera encontrarle, quisiera o no quisiera, en mis sueños aún éramos felices, y esa era una cita que no estaba dispuesta a perderme.
5
Cristina Gaona
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E
n realidad, ella vino a mí. Yo estaba sentada esperando a Laura en el callejón cuando la vi: ella iba con su vestidito verde claro, un sombrero de paja beige y sus
zapatitos blancos tomada de la mano de su madre. Tenía a lo mucho cinco años, y hacia enfadar a su mamá exigiéndole dulces mientras intentaba cargar tres bolsas del supermercado y atender al hermano mayor que, más o menos, tenía diez años. Era una escena irritante, pero lo fue aún más cuando la niña de repente dejó de llorar y se sentó en el suelo.
-Vámonos, Frida - le dijo su
Sé que van a pensar; que soy
madre, pero la niña no contestó- Bue-
una loca, una cretina, una maldita. Y
no, yo me voy a ir -amenazó ella y ca-
lo soy. La llamé, le ofrecí un chocola-
minó hasta donde doblaba el callejón.
te que tenía en la bolsa y cuando se
Frida permaneció sentada, mirando
acercó lo suficiente como para tomar-
hacia la esquina donde había desapa-
la por el brazo la jalé y la llevé callejón
recido su mamá.
abajo. Con el rabillo pude ver como la madre se asomaba por la esquina y
Si hay algo que detesto más
tiraba las bolsas del mandado. Escu-
que oír a un niño haciendo berrinche,
ché como gritaba el nombre de su hija
es que éste se quede rezagado. La
y pedía ayuda. Pero yo llevaba alzada
mamá de Frida era tonta si creía que
a la niña y ella tenía que lidiar con
la niña avanzaría si ella desaparecía,
otro niño y tres bolsas llena de víve-
así que tuve una idea: llevármela.
res. Pronto gané la calle. Conté los segundos: 45. En menos de 45 segundos tenía a mi merced una niña pálida con expresión asustada a bordo de un taxi que pasó convenientemente cuando llegué a la avenida. Ni planeado hubiera salido tan bien.
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Llegamos al apartamento. Frida no había dicho nada en todo en todo el viaje hasta que, cuando cruzamos la puerta preguntó por su mamá. - Ya no vas a volver a ver a tu mamá -le dije. - ¿Por qué? –preguntó, mientras su cara se trastornaba. - Porque fuiste una niña mala y ella ya no te quiere. Te mandó conmigo para que te castigara -dije, tomando la varilla que había sobre la mesa. Aun tenía sangre de la última vez que la usé. La niña intuyó lo que haría, así que comenzó a llorar y a prometer que sería buena. Pero el fierro golpeó la suave carne de su bracito dejando una enorme marca roja. Su piel era tan delgada que parecía que brotaría la sangre, cosa que pude comprobar con el segundo golpe que desgarró la herida. Pronto su llanto comenzó a incrementar, pese a que le advertí que si seguía llorando seguiría golpeándola. Pronto se cansó de los golpes y su llanto disminuyó. -Al fin entendiste la lección,
para explicarle porque la había dejado
¿verdad? Las niñas como tú no saben
plantada y para contarle de mi nueva
obedecer porque nunca se les enseñó
adquisición.
quién es quién manda. Por eso estas
- Vamos a ver -le dije a la niña
aquí. ¿Sabes que fuiste una niña mala
cuando terminé mi llamada -déjame
con tu mamá?
ver tus heridas, vamos a curarlas-
- Sí, señora -dijo ella bajando la
se rehusó a darme la mano en un
mirada mientras se sobaba el enorme
principio, pero solo faltó arquear una
moretón que tenía en su piernita.
ceja para que se diera cuenta de que
- No soy señora -le dije. No
tendría más problemas si desobede-
la golpeé porque no quería dejarla
cía. Tomé un poco de agua oxigenada
inconsciente, no aún. Fui a la cocina y
y con una gasa comencé a limpiarle
me serví una copa de licor de duraz-
la sangre. Sus ojos aun expresaban
no. Tomé el teléfono y llamé a Laura
desconfianza, pero poco a poco fue cediendo.
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- ¿Sabes cuál es el problema de los padres? - No, señorita -dijo ella casi en un murmuro.
- Así es. Y como no te quiere te mandó aquí, para que yo te castigara por todas las cosas malas que le hiciste.
- Yo sí. Lo que le pasa a los padres es que quieren tanto a sus hijos
Cualquiera de ustedes creerá
que no los dejan sufrir. El problema
que lo que se hizo en mi casa fue una
de los padres es que entonces evitan
crueldad. Pero los niños, pese a su
a toda costa regañarlos porque creen
edad, tienen malicia. Tengo recuerdos
que le hacen daño a sus hijos. Pero
de mi infancia en los que el daño aje-
si los padres no hacen un poquito de
no me producía placer y entonces yo
daño a sus hijos, los hijos terminaran
planeaba todo tipo de trucos para ver
dañando a sus padres. ¿Sabes por
a la gente sufrir. Lo peor es que nadie
qué estás aquí?
me corrigió, así que de ser una mala
- ¿Por desobedecer a mi mamá?
niña me convertí en una mala mujer
-contestó con la voz quebrada, a pun-
y muchas vidas se han arruinado por
to de llorar.
eso. Y Frida sería igual a mí de no ha-
- Así es. Yo te vi cuando ibas
berla encontrado. Así que, por el bien
llorando en el callejón porque tu
de la humanidad, tenía que eliminarla
mamá no te daba dulces. Eso no está
dándole la oportunidad de enmendar
bien. Pero tu mamá tampoco hizo
su joven vida.
bien porque te dejó en el callejón, esperando a que quisieras caminar.
-Bueno, Frida, ahora tienes otra
Yo te hubiera agarrado del cabello y
oportunidad de poder hacer bien las
te hubiera arrastrado. Tu mamá no
cosas. Te voy a enseñar a ser una
te quiere. Si te quisiera no te hubiera
niña obediente y buena. Primero, tie-
criado así de berrinchuda.
nes que limpiar la casa porque por tu
- ¿Mi mamá no me quiere?-
culpa está llena de sangre.
preguntó ella para sí, con la mirada perdida.
No contestó. Con gesto adolorido y con la lentitud proporcionada por
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las heridas se levantó y tomó la cubeta y el trapeador, que estaban a la vista. Mientras estaba sentada en el sillón tomando ahora una bebida con licor de café, observaba como con torpeza intentaba limpiar. Y pese a su tamaño, edad y los golpes debo admitir que hizo el trabajo bien. Lento, pero bien hecho. El miedo nos mueve de maneras asombrosas. Cuando terminó era ya tarde. La
- Qué madriza le has estado
regañé por tardar tanto y su castigo
metiendo. ¿Frida, eh? ¿Dónde la en-
fue pasar la noche en pie. Ambas nos
contraste, junto al Diego Rivera? Frida,
desvelamos: ella intentando man-
las niñas inútiles como tú solamente
tener la posición y yo vigilando que
sirven para hacerlas llorar -le dijo, al
no perdiera la postura que le había
tiempo en que le daba un puntapié.
impuesto. Si cabeceaba o se movía
Después se sentó en el sillón más
la golpeaba con una espátula calien-
grande y preguntó “¿qué estás ha-
te. Cuando amaneció le di permiso
ciendo con ella?”
de dormir en el suelo donde estaba. Yo me fui a dormir a mi cama antes de que llegara Laura. Pero no pude
- Educándola, a ver si se le quita lo berrinchuda, ¿verdad, Frida? - Sí, señorita -contestó, ponién-
descansar del todo porque Frida,
dose de pie y haciendo una reverencia
entre sueños, lloraba y le hablaba a
con la cabecita, como le había indica-
su mamá. Ni con patadas pude hacer
do que tenía que hacer cada que se le
que parara.
hablase. - ¿Y que más sabe hacer? -pre-
Por fin sonó el timbre. Era Laura
guntó Laura, haciendo esa cara de
y traía consigo un hermoso niño rubio
morbosa curiosidad que me encanta.
dormido. Laura tenía una terrible cara
- Pues es hora de que coma -le
de aburrición e incomodidad que se
dije a mi amiga y me fui a la coci-
borró cuando vio a Frida en el piso,
na. Regresé a la sala con un plato
con su vestido verde y sus zapatitos
de sopa que puse en el suelo. Frida
blancos manchados de sangre.
se acercó a él a gatas y comenzó a
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comer. Pero por la posición en la que
pedir que parara el castigo. Entonces
estaba comenzó a sorber y a tirar la
Laura se levantó y tomó una vara
sopa.
de madera que tenía por ahí. El solo - ¿Qué hablamos sobre los
recordar lo que habíamos hecho ya
modales a la hora de la comida? -le
con ella me hizo estremecer de gusto.
grité, al tiempo que tomaba la varilla
Laura le dijo al niño que, si quería
de metal. La niña susurró un lasti-
ayudar a Frida tenía que castigarla
mero “perdón, señorita”, pero con los
él mismo. Si Ernst (que feo nombre)
avances que teníamos no podíamos
hubiera sido listo, habría aceptado y
ser indulgentes. Mientras aplicaba su
proporcionado un poco de alivio a la
muy merecido correctivo Laura reía.
pequeña. Pero se rehusó tanto que
El pequeño que traía consigo desper-
Laura tuvo que provocarlo. Pero fue
tó por el llanto de la niña y las risas
en vano. El niño apenas le dio unos
de mi amiga. El cuadro debió de haber
cuanto toques hasta que Laura se
sido horrible para él, pues no tardó en
hartó, le arrebató la vara y lo golpeó
pedir que paráramos.
ella misma para después ir a mi habi-
- ¡Qué impertinencia! -le dije a
tación.
Laura, mientras le propinaba algunos golpes al pequeño ojiazul. Laura solo
Me dejó a Ernest con la con-
reía y reía más hasta que le dijo a su
dición de que no le dejara marcas
pupilo:
porque el niño simplemente le parecía
- Ernst, éste es el castigo de
adorable. Eso limitaba mi participa-
Frida por no hacer caso de lo que le
ción directa. Tomé la vara de madera
dicen. Tú no puedes intervenir en su
y la varilla de metal -debería limpiar
castigo, no puedes decir nada, ¿tam-
esa cosa- y cada uno tomó uno. Las
bién quieres que te castiguen? Esto es
clases de ética tenían que ser reto-
lo que se merece Frida.
madas.
Durante algunos minutos el
- Frida, ¿por qué estás aquí?-
pequeño se quedó callado, observan-
le pregunté a la niña, que observaba
do a la niña sufrir hasta que volvió a
perdidamente la vara de madera.
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- Po… porque me porté mal con mi mami, señorita -dijo ella.
- Pero un caballerito no debe golpear a una mujer, así que el debe
- Ernest, ¿tú fuiste un niño bue-
ser castigado. Castígalo, Frida.
no? -el pequeño tenía los ojos muy abiertos mientras contemplaba la
La niña agarró la vara de made-
sangre seca de la varilla- ¿O por qué
ra y con todas sus fuerzas le pego a
crees que estás aquí?
Ernest en un costado, aprovechando
- No lo sé, señorita- dijo él, al tiempo en que una gruesa gota ro-
que había subido sus bracitos para tapar su cabeza.
daba por su mejilla. El niño era listo, supo que tenía que llamarme señorita con solo oír a Frida.
- Ernest, las niñas no deberían pegarle a los niños tampoco. Debes
- Tú y Frida están aquí para
castigarla.
aprender a obedecer. Frida ha sido una niña muy mala por desobedecer a su mamá, así que fue castigada.
El niño parecía confundido, pero obedeció.
Pero es tiempo de ver si tú también eres capaz de ser un niño bueno. Si
- Ambos se han portado mal,
no golpeas a Frida, tendrás que ser
así que deben castigarse cada que
castigado como Laura te castigó hace
uno se pegue, ¿entendieron? Porque
ratito. ¿Quieres que te vuelva a pegar,
no castigar las faltas es aún peor qué
Ernest? -El niño sacudió la cabeza,
cometerlas, así que el que no cumpla,
apretó la varilla y golpeó a Frida en
será castigado pero por mí.
el brazo. No fue un golpe fuerte, pero había mejorado.
Los niños comenzaron a gol-
- Frida, ¿estuvo bien que Ernest te golpeara?
pearse por turnos. Como Ernest tenía la varilla, era evidente su ventaja so-
- Sí, porque usted dijo, señorita
bre Frida, lo que me garantizaba que
-dijo ella, reprimiendo el llanto provo-
ella perdería, que el recibiría golpes
cado por el dolor.
menos fuertes y se reducía la posibilidad de que le salieran hematomas
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porque Frida estaba cada vez más cansada. Los niños se golpeaban mientras los veía en el sofá bebiendo margaritas hasta que Frida se desmayó. La suerte nunca estuvo de su lado desde el momento en que le tocó tener una madre tan blanda. A los malcriados nunca les va bien. Ernest se sentó en el piso, mirando a Frida. Le acerqué un plato con comida porque, después de todo, era el niño de Laura. Le deje otro plato para Frida diciéndole que cuando despertara se lo diera y que podía ver televisión. Entonces entré a la habitación. Laura se ve tan bien entre mis sábanas rojas. Comenzaba a caer la tarde. Laura y yo nos vestimos y salimos a la sala. Frida había terminado de comer y ambos veían las noticias locales en la televisión. Ya había todo un alboroto por los niños; los policías tenían acordonadas las zonas donde los secuestramos, la madre de Frida salió en la televisión, la foto de Ernest estaba en primera plana. Frida comenzó a gritar “¡Mami, mami!” cada que su madre salía en la pantalla. -Bueno, es mejor que me vaya -dijo Laura.
con lágrimas en los ojos y la voz cortada.
- ¿No te quedas a comer? Ernest ya comió -no quería que se fuera. - Comeré en mi casa -dijo,
- Aun no, tienes que estar bonita para que tu mami te vea -le dije, llevándola a la regadera.
mientras tapaba al niño con la cobija- Nos vemos pronto -dijo sonriendo maliciosamente. - Señorita, -la voz de Frida me
La niña se bañó con gusto. Con la copa de vino en la mano supervisé su arreglo personal, e incluso le ayudé
sacó de mis ensoñaciones- ya soy
a limpiar algunas costras de sangre
buena y nunca me volveré a portar
seca que tenía. Para mi sorpresa, ya
mal, ¿puedo ir con mi mami? -dijo,
limpia, la niña no se veía tan maltratada.
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- Estás casi lista -le dije.
aprender. ¿Quieres que tu hermano
- Ya nunca seré mala con mi
esté bien? ¿Quieres ayudar a otras
mami, lo prometo. Ahora seré buena y
mamás y a otros niños? -no contestó,
ya no lloraré por dulces ni pelearé con
pero hizo una seña afirmativa con la
mi hermano, señorita -dijo ella, en un
cabeza.
tono casi suplicante. Por un momento me estremeció, pero no porque sin-
La llevé con su vestidito al
tiera compasión, sino porque sentí
monumento más alto de la ciudad. Ya
por un momento que había leído mis
estaba oscuro, pero aún había turis-
pensamientos.
tas. Caminó sola mientras yo la veía
- Frida, tu mamá te va a ver,
de lejos. Subió a la parte más alta y,
pero tú a ella no la verás hasta dentro
como le dije que tenía que hacer, sal-
de muuuuchos años. Has olvidado
tó. Su cuerpo se estrelló contra el piso
una regla muy importante: nunca
de cantera, mientras varias personas
debes aceptar cosas de extraños. ¿Tu
gritaron. Me acerqué, como la mayo-
mamá nunca te lo dijo?
ría de los testigos curiosos, para ver
- No -contestó, y comenzó a
el fin de mi obra. Frida aún tenía en
llorar.
la mano la hoja en la que ella misma - Cállate y escucha -le dije en
escribió:
tono severo mientras le secaba las lágrimas- Tu mamá cometió un error
“Mi mamá me debió enseñar que:
y también debemos castigarla, o po-
No debo hablar con extraños
dría pasarle lo mismo a tu hermano.
No debo hacer berrinche en la calle
¿Quieres que le pase lo mismo a tu
No debo gritarle…”
hermanito? - No. Pero por favor no le pegue a mi mamá -dijo ella, reprimiendo su llanto. - A tu mamá no le voy a pegar, pero tiene que aprender la lección. Quizás hasta otras mamás puedan
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Laura Isabella MartĂn
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J
ulieta del mal, me plantó en el callejón. Tuve que reinventarme mis planes y bajé sola como estúpida para toparme con un adorable caballero y su
infante. Los tuve que seguir. El señor tenía un acento graciosísimo y llevaba de la mano al pequeño rubio. ¿Inglés? No, la erre no concordaba. ¿Alemán? Francés, quizá.
El hombre volteó y lo reconocí, lo había visto varias veces en la calle, desde lejos, pero no lo había considerado como candidato. No lo había
Ni siquiera tendría que hacer sufrir al
escuchado hablar y asumí que era
infante, algo que me aburría enorme-
un gringo cualquiera. Los gringos ya
mente y me anulaba la imaginación.
aprendieron a no saberse especiales.
Entonces sonó el teléfono.
En el largo camino hice un plan barato, chequé mi bolsa y sí, llevaba las
Julieta se disculpaba por dejar-
jeringas. A dónde iría el hombre, nun-
me pero me contaba sus razones. Le
ca lo supe; lo drogué en cuanto tuve
contesté con un simple “Yo también
relativa privacidad. Sin perder tiempo
me conseguí un niño”.
cargué al niño y lo dormí con un poquito de cloroformo (objetos impres-
Me aseguré de que el infante si-
cindibles que debe cargar una mujer
guiera profundamente dormido y salí
en su bolso). Regresé con él en mis
a comprar algunas cosas, mañana
brazos y lo metí en casa. Mientras
Julieta recibiría algunas visitas.
despertaba saqué la cartera que robé previamente al hombre para revelar que su nacionalidad era austriaca. Un vienés. Me acababa de ganar la mayor cantidad de puntos que puede una ganar sin hacer mucho esfuerzo.
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El niño despertó revolcándose en la cama y gritando horas después de que yo había regresado. Yo traté de calmarlo pero ya todos saben la poca paciencia que tengo con las cosas ruidosas. Así que después de gritarle que se callara (y también de sacudirlo un poco) me rendí y lo dejé encerrado para que se cansara. La puerta del cuarto pequeño encerraba los gritos mientras me servía una copa del vino que acababa de comprar. Tres horas y ocho copas después, el ruido se redujo a un simple
Tomé una taza, serví vino y se lo entregué a Ernst.
lloriqueo y lo tomé como mi señal para entrar. Lloraba al pie de la cami-
- Tómatelo. Es jugo.
ta con sus grandes ojos azules.
- Sabe feo.
- ¿Dónde está mi papá? –pre-
Pero Ernst se lo tomó, y pude
guntó. Me reí poquito. Papá segura-
saber que no le gustó. Era del suave,
mente lo estaba buscando frenética-
del espumoso. Era prácticamente
mente.
jugo. Aunque sí era rosado; el niño
- Tus papás ya no pueden cuidar de ti, por eso te traje a mi casa.
tenía razón. Debo dejar de comprar estas porquerías. Le serví más y también lo bebió.
El niño miró el suelo y lloró más. Todos hemos sentido el dolor
Lo llevé de regreso al cuarto.
de haber sido abandonados. En unos
Aunque las sábanas estaban guar-
minutos se secó las lágrimas y me
dadas y las lámparas, muebles y
pidió que lo llevara al baño.
juguetes metidos en cajas arrumba-
- ¿Cómo te llamas?
das, el cuarto todavía tenía ese toque
- Ernst.
a infantilidad. El cuarto del bebé que
- Bastante complicado para que
arregló el baboso de mi marido poco
un niño lo pronuncie, ¿no?
antes de morir y que me dio flojera
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desalojar. Tan solo vendí el moisés
para dejarlo allí mientras trapeaba su
porque era de un diseñador amigo de
numerito. Todavía el muy mariquitas
Alonso y con quien algún día cogí.
se atrevió a gritar que el agua estaba fría, pues claro, si ya se había bañado
Ernst se acostó en el colchon-
con su propia agua caliente no es-
cito sin sábanas, me daba flojera sa-
peraba que se la pusiera a la misma
carle algunas, pero le cerré la ventana
temperatura.
porque no fuera a matármelo más rápido el frío que mis manos.
Con mis pisos ya relucientes lo saqué del baño y le dormí con mi
En la mañana Ernst despertó
fiel botellín de cloroformo. Lo envol-
con los ojos rojos, influenza y sueño.
ví en una cobija del cuarto del bebé,
Le di de mi delicioso café negro para
emocionada de que por fin sirviera de
que se sosegara. Me pidió comida
algo, y salí a la calle con él en brazos.
pero solamente recibió pan. Se lo chupó como aspiradora y me pidió el baño.
La puerta la abrió Julieta, tenía cara de hastío.
- Apúrate, que te llevo más tarde a jugar con mi amiga.
- Mira, que yo llegue una hora y media tarde no es lo mismo a que tú me dejes plantada. Y es que el cha-
Para mi desgracia, al niñito se
maco me hizo un numerito en la casa.
le ocurrió desahogarse ahí mismo, casi mojando la alfombra del come-
“Dímelo a mí” bien pudo ha-
dor. Alcancé a jalarlo al baño pero ya
ber dicho Julieta. La niña que tenía
había terminado de mear. Yo empe-
estaba prácticamente destrozada a
cé a gritar por la estela de pipí que
golpes. Dejé a Ernst en el suelo hasta
dejó desde la cocina hasta el baño
que despertara mientras yo checaba
y el niño que no dejaba de chillar. Lo
a su adquisición.
aventé en la regadera y le abrí la llave
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- Qué madriza le has estado metiendo. ¿Frida, eh? ¿Dónde la encontraste, junto al Diego Rivera? Frida, las niñas inútiles como tú solamente sirven para hacerlas llorar. La pateé antes de sentarme, y viendo lo que planeaba hacer Julieta con ella. Aparentemente, Julieta estaba tratando de educarla a golpes, y hacerla la niñita más dócil que se haya visto (¡hasta hacía reverencias!). Todo un desperdicio, puesto que eventualmente la mataría. La miré un rato mientras torturaba a Frida hasta que Ernst decidió despertar. Le dije que se sentara y que se estuviera callado para que observara cómo golpeaban a Frida. Como supuse, en poco tiempo estaba rogando que nos detuviéramos. Julieta incluso dirigió algunos golpes para él, puesto que la “impertinencia” (las palabras de ella) no le causó mucha gracia. - Ernst, éste es el castigo de
- Toma, Ernst. Mira, cuando
Frida por no hacer caso de lo que le
alguien te hace algo malo quieres que
ordenan. Tú no puedes intervenir en
algo malo le pase de regreso. Esto es
su castigo, no puedes decir nada,
el castigo. Si tú no quieres que casti-
¿también quieres que te castiguen?
guen a Frida, entonces castígala tú.
Esto es lo que se merece Frida. Hubiesen visto su carita de Se lo repetí lo suficiente para
terror. No, primero fue confusión,
que se quedara callado, mirando. Más
después terror y desapruebo. Per-
al rato se puso a llorar otra vez. Lo
fecto. Le escaparon varios “no”, y de
sabía, tenía en mis manos a un mora-
mí dependía que obedeciera. No más
lista. Sabía que Julieta tenía una vara
moralistas en mis manos.
de madera por allí (nos habíamos divertido bastante con ella) y no fue
- La castigaremos de cualquier
difícil encontrarla, a los moralistas se
manera. Te estoy pidiendo que lo ha-
les debe castigar un poco.
gas tú pero si no obedeces, entonces voy a tener que obligarte.
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Y el niñito no se convenció. Pero le obligué a tomar la vara de Julieta.
bastante. Televisión, distintas policías, escuelas, empleados, papeletas, grupos de búsqueda… grotesco. Entré
- Es fácil. Pégame a mí. - Su expresión fue apreciable.
a casa rápido, con Ernst dormido en mi hombro y debidamente enrollado para distraer. Lo acosté en la cama
Me dirigió unos swings patéti-
mientras escuchaba el timbre.
cos. Se lo quité a la fuerza y le regresé un par de golpes. El niño escoció
Mierda.
en el suelo. Tengo muy buena mano (pesada, decían los parientes). Deja-
Uno nunca recuerda lo posible
mos llorando a los niños, estaba muy
que es que todo se acabe rápidamen-
aburrida y dejé a Julieta a que hiciera
te. Era uno de mis vecinos. Un joven
lo que quisiera. Le advertí nomás que
medio bobo con una sonrisa bonita.
no me lo dejara lleno de cardenales, porque el niño estaba muy bonito y no
- Hola, Laura, ¿verdad?
quería romperlo tanto.
- Señora Laura. Sí. ¿Le puedo ayudar en algo?
Me metí a la habitación de
- Disculpe, como jamás he visto
Julieta a distraerme un rato. Ella tiene
a su esposo… Entonces, ¿el niño con
la habitación más fascinante, aunque
el que entró, es su hijo?
parezca que no. Me eché en la cama un rato hasta que Julieta decidió a entrar. Lo que hicimos allí dentro… En fin, que cuando estaba
Entrometido hijoeputa. No. Más serenidad. - Soy viuda. El niño es mi so-
cayendo la tarde, y el hambre, decidí
brino, hubo una emergencia familiar
regresar. Lo hice rápidamente, pare-
y no tuvieron otra opción más que yo
cía que con los niños desaparecidos
lo cuidara. No nos agrada a nadie la
(principalmente el extranjerito) las
idea. Se irá mañana, no se preocupe.
autoridades se habían movilizado
¿Le puedo ayudar en algo más?
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Incomodar a las personas es la
Llevé al niño al patio y nos sen-
mejor forma de hacerlos irse. Tam-
tamos en el jardín. Adoro mi jardín.
bién bajé un poco el escote, por si las
¿Cómo no? En un lugar como Gua-
dudas.
najuato, tener un jardín es a lo que uno puede soñar. Siempre odié vivir
- Eh, no. Disculpe. No era mi
aquí. Pero tenía un jardín -el jardín
intención incomodar. Con lo que está
de mi marido, y de su madre antes de
sucediendo… creí que quizá usted,
él- y podía hacer cosas aquí, en total
con el niño, pudo haber visto algo.
privacidad (benditas bardas altas).
Los niños se juntan… En fin, disculpe.
Pues bien, miramos el atardecer hasta que no hubo más sol. Justo entonces
Cerré la puerta. Jugar la car-
Ernst se soltó a llorar. Le hubiese roto
ta de viudez nunca falla. Tampoco
el corazón a cualquiera. Fue gracioso,
falla mostrar un seno, pero guar-
en realidad.
daré esa carta para después. Quizá deba encargarme del susodicho más
- ¿Dónde está papá?
tarde. Comí un rato, mientras Ernst
- Papá está allá, por donde se
se dignaba a despertar. Cuando lo
ven las estrellas. Y podrías llegar con
hizo, fue silencioso y lento. La gracia
él si tan sólo trepas por la pared y
de no alimentar a un niño reside en
saltas.
que esté triste y no sienta hambre. Además, con el café y el vino, estaba
El niño se me quedó viendo con
deshidratado así que ya estaba torpe
la boca abierta. Se le comenzaban a
y apesadumbrado. La verdad es que
partir los labios.
no pensaba soportarlo por lo que mis planes iban marchando.
- Bueno y ¿qué estás esperando? Ándale. ¿O te quieres quedar
- Ernst, niño, ¡mírate! Estás
conmigo?
blanco. Te hace falta sol. ¿Tienes frío? Llévate la cobija y siéntate en el patio.
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El niño todavía lo pensó más.
Creo que comenzó a tomarme cariño. Pobre idiota. Después se levantó con mucha dificultad y comenzó a correr hacia la pared. De lo que puedo estar más orgullosa de mi jardín es de la pared que está cubierta de hiedra trepadora; es una pared hermosa y, aunque siempre está llena de insectajos arácnidos, me esfuerzo por mantenerla verde. Por allí se apoyaba Ernst para trepar. La esperanza hace grandes cosas y Ernst comenzó a subir un metro rápidamente pero después comenzó a trastabillar y resbalar, no subiendo más allá de metro y medio del suelo. No podía dejar de escuchar su respiración agitada, cada vez más congestionada y difícil. Después empezó a lanzar pequeños alaridos. Finalmente, Ernst cayó fatalmente desde una altura corta: apenas arriba de mi cabeza. No soy una mujer muy alta. Estuvo luchando por respirar por uno o dos minutos pero luego se quedó muy quieto, como ustedes dirían. Yo lo llamo muerto. Cayó más rápido de lo que pensé. Ni siquiera me molesté en averiguar qué fue lo que lo había matado. Lo envolví en la misma cobija que había estado usando para evitar tocarlo y me deshice del cuerpo en un río, sabiendo que eventualmente lo encontrarían. La cobija la quemé aparte. Estúpidos artículos de diseñador.
23
テ]gel Mar
24
E
l día empezaba y nunca antes Loreto se había sentido tan motivado. Al fin alguien se había animado a adoptarlo. Tenía que hacer algo impresionante para
su nueva y primera dueña, no fuera a ser que no causara buena impresión y terminara abandonado en algún jardín de mala muerte, o cocinado en una sopa con mucho ajo.
Llegó a su nuevo hogar y se
Loreto exploraba todo a su
percató de que lo habían recibido con
alrededor como niño en juguetería.
lo mejor de lo mejor: Una jaula dora-
Esperaba ansioso la llegada de la mu-
da, muchísimas semillas de girasol
chacha al apartamento donde lo dejó.
(no como en la tienda de mascotas,
Contó los barrotes de la jaula, eran
donde solamente le daban unas diez
sesenta brillantes barrotes dorados. Y
semillas de girasol al día) y toda el
siguió esperando. Contó las semillas
agua que pudiera tomar (que en rea-
de girasol que tenía para comer (era
lidad era solo un recipiente de medio
un loro bastante inteligente); eran 93
litro especial para loros).
semillas de girasol. Y siguió esperando. Comió dos semillas de girasol, y
En la tienda de mascotas el
siguió esperando. Incluso el enorme
animal no sabía sobre el día y la
bombillo rojo desapareció de a poco
noche, solamente había bolas de luz
en la ventana y lo sustituyó otro enor-
pegadas al techo que se encendían y
me bombillo, pero este no lastimaba
apagaban todos los días cuando los
al verlo, y era blanco. Blanco que
encargados del lugar llegaban o se
contrastaba con el color que lo rodea-
iban. Era para él algo nuevo ese enor-
ba, un azul oscuro como la pupila del
me bombillo que lastimaba su retina
consternado animal.
de loro, al verlo fijamente a través de la ventana.
25
Loreto se empezaba a desesperar, cuando al fin se abrió la puerta de aquel departamento pintado de blanco, que daba una sensación de una extraña nostalgia y frialdad, pero a la vez se sentía acogedor y moderno. Al cerrarse la puerta pudo apreciar, por vez primera (cuando lo trasladaron de la Pet-shop al departamento le pusieron una manta a la jaula para que no se asustara), a la persona que había decidido cuidar y brindar cariño a aquel loro tamaulipeco que tenía apenas diez meses de haber nacido. Era una muchacha rubia, con el cabello hasta media espalda, ojos grandes, tez clara y silueta estilizada. Atraería a cualquier hombre, pero por suerte Loreto no era un hombre, sino un loro. Loreto empezó a aferrarse con
indescifrables para cualquier persona.
sus grisáceas patas a las paredes de
Sin embargo, ella se notaba entreteni-
la jaula, y a “cantar” (la verdad es que
da, lo que motivaba al cotorro a seguir
solo eran ruidos estridentes pareci-
cantando así. “Eres perfecto”, le dijo
dos al graznido de un ganso al que
con una sonrisa tan fija que no pare-
le sacaban los ojos) para llamar la
cía auténtica, aunque lo era.
atención de la joven. Ella se acercó a la jaula y, sonriendo, le dijo un par de
Después se levantó del sofá y
piropos al emocionado cotorro. “Qué
se dirigió a una habitación, que esta-
bonita cotorrita, ¿quién la quiere?,
ba junto a la sala (era un departamen-
¿Quién la quiere?”, exclamó con una
to bastante pequeño). Loreto (como
expresión de efusividad, aunque su
su dueña) se fue a dormir. Estaba
tono de voz era bajo y apenas se per-
maravillado porque su nuevo hogar y
cató el perico, con mucha atención, de
su nueva vida eran excelentes, mejor
lo que estaba diciendo. Ella se sentó
de lo que siempre había imaginado.
en un sofá que estaba al lado de la
Dio un último sorbo a su recipiente de
jaula. El ave cantaba y decía sonidos
agua y durmió plácidamente.
26
Temprano al otro día, Loreto
rasol intentando salir de la jaula, pero
(porque así lo habían nombrado en la
todo intento le fue inútil. Exhausto,
tienda) se despertó. Esperaba an-
Loreto se dispuso a tomar una peque-
sioso ver salir a su dueña del cuarto,
ña siesta, aunque le fue imposible por
para así poder darle los buenos días,
el miedo y la tristeza que lo inundaba
apenas la luz del bombillo enorme
debido a no saber nada de su dueña.
rojo apareciera en la ventana. Comió dos semillas de girasol, y guardó
Loreto ya había sido abando-
silencio hasta que no se vislumbra-
nado una vez, por los dueños de su
ran los rayos de sol en la habitación,
madre, a la intemperie. Tuvo suerte
para no despertar a su ama a horas
y un niño lo recogió cuando aún no
imprudentes. Pasó el tiempo y al fin el
tenía plumas, y lo llevó a su casa, de
bombillo rojo alumbró la casa. Loreto
donde lo llevaron con un veterinario.
tenía expectativas altas sobre la re-
Ahí le dieron alimento y, con cuidados
acción de su dueña; “afinó” su voz un
de la tienda de mascotas que lo adop-
poco (lo más callado que pudo, para
tó, terminó siendo un precioso perico
no despertarle), ensayó aleteos y se
verde, grande, y lo único malo era que
preparó para asombrar a la joven.
no sabía hablar. Ni cantar. Pero le entusiasmaba la idea de que un humano
La luz avanzaba, y Loreto no
le enseñase cómo hacerlo.
sabía bien sobre el tiempo, pero sabía que la gente no dura tanto dormida.
Cuando al fin podía empezar
Empezó a cantar y a cantar con el
a dormir, escuchó algo en la puerta.
único objetivo de despertarla, pero no
Volteó rápidamente y vio que era su
había señales de vida emitidas desde
desconocida pero ya amada dueña.
el cuarto. Buscó la manera de abrir la
Se acercó a él y le volvió a decir lo
jaula e investigar si le había ocurrido
mismo: “Qué bonita cotorrita, ¿quién
algo. Veía el bombillo rojo cada vez
la quiere?, ¿Quién la quiere?”. Pero
más lejano y su luz cada vez más
esta vez, su expresión era aún más
tenue. Empleó toda su tarde, medio
rígida, aunque no por ello reflejaba
recipiente de agua y 4 semillas de gi-
menos alegría. Su sonrisa se exten-
27
día entre los dos hoyuelos de sus mejillas, y su mirada, aunque el animal solo la podía ver con un ojo, era tan penetrante que parecía vacía. Esta vez no se sentó en el sofá y simplemente ingresó a la alcoba. Loreto no entendía por qué
nía una linterna y con ella se alumbra-
nunca salió del cuarto y después
ba una sonrisa enorme, y aterradora.
llegó por la puerta principal. Pero no
Sus ojos parecían sumidos y sin brillo
le importó, ya que el júbilo de haber
alguno. Dicen que algunos animales
visto a su nueva compañera de vida lo
pueden ver cosas que los humanos
valía todo.
no. Y quizá era el caso de Loreto porque empezó a gritar como si lo estu-
Al tercer día en aquel depar-
vieran desplumando. Apenas emitió
tamento solitario y aparentemente
un sonido, la mujer tomó al loro por
marginado, Loreto despertó aún más
la cabeza y lo sacó de la jaula de un
temprano para que esta vez ella no
solo movimiento. Su sonrisa se había
fuera a salir sin antes haber convivido
convertido en una mueca extraña de
un poco con él. Pero la historia del día
ira y desesperación. El ave, asustada,
anterior se repitió. La tarde cayó y fue
intentaba morder la mano que lo sos-
más que solitaria para él. Antes de
tenía. Pero no conseguía nada. Los
quedarse dormido, una luz penetró en
gritos de horror retumbaban en todo
el cuarto en donde estaba y le devol-
el departamento. Quizá en todo el edi-
vió la esperanza al ave; se despertó
ficio. Caminó a la cocina y encendió la
y pensó que sería su dueña. Y cierta-
luz. Sin soltar a la alterada mascota
mente, así fue.
(que no dejaba de morder y gritar) sacó un frasco pequeño de un cajón
Pero esta vez lucía mucho más
que estaba en la alacena y vertió el
pálida y se acercó a la jaula rápida-
líquido que contenía en la cabeza del
mente. Se quedó un enorme rato ob-
animal. Empezó a moverse, picotear y
servando al pájaro en silencio y éste
graznar más intensamente. El líquido
no sabía qué hacer, ya que sentía un
le quemaba toda la cabeza; parecía
frío intenso e inexplicable mientras la
algún tipo de ácido. Los sonidos que
chica permanecía cerca de él. Soste-
emitía Loreto rayaban en lo infernal,
28
eran horrorosos. Como si estuvieran cortándole las alas en dos. Como si un cuchillo le estuviese perforando el tórax lentamente. La expresión de la mujer ahora era totalmente perturbadora. Un soplido salía de su boca, aparentando una risa enferma pero sin vida. Después golpeó al animal contra la pared. A cada golpe ella reía más y el loro podía hacer menos. La mirada vacía se tornó aún más muerta y la risa se convertía en carcajada. Repitió la acción de estampar el cráneo de Loreto en la pared hasta que en aquel apartamento no sonó más que su risa espectral. Seguida de un llanto desolador y atemorizante. La última vez que en ese apar-
sidad, horas después estaba en un
tamento habían sonreído de alegría
vuelo a otro país, incluso olvidando a
fue cuando Laura, una joven universi-
su amado loro en el apartamento (al
taria de pelo rubio y figura escultural,
que Laura no toleraba). Y horas des-
vio que la prueba de embarazo resultó
pués Laura estaba muriéndose por
positiva. No cabía de la emoción. Le
ingestión de arsénico. Sus gritos de
envió un texto a su novio con la noti-
dolor retumbaban en el apartamento,
cia. Tal vez en algún universo alterno
pero por el ruido que producía el ave
ese tipo habría sido un tipo normal.
los vecinos no la escucharon. Laura
Pero no en ése. En esa realidad era un
murió. Y su bebé. Pero no su espíritu
cobarde que estaba aterrado ante la
consternado y sediento de venganza
idea de ser padre y tener que cargar
contra lo único que recordaba al mo-
con esa responsabilidad. Fue víctima
mento de su muerte.
de ese pánico natural a no saber qué hacer ante una situación que te cam-
Dicen que los muertos que no
biará la vida. Y también fue víctima
saben de qué dejaron de vivir perma-
del egoísmo más enfermo y ruin.
necen aquí. Así como permanecían en ese apartamento los cadáveres de
Al día siguiente le llevó el de-
Laura y de varios loros más que su
sayuno en la cama a Laura. Minutos
atormentada alma había matado en
después él abandonó el edificio di-
busca de que alguien la encontrara y
ciéndole a ella que se iría a la univer-
pudiese descansar en paz.
29
Ligelia Edwards
30
P
rozac. Ya no puedo comprar más Prozac. Tendré que ir de nuevo. Prozac.
Prozac. Ya no puedo comprar más Prozac. Tendré que ir de nuevo. Prozac. Prozac. Ya no puedo comprar más Prozac. Tendré que ir de nuevo. Prozac.
- Doctor, ¿esto es lo único que dice?
Mientras me alejo del recinto donde la tienen encerrada, intento
- Me temo que es lo único que entiende, detective.
alejar de mi cabeza el rosario de Prozacs que inunda el piso del hospital.
Prozac. Ya no puedo comprar
¿Hospital? Más bien parece un
más Prozac. Tendré que ir de nuevo.
reclusorio, no por nada los taxistas y
Prozac.
choferes lo conocen como la cárcel.
Prozac. Ya no puedo comprar
Pero los barrotes en las ventanas, los
más Prozac. Tendré que ir de nuevo.
pasillos vigilados con circuito cerrado
Prozac.
y la extenuante (por no decir excesi-
Prozac. Ya no puedo comprar
va) revisión tanto al entrar como al
más Prozac. Tendré que ir de nuevo.
salir son males necesarios. No vaya
Prozac.
a ser la de malas y algunos “reclu-
Prozac. Ya no puedo comprar más Prozac…
sos” se quieran dar una vuelta por el exterior. Sin embargo, estas medidas tan estrictas de seguridad no consiguen rehabilitar a la gente que tratan de curar.
31
Salgo del edificio principal y me dirijo a la puerta el complejo. Una última revisión y por fin puedo salir en mi auto. Paso por un café, voy a mi oficina y reviso una vez más los archivos y la “declaración” de la mujer de la cantaleta eterna del hospital psiquiátrico. En casos normales de… de lo
te maestra, pero sí de una que tenga
que sea, de cualquier delito que se
espacio para algo más que el Prozac
investigue, al detective le corresponde
en ella. Tampoco culpo a los que sos-
el trabajo de seguir las pistas y hallar
pechan de esa mujer: el mero hecho
al culpable para poder encarcelarlo.
de que tenga que consumir esa droga
En esta ocasión, es al revés: la culpa-
prueba su inestabilidad mental. Sin
ble ya está encerrada en una blanca
embargo, culparla de buenas a prime-
y cómoda celda y no hay pistas que
ras, sin ninguna prueba fehaciente, no
la incriminen. De hecho, creo que es
es algo digno del heroico cuerpo de
inocente, pero desde el momento que
policías de esta ciudad.
se lanzó al cuello del jefe del departamento cuando intentamos sacarla de
Ja. Heroico, Ja.
la casa y casi lo asfixia, fue enjuiciada y condenada.
Como sea, si mi trabajo es encarcelarla, por todos los medios posi-
Mi trabajo ahora es encontrar
bles, entonces mi misión será hallar al
las pruebas que demuestren que ella
verdadero culpable y encerrarlo a él,
cometió el delito que se le imputa.
por todos los medios posibles. Va-
¿Servir y proteger a la comunidad?
mos, piénsenlo: no tengo nada contra
Sólo cuando no te mandan casi al
esa pobre loca ni le tengo cariño a
otro lado.
mi jefe como para obedecerlo ciegamente. Además, no se dará cuenta:
No hace falta tener entrena-
les aseguro que no seguirá el caso ni
miento para saber que ella no es la
se enterará del resultado del juicio (y
culpable. Fue un trabajo muy bien
si se entera, no le importará). Una vez
planeado y ejecutado, no de una men-
que grita “fue éste, agárrenlo”, da por
32
cerrado el caso y nos deja el “pape-
pias y a los medicamentos, como el
leo” al resto de la unidad. En otras
tan ya mencionado Prozac, sin em-
palabras, resolver el crimen nosotros,
bargo, siento que antes de curarla, le
mientras él queda como héroe frente
frieron el cerebro, lo que quedaba de
a los medios y la opinión pública por
mente saludable se fue al traste. Si
su “casi sobrenatural intuición para
no, ¿cómo explicar el que se encuen-
encontrar a los culpables”. A nuestros
tre en esta situación? Rechazada por
superiores no les interesan las noti-
su familia, sus “amistades cercanas”
cias baratas ni los chismes de barrio.
y encerrada como un animal en esta
Revisan directamente los expedien-
institución dirigida por matasanos, no
tes, si alguna vez tienen que hacerlo.
por doctores.
Así funcionan las cosas aquí, ese es el sistema que mantiene a ese simio
Uno que otro médico y la mayo-
de enorme trasero al frente del depar-
ría del personal de enfermería real-
tamento.
mente quieren ayudar a los pacientes, pero los que tienen el control del hos-
Al menos, me permitirá inves-
pital se llenan los bolsillos y les viene
tigar tranquilamente y unir las pistas
importando poco los progresos de
como sea que tengan que unirse, no
los enfermos, si es que tienen alguno.
por una imposición de facto.
Por eso es soportable ese indeseable sanatorio. La cárcel no es tan mala
Siendo así, volvamos a la mujer que dejamos en el hospital. Es
después de todo, pero sigue siendo eso, una cárcel.
joven, de unos 26 años. No muy alta, de constitución frágil y facciones
Lo comprobé mientras “interro-
finas. Pelo castaño, tirándole a rojizo,
gaba” a la sospechosa: Nicole Knox.
de ojos del mismo color. Extranjera,
La pobre loca del cuarto 35. Su estó-
hija de una familia adinerada, desde
mago rugía del hambre, pero el enfer-
pequeña sufre de un trastorno obse-
mero me informó que esta vez ella no
sivo-compulsivo. Se había mantenido
había alcanzado alimento. Tenía una
controlada gracias a múltiples tera-
elegante celda acolchada en la cual
33
dar vueltas mientras su cuerpo se
Oh si, una de las genialidades
torcía por la falta de comida. Todo se
de la administración del hospital es
ve bonito, como ella, pero nada está
suspender el tratamiento de aquellos
bien.
“residentes” que estén bajo investigación oficial. Estúpidos cabrones. No - Nicole, Nicole, ¿me estás
por nada son amigos de mi jefe.
escuchando? Necesito tu atención un minuto.
- Nicole (mentira piadosa al
- Prozac. Ya no puedo comprar
ataque), te conseguiré Prozac si me
más Prozac. Tendré que ir de nuevo.
cuentas qué pasó ayer, ¿recuerdas?
Prozac…
Ayer en la sala de tu casa. - ¿Me dará Prozac si se lo cuen-
(No me lo tomen a mal, pero a
to? - Me encargaré de darte todas
partir de aquí omitiré los Prozacs del recuerdo, para alcanzar a contarles
las cajas que quieras, si te cuentas
todo lo que le pude sacar. En su lugar
qué pasó (si me da algo bueno tendré
encontrarán unos discretos “*” cada
que cumplirlo).
que tenga aparezca esta oración tan
- *…
conocida.)
- Nicole, niña, concéntrate por favor. Ayer, tu casa, sala…
- Nicole, escúchame. Necesi-
- Ayer… Ayer…
to que me digas qué pasó ayer en la noche, en tu casa. Necesito saberlo.
- Sí, ayer, por la noche… La sala…
- *, *,*
- Sala… sala… hablaba… habla-
- Sí Nicole, ya sé que quieres Prozac, pero necesito qu…
ba… - ¿Quién Nicole, quién hablaba?
- ¿Prozac? ¿Tú tienes Prozac?
- El hombre… el de las noticias…
¿Por qué no me das? ¿Eres como el
- Ah, el de las noticias (cerca). -
hombre gris? ¡Dámelo antes de que venga, por favor! *, *…
34
Sí, el de las noticias… Hacía mucho ruido, tuve que ir a callarlo. No, no lo soporto, tiene ese traje gris… Bueno, eso explica el que el televisor estuviera roto al entrar en el hogar. Sí, Nicole tiene una obsesión con los hombres de trajes grises. No los soporta, le aterrorizan. Al parecer, desarrollo una compulsión por consumir Prozac, para alejar el pensamiento de que “el hombre gris” la estaba siguiendo. Por eso lo pide tan insistentemente, sabe que con el efecto relajador de la droga esa figura se alejará de su cabeza. Lástima que al presentador del noticiero se le ocurrió vestirse de ese color justo cuando se le acabó su dosis y llevaba cuatro días esperando que llegara más a la farmacia. - Si Nicole, ya lo sabía, pero
- ¿Con mi papá? ¿Cuándo?
quiero que me digas qué pasó después, cuando ya lo habías callado. - Pero, yo no lo callé. Papá lo
Deberían darme una medalla a la paciencia.
hizo por mí. - ¿Tu padre? ¿Él calló al hombre?
- Ayer, en la noche, en la sala de tu casa. Tu padre.
- ¡¿El hombre gris?! ¡¿Dónde?¡
- Ah, ayer, con la televisión. - Precisamente. ¿Qué hizo?
Ha sido el interrogatorio más difícil que he realizado.
- La rompió. - Pero, ¿cómo? ¿Por qué? ¿Para protegerte?
- No Nicole, tranquila. Aquí no hay nadie, sólo tú y yo. ¿Ves? Yo vengo de azul. - Azul… como los ojos de mi
- Sí, fue para protegerme, pero no del hombre gris de la televisión. - ¿Había otra persona? - Sí, el hombre gris de la sala.
padre. - Exacto. ¿Qué pasó con tu padre?
35
Así que había otro hombre, que venía de gris. Quizá a Nicole le entró pánico y lo atacó, y su padre intentó separarlos. Siendo así, ¿por qué la televisión estaba rota? - ¿Y qué pasó?
dedos al tragarlas). Ahora dime, qué
- El hombre gris me atacó. Me
pasó.
miró como siempre lo hace. Mi padre me sujetó y me arrastró…
Respira agitadamente. Me contesta después de unos minutos.
Empieza a llorar. - Discutieron. - ¿Te arrastró lejos de él?
- ¿Por qué discutieron?
- No. Me dejó en sus brazos.
- No había suficientes papeles
Se le rompe la voz. Si antes ha-
grises en la bolsa.
bía sido difícil preguntarle algo, ahora más.
¿Papeles grises? ¿Dinero acaso?
- ¿Tu padre hizo eso? ¿Por qué? - ¡NO SÉ, NO LO SÉ! ¡DÉME PROZAC POR FAVOR!
- ¿Y luego, qué pasó? ¿Qué pasó con los papeles? - Mi padre se los arrojó al hom-
- Te lo daré, pero tienes que
bre gris. Me arrancó de sus brazos.
decirme qué pasó después.
La pobre vuelve a llorar. El efec-
- ¡*!, ¡*!
to del placebo no dura tanto como quisiera.
Grita desesperadamente. Tengo que cerrar la puerta con la silla para que no nos interrumpan. No sé si
- ¿Y entonces? - Gritaron. Gritaron más fuerte. Se pelearon.
es alucinación suya, pero tengo que saber qué cree que pasó.
¿El señor Knox peleando? Si dicen que es más pacífico que el mismo
- Nicole, aquí está tu Prozac
Dalai Lama.
(unas mentitas. Casi me arranca los
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- ¿Cómo se pelearon? - Un puño. Luego otro. Mi padre,
En ese momento, los enfermeros por fin fuerzan la puerta y me
me ordenó regresar a mi habitación…
llevan con el director del hospital.
El hombre gris lo atacó por la espal-
Apenas alcanzo a ver cómo están a
da…
punto de inyectarle algo blanco en - ¿Y qué ocurrió?
la vena. El director me reprende, por
-Lo tumbó contra el otro hom-
“forzar los recuerdos de una pobre
bre gris que hablaba en la televisión.
enferma”. Me expulsa del hospital.
Le cayó encima.
Uno de los pocos galenos decentes que quedan se cruza en mi camino.
Sí, había sangre en los vidrios,
Dice que ella no está loca, sólo lo
pero no tenía idea de que era del
parece. Me cuenta lo relativo a su
señor Knox. De hecho, se supone que
obsesión. “¿Y qué es ésta frase que
está de viaje, que no se encuentra en
tanto repite?” le pregunto mientras le
el país…
muestro la grabación donde está la cantaleta del Prozac.
- ¿Y qué pasó? ¿Se levantó? - No, no se levantó. El hombre gris se lo llevó.
- Es el medicamento que le prescribieron. Cree que todo se arre-
- ¿Se lo llevó? ¿A dónde?
glará una vez que lo tome. Es lo único
- No lo sé. A donde me lleva a
que tiene sentido en su mundo, si no
mí…
lo consume, todo lo demás desapareLlora amargamente. No sé si
ce.
contestará a lo siguiente. - ¿A dónde te lleva a ti? - A… a… su casa… No, ya no, ya váyase. ¡Eso no era Prozac! ¡NO LO
Pobre Nicole. No suelo tener compasión de las personas, pero ella de verdad me da lástima.
ERA! ¡PROZAC! ¡YA DÉME PROZAC! ¡PROZAC!
37
Semanas después encuentran el cadáver del señor Knox enterrado en un baldío a las afueras del pueblo. Tiene un traumatismo en la cabeza. Nicole es encontrada muerta, estrangulada en la seguridad de su celda. Nadie sabe todavía quién es “el hombre gris”, pero el detective Gillian es destituido de su cargo por acusar al Jefe del Departamento de Policías de ser el asesino. Gillian pierde la vida mientras duerme, un corto circuito provoca que las llamas devoren su casa dos días después de su despido. Su oficina también sufre un incendio, la misma noche. Todas las pruebas de la tragedia de los Knox se destruyen en él. Años después, el Jefe del Departamento es detenido y procesado por ser el jefe de una organización criminal de trata de personas, siendo él mismo su principal cliente. Lo más macabro, es que usa a enfermos mentales para su propósito. Cuando pensamientos indeseados toman el control de nosotros no precisamente somos unos locos, no de los convencionales. En la autopsia, se reveló que Nicole tenía dos meses de embarazo. En el entierro, a su madre la acompaña su hermanita de un año. Es idéntica a Nicole, excepto por los ojos, son grises como los del jefe del Gillian.
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P
O
E
S
Í
A
Antonio Lunante
Hay alguien encerrado en el sótano Golpea sus manos contra las paredes cada día Lo escucho gritar cuando me quedo dormido Su voz se filtra entre los sueños que no son míos Golpea las puntas de sus dedos contra la puerta Compone canciones que desquician mi desvelo Hay alguien encerrado en el sótano Y le he advertido a mi esposa que no salga Que no vea Que no escuche Que no abra la puerta y lo deje salir Ella me advierte contra el vacío y el silencio Ella no lo escucha Me dice que no hay nada encerrado en el sótano Pero yo sé que está ahí, sentado en la silla viéndome Y no puedo ocultarme de él. Nadie sabe que está ahí, lo mantengo escondido siempre Si sale tengo miedo de lo que pueda pasar A veces cuando anochece y tengo miedo de dormir
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Me siento en el sillón y pienso Me adormezco, cierro los ojos Y es cuando escucho sus pasos y su risa Sonríe Está en el marco de la puerta con sus manos Escucho cuando se carcajea y se burla de su encierro Puede salir Despierto y corro al sótano a comprobar que esté Lo está, sigue sentado en la silla viendo hacia el frente… Ayer logró salir No supe de qué manera pero logró salir Lo vi y me hablaba con el cuerpo de mi perro Lo vi y me hablaba con la voz de mi esposa Nadie puede detenerle Yo sé que no hay nadie que pueda volver a encerrarle Desesperado, busco el suero que me permita regresar Regresar para detenerle, soy el único que puede hacerlo Mi esposa dice que es alcohol y que estoy enfermo Que no existe suero y que no hay a donde regresar Ella dice que no hay nadie en el sótano. Pero yo lo he escuchado y sé que él está ahí…
Mi esposo está loco Escucha voces y golpes en mi casa Él afirma que está escondiendo a alguien Dice que para protegerme Pero no hay nadie en el sótano No he querido bajar Nunca he abierto la puerta Pero yo nunca he escuchado nada
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Ayer mi esposo gritaba Había golpeado a nuestro perro Decía que en él estaba su secuestrador Tenía en la mano una botella de vino Él dice que es un suero Yo no puedo soportarlo… Ayer bajé al sótano No podía decidirme a entrar Abrí la puerta, estaba en sombras… Logré distinguir algunos rayos luminosos Estaban tenues, por un momento tuve miedo ¿Y sí estaba de verdad alguien encerrado? Me quedé estática, distinguí una silla en medio Había alguien sentado… Yo lo sabía, ahí estaba Me quedé paralizada, no podía moverme Mis pupilas se dilataron tanto que al fin podía ver… Un brillo de plata estaba frente a la silla, avancé Había alguien sentado, veía fijo hacia el frente Era un espejo lo que brillaba Olía su perfume antes de verlo Vi a mi esposo sentado Con un espejo enfrente Se veía a sí mismo Él era su encierro Se tenía miedo a sí mismo Mi esposo era el vacío.
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P
O
E
S
Í
A
Iván Mata
Para Alejandro Luna Alderete
Alguna vez quise al luna, me enamoré de su galantería solsticio imponente de magia y orgullo. Después, obtuve la esfera con pelos eléctricos, caminaba provocando tormentas; me desilusioné porque se fue con el nubero. Luego, chocando mis nalgas contra la pelvis del militar, llegó el virgen a deslumbrar la piel cobriza bronceado de Huatulco con langosta, sus dedos recorrieron la habitación y su melodía empezó a conjurar egocentrismo y maldad en todos mis hombres; me dio nalgadas macho cabrío fauno de gran miembro, y sus bebés lloraron porque querían nacer. En tanto, yo..., mientras me penetraba cual pornografía animal, me llegó la melancolía del mar y su vaivén de soledad y pescado, de sirenas y anguilas, del mito anunciador de fama dinero, y recordé mi búsqueda.
42
Me fui con el astronauta, una mamada para subir al cohete, me subí a su cohete gringo y hermoso a encontrar al luna, aunque él siempre estuvo en Noria Alta admirando el culo de sus compañeros, saboreando el vodka elixir de verdad, pero no importaba, el viaje valía la follada lubricante a base de agua y mata asesinos (políticos), humanidad corrompida por templos. Contemplé a su hermana, bella dama de mis fantasías ciudades con putas; cuando estaba a punto de rendirme, ella me dijo de tu calle, el telescopio nasa de mentiras y marcianos dioses homosexuales como tú. Bajé, el norteño quería más orificio, me partía, pero no importaba, tu virilidad plateada sanaría las llagas anales puñales mariconadas del escritor. Toqué a tu puerta, saliste, hola, hola, ¿cómo estás?, misma pregunta cuatro veces falta de léxico por culpa del crepúsculo, pasa, ven, que ojos, que piernas, ¿Iván, cierto?, se me olvida tu nombre, ya lo sé, pensaba, de soslayo urgente farol en ayuda del crucero miraba tu entrepierna, la tendrás grande. Bajé todavía más al Tártaro, un escalón círculo de Dante, una sonrisa lamento de mi novio. Me sentaste junto a la grabadora, ibas a poner travestimiento, era así. Lentamente te quitaste la armadura dragón de pecados y perfumes de tus anteriores, ¿quieres verga?, ¡toda!, siguió el pantalón cárcel del diablo mexicano mediano y obeso, me iba a doler, no era plateado, era un pantano. Empecé con el rostro, mi amor enamorado es volcán; talé el árbol, un tocón quedó, seguí con la incubadora modelos niños para pederastas y obispos monaguillos de la compañía, se llenó mi vaca.
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Me miraste, te vi, nos miramos, yo abajo del gobierno sujeto bien fuerte de tu jamón, mientras el triángulo resaltaba tu cuerpo perfecto. ¿De perrito?, vale, bien duro por favor, ¿hasta que arda?, hasta que se me hinche vulva de mujer callejera: el chocho aulló loba cogida por los pumas, y yo imaginé al luna penetrado por Zeus. Más duro, duele, más fuerte, duele, ¿quieres más?, duele, ya casi putita, duele, ¿ya?, duele; explotó la mina. Me escurrió la luz del luna poco a poco bajar en las piernas del color rosa, y su divinidad me dijo adiós: — ¿Me amas, verdad? — Sí. — ¿Por qué? — Por tu brillo. — ¿En serio? — Sí. — ¿Me vas a amar para siempre, verdad? — Para toda la vida.
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T
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Luis Rey Nambo Arcos
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G
A
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Capítulo I EL MOUSTRO JUNTO A LA CAMA
I — ¡Los monstruos no existen! — gritó al fin Alexa con toda la fuerza de que era capaz su desesperación. Había en su voz suficiente ira
cucaracha muy vieja dislocada de la
para obligar a Natasha a hundirse
realidad que le rodea. Ante estos ojos,
entre las mantas y empezar sola a
Alex solía tornarse una bruja sacada
llorar, pero mucha de la furia con que
de algún libro de cuentos mal ilustra-
hablaba no era para ella, sino para
do con las manos cada vez más cerca
sí misma. Era natural pues que la
de la carne tierna y esto acentuaba
culpa la irritara todavía más, como
aún más su propio desprecio, pues le
suele pasarle a las mujeres con tanta
obligaba a plantearse, en momentos
frecuencia, criaturas demasiado
como este, con su hija llorando entre
aferradas a su amor propio como
las sábanas y su propia cara desgra-
para poder aguantar la plena certeza
ciada, ¿cómo es que una madre podía
de que, como todos los demás seres
ser más la reafirmación del miedo que
vivos sobre esta tierra, están equivo-
un escudo contra él?
cadas en el noventa por ciento de lo que hacen.
¡Oh, Natasha! ¿No habían sufrido bastante ya? En su corazón
Claro que había más. Nadie
bullía el deseo más sincero de aliviar
puede verse reflejado en los pálidos
la pena de su hija, sacarla de la cama
ojos grises de Natasha sin convertir-
y guardarla en una fortaleza de amor
se en el chiste de un espejo de feria,
y abrazos que la protegiera de todo
aunque rara vez gracioso. Casi siem-
y de todos sin importar nombres ni
pre quedaba uno hecho un mons-
hogares.
truillo apenas divertido, si no en una
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(Soy su madre, soy su madre, soy su madre)
nantes zorras de IQ tan limitado que apenas y entienden la primera línea escrita por su amante. Pero esta es
Pero simplemente no podía,
la vida real, y en la vida real sus libros
no sabía cómo... cada que trataba
se venden apenas lo suficiente para
de pensar en ello aparecía Basilio
permitirles llevar una vida de clase
con un juguete nuevo y un cuento
media-media sin tener que dedicarse
recién empaquetado y entonces...
a la docencia. En la vida real no hay
¡oh!, entonces sólo puede pensar en
grandes laberintos intelectuales que
lo mucho que detesta al hombre con
expliquen sus novelas, sino una única
quien duerme y cuánto odia que le
respuesta, sencilla y llana por ella
esté quitando el amor de su hija con
bien conocida. ¡Oh, sí! Si sabía cómo
historias que ya no la dejan dormir de
le gustan los huevos en la mañana y
noche. Estaba furiosa, furiosa sobre
que prefiere ir abajo que arriba cómo
todo con ese marido idiota al que se
no iba a saber de dónde sacaba sus
encadenó en una decisión comple-
ideas. Era del trauma de esa vez en
tamente idiota. ¿No podía seguir una
que su padre no hizo caso a su mujer
simple orden? No vayas a ver pelícu-
cuando antes de ir de visita con su
las de terror con la niña.
madre, le ordenó “no vayas a ver películas de terror con el niño.” Bien,
Escritorzete miserable y paté-
el padre no hizo caso y el niño no
tico, ¿qué demonios se le metió en
durmió hasta los catorce ni tuvo novia
la cabeza? Todo mundo le pregunta,
hasta los veintidós. Ahora, después
“Doctor Castillo, Doctor Castillo, ¿de
de cinco horas frente a sus libros,
dónde saca sus ideas?” y él siempre
otras tantas en la computadora, cua-
trata de responder de una forma en
renta minutos de sexo y una pastilla
la que quede como un hombre in-
de Valium puede dormir mediana-
teligente y sofisticado, de esos que
mente tranquilo, pero de que el idiota
viven a la play boy, usando batas de
está traumado, está traumado, bien y
ceda y pipa, cogiendo con despampa-
bonito.
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Alex, cada vez más molesta se
siempre es porque el papi hace algo
levantó y se preguntó no por primera
¡increíblemente estúpido! Eso no sig-
(ni por última) vez qué tenía ella mis-
nifica que la mami no lo quiera.
ma en la cabeza cuando le respondió
—Pero la Señora O’Hara tam-
Sí a su propuesta matrimonial. ¿Amor,
bién quería al papi de Jany y de todos
o simplemente lástima?
modos se fue. —No es lo mismo, mi vida, es...
—Los monstruos no existen
complicado. Pero no pongas esa cara,
—repitió tratando de calmarse— y
a ver, regálame una sonrisita. ¡Eso!
duérmete ya, que se hace tarde. Ma-
Duérmete ya y no te preocupes. Ni
ñana hay clases y no queremos llegar
monstruos bajo la cama ni divorcios.
tarde, ¿o sí? —No, Mami. —contestó Natasha sin mucho entusiasmo. —Anda, ya, que no es el fin del
Dicho esto estampó un gran beso en la frente alta y despejada de su pequeñita y así básicamente dio
mundo. ¡Vas a ver cómo te gusta la
por terminada la charla. Además, era
escuela!
cierto, se hacía tarde. Abajo en su
—Papi dice que los niños eran malos con él y le pegaban. —Porque papi puede ser un idio-
despacho (un cuartucho atestado de libros y triques sin empaquetar que Alexa no aguantaba ya en la casa)
ta a veces. —contestó recordando que
Basilio debía estar mal escribien-
no sólo fueron los niños, ni sólo en la
do algún renglón, consumido por el
primaria— Yo le voy a pegar si sigue
deseo de desnudarla cuanto antes.
metiéndote ideas tontas en la cabeza.
Por tanto, Alexa remarcó el contor-
—Mami, ¿estás enojada con
no azucarado de un tierno cachetito,
Papi? ¡No se van a divorciar como los
y con voz tibia y pálida, entonó una
papis de Jany! ¿Verdad?
lenta canción de cuna. Nunca com-
—¡Claro que no, mi vida! ¿Cómo
prendió el vínculo que las unía al
se te ocurre? A veces los papis y las
momento de cantar, pero jamás pudo
mamis nos enojamos, claro, pero casi
negarlo. Una nota… una nota y Natas-
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ha volvía a dormir en lo profundo de
Natasha.
su vientre, húmeda y tranquila como
¡Natasha!
las estrellas sumergidas en la infinita noche azul. Supongo que nadie puede
Su cabello tan vivo y rojo como
explicar bien aquello, y temo qué
la hojarasca de los arces, a la luz de
decir la barrera que eso supone entre
la luna parecía igualmente frágil. Las
madre, hija y padre. Duele, y mucho,
plumas del cisne a la luz del sol se
tal vez tanto como el momento en
tornaron hielo frágil bajo la mirada de
que la madre se separa de su niña o
las estrellas. Alex la escrutó con dili-
incluso más, pues después de todo, le
gencia como todas las noches antes
recuerda al hombre lo precario que es
que su marido subiera a la alcoba, se-
el lazo que le ata a su familia.
diento de amor y febril por la lujuria. Ahí, la mano blanca de su hija saluda-
La voz de la madre por encima
ba a las ventanas; la puerta roja, de-
de las palabras del padre. ¿Qué ave
masiado femenina para una criatura
vuela más alto que una fémina acu-
tan pequeña, por la que salía triunfal
rrucando a su hija?
el aliento de las hadas; su pecho al respirar recordando los campos
Una última vez aletearon sus
fértiles en que se siembra el amor, la
pestañas y un segundo después Na-
alegría y las delicias del futuro. Y so-
tasha dormía ya muy lejos de Mamá,
bre todo, veía sus ojos. Ahora estaban
quizá en una hecha con algodón de
cerrados, guardados en cofres de arce
azúcar o navegando en un río de
y oro donde no veían más que negrura
chocolate espumoso sin la molestia
y lindos sueños. Tan lindos que quizá
de una madre que gritara en contra de
ni siquiera se abrirían al…
las caries. —¡Ahhhh! Alex se quedó mirando a su hermosísima Natasha, sosteniendo la
La mano de la madre rozó de
última nota como si del último suspi-
nuevo el mentón de su hija. Unos de-
ro se tratara.
dos finos, blanqueados por la espuma
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del mar. El cabello de una negrura sólo imaginable en los abismos más profundos del océano se derramó en cascada hasta ahogar en la oscuridad vivificante la hojarasca ardiente. Y como si las galaxias en el cielo quisieran contemplar a la pequeña, así brillaron los nocturnos ojos de Alex, perpetuamente eclípticos, siempre misteriosos, dueños de secretos que los desiertos muertos de su esposo no podían siquiera vislumbrar. La mano de la madre rozó la mejilla de su hija; la boca pequeña, carnosa y roja; el mentón delicado y fino... Duerme tranquila hija mía. Duerme tranquila. Duerme…
la cama del hospital llamando a los doctores exigiendo que revisaran los
Ni monstruos ni divorcios. Dudaba todo el tiempo, pero aún
expedientes, porque esa no podía ser su hija, ¡no podía!?
recordaba lo que sintió cuando Basilio le cerró la puerta de la casa al regre-
—¡Es tu bebé! —gritó. Sólo una
sar del hospital y sólo pensar en eso
vez, sin la menor convicción en la
reavivaba el poco o mucho amor que
boca— Te lo juro, mi amor, te lo juro
por él sintiera. Ese patetismo helado
por Dios que jamás te haría eso.
bien clavado en la barriga que te agria la sangre y acaba por pudrírtela en las venas…
Pero hazle creer eso a un hombre cuya vida consiste en un continuo espacio de paranoia. Había diluviado
Alex lloró la vida entera en quin-
en el desierto, pero la arena ya se
ce minutos que pasó aporreando esa
había tragado toda el agua y nueva-
puerta. El eco de esos golpes aún so-
mente, estaba seco.
naba por la casa de cuando en cuando. El eco estaba seco. Si Alex lloró
Seco.
una vida, ¿cuántas habría llorado ya él a solas, sepulto entre las páginas de algún libro, mientras ella esperaba en
Y es que bastaba con mirarla, era cierto, el cabello sacado de al-
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gún sueño y los ojos de un fantasma, la piel, los rasgos, el ser entero negaba a Basilio por completo. ¿Dónde estaba la sonrisa torcida o el cabello del desierto? ¿Y las manos largas y delgadas? ¿Qué fue de los labios temblorosos y la mirada agrietada por las arenas de Marruecos? ¿Dónde estaba el padre de esa niña? Ciertamente no en el escritorio de allá abajo y ciertamente no escribiendo. Había tormenta en donde tenía
Pero balbuceaba, muy bajito, cierto,
que haber desiertos. Si acaso un mar
pero balbuceaba, como cantándole
muy pálido agitado por las iras de
canciones a las sombras enamoradas
algún dios pagano. Nada de arena,
de la niña desde el día mismo en que
ni siquiera espuma. Nieve y mármol,
nació.
cisne y fénix, fuego y hielo agitados juntos al son del petirrojo.
No la amamantó, ni la nombró. Por tres meses se sentó frente a ella y
¿Cómo culparlo si ella misma
la miró sujetar el biberón, fija la vista
la miraba noche tras noche y no se
en las esquinas más oscuras, dejando
reconocía en esa cara hermosa y me-
escapar una sonrisa muy de vez en
lancólica, siempre fija en las esquinas
cuando para un amigo imaginario que
más oscuras de la casa?
tal vez se burlaba de su madre a sus espaldas.
Él cerró la puerta y ella se quedó sola sin más compañía que esa bebé
Por tres meses.
de ojos tenebrosos que observaba a su madre con extrañeza, como si
Tres meses de mirarla y pregun-
la acusara del mismo crimen que su
tarse de dónde salió, cómo, por qué.
esposo.
Tres meses pensando en las muchas oportunidades que tuvo de amar a
Ya para entonces era como un fantasma. Lloraba poco, veía mucho.
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otro hombre y las muchas veces que dijo No antes de regresar a preparar
la cena. Tres meses, tres meses, tres
mañana justo cuando Antonin iba a
meses de soledad y de ojos grises.
presentarle a Susan. Fue una suerte que Basilio fuera demasiado débil
¿Esa era su vida ahora? ¿Com-
para estar sólo y que no aguantara a
partir la casa con una extraña que
que llegara la mañana y fue una suer-
apenas llora? No, la vida no podía
te que su esposa dejara todavía una
acabar así, no con ella. ¡Con Basilio!
copia de la llave en lo alto del umbral
¡Con Basilio que a fin de cuentas por
pese a que él se había encargado de
la razón que fuera lo escogió! Con
quitarle esa costumbre. En fin, fue una
sus abrazos y sus palabras dulces
larga cola de dominós y otros seis
antes de dormir. Con sus besos y
meses en un psiquiátrico diagnosti-
sus sueños, con cada maldito detalle
cada con depresión posparto.
suyo, con él, pero no con ella, no con esa niña que sólo mira las esquinas
Luego hubo abogados, gritos, y
oscuras y se burla… no con la cosa
la quijada rota del psiquiatra cuando
que quieren darle en lugar de su hija.
Basilio por fin perdió el escaso control sobre sí mismo. ¡Un escándalo del
No puedo decir que el pensa-
que aún se acordaban los vecinos!
miento llegara entonces, ni tampoco que se fuera gestando a lo largo de
Pero Alexa no olvidaba que la
esos tres meses igual que un se-
niña no conocía ni el mar ni los de-
gundo hijo. Más bien pienso que
siertos. Sólo la tormenta llevándoselo
siempre estuvo ahí con ellas y sólo
todo y vomitándolo en algún cemen-
entonces cuando la vida con esa niña
terio viejo, tal vez marino, tal vez
era insostenible pudo aceptar que lo
junto a las vías de un ferrocarril bien
pensaba.
muerto desde hace muchos, muchos siglos.
¡Pues bien! Así las cosas, fue según su madre una suerte que Basi-
Y así las cosas, Basilio tomó a
lio se hubiera arrepentido de correrla
la niña en brazos y cuidó de ella hasta
de la casa justo esa mañana, esa
que su madre estuvo fuera del hospi-
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tal, no sin cierta reserva del psiquia-
Probablemente hasta que la
tra. Así las cosas, Basilio la cuidó y la
niña dijo Papa por vez primera no
amó y después de un rato se le olvidó
sintió miedo de perderlo. Miró a Ba-
que ni siquiera se parecían en nada.
silio con nuevos ojos y por fin se dio
Así las cosas, Alexa regresó a la casa
cuenta que ahora vivía para amar a su
y sin decir palabra se metió a la cama
hija y no a ella.
y volvió a ser la señora de Castillo, la bonita esposa del escritor marroquí
No podía reprochárselo, des-
de Gazel Street. La bonita madre del
pués de todo, al fin tenía a alguien que
cisne rojo de Gazel Street. La bonita
lo amaba a totalidad, que no dudaba
loca de Gazel Street.
ni gritaba. Pero un ardor en su intimidad le quemó el vientre y era pensar
Por su parte, Basilio apenas y se
que todo el dolor que causó esa niña
separaba de la niña luego de eso. Le
estaba olvidado por completo, que
puso una cunita junto a su escritorio
Basilio la amaba más que a ella mis-
y fue él quien la bautizó con aquel
ma, pese a no poder ser su hija, ¡no su
bellísimo nombre aunque contra la
hija!
voluntad expresa de su vieja amiga. —¡Papa! ¡Papa! ¡Papa! — gritaba —Parece nombre de puta rusa.
por toda la casa y Basilio muerto de
—Es nombre de princesa, amor.
alegría regresaba todos los días con
—le contestó— La princesita Natasha,
un juguetito nuevo o una golosina
señora y heredera de esta casa.
gritando a su vez: —¡¿Cómo está mi princesita?!
Y como tal la trató por lo días y los años, siempre al margen de la
Papa, papa, ¡PAPA!... Pero nun-
mirada recelosa de su esposa. Alexa,
ca un Mama. No, para ella sólo esa
la nacida de la espuma, atormentada
mirada gris y oscura, la mirada de un
por los ojos de la tempestad.
monstruo viendo pasar a alguna extraña, o peor, la de una mujer desde-
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ñando a su competencia. Una maldita
respondiendo a la sonrisa adormecida
zorra, engatusando a su marido. Ya la
de su hija— Duérmete. Mañana será
vería dentro de quince años, cuando
un bonito día.
sus tiernos senos estuvieran maduritos como manzanitas y ella estuviera vieja y cargada de rencores.
E igual que ayer, soltó su cuello y salió del cuarto para mojar su almohada antes que Basilio entrara.
Alexa siguió acariciando a su pequeña. La boca, las mejillas, las
Ambas sabían que era mentira.
orejitas y el cuello de cisne que segu-
II
ro algún hombre mucho más guapo e inteligente que Basilio besaría todas
Le bastaba con alzar la mano
las noches en unos pocos años más.
para alcanzar el fin del mundo. Ese fin
El cuello de (una extraña) su niña. Si
no queda ni a izquierda ni a derecha,
era la niña de Basilio, tenía que ser su
sino arriba, y en su posición, unos
niña, tenía que ser su niña, tenía que
pasos bastaban para andar sobre las
ser su niña…
nubes.
(Su niña, no la mía)
—Hace frío —dijo. —Está usted muy alto, mi seño-
Pero era frágil como papel de china. Y bastaría con cerrar la mano para…
ra, claro que hace frío. —Siempre creí que haría calor. Tan cerca del sol y sin embargo, el hielo me templa los huesos.
—Te quiero mucho, Mami.
—La humanidad siempre ha
—Alcanzó Natasha a pronunciar. Alex
adorado al sol como si fuera la única
se quedó muy quieta. La mano en la
fuente de luz y calor que hay en este
garganta de la niña titubeó.
mundo. Olvida que el fuego se los dio
—Yo también te quiero, Princesita. —murmuró una última vez,
el rayo y por siglos ni siquiera supo que la tierra por sí misma da más tibieza.
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Natasha miró de nuevo a su viejo amigo. Estaba especialmente sombrío esa noche, muy pálida la boca bajo el ancho sombrero negro que ocultaba siempre su mirada. —¿Por qué me pediste que le
La sombra le sonrió. Sujetó a
dijera a Mamá te quiero? Tú dices que
Natasha entre dos brazos y los otros
ella no me quiere pero me pides que
seis aferraron las plateadas ramas
la quiera. Eso es raro.
del gran árbol. Más alto y siempre
—Porque la gente ama a aque-
más alto, agitando las hojas gris con
llos que los aman. Si usted le ofrece
blanco y también de negro. Regando
su afecto, tal vez ella corresponda.
su rocío sobre las hondas del mar
—¿Por qué no me quiere Mami?
indómito.
Yo la quiero mucho. Arriba, a donde florecen las El monstruo puso una mano
estrellas. Lejos de la tierra y de los
sobre la cabeza de su amiga y hundió los largos dedos entre la hojarasca roja. —Tal vez se lo diga luego. ¿Quiere subir más alto? —¡Sí! —gritó Natasha— ¡Más alto! ¡Más alto!
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hombres… alto… siempre más alto.
La parte más difícil de este trabajo no es escribir, ni diseñar ni dirigir este proyecto que ya durante casi un año ha salido victorioso a los desaires del tiempo. La parte difícil está en agradecer apropiadamente a los escritores, a los viejos amigos como Ligelia, Cristina, o Iván; a los nuevos amigos, Antonio Lunante, o Ángel Mar; a nuestra amiga Dulcinea que a pesar de las fatigas y compromisos siempre está ahí para apoyarnos, y a Ana Luisa Mata, que se desvela soportando nuestras aberraciones para que podamos publicar una revista lo más decente posible. Pero sobre todo, queremos agradecerte a ti, lector constante, por tu apoyo y seguimiento a la revista sombra roja. Gracias por ser parte de sombra roja. Pero ya que un agradecimiento no es bastante para agradecer todo lo que has hecho por nosotros en este largo y aventurado año, queremos hacerte partícipe directo de nuestra revista invitándote al gran concurso de aniversario de Sombra roja. Manda tu cuento, imagen o poema a nuestro correo oficial, sombra.roja@hotmail.com, antes del veinte de octubre con todos tus datos y en caso de usarlo, pseudónimo. Los tres mejores cuentos, poemas e imágenes que recibamos serán publicados en el número de aniversario, publicado a principios de noviembre. Puedes buscar más información en nuestra página de facebook (revista sombra roja), o en nuestro blog, http://lasombraroja.tumblr.com. Gracias andar con nosotros el mismo sendero: Largos días y noches placenteras.
REDACCIÓN Andie Álvarez Cristina Gaona Laura Isabella Martín Ángel Mar Ligelia Edwards Antonio Lunante Ívan Mata Luis Rey Nambo Arcos
DISEÑO GRÁFICO Dulcinea Peña
Sombra Roja. Número 4, Septiembre 2013. Esta es una publicación digital redactada en Guanajuato, Gto. Derechos reservados. Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta publicación. Los textos son responsabilidad de los autores. Las imágenes tomadas de diversas fuentes de internet se utilizan únicamente con fines ilustrativos.