El mundo consiste en ver lo que está fuera. Un punto fijo al que solemos nombrar “Yo”, contemplando estupefacto una infinidad de variables llamadas “otro”. Pero de vez en cuando, ese “otro” pasa de ser una variable, a un eje en torno al cual girar. A ese eje, “Yo” le llamó “Tú”. Dios no es estúpido. Sabía que si “Yo” se quedaba parado dándole nombre a los otros pasaría la eternidad sentado en una piedra pensando en palabras. “Tú” es necesario para que “Yo” se mueva, para que, cuando “Tú” camine por la calle, “Yo” desvíe la mirada y en un arrebato de valor se levante de la banca y diga: bonito día, ¿no? Contemplar es inútil, si no se dice bonito día. Un “Tú” y un “Yo”, mirando a lo “otro”, entendiendo a lo otro. Pero el Diablo, que tampoco es imbécil, encontró ahí una minita de oro. Así nació “Él”, también llamado “Ella”. Y en el momento en que “Yo”, confundió a “Él-Ella” con “Tú”, nació el mundo de porquería en que vivimos hoy, un mundo de confusión, duda, miedo, reproche, traición, homicidio, suicidio... La corrupción de lo mejor, es lo peor. En este número les ofrecemos un breve recordatorio, en palabras e imágenes, de este caótico mundo atrapado en el dilema del dos.
POR
Ligelia Edwards
“Contigo, ya no tengo nada más que resolver.”
4
5 / Marzo /2013 Discúlpame por la letra. Todas las cosas que quise decirte, escritas están en papel rosa. A fin de cuentas, la nuestra no fue sino una historia de cliché: rosa en su consecución, pero áspera, delgada y corta en su realización. Todas las cosas las escribí en ese papel, ve y búscalas, no necesitas mi permiso. Es tanto tu historia como la mía. Guardadas en una carpeta, perdidas entre otras cosas en papel rosa. No he de mencionarlas aquí, sería malgastar las palabras si todo lo he plasmado allá. Todas fueron re-sentidas a partir de tu ausencia. En los lugares donde debieras estar, estaban las cosas pero no estabas tú, estaban los recuerdos, pero escapabas tú, estaba nuestra historia, pero me faltabas tú. La pesadilla del azul mi espalda buscando está, por eso en una cobija rosa, por tu culpa, me he de refugiar. Volver a ser una niña, quizás, jugando con muñecas en un cuarto de tapiz rosa y nada más. Rescatar los ruegos a mamá y mirar desde lejos el mar… A todo esto tengo que volver. Contigo, ya no tengo nada más que resolver. Todas las cosas que quise decirte en papel rosa escritas están. Ve y búscalas. De nosotros, ya no queda nada más.
Alma Rosa 5
POR
Zooey Avery
“Después de tanto tiempo y su encuentro terminaría así.”
6
I
II
Lo vio, del otro lado del boule-
Théo corrió con estrepito hacia
vard. ¿Era él? Sí, definitivamente lo
la multitud, que ya había llegado has-
era. Es de las pocas personas que no
ta el lugar del accidente, gente con su
confundiría, caminaba con rapidez a
celular llamando al 911. Temblaba,
paso galante. Ella sólo pensó que te-
la vio a unos metros y se abrió paso
nía que alcanzarlo, que tenía que sa-
hacia su cuerpo tendido en el suelo,
ludarlo, que al menos tenía que agitar
tenía sangre en el estómago y apenas
la mano para que él la viera. Sin mirar
se podía mover, pero increíblemente
a otro lado, ella camino hacia a él, a
aún seguía viva. Se acercó y la tomó
mitad del boulevard, gritó su nombre,
de la mano ensangrentada. Ella lo
“¡Théo!”. Él saltó del susto y volteó,
miró con angustia. Él le dijo que todo
la vio y sonrió. Él se iba aproximando
estaría bien, que pronto llegaría la
hacia ella con entusiasmo y enton-
ambulancia y saldría de esto. Parecía
ces su cara se tornó gris, y la vio con
que ella no lo escuchaba, y segundos
susto. Ella se desconcertó, ¿a que se
después dijo:
debía su cara?, pensó, y tratando de
— Sé que no tengo derecho a
descubrirlo volteando a todas partes,
pedirte esto, pero tú estás aquí y no
vio venir algo con rapidez, lo escuchó
sé si yo resistiré — Él se asustó, ¿Por
gritando su nombre y un segundo
qué le decía aquello? Ella prosiguió—
después todo se apagó.
Promete que cuidaras a mis hijas, que verás que estén bien, por favor, prométeme que las cuidarás.
7
Sin pensarlo, le prometió que
Llegaron los paramédicos y la
las cuidaría. Y claro que no lo pensó,
llevaron en una camilla hacia la am-
ni siquiera las conocía, y ni siquiera
bulancia. Él ni siquiera preguntó y se
tenía idea de que ella tuviera hijos.
subió. Durante el trayecto al hospital
Ahora solo pensaba que la tenía ahí,
ella aún estaba consciente, miran-
tendida en el suelo, moribunda, des-
do su cara de preocupación y como
pués de tanto tiempo y su encuentro
derramaba lagrimas sin cesar. Antes,
terminaría así. Tenía miedo de no
ella nunca hubiera creído que Théo
decirle lo que siempre había sentido y
se preocuparía así por ella y mucho
las palabras salieron de su boca:
menos que derramara una sola lágrima por su persona, pero las cosas
— Te amo — Ella sonrió y le salieron lágrimas de los ojos - Tenía
nunca fueron claras, hasta entonces.
miedo de decirlo, y soy un tonto por
Comenzó a reírse y se sujetó el estó-
hacerlo hasta ahora.
mago del dolor. Él, desconcertado, le
— Yo siempre te amé — Le
pregunto por qué. A lo que respondió:
respondió ella, acariciando su rostro y manchándolo con sangre.
—Es gracioso que nunca me dijeras tus sentimientos hasta ahora, cuando mi vida está a punto de culminar.
8
Théo la entendió y sabía a lo que se refería. Sacó su cartera del pantalón, la abrió y dentro brillaba algo pequeño, lo tomó y se lo colocó en el dedo anular izquierdo. Siempre lo había llevado consigo. Siempre. Ella alzó la mano y trató de distinguir qué era. Sí, era el anillo que le había devuelto seis años atrás. Siempre lo supo y aún así sus vidas habían tomado rumbos distintos, y todo, para acabar así. Él le tomó la mano y la apretó. Segundos después ella dejo de respirar y la máquina empezó a sonar. Théo se sobresaltó, quería hacer algo, pero no sabía qué; le gritó al paramédico que hiciera algo, pero este dijo que ya no había nada que pudiera hacer. Comenzaron a brotarle las lágrimas sin parar, temblaba. Se acercó y la besó. No quería dejarla, nunca debió hacerlo.
9
AndrĂŠs Bedolla Gaona
Diego Alberto Rico Aguilera
POR
Iván Mata
“Maravilla antigua en un futuro incierto, oro entre la mugre.”
12
Llegó a ser la favorita del bos-
era el único lugar del mundo donde la
que porque sus cantos inundaban la
luz reflejaba con claridad la tierra. Ella
floresta hasta escondrijos oscuros
subía a la peña de Mériliu a alzar los
para hacerlos brillar con la luz del sol.
brazos y recibir el abrazo del sol para
Su danza, interminable hechizo de
cobijar aquel páramo con su fervor.
dríada en otoño, alcanzaba a cautivar
Entonces sus damas descubrían el
a todas las criaturas de la tierra de
amor inexorable que sentía por Adgar,
Orleand, ya que ella era Mera, la más
el servicio al terreno que se le había
bella de las criaturas de los bosques,
otorgado y su eterna fidelidad.
ninfa que secuestraba a los perdidos para tenerlos en una sala; mujer y
En aquel rincón maravilloso no
árbol, hojas y flores, de violetas ojos
había grandes ciudades de hombres.
y cabello de vida verde, una melena
Todas las construcciones enormes
imponente entre las copas densas
y de granito gris hallábanse del otro
de los castaños naranjas. Siempre
lado de las montañas, en el país
seguida por fuegos fatuos que son
de hielo de Pholos, donde algunos
espíritus enamorados de su belleza,
hombres vivían bajo el resguardo de
de su voz, de la luz virgen que su halo
los álfar; en un páramo de hielo sin
muestra a los muertos y a los vivos.
frío, sus fuegos azules ardían en las
Eterno vaivén entre una alfombra co-
chimeneas y los ríos que cruzaban
briza donde antiguos árboles encan-
por allí andaban calientes por con-
tados yacen desde el despertar del
juros. Mera sabía de Pholos porque
mundo, con voz y voto, una sociedad
las águilas veían más al oeste que al
primigenia de agua y piedra en faldas
este y conocían los menesteres de
de las Montañas Nubladas y el brazo
los álfar y de los hombres, además le
del Gran Mar acariciando el terciopelo
importaba el quehacer de sus vecinos
de las hojuelas.
ya que el viento llevábale continuas noticias de acontecimientos más ne-
Los rayos del sol caían con
gros que el corazón infecto de algu-
especial premura en Orleand embe-
nos robles. Una nube por momentos
lesados por la figura de Mera, ya que
cubría sus pensamientos, pero el aire
13
tibio de su país hacíale olvidar sus
y su sexo con brillantina de corteza
preocupaciones; volvía a bailar entre
para realzar su mucha hermosura.
las margaritas o bañarse cantando en
Mientras recostadas estaban, dejaban
los ríos y las cascadas. Fue así que
soltar cantos que decían de los días
Mera no vio acercarse por el este el
viejos, hablaban de la tierra, de las
amor que haría olvidar su adoración
bestias, del quehacer del agua, entre
por el Rey Sol y la pérdida de su belle-
la melodía alcanzábase a entender
za y la corrupción de su espíritu.
la voz de Mera encima de todas las demás como más perfecta llegando
Un día, Mera estaba en La Peña,
a sujetar las notas más altas para
con sus damas bajo suyo, recostadas
dejarlas caer en el bosque como brisa
entre la hierba, pasando un peine de
en verano. Mientras bajo sus finos
flores rojas entre las hojas de sus
pies el pasto de Orleand crecía con
cabellos, perfumándose con toques
ánimo para ir abrazando la pierna de
de jazmín y tulipán, untándose la piel
cada dríada hasta llegar a rozar la
con crema de barro para exfoliar un
perdición del contorno de sus labios,
lienzo turquesa, y salpicar sus pechos
un contorno simétrico, donde dimi-
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nutas piedras preciosas alojábanse
to. Quedaban pocos para invadir el
para vivir por siempre, las ramas de
hogar de las damas, pero tenían que
los castaños caían a enredar trenzas
intentarlo, debían presentarse ante la
en sus pelos con hilos de líquenes
Señora del Bosque y ser felices.
marrones que mostraban a las dríadas más espléndidas. Los ruiseñores
Siguió un alboroto. Los ciervos
llegaban del corazón del bosque para
alejáronse temerosos de un cazador,
acompañar a las damas, y las osa-
las águilas retomaron vuelo para
mentas de los ciervos juntábanse en
refugiarse en sus nidos, y los conejos
un círculo en donde los conejos y las
no miraron atrás hasta llegar a sus
águilas bailaban juntos sin distinción.
madrigueras. Las damas volvieron
Aquél día era la imagen ideal para los
la vista a los seres que pronto emer-
pintores de la época porque podían
gieron de la maleza y los observaron
hallar a las ninfas de los árboles en su
distintos a todo lo que habían visto.
magnánimo apogeo.
Eran altos, muy delgados y encorvados, con olor a lodo y humedad, de
Sin atenderlo, ojos suplicantes
piel cuarteada, de largas orejas finas
de ayuda las observaban con precau-
puntiagudas, con fornidas piernas
ción, prendiéndose con cada voz, con
y dorso y brazos desnutridos. Dos
cada suave movimiento de las dría-
grandes cuernos salían de su cráneo
das, acostumbrándose a las figuras
para formar una corona de marfil
de pecado, creciendo en sus hondos
blanco que aplacaba una mata de
abismos llamas rosas de deseo y
paja. Una barba indistinta, larga hasta
lujuria. Poco a poco ese fuego ha-
sus miembros inferiores, enmarcaba
cía querer poseerlas para olvidarse
rostros de fuertes rasgos donde repo-
del terror del cual escapaban. Eran
saba una nariz aguileña muy promi-
silenciosos porque en su tierra natal
nente, y esos ojos esmeraldas mos-
tenían que serlo, y allí, en Orleand,
traron a las dríadas miedo del este.
todas sus enseñanzas rendían fru-
Llevaban en sus manos una flauta de
15
hueso que presentaron a las damas
criatura, que dispuso todo su tiempo
como pleitesía.
para conocerlos.
No temen las ninfas ante ex-
Las damas de Mera corrieron
tranjeros, ni mucho menos a los
a recibir a los foráneos con baños
temerosos porque estaban acostum-
de perfume y prender en sus cuellos
bradas a las vistas de los hombres,
cadenas de flores mientras ellos olvi-
pero aquellos seres les fundieron
daban su pasado y se instalaban en
temor en sus corazones; quizás el
el nuevo para condenar la tierra con
terror que traían llegaba a ellas como
sus voluntades. Otros cuantos salían
una enfermedad, así que las damas
de la maleza cargando camillas de
corrieron tras la figura de su señora
heridos, sus amados padres caídos
la cual impusieron como vocera. Fue
ante una invasión, señores despiertos
en ese preciso instante cuando esos
desde tiempos remotos. Entonces las
seres la vieron más grande que todos,
damas los contemplaron moribundos,
vieron al espíritu puro del Bosque de
con la luz otorgada del cielo pronta a
Orleand en un claro hermoso opa-
irse, y lloraron por su desgracia, pero
cando su alrededor con una mirada
Mera fue a ellos y los observó con
de incertidumbre. Retrocedieron ante
cautela. Les ordenó a los seres que
cualquier peligro que pudiese oca-
los llevaran al río y los dejaran allí,
sionar Mera, pero uno de los seres,
acostados en la ribera de Anddia para
gallardo desde su nacimiento, dio
dejarlos sujetar su vida con el claro
cuatro pasos hacia ella y besó sus
sonido del agua. Dispuestos a obe-
pies turquesa para después entregar
decer, fueron a la orilla y dejáronles
su instrumento como señal de paz.
descansar como indicaba la Señora
Mera nunca se inmutó, vio detallada-
del Bosque.
mente el proceso de los extranjeros y sonrióles en aceptación a su presen-
La valiente criatura, hijo de uno
cia. Habíale causado una impresión
de los viejos, agradeció su atención a
calurosa el beso de aquella indefensa
Mera y la vio con ojos de amor, y ella
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lo descubrió, encontrando en los ojos de aquél verdadero amor por ella, y así fue que Mera se dejó hechizar. Durante seis días, “Los recibidos” vigilaban la curación de sus padres, mientras las damas iban y venían cargadas de oraciones para los heridos y otros tantos se unían a los rezos añadiendo frases de su lengua natal, la cual causó impresión en las dríadas porque era la lengua de la tierra, la misma que Mera usaba para conversar con los árboles, la misma que usaban los animales de todo Adgar; y fue menester el conocer el origen de los bienvenidos. Mera habló, con las mismas palabras de la tierra y ellos respondieron sorprendidos ante tal don. — ¿Qué sois? ¿De dónde venís? ¿Qué os ha pasado? — Nosotros somos los proveedores de los campos, hijos del Vávhe de la tierra, somos Faunos, habitantes de Thereft, mi señora — respondió el valiente ser con profunda tristeza—. Hemos viajado gran distancia desde nuestras tierras porque los terribles
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Gigantes invadieron el hogar de mis
terror aún dejado en Adgar por esos
padres. Aquellos monstruos mataron
crueles hombres. Empero, feliz en-
el campo de nuestra niñez, anegaron
cuentro. ¡Bienvenidos a Orleand! Casa
el pasto y arrancaron a nuestra ma-
de dríadas, castillo de Mera, la Señora
dre. Ahora somos huérfanos en Adgar,
del Bosque, donde espero encontréis
sin rumbo, sin casa, con recuerdos
la felicidad y un nuevo comienzo.
que se van como el polvo. Lloramos, Señora, lloramos amargamente nues-
Pasaron noches danzando alre-
tra desgracia, lloramos porque ya no
dedor de Mériliu, ocupados todos en
pertenecemos a ningún lugar.
reconocer la grandeza de las antiguas sanaciones y contemplar el proceso incorruptible de las hierbas medici-
Soltóse a llorar, en tanto sus compañeros le seguían y las damas
nales de aquella tierra, hasta conocer
por igual. Mera llegó a soltar lágrimas
los secretos que en Orleand pudiesen
también y fue grande su tristeza, que
reservarse. Y en esas noches, los ojos
la luz del sol se cubrió con una nube
de Fatus jamás dejaron de ver a Mera.
negra como la sombra que crecía en
La seguía con desesperado amor, un
su interior.
paso tras el suyo, recibiendo el olor de su cabello, atesorando el sexo de
— Os agradezco su recibimien-
la señora, incluso guardar con total
to y su pesar por nuestro pueblo,
recelo sus palabras en caja de cristal
pero ahora, mi Señora, solo queda
en sus adentros. Mientras ella, con-
empezar de nuevo y esperar la felici-
siente de las nuevas, ocupada iba
dad— dijo—. En añadidura, mi nombre
por el bosque para alejarse de aque-
es Fatus, hijo de Fatuo, es un placer
llos surcos esmeraldas que cada día
estar en su maravillosa tierra.
costábanle ver porque estaba enamo-
— Amargas son mis lágrimas
rada. Se adentraba poco a poco más
porque hacía rato no había escucha-
allá de su castillo, a la frontera con las
do historia triste, desde los días de
interminables planicies del norte del
los malos reyes, que me recuerda el
mundo, atenta a las huellas de su per-
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seguidor, bailando y cantando entre la tierra buena, siempre con los cabellos sueltos y desnuda. No necesitaba nada más Fatus para armarse de valor e ir a sujetar la mano de su alma, pero cada vez que intentaba hacerlo, recordaba la muerte de su madre. No había podido salvarla y sus agonizantes gritos aún calaban hondo, por lo tanto, detrás de un castaño soltaba a llorar, cerrar el puño porque no había tenido tiempo de organizar una defensiva. Empero Mera sabía su situación que sin escucharla, pronto llegó a él con los ojos dispuestos a ver a los suyos, y puesta a besarlo para arreglar el corazón destrozado del fauno. Fatus la observó, más hermosa, más magnífica, maravilla antigua en un futuro incierto, oro entre la mugre. Levantóse y sus delgados brazos cruzaron su cintura, su dorso rozando los pechos de Mera, un sudor inexplicable combinarse con el olor a jazmín de la dríada, sus sexos juntarse por amor, sus ojos enganchados en una melodía verde, y sus labios regocijarse de
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divina sensualidad. Sentía el constante movimiento de las caderas de su amada y su pasión aumentar. Explosión de amor presenció esa noche Orleand, la entrega pura de la virgen de sus cuidados, que atendiendo a su acto, soltó mariposas blancas para cobijar la desnudez de su cama. Mera había dejado atrás el amor por el Rey Sol y él no podía permitirlo. En lo alto, los siempre abiertos ojos de la luz observaron la entrega de su amada procuradora. Fatus había corrompido el espíritu de Mera y la tonada de su hermano Vávhe llegaba a él como cientos de flechas a un cerdo. El Rey Sol estaba humillado en su mesa y para borrar la mancha del comedor, levantó con rapidez la mano para ocultar el pecado. La Reina Blanca y el de Túnica Negra descubrieron las intenciones de su señor, la primera mandó a sus heraldos en advertencia, y el segundo afiló la espada para asesinar. Mera fue interceptada mientras escapaba de sus damas al interior del bosque, en cita con Fatus. Los
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árboles moviéronse para formar un
sus manos. Regresad viejos heraldos,
interminable laberinto y encerrar a su
regresad al magno castillo del Rey Sol
señora. La tierra se abrió para levan-
y comunicarle mis palabras, ofrece-
tar grandes abismos entre el amor,
dle mis disculpas, que ya no lo amo,
y las aguas que por allí corrían en-
decidle por favor mi punto.
tonces fueron muros insondables de magia. Mera había sido secuestrada en su misma tierra.
El bosque regresó a la misma quietud, y Mera siguió corriendo a la frontera con las interminables plani-
— Dejad a ese fauno, mi amada
cies donde llegaba a consumir su pa-
y querida dríada. Dejad a ese hijo de
sión. Recordando, mientras lo hacía,
la sombra. El Rey del Cielo así te lo
el pasado.
manda, así te lo manda el Sol — soltó voz de repente el laberinto de Orleand.
Fatus contemplaba lontanan-
Un eco ensordecedor resonó por las
za, alcanzando a distinguir las frías
curvas y cerrados pasillos de la ma-
tierras de más allá y ver caer una
raña. Entonces Mera lloró, porque su
lluvia inconmensurable de copos de
amado Rey estaba molesto con ella,
nieve. La Reina Luna en sus dominios
aunque al pensar en él volvía la pre-
desnuda, como su amada, con lienzos
sencia del fauno a derrumbar la torre
de plata que son sus cabellos caer a
de sus viejas alabanzas. Ahora Fatus
barrer el suéter de su cuerpo. Hasta
era su Rey, al cual procurar y amar,
el olor de la nieve llegaba a él en una
adorar hasta que el mundo dejará de
ventisca helada, algo sobrenatural
brillar.
porque al parecer el frío aumentaba
— Id, antiguos servidores de
allí, en la frontera de Orleand, donde
la tierra, regresad al cielo con esta
la tierra siempre fue rica. Tuvo miedo,
misiva de Mera, la Señora de Orleand:
pero al volver al bosque encontróse
decidle al Rey Sol que mi corazón
con una pared de diamante infran-
pertenece al fauno Fatus, mi espíritu
queable. Y de aquellas paredes salir
comparte el fuego con su espíritu, mi
los heraldos de la Reina Blanca.
mitad está con él, mi alma la tiene en
21
— Dejad a esa dríada, mi amado
es el amado de Mera, la Señora de Or-
y querido fauno. Dejad a esa hija de
leand. Ella ahora es mi Reina y vues-
la tierra. La Reina del Cielo así te lo
tra señora solo es la luz de la noche.
manda, así te lo manda la Luna — habló el mensajero, y mientras lo hacía,
El muro infranqueable desapa-
el eco de su voz retumbaba en la su-
reció, y el helado viento regresó al
perficie plana del muro diamantino.
norte. La mansión de árboles yacía ante sus ojos y venir a él Mera, como
Fatus no le debía nada a nadie.
escapando del encierro. Cuando
La Reina Luna no había intercedido en
juntaron sus cuerpos de nuevo esa
su ayuda en la tierra de Thereft. Ahora
noche, en el cielo rugió el Sol, que se
su madre, el árbol de donde nacen los
dice que al otro lado de Adgar llegó a
faunos, estaba muerto, muerto como
caer una lluvia de fuego.
el amor hacia la más grande de las Vávhe.
Colérico el Rey del Cielo mandó al de Túnica Negra, y él, amante de la
— Id, regresad al cielo, decidle a su señora que el hijo de Fatuo ahora
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sangre, emergió de las tinieblas para coger los residuos de la vida.
Al día siguiente, el calor dejó
indiferencia por su condena. Ahora
de sentirse en Orleand. Los castaños
veían una tierra donde vivir. El hechizo
naranjas se decoloraban, el pasto
de las ninfas estaba cayendo rápi-
verde se hacía gris; el velo hermoso
damente y tenían que aprovechar el
de aquella tierra se volvía ciego. Las
nuevo comienzo.
bestias se alejaban de las damas y las águilas caían encima de los co-
Los faunos son sombra, sombra
nejos para descuartizarlos. Los ríos
de los centauros, sombra de su sa-
pronto comenzaron a llevar tierra, e
biduría, sombra de lo que su hacedor
hilos de sangre fluían desde el cora-
quería que fueran. Porque los faunos
zón. Orleand estaba muriendo.
vienen del Nigromante, vienen de sus artes negras para competir con
Las cabelleras de hojas de las
la hechura de sus mayores. Por eso
dríadas, verdes antaño, se quemaron,
guardan sombras en su espíritu, guar-
y una por una cayeron en el grisáceo
dan la destrucción, la guerra, el sexo,
paraíso para el olvido. Su piel turque-
la corrupción de las buenas mañas.
sa caía en la oscuridad y los faunos
Así que pronto emergió el poder de
las vieron terribles, ahora eran espíri-
su naturaleza. Desataron a las dría-
tus corruptos por culpa de su Señora.
das a fornicar con ellos, las violaron,
Pero Mera aún conservaba la beatitud
golpearon la tierra con su música
del cielo, aunque en sus ojos peque-
endemoniada y sus sonrisas perdi-
ños cirios de impureza, pequeñas
das quemaban el cuerpo frágil de una
señales de su pecado, brillaban con
Orleand expirante.
intensidad; sus ojos estaban negros. Ella se desmoronaba por dentro.
Mera llegó y observó lo ocurrido. Sus damas ultrajadas, brotando
Sus damas corrieron por Mera
semillas de vida por sus vergüenzas,
en su ayuda, otras tantas se postra-
golpeadas hasta morir - el salvajismo
ban en la peña Mériliu alzar súplicas
de los faunos no tiene comparación -
al Rey Sol, y los faunos mostraron
y con gran desespero corrió a ellas en
23
su ayuda. Pero nada se podía hacer,
misma hermosura, era una bruja. Or-
sus damas estaban corruptas. Como
leand era el bosque de la hechicería y
ella, estaban fuera del resguardo del
por consiguiente antro de las mismas
Rey Sol, por lo tanto eran frágiles
sombras. Pronto llegaron los Trolls
a todo conjunto civilizado de una
cargando muerte en sus gruesos ma-
industria violadora y conquistadora
tutes, los terribles trasgos excavaron
de tierras. Lloró amargamente, pero
en el alma del bosque y encontraron
el amor a Fatus le hacía llorar con fal-
su corazón podrido. Los devorado-
sedad. No pudo hacer nada, su gran
res lobos se instalaron en Mériliu, y
estima por el fauno le hacía olvidar la
el más grande fue Freo, quien mira
razón.
sin mirar. A él la Señora del Bosque rendía las cuentas malsanas de un
La dríada del otoño, la criatura
rosario dedicado al enemigo de los
más hermosa de los bosques pronto
hombres, y de Freo, Mera no aprendió
llegó hacer un busto embrujado por
nada porque su reservado espíritu
abandonar a las damas de su cuidado
impedíale mostrar sus designios. La
y su casa.
ninfa se sentaba al lado izquierdo del hombre lobo, junto a su esposo Fatus,
Al pasar los años su amor por
el falso, como lo llamaban muchos
Fatus le hacía caer en desgracia, y él,
sirvientes oscuros por haberla enga-
con el corazón poco a poco irse a lo
ñado. Mera conoció las artes oscuras
negro, irse el hechizo amoroso que
que tanto temía pero conoció el arte
las dríadas no sabían poseían, recor-
para hablar con los Treant.
daba lo verdadero. Mera lloraba, en sus adentros profundos recordaba la
Orleand había declarado bata-
advertencia de su Rey y se lamentaba
lla al norte del mundo. Las órdenes
amargamente su mal juicio.
llegaban desde las profundidades de Adgar. Los cuervos iban entre casti-
Su cuerpo se encorvó y después de doscientos años, Mera ya no era la
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llos reconstruidos para avisar a los lacayos sus nuevos movimientos. La
cordillera que separaba a la ciudad de
empuñar las espadas de piedra con
Pholos y Orleand se había converti-
sus acertados arcos de tejo llevados
do en línea de muerte. Muchos caían
en sus espaldas. Clanes de trolls
entre la nieve y la resistente hierba a
fueron diezmados entre las Montañas
la maldad, y muchos álfar eran captu-
Nubladas y el paso del Gran Mar para
rados y asesinados en las cuevas de
invadir las guardias de los álfar de
Chivedia.
Pholos. Fatus y Mera encabezar una legión para ocupar el Bosque Nublado
Fue en esa conjugación que la guerra había dado inicio.
y penetrar hacia el sur, en invasión a Colengú, mansión de los guardianes de las Torres de Plata y de la Gran
Un gran ejército emergió de
Biblioteca del Sol.
la tierra. El fuego alzándose de las entrañas para quemar todo lo que
Mera, totalmente hechizada
fuera vida. De las herrerías cientos de
por los ojos esmeraldas de su ama-
yelmos, espadas y escudos salieron a
do, respondía con terror a todos sus
envolver los deformes y asquerosos
caprichos. No necesitaba preguntar
cuerpos de los trasgos, y los faunos
acerca de su quehacer, ni tampoco
25
conocer el motivo de su abandera-
Comenzó la lucha. Las murallas
miento. Le bastaba estar cerca de
de la capital no resistieron el toque de
Fatus y hacer el amor a antojo lujurio-
las piedras y los arcos de los hom-
so y pecaminoso. Era la ramera de la
bres no pudieron competir contra el
oscuridad.
tino y salvajismo de los faunos. El fuego y las cenizas invadir la boca
Los álfar no pudieron resistir el
de los habitantes del reino; hasta el
golpe de los trasgos, y abatidos, de-
de Túnica Negra obtuvo gozo de ver
cidieron levantar la muralla de fuego
salpicar la sangre hirviendo a su capa
azul alrededor de su ciudad. Sus an-
y a sus huesos. La puerta cedió al
tiquísimos bosques fueron quemados
poder de Mera y Fatus entró gallardo
y una gran desolación presidio a la
al ataque de los lanceros siguiéndo-
magnificencia del buen pueblo.
le los burlescos trasgos, y los trolls siempre machacando la carne y los
Entonces el ejército de Orleand,
intestinos. La bruja dríada se enamo-
a entendimiento de su insuficiencia
raba al verlo cada vez más, su adic-
contra esa magia, abandonó el ase-
ción a él le impedía ver el lugar de la
dio de Pholos y fue bajando hacia los
batalla, el calvario y la laceración. Ella
reinos de Otech y Gaminión, y en esta
proclamaba hechizos para defender
última pudieron hallar respaldo a sus
a su amado, levantar las raíces de los
mapas. De aquél Rey Traidor pudieron
árboles en contra de sus enemigos,
manejar sus catapultas y disponer de
empuñar la espada y acudir a él en un
su extraordinaria infantería, sin antes
descuido. Pero lo que no vio fue a los
ayudarle a destruir la ciudad de Samir
guardianes de Colengú, y a los álfar
el Usurpador, asesino de su primo,
de Kaletta, emerger de la tierra para
para agregar Valle Dorado a su feudo.
aplastarlos con toda la determinación en una raza de sabios.
No entendiéndolo antes Mera que allí, en esa ciudad, al fin el destino amoroso daría al amor otro suplicio.
26
La flecha rompió el aire, cruzó el campo para encontrar reposo en
la mano derecha de Mera, su espada
Escapó antes de ser aprendida
caer con estrépito en la tierra hume-
y, con las últimas fuerzas de su natu-
decida por la casta, y sus hechizos
raleza, llevóse a su amado a enterrar
huir para dejar desnudo el flanco de
en la peña Mériliu donde descansa;
Fatus. Veinte flechas cargaron contra
ella encima buscando una solución a
el fauno y la letal le atravesó el ojo
la muerte.
izquierdo. Al fin su alevosía a Mera había sido saldada por el destino.
— ¿Por qué queréis detenerme? Le dijo una vez el de Túnica Negra a
Ella llegó a su cuerpo para derramar hilos de espíritu en sus heri-
Mera en un sueño de palomas y Golems llorando en un prado árido.
das y en su fuego; aunque no pudo hacer nada para salvarlo. Allí, justo en
— Porque os lo habéis llevado—
ese momento, ella pudo ver a sus da-
dijo ella en una inigualable tristeza y
mas muertas mirándola con despre-
odio.
cio, pudo ver la tierra que había deja-
— ¡Yo no lo maté! Yo sólo lo
do y su casa hecha polvo. Orleand la
ayudé a desprenderse de la cárcel.
llamaba y las sombras también.
Lo mataron los álfar — respondió con
27
una luz de astucia en la negrura impenetrable de sus ojos — ¡Matadlos, matadlos a todos! — ¿Cómo creeros? ¡Os lo habéis llevado!… — Así es, he de cargaros porque es mi trabajo. Pero yo no lo atravesé— interrumpió—. Os propongo un trato. Si vos me ayudáis a buscar la cámara de los Cinco Hechiceros, os prometo, os juro, entregaros a vuestro amado Fatus. Él se levantará de esta peña y os volverá a amar. ¡Ayudadme, Señora de Orleand, ayudadme a cavar mi tumba! Los días transcurrieron, las mañanas eran negras y las noches más negras, las tardes brillaban con fuego. El Rey Sol rechazaba ver a Orleand, que desde entonces es la tierra más oscura de Adgar, el sitio donde está una constitución de malas peripecias, de fantasmas, de dolor por el amor.
28
AndrĂŠs Bedolla Gaona
POR
Isabel Arreola
“Aquí en la tierra estaban todos los que amaba.”
30
En ese momento abrió los ojos.
dras caían fuertes contra su cuerpo,
Las luces la habían cegado por un
mientras quien las arrojaba, lanzaba
instante. Le dolían sus manos, sus
gritos de victoria. Quería cubrir sus
pies, su cuerpo. Estaba desorientada
oídos, quería que todo acabara cuan-
y el fuego había comenzado a que-
to antes: los gritos le aturdían, las
marle. Sabía que estaban ahí, espe-
llamas la quemaban y la soledad la
rando por ella. La muerte la rodeaba
llenaba de desconsuelo. Era insopor-
y las llamas del infierno ya llevaban
table, tanto como el constante sonido
tiempo encendidas. No sabía cómo
de la madera golpeando contra el
había llegado a aquel punto. Cerró
suelo.
los ojos, incapaz de ver algo, salvo unas cuantas manchas borrosas que
Volvió abrir los ojos, parpadean-
se movían lejos de ella. El olor a pino
do varias veces para lograr ver algo,
quemado hizo crecer su miedo. Sentía
alguien, cualquier cosa antes de morir
el ardor en su garganta, un nudo
de aquella forma tan cruel. La luz de
creciendo doloroso y lento, pero se
las antorchas se movía bruscamente
obligó a no llorar, no podía llorar, no
en las manos de los ciudadanos de
iba a hacerlo.
aquel pueblo, aquellas manchas que al principio veía extrañas comen-
Las cuerdas amarradas sobre
zaban a tomar forma humana. Fue
sus muñecas sostenían su pequeño
entonces cuando se dio cuenta de lo
y débil cuerpo por el aire, era sólo
que pasaba en realidad.
cuestión de tiempo para que sus bra-
Ella estaba suspendida en el
zos se sometieran y se quebraran por
aire, amarrada a una rama de un pino
su propio peso. No hizo falta volver
viejo y seco. Sus manos sujetas con
a abrir los ojos, sabía que sus pies
cuerdas eran la única cosa que la
colgaban a unos cuantos metros por
sostenía fuera del fuego que ince-
arriba del suelo. El olor era insoporta-
sante bajo ella, aguardaba callado a
ble, mezclado con algo amargo, algo
que la bajaran de aquella espantosa
asqueroso y muerto, apenas podía
tortura.
respirar aquel aire repulsivo. Las pie-
31
La gente estaba reunida bajo aquella enorme hoguera, palos, an-
peranzados, deseosos de verla arder en las llamas del infierno.
torchas y objetos afilados eran los que adornaban sus pequeñas manos
No podía seguir mirando, le
humanas. Todos gritaban, como si de
dolía. Le dolía ver a sus padres, a
un trofeo se tratara. Estaban a pun-
sus hermanos y a sus amigos entre
to de quemarla y ella no podía hacer
la multitud, le dolía incluso más que
nada. Miró a su alrededor, esperando
el dolor físico que experimentaba en
ver algo que pudiese llevarse, alguna
aquel momento. Cerró los ojos. Eso
cosa que en su mente se quedara por
era algo imposible, era irreal. No sabía
siempre y por última vez. No quería
lo que había hecho para terminar col-
verlos a ellos, se oponía a llevarse
gada de aquella forma, como un obje-
esa imagen con ella. No quería ver al
to, como un animal sin sentimientos,
sacerdote mirándola con desazón y
sin vida, sin sueños. Pensó por un
arrojándole aquella agua bendita, no
momento. ¿Era un ser tan desprecia-
quería ver tampoco al juez dictándole
ble? ¿Tanto como para que su familia
sentencia de algo que ella ignoraba
aclamara su muerte? ¡NO! ¡Imposible!
haber hecho y mucho menos quería
Ella no había hecho nada, absoluta-
ver aquellos ojos que la miraban es-
mente nada. Pero ahí estaba, colgada,
32
a punto de morir quemada y no sabía el porqué de aquella tragedia.
Se escuchaban los gritos continuamente. Realmente no podía recordar lo que había hecho o lo que había
Recordaba que aquella tarde había ido al rio a nadar y había estado
dicho para que alguien la acusara y la llevara a esas consecuencias.
fantaseando horas dentro del agua y antes de que el sol se metiera se
Abrió los ojos y buscó al Juez,
había dirigido a su casa. Extrañamen-
quizás si se lo pedía por favor le leería
te todo estaba oscuro aquella noche,
de nuevo sus cargos o lo que sea
era algo anormal, ninguna ventana
que fuese lo que había hecho. Aquel
de su hogar estaba iluminada. Antes
hombre viejo que había conocido
de entrar a ver lo que sucedía una de
toda su vida continuaba hablando sin
sus criadas la había interceptado tan
cesar a la audiencia, su peluca blanca
bruscamente que no logró oponerse
hacía que lo reconociera a kilómetros
y las dos corrieron sin decir ni una pa-
y lo diferenciara entre tanta gente.
labra hacia el bosque. Ahí la criada le
Era irreal, no conocía a aquel hombre,
advirtió que la estaban buscando, que
no era el ser que había querido como
era algo muy malo y que huyera sin
su propio abuelo, era extraño pensar
importarle nada. Ella se echó a reír en
que esa persona deseara matarla tan
ese momento y volvió tranquila a la
vilmente. Era imposible, los gritos
casa, a pesar de que la criada lloraba
de la muchedumbre no la dejaban
y rogaba que se fuera del pueblo. Re-
escuchar. Le dolían demasiado sus
cordaba que había entrado a la casa
brazos y su pecho como para hacer
y después haber despertado en aquel
un esfuerzo extra y atreverse a gritar-
espantoso árbol.
le. Enredó más sus muñecas entre la cuerda y en lugar de dejar que colgara
—¡Amiga del demonio!
su cuerpo, comenzó a sostenerlo con
— ¡Pecadora!
sus pocas fuerzas.
— ¡Habla con el demonio! — ¡ES UNA BRUJA!
Debía pensar claramente que es lo que había hecho que hubiera esta-
33
do fuera de lo que hacía normalmen-
poco. Se arrodilló después, pasando
te. No le quedaba mucho tiempo y si
una mano por su alocado cabello,
había una posibilidad, aunque fuese
llorando como un niño caprichoso y
una pequeña de salir de ese enredo, lo
agarrando otra piedra. Ella cerró los
intentaría. Volteó a su costado dere-
ojos, esperando el golpe, pero nunca
cho, sus padres la miraban, la mira-
llegó. Miró entonces, alguien más lo
ban sin gritar o moverse, sin oponer-
había detenido. Sosteniendo sus bra-
se, sin sufrir y sin llorar; solo estaban
zos por la espalda, Joaquín, su her-
ahí de pie, esperando. Los ojos de
mano mayor, había detenido a Rogelio
su padre no se apartaban de los de
y aunque ambos parecían gemelos,
ella. Su madre, tan alta como siempre,
este último había cumplido veinte
recatada y correcta, sólo la barbilla le-
apenas el verano pasado. Abrazó y
vantada, como si no le importase que
levantó a su hermano menor del suelo
a su única hija la estuvieran a punto
llevándoselo cerca de sus padres.
de asesinar. Y su padre, su padre tan
Ahí los cuatro verían como iba a ser
alto y fuerte, tan elegante y atractivo,
quemada.
la miraba con toda la piedad que en su alma se hallaba.
Eso era tan irreal, tan extraño. No podía creerlo. Los amaba, tanto o
Una piedra golpeó en su sien
más que su propia vida y ellos, ellos
y aunque le había dolido el golpe, le
estaban a punto de dejarla morir
dolió aún más el descubrir quién la
como si nada más importara, y para
había arrojado. Su hermano menor,
colmo de sus males le arrojaban
Rogelio. Con quince años de edad
piedras. ¡Piedras! Se echaría a llorar,
y cabello despeinado, sus gritos se
ya no importaba nada. Lloraría hasta
perdían con los demás sonidos. No
que llegara el momento de su muerte.
importaba qué era lo que gritaba, pero
Si moría, no le importaba, si ardía en
estaba furioso; tan enojado que tomó
el infierno no era tan importante, en
otra piedra y la arrojó, fallando por
el cielo nadie la esperaba. Aquí en la
34
tierra estaban todos los que amaba. Comenzó a llorar, ahí colgada como estaba. No le importaba si la veían, si le gritaban o golpeaban, moriría y era lo único que deseaba. Pensó un poco, no sabía si debía dar un discurso antes de morir, o agradecer a las personas que habían asistido a su muerte o simplemente odiarlas y maldecirlas por el resto de su vida. ¡Era estúpido! Muy estúpido. Dejaría que la quemaran, sin decir nada, ni una sola palabra. Listo, eso era lo que iba a hacer, morir en silencio y ya. Volvió a buscar entre la gente, algo para llevarse consigo. Hombres gritando, niños riendo y danzando como si aquello fuera un circo entretenido. Su familia a un costado, el sacerdote terminando sus oraciones, el juez caminando lejos y obreros arrojando madera a la hoguera. Nada. Nada bueno para llevarse con ella. Respiró profundo, se soltaría y dejaría que su cuerpo rompiera sus brazos y con suerte la mataría el dolor
35
antes del fuego. Volvió a respirar y soltó el aire, dio otro vistazo al suelo, vio el fuego bajo ella y esperó un instante, se soltaría. Estaba lista. Levantó la vista por última vez hacia las personas. Las miró por un segundo y antes de soltarse lo encontró a él. Abriéndose paso entre la gente, rápido, sin tocar a ninguna de ellas llegó hasta el frente, asustado y preocupado. Sus ojos verdes, casi inhumanos la miraban, con tanto dolor que su propio dolor ya no importaba. Él estaba de pie enfrente de ella, tan cerca al fuego que temía que se quemara. Sus ojos brillan profundamente y sabía lo que le decían “No te vayas, no me dejes”. Pero le era imposible, estaba a punto de irse. Lo único que podía decir ella estaba ahogado en su garganta. Así fue como recordó todo, sabía porque estaba ahí colgada. Miró hacia abajo, a él directamente y supo que lo amaba. Él era el motivo. Aquellos ojos verdes que había visto esa tarde en el rio la habían enamorado. Le sonrió,
36
le sonrió como sólo podía sonreírle a
Así fue como el calor la desper-
alguien que amaba, y no le importa-
tó un sábado en la madrugada aque-
ba. “Te amo” trató de transmitirle con
lla primavera. Prometió no volver a
la mirada. Trató de hablarle pero no
comer dulces antes de dormir.
pudo. — ¡Algo está mirando! — ¡Con el demonio! ¡Está hablando con el demonio! — ¡Mátenla! ¡Mátenla yo la vi hablando sola en el rio! — ¡Con el demonio de seguro! Era eso, se llevaría a él consigo. Nadie podría quitárselo ahora, nunca. Nadie lo había mirado como ella. Nadie sabía de su existencia, ella se lo llevaría a la mente y moriría dichosa. Moriría igual como él había muerto y quizás podrían vagar juntos por la eternidad. — ¡Suéltenla! ¡Déjenla caer! Las cuerdas se soltaron al mismo tiempo en que ella se libró de estas. Su cuerpo delgado cayó dentro de la hoguera y su sonrisa se mantuvo unos segundos, después, todo quedó en silencio.
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AndrĂŠs Bedolla Gaona
Diego Alberto Rico Aguilera
POR
Luis Rey Nambo
“Suspiro. Aquello estaba mal. Lo amaba”
40
I — Debo andarme con cuidado o
Johanna sonrió al escuchar
terminaré igual que ese pobre infe-
aquello, rebosante de deleite la carita
liz. — Johanna apenas escuchó las
previamente aludida. Adoraba que le
palabras de Timothy. Estaba en ese
dijeran que era bonita, que le dijeran
momento, breve pero insoportable
cuánto la deseaban, aún con el piropo
que seguía a la plena satisfacción
más vulgar. Tony atrapó sus delicio-
sexual en que la conciencia le cobra-
sos senos, suaves y pálidos como
ba factura.
pechos de paloma, y apretó la puntita
— ¿Perdón? No te escuché. — el
rosácea de sus pezones con delicade-
hombre con el que se había acostado
za, aunque prometiendo ejercer más
(¿Tommy?) la miró desconcertado
presión la próxima vez. Un gemidito
un segundo. — dije que tal vez deba
apagado se escapó de la prisión en
andarme con cuidado. ¿No estabas
que Johanna lo guardaba y de inme-
viendo las noticias?
diato, su entrepierna se humedeció al
— Yo… no, yo no. Sólo, quiero descansar un momento. Mi marido
contacto de aquellas manos fuertes, ásperas pero deliciosas.
regresará pronto a casa y tengo que estar cuando llegue. — Entonces la que tiene que
— Pues si tan pronto tienes que irte, tal vez quieras despedirte de mí.
andarse con cuidado eres tú, guapa, ¿no viste lo que le hicieron a ese? —
La conciencia, por supuesto, le
Johanna negó con la cabeza. — ¡Le
gritaba que se detuviera de una buena
rebanaron el rostro como a un jamón!
vez, que saliera de aquel cuartucho
Dicen que fue el Asesino de las Mil
de hotel y fuera a pedirle perdón a su
Caras otra vez. Y la verdad, sería una
marido, de rodillas si era necesario,
lástima que le pasara eso a esta cari-
que expiara la culpa como fuera y no
ta, nena.
volviera a pecar.
41
Pero por supuesto, la concien-
reloj, sólo así podía una mujer como
cia siempre perdía y ella terminaba
ella arreglárselas para serle infiel con
cediendo, cayendo, de ser un ángel en
tanto éxito. 7:00 a.m., levantarse y
brazos de su marido a una puta de-
tomar una ducha; 7:30, vestirse; 8:00
bajo de cualquier extraño suficiente-
almorzar (huevos con tocino el lunes,
mente audaz para sugerirle un revol-
miércoles y viernes; martes, jueves y
cón rápido a espaldas de su esposo.
sábado, hot - cakes); de 9:00 a.m. a 6:00 p.m. trabajar en la oficina, 6:15
II
comer un aperitivo en el Dulce Alabama, llegar a casa a las siete en punto
— Te voy a dar por el culo, tan
para cenar a las ocho. Ver el pro-
duro que te vas a romper. ¿Te gusta-
grama de las 9:00 y hacer el amor el
ría, verdad puta?
lunes, el miércoles y el viernes a partir
— ¡Sí! ¡Sí!
de las diez cuanto estuvieran dis-
— Pídelo puta, pídelo de rodillas,
puestos según el agotamiento del día
como la zorra que eres.
(un mínimo de veinte minutos cuando
— Por favor! — rogó Johanna,
estaba muy cansado, que se podía
sacándose el falo de la boca por un
extender la madrugada entera los
momento — Dame por el culo, por
viernes, sobre todo si había algo que
favor…
celebrar esa semana). El día sábado estaba reservado a su hermano y el
III
domingo a ella (el único día en que el reloj valía siete fregados). No tenía
Henry llevaba ya dos horas de
verdaderamente idea qué hacían ellos
retraso. La cena estaba bien fría y
dos el sábado pero siempre llegaba
su paciencia también. El reloj por su
a casa un poco ebrio y en definitiva,
parte seguía igual, caminando lento,
fuera de condiciones para amar a
infatigable pero inalterable con las
su esposa, aunque para esa hora, la
manecillas cada segundo más filosas.
mujer ya estaba muy agotada y tra-
¿Le habría pasado algo? Él no era
tando de esconder las cajas vacías de
así, se movía tan puntual como aquel
preservativos.
42
Pero era día viernes, eran las
podrían salir de vacaciones a Paris
diez de la noche y ni señas de su
como ella llevaba soñando desde que
auto. ¿Y si tuvo un accidente? Ella
se conocieron, o comprar una casa
cogida por el culo y Henry murién-
más grande, aquella muy fina en la
dose en alguna zanja pronunciando
parte alta de la ciudad, la que parecía
su nombre con el último aliento que
una mansión y que tenía piscina. ¡Ah,
le queda… ¡No, Dios, eso no! Sería
cuánto le gustó a Johanna aquella
demasiado duro para soportarlo. No,
casa nomás la vio! También podrían
seguro no era eso. Estaban a punto
pensar en otras cosas, un coche
de ascenderlo y en esas ocasiones a
nuevo, o no sé… bueno, Henry sí supo.
veces se le olvida el tiempo, aunque
Un par de piecitos caminando por la
casi siempre es una media hora nada
casa en su andadera. Johanna no
más, y llama en cuanto se da cuenta…
había reaccionado con el entusiasmo
pero quizá aún no se da cuenta. ¡Sí,
que su marido esperaba, sobre todo
eso debe ser! Después de todo, no
porque a sus veintisiete años aún no
es cualquier ascenso, es el de vice-
estaba totalmente dispuesta a parar
presidente. Estuvo muy emocionado
de dejarse follar durante las horas de
por eso toda la semana. No paraba
trabajo de Henry, pero tampoco dijo
de hablar de planes para los dos, que
no. La verdad, ahora que son las diez
43
y cinco y Henry sigue sin aparecer,
ocurrió darle sin siquiera ponerle un
aquello parece una estupenda idea.
poquito de lubricante.
Él adora a los niños, ¿no había mimado casi al extremo a su hermanita la pasada Navidad? Le regaló muñecas y hasta estuvo jugando con ella y
— Creo que todavía queda un condón en mi bolso. — Nada de condón, puta, te lo
ese juguete viejo… ¡el Señor Tocino!
voy a meter así, duro, para que llores
Durante ¿qué? ¿Tres horas?
como la ramera que eres.
Y ella… ella necesitaba estar li-
Y lo hizo. ¡Dios, como dolió!
bre del tiempo. Ese maldito proxeneta
Pero no paraba de gritar, ¡más, más
que la ponía en la cama de cualquiera
duro! Seguro en un rato más, cuando
apenas le guiñaba el ojo. Tal vez qui-
Henry hubiera terminado de cenar y
tando pañales evitaría que le quitaran
quisiera hacer el amor con ella ape-
las pantaletas.
nas y podría moverse de la silla. No recordaba la última vez que la habían
Diez con quince. El ano le esta matando, al maldito Johny se le
lastimado tanto… de la que se acordaba era de aquella ocasión en que
44
esos dos tipos quisieron darle un po-
bien, un buen rato. Sí, aun lo amaba y
quito de color a sus pálidas nalgas a
mucho. No igual que cuando se cono-
cinturonazos. Terminó con la piel tan
cieron, pero no por eso menos.
escocida que cuando la rociaron con semen casi les daba las gracias. ¿O
En una ocasión Henry le dijo que
se las dio? Probablemente sí. Toda la
era como el fuego que encendemos
semana trató de ocultárselo a Henry,
con alcohol. Ella pensó que se refería
había inventado una estúpida excusa,
a su cabello, muy rojo en contraste
que se había resbalado cuando salía
con su piel color de espuma, pero él
de la lucha y por arte de magia golpeó
respondió inmediatamente no.
un inexistente objeto rasposo. Henry respondió cambiando el azulejo del baño por una piedra más porosa.
—Te enciendes con un chispazo y brillas como ninguna otra luz, pero eres fuego que se consume en un
Diez con treinta. ¿Sería prudente llamarlo? No, si estaba haciendo algo
instante. Sin dejar apenas rastro de tu paso.
importante sólo interrumpiría y aunque nunca decía nada, ella bien sabía
¿Eso es verdad? Daba miedo.
lo mucho que odiaba ser interrumpi-
No quería ser sólo una llamita que se
do. Y ese día era el menos apto para
consume sin dejar huella en Henry,
interrumpirlo. No en su condición.
quería arder para él eternamente, con la misma intensidad que él para ella.
Diez treinta y uno. Tenía que ori-
¿Si no fuera por él dónde estaría Jo-
nar. Permaneció un rato ahí, con los
hanna? Perdida en algún rincón como
tobillos cruzados como cuando era
una muñeca que se usa y después se
una niña y había que golpear la puerta
olvida en el baúl de los juguetes.
para recordarle que no era la única dueña del sanitario.
Johanna se acarició el cabello. A Henry le encantaba su cabello
¿Cómo había llegado a eso? ¿No amaba ya a Henry? Lo pensó muy
rojo. A veces cuando creía que estaba dormida, lo acariciaba por horas,
45
murmurándole palabras cargadas de un amor tan intenso que no se atrevía a decírselas cuando estaba despierta ni aun cuando hacían el amor; cuando sus ojos verdes pertenecían enteramente a Henry, cuando sus labios no podían hacer otra cosa que repetir su nombre una y otra vez hasta que la llevaba a ese éxtasis supremo en el que ya no podía más que gritar de amor. — Henry, ¿dónde estás cariño? Ya son las once. Johanna no aguantó más, tomó el teléfono y marcó el número con manos temblorosas. Vamos, contesta. — Esta usted llamando a Henry Ferguson. Por el momento me es imposible contestar, pero si deja su nombre y mensaje, me comunicaré con usted en cuanto me sea posible. Gracias y disculpe el inconveniente. Maldito buzón. Henry, siempre tan propio hasta en un maldito buzón de mensajes. La
46
primera vez que salieron en la univer-
Pues no cumpliste muy bien la
sidad casi le manda un memorándum
de “serte fiel (…) hasta que la muerte
sobre a dónde irían. Confirmó la pe-
nos separe”.
lícula con tres días de anticipación… dos veces, y hasta tenía reservada la
—¡ Maldita sea, ya se que soy
mesa aunque cenaron en una pizze-
una mujerzuela!, ¿no puedo tener un
ría cercana a los bolos donde iban a
minuto en paz?
pasar el rato los estudiantes el día viernes. ¡Qué cosa comparado con el
Pensar era un problema. Mejor
suyo! “¡Hola!, soy Jany, lo siento, es-
era hacer algo. Guardar la cena de
toy ocupada, pero ya sabes que hacer.
Henry en el refrigerador por ejemplo.
¡Chao! ¡Ah! Y si eres Henry, te amo.” No tuvieron sexo aunque ella no Maldito buzón.
paraba de sugerirlo de camino a casa. Una vez incluso trató de agacharse
Johanna mordió el celular des-
para hacerle sexo oral mientras con-
esperada. Esto ya no estaba bien, era
ducía, pero no era el bonito auto del
muy tarde. Trató de distraerse. ¿Cómo
año que tiene ahora, sino un viejo Re-
llamarían a su hijo si fuera niño?
nol 5 con apenas capacidad de andar.
Timmy no, el muy maldito le había
El auto se paró de repente y Johanna
destrozado la puerta trasera… aunque
terminó con la cabeza estampada
la verdad fue delicioso… ¡concéntrate
contra el volante. Y él por supuesto
Johanna! Faust. A Henry le encan-
estaba aterrado. “¡Lo siento, lo siento,
taba ese libro, lo leyó tantas veces
lo siento! ¿Estás bien? Johanna, ¿no
que tuvo que comprar otro ejemplar
te duele? ¿Estás mareada? ¿Crees que
dos veces porque el anterior se había
sea necesario llevarte a emergencias?
desojado. ¿Y si era niña? Madeleine,
¿Ocupas una cirugía cerebral? ¿Tras-
como Mamá. Se lo había prometido y
plante de medula ósea?”
una promesa es una promesa.
47
— No, estoy bien, Henry, sólo tengo un chichón. No te… preocupes.
— Yo… no creo que deba. — respondió Henry. Fue tan tierna su mirada, un tanto asustado pero no de ella,
Y fue ahí cuando notó ese brillo
sino de no ser suficiente para ella. ¿Y
en sus ojos, esa luz que la ilumina
cómo podría? Todos los grandes se-
hasta ahora, como el faro en la orilla
mentales de la universidad ya habían
del mar, horadando lo más profundo
montado esa yegua, comparado con
en la oscuridad. Y sin darse cuenta
ellos un muchacho como él más bien
cómo, su boca estaba cediendo a
flaco, con un pene apenas de quin-
la de él, apenas un toque entre sus
ce centímetros estaba fuera de los
labios y aun así tan hondo en ella que
requerimientos mínimos del sistema.
le arrancó el aliento.
Pero ella era tan bonita como un sueño de la infancia y cuando dijo sí a la
— ¿Quieres subir a mi depar-
invitación…
tamento? — Preguntó Johanna sin siquiera saber qué decía, apenas
El teléfono sonó.
soltando una sarta de palabras sin sentido, más mecánicas que el maldi-
— ¡¿Henry?!
to reloj de la sala.
— No, Timothy. Dejaste tu reloj
48
en el hotel. Parece caro, qué bueno
¿Había que decirlo? Precisa-
que tiene tu número grabado. Oye,
mente por eso. Era por el hecho de
pensaba que si tienes oportunidad…
saberse infiel, tan sencillo como eso.
— Estoy ocupada.
Por la emoción de estar segura que Henry seguía en la oficina trabajan-
Colgó. Maldita sea. Henry,
do como loco, mirando de vez en
demasiado frío como para ponerle
cuando la fotografía enmarcada que
una inscripción bonita a un regalo
le tomara aquella primavera en el río
de navidad, prefirió poner el número
y suspirando al verla, mientras ella
telefónico en caso de que se perdiera.
cumple cualquier fantasía sexual que
Tal vez debió subir. Cogérsela como
se le ocurra al tipo en turno, igual a la
le viniera en gana para poder decirle
prostituta de callejón pero gratis. Por
a todo mundo que se la había tirado,
el simple hecho de hacer lo que está
que le había metido la verga por todos
mal, de burlarse del hombre que la
lados y que lo dejaran en paz, así
ama y al que ama.
podría haber seguido su vida aparte. Seguro encontraría a una linda chica,
Por eso la excitaba tanto que la
de esas que van a la iglesia todos
llamaran puta, que la poseyeran cada
los domingos y hacen el amor con la
vez más duro, más sucio, mientras en
luz apagada después de año y medio
la universidad no permitía que le dije-
saliendo con su novio.
ran más que “mami, que rica estás” y un 69 era suficiente ya.
Suspiró. Aquello estaba mal. Lo amaba. Mucho. Lo deseaba. Igual.
Once cuarenta y cinco. A esa
¿Por qué demonios entonces seguía
hora estarían dormidos. Sí, seguro
siendo la puta de la universidad, la
que sí. Tal vez Henry despertaría para
que hace el examen final desnuda en
tomar un vaso de agua y al regresar,
el escritorio del profesor? ¿Por qué
se quedaría horas enteras acari-
ser infiel, cuando tan buena es la vida
ciándole el cabello, murmurándole lo
en realidad?
mucho que le dolía no poder prender la luz y ver con claridad aquella llama
49
ardiente como un atardecer sobre los arces en otoño.
— o había pasado nada semejante desde los hechos del Zodiaco… — dice el conductor, uno de esos
Por favor, Dios, que esté bien. En cuanto regrese, lo arreglará todo. Se
cuarentones que mueven la cadera para volverla a una loca.
arrojará sobre él y le llenará la boca de besos. Le calentará la cena si no
El huracán Sofía muy cerca de
ha comido y hablarán largo rato de
las costas, esta fue la información de
cómo le fue en el trabajo. Y harán el
hoy, los esperamos mañana para más
amor. Sólo ella y él, únicamente para
no importa.
él, suya y nada más suya, como debió ser desde un principio, como prometió que sería en un principio…
Entonces, como si fuera un girasol que se despierta con las primeras luces del alba, por fin llegó. ¿Y si ya
Prendió la televisión. Ningún accidentado, un tipo secuestrado
lo sabía? No, eso era imposible, ella… ella era cuidadosa, no quería que él…
saliendo de un teléfono público, la policía sin nuevas pistas del Asesino de las Mil Caras.
Mentira. Nada la excitaba tanto como la posibilidad de que la encon-
50
trara, que supiera de sus aventuras,
¡Maldito buzón! ¡Maldito reloj!
hasta las más secretas, las que más
¡Maldita puta! ¡Maldito Henry Fergu-
lo herirían si lo supiera. Y las últimas
son y maldito el brillo de sus ojos que
semanas había sido descuidada, in-
la toman desprevenida cuando más
conscientemente a propósito.
vulnerable está!
¿Y si se fue?
Johanna arrojó el celular contra el reloj en la pared. Eran las 12:17
— ¡No!
según el reloj en la sala de los Ferguson cuando el automóvil se estacionó
Las teclas del teléfono estaban
por fin. Johanna apenas escuchó el
duras, el reloj no paraba de correr, a
sonido del motor salió disparada de la
noventa kilómetros por hora dirección
casa.
norte, o sur, o este u oeste, lejos de casa y lejos de ella, alejándose como
—¡ Henry!
todos ellos después que tomaron lo que querían, dejándola sola sobre
Literalmente lo tiró al suelo de
la cama destendida a medianoche,
un salto. Su boca buscaba deses-
como una muñeca olvidada al fondo
peradamente la de su esposo, sus
en el baúl de los juguetes.
manos lo aferraban tan fuerte que lo lastimaban, pero no opuso resistencia
— Está…
alguna.
— ¡Henry, por favor! ¡Espera!, no — Henry, mi amor, júrame que
te vayas por favor, no volverá a pasar, te amo demasiado… —… el momento me es imposible contestar, pero si deja su nombre
nunca vas a dejarme, que sin importar cuan estúpida sea yo jamás vas a dejarme.
y mensaje, me comunicaré con usted
— ¿Jany, estas llorando?
en cuanto me sea posible. Gracias y
—Por favor, Henry, júrame que
disculpe el inconveniente.
nunca vas a dejarme, por lo que más
51
quieras, si alguna vez me amaste, júrame que no vas a dejarme. — Jany, por Dios… tú y mi hermano son lo que más quiero en el mundo. Jamás voy a dejarte. Te lo juro. Johanna no paraba de llorar. Hizo falta que Henry la llevara hasta la casa en brazos. Ahí, después de una taza de té y una hora haciendo el amor, Johanna le confesó su infidelidad. Henry no habló por cerca de media hora, miraba la aurora de corona purpúrea asomando por la ventana, pero jamás dejó de abrazarla. Finalmente le dijo: — Si alguien más te toca lo mato. — Nunca más pasará, Henry, te lo prometo. Perdóname mi amor. Henry la miró. Estaba furioso, pero no hizo ni dijo nada más que apretarla fuerte contra él. Johanna cumplió su promesa y tres meses después estaba encinta de gemelos. Nunca preguntó la razón de su retraso.
52
IV — (…) la última pista que se encontró fue un reloj de oro grabado como propiedad de Johanna Ferguson. La mujer, madre de dos pequeños niños, confirmó conocer al hombre; aunque aceptó haber sostenido relaciones sexuales con él el día de su desaparición, no pudo recordar su nombre. El cadáver es el más reciente de una gran fosa común encontrada ayer en un lote baldío a las afueras de la ciudad. Oficialmente, fue la última víctima del Asesino de las Mil Caras, hace cerca de cinco años. No hay más pistas, ni más cuerpos desde entonces.
53
POR
Antonio Lunante
“María de la vergüenza, y María la olvidada.”
54
Mujer de los mercados y el
día en que diera su cuerpo al hombre
olvido, el desamparo que a lo largo de
que amara, sueño idílico que com-
su vida le ha marcado la piel en cada
partía con Jesús García Hiyac, nieto
arruga y en la herida que deja la bolsa
de un campesino amigo de su papá,
del mandado que híbrido, creció a su
vecinos desde la infancia y con quien
lado como la rama de un huizache o
compartía el campo y el paso de los
de un pirul. Parásito del despecho y el
años.
desamparo, de las promesas incumplidas y las esperanzas agotadas,
María se detiene a comprar
inútiles, como la espera en la que ha
tortillas en la esquina de su calle y
caminado décadas de distancia entre
recuerda a Jesús entre las manos
los años por él y los besos que pudie-
que amasan las tortillas, la manera
ron haber sido suyos.
en que la tomó de la cintura el día que celebraban la fiesta del pueblo y ella
María camina por la plaza que
se quitaba, apenada por sus padres
canta, mientras arrastra los pies ca-
y las vecinas que sin mayor ocupa-
mino a la casa donde lava los platos
ción ni actividad succionaban la vida
y la ropa, en el cuarto donde hume-
cotidiana, en sorbos, para escupirla
dece su vergüenza con el patrón, por
al cielo cayendo en ellas, empapán-
50 pesos más a la quincena. María,
dolas, librándolas de la sed y el dolor
genérica como miles, oculta en el
que esta traía consigo, la necesidad
anonimato entre la historia de Marías
de vida que les aquejaba y que disfru-
que han desfilado por la memoria del
taban quitar a las personas que vivían
pueblo y de la historia. María regre-
en San José Cualohtli. Éste, perso-
sa de la tienda y a su paso descubre
naje omnisciente de los paseos a la
entre las piedras el nombre del pue-
vereda del arroyo donde María pla-
blo donde sus padres y sus abuelos
ticaba con Jesús de los sueños que
habían nacido y vivido, San José
tenía de casada, el número de hijos
Cualohtli. Fantasma y hermano de su
que iban a tener y la comida que iba
memoria y del tiempo en que tejía al
a preparar para él, mientras los dos
lado de su madre, una sábana para el
se deslizaban por la orilla donde los
55
pedernales y la obsidiana lastimaban
que la ven con un dejo de lástima:
sus pies descalzos. Cuando descan-
“María la dejada, María la abandona-
saban y se tumbaban uno al lado del
da, María de la vergüenza y María la
otro en un sopor cansado, abstraí-
olvidada”. Mosaico de sí misma y de
dos en el ruido del agua al deslizarse
los cristales que filtraban la luz y la
entre las piedras de laja y el tepetate
descomponían en múltiples colores
que componía el fondo, dormitaban
donde no hacía más que reconocer-
separados, sin tocarse, temerosos
se a cada paso. María de los ayeres
del Dios del cura que veía a través de
que evitaba la mirada de sus padres
todos y de todo, de los árboles altos y
herida de pena y de resignación.
bajos, de las espinas que asomaban
Voltea y a su derecha, ve por fin la
en los nopales y que parecían cuchi-
calle donde al fondo se levanta la
llos en las puntas de los magueyes;
casa de su dueño, único hombre que
del Dios crucificado que la veía cada
accedió a darle un empleo, a cambio
domingo en la iglesia, cuando ella con
de su dignidad y su compañía, escla-
su rebozo negro enredado entre las
va de las manos que aprisionan las
líneas rojas y amarillas de sus abue-
suyas, asalariada de los besos que a
los muertos, dibujados en la tela que
cada contacto arrebatan gotas de la
cubría su cabello y que caía por su
esperanza que guardó en los últimos
espalda, rodeándola en un abrazo cá-
años de su juventud. María avanza y
lido que había sido de Jesús siempre,
al abrir la puerta recuerda el último
rezaba arrodillada, y mientras pronun-
día que vio a Jesús, estaba sola en su
ciaba las oraciones que la inducían a
casa, como tantos días, cuidando de
olvidarse de sí misma, de la siembra
la comida y del hogar en ausencia de
maltrecha y de las lágrimas que había
su madre que habitaba en la iglesia,
derramado cuando era niña y tenía
de sus hermanos que correteaban en
que quedarse sola en su casa a cuidar
el campo y de su padre que dejaba la
a sus hermanos.
vida entre los surcos de tierra cocida por el sol y las lágrimas de la cosecha
María se pone a caminar por la
fracasada; estaba sola y había visto
mitad de la calle entre los habitantes
entrar a Jesús por la ventana, le dio
56
miedo, consciente de que una mujer
María, ella no volvería saber de él más
jamás debía estar sola con un hombre
que se había casado y tenía 3 hijos en
antes del matrimonio, tal y como ha-
la ciudad vecina, desde entonces vivió
bían acostumbrado siempre las mu-
a la sombra de las miradas de asco
jeres de su familia, pero lo quería, lo
de todos y de sus padres.
quería a fuerza de verlo, lo quería por convicción y por costumbre. Fueron a
María entró a la casa y vio a
la cama y se entregó por primera vez
su patrón sentado en el patio, dormi-
al hombre que había de ser suyo por
do, con las manos cruzadas sobre el
siempre, al que acompañaría durante
pecho, aquellos dedos que la habían
los años de su vejez y con quien ten-
acariciado y le habían arrancado las
dría la estirpe que habría de llevar sus
lágrimas que en su vergüenza creía
ojos, su nariz afilada, su piel morena.
merecer. Una oleada de sentimientos
Sería esa la última tarde que sabría
la recorrió y sintió cada cabello de su
de él, antes de que Jesús partiera del
cuerpo crisparse en un gesto defen-
pueblo en busca de mejores oportu-
sivo ante lo que iba a venir, caminó
nidades, de sueños y de la estimación
resuelta a la habitación donde el
que no encontró en nadie más que en
patrón guardaba siempre sus papeles,
57
caminaba rápido y a cada paso sentía que una lágrima caía al suelo. Cruzó el pasillo, giró la perilla y observó el espacio que servía para oficina y para recibir a las demás mujeres que el jefe veía a diario, víctimas, como ella del abandono y la vergüenza. Abrió el cajón del escritorio y sacó el frío revólver que se mantenía inmóvil en el fondo, lo puso frente a ella y observó cada una de sus líneas: el cañón largo, el tambor donde las balas dormían aún y el gatillo que se acomodó perfectamente a su dedo índice. Salió con una sonrisa en el rostro, tranquila al fin de las dudas y las lágrimas, fue una exhalación lo que demoró para llegar ante su patrón que dormido ignoraba los ojos negros de María clavados en su rostro. Estiró el arma y vio frente a ella todas y cada una de las burlas que habían estado frente a ella todo ese tiempo, el desprecio de su familia y la necesidad siempre inmensa de escapar de ese pueblo que la asfixiaba. Su dedo acarició el gatillo, sintiendo el tacto helado del metal deslizarse por todas las líneas de su mano, apuntó y sintió como su brazo lentamente fue doblándose en un ángulo de 90° en dirección a su
58
barbilla. Lo hacía tranquila, sonrien-
la mitad de la calzada, viendo una
te, con aquella convicción que sólo
piedra que se sale del camino, voltea
había sentido en su entrega a Jesús y
y sonríe mientras la noche se lleva los
en el momento de la oración, puso el
últimos restos del pueblo muerto de
cañón debajo de su cabeza y disparó.
silencio y hastío.
El patrón despertó asustado mientras María yacía en el suelo con el humo del disparo aun saliendo de su herida fresca, la sangre que corría era la sangre de la expiación de la madre ante los pecados del hijo. María abandonada, María virgen de Jesús esposa y adúltera de San José Cualohtli, el pueblo donde habían crecido, se habían enamorado y ahora dormía al fin, en un acto del que se hablaría por días, semanas, pero que al cabo del tiempo se convertiría como todo en simple polvo, tierra que el aire de San José Cualohtli arrastraría como los huesos de sus muertos sin nombre y sin recuerdo, hijos de la soledad y del tiempo cuyo único remedio es siempre la muerte. María camina ahora por las calles vacías del pueblo, mientras observa las ventanas sin vidrio, en las que ya nadie observa nada desde hace décadas, camina por la plaza que ya no canta y se detiene en
59
AndrĂŠs Bedolla Gaona
Diego Alberto Rico Aguilera
POR
A l l i z z i a L. R e t a m o z a
“Mi hijo decidió volver.”
62
Karina cogió los papeles que
bisabuelos. Allí donde ella habitaba,
había atesorado su abuela durante
había también residido su madre y
mucho tiempo el día en que terminó
padre (el poco tiempo que estuvieron
los últimos arreglos funerarios. Había
juntos), era el mismo lugar donde
enterrado a su abuela el día anterior
crecieron sus abuelas.
y se acomodaba frente al escritorio con su infante en brazos para leer la
El niño se le retorció en los
carta que le había instruido que leyera
brazos de impaciencia y ella lo dejó
en su lecho de muerte. Ahora la casa
hacer en el suelo. Detrás escuchó la
era de Karina y eso le daba seguridad
regadera donde se comenzó a bañar
para continuar con la familia que se
su esposo.
había hecho casi accidentalmente. Se lo agradecía mucho a su abuela
La siguiente foto eran dos
mientras desanudaba el listón rosa,
jovencitas y se titulaba “Cora y Selia”,
el cual amarraba un montoncito de
las dos abuelas en su adolescencia.
papeles que se desparramó como
Karina nunca se adivinó la diferencia
resorte sobre la mesa, quedando la
de edad entre sus abuelas, las pensa-
dichosa carta arriba de todo. De entre
ba como inexistente. Los niños miran
todos los papeles, Karina cogió pri-
a los ancianos como detenidos en un
mero algunas fotografías que nunca
momento infinito donde las arrugas
había visto.
y las canas dejan de evolucionar. Sin embargo, en la fotografía, había por lo
En la primera de las fotografías
menos una diferencia de ocho años
figuraba una pareja seria con un bebé
entre las hermanas; la recién fallecida
en brazos. Karina tan sólo podía asu-
Cora se miraba infinitamente más jo-
mir que era su abuela - la verdadera,
ven. Recuerda poco sobre su abuela,
hermana de la abuela que acababa de
la que se llamaba Selia, porque murió
enterrar hacía una noche apenas. La
antes de nacer ella junto con sus bis-
casa en la que estaba en ese mo-
abuelos en un accidente del que Cora
mento era, de hecho, la casa de sus
tenía poca memoria.
63
La última fotografía era más
nas cosas que debo decir sobre ella
reciente y Karina la reconocía perfec-
(aparte de los desperfectos de los que
tamente. Su abuela Cora sostenía una
ya estás muy bien versada).
niña frágil -ella- frente a la tumba de su madre, el mismo día del sepelio. El
Sabes bien que nuestras vidas
resto de las fotografías correspondían
han estado maldecidas con una recu-
a recortes de periódico. Había tam-
rrente muerte antinatural. Recuerdas
bién algunos boletos de conciertos
bien que se fue tu abuelo cuando mi
musicales y del cinematógrafo, cartas
hermana todavía no terminaba de
y postales antiguas y envolturas de
criar a su hija, y regresó a la casa con
productos que no se vendían desde
su madre y su padre. Tu madre era
décadas atrás.
todavía bastante joven cuando se casó y se fue con tu padre, y entonces
Finalmente, Karina abrió el so-
sucedió la tragedia que me arrancó la
bre de la carta más reciente y la abrió:
familia más próxima que me queda-
Kari:
ba. Cuando estuvo embarazada de ti, regresó porque las dificultades casi Si lees esto, es porque morí. La
casa ahora es tuya, pero hay algu-
64
te arrancan de su vientre y tuvo que guardar cama. Alguien, como yo, que
siempre intenté ser la mejor tía, debía
madre. Quizá, ahora se daba cuenta,
cuidarla. Te criamos juntas hasta que
era una pregunta importante el saber
murió de enferma, tú eras todavía
de dónde había venido.
demasiado chica. Tu padre se quedó en casa, y se fue distanciando a partir de la muerte de tu mamá hasta que
Cuando digo que tu abuelo fue
nunca volví a saber de él. No sabes
el primero que murió es una forma
cuánto lo lamenté, ni cuánto intenté
de decir las cosas. En realidad, las
buscarle.
muertes comenzaron diez años antes, cuando yo tenía dieciséis años. Cono-
Tú bien sabes que siempre
cí a un joven que me hizo sentir parte
quise casarme y tener una familia, y
de una familia. Mi hermana, entonces,
lo compensé teniéndote a ti. Toda la
atraía la admiración de todos con sus
gente creyó que la solterona del lugar
logros, su belleza, sus pretendientes,
había encontrado su felicidad a partir
su generosidad y solidaridad; y mis
de tanta desgracia porque me mira-
padres no tenían ojos más que para la
ban sonriendo cuando bajaba por la
colocación del futuro brillante que se
calle contigo de la mano. La verdad
sobrevenía sobre su hija la mayor. Yo,
es que yo era bastante alegre desde
por mi parte, nueve años menor, era
antes.
mantenida en el colegio más aburrido del país, seguramente con la promesa
Karina no supo qué sentir, en
de mantenerme casta y virgen como
realidad su abuela nunca le había
religiosa y esconder mis genes poco
contado la historia de su familia si
favorecidos bajo el hábito. El mucha-
no como un dato particular, como
cho me hizo sentir bella por primera
preguntar quién estaba en la foto del
vez, y me di cuenta de que lo era.
cuadro de la cocina o sobre su madre
Era de una buena familia así que mis
y su padre. Su abuela solamente se
padres aceptaron nuestra aparente
ocupaba en contarle de lo bella que
amistad. Creí que me casaría con él
era su abuela verdadera, del matrimo-
cuando me llevaba al teatro, al cine, a
nio de sus padres, de la muerte de su
la orquesta y que la nuestra sería una
65
vida como en las películas. Sabrás
do. Entonces ya no miraba la luz del
que le di todo, hasta mi virtud, que me
sol, mi hermana me ayudó mucho a
alejó por fin de la cercanía del rosario
cumplir mis otras tareas mientras yo
perpetuo. Cuando me di cuenta de
me ocupaba de Erasmo. Tenía miedo
que estaba embarazada, ya era muy
de que le diera tan sólo un segundo
tarde y él ya estaba perdiendo el inte-
de viento y mis padres lo agradecían
rés en mí. Lo terminó de perder cuan-
para mantenerlo en secreto.
do le dije que esperaba a su hijo. Se fue con otras muchachas ilusas como
Erasmo no creció mucho hasta
yo y me tuve que quedar en casa a
el quinto mes. Fue cuando empezó a
romper el cuidadoso mundo que mi
engordar de una manera extraña, con
familia se había estado construyendo.
mucha gracia, empezó a verse muy
Mi padre dejó de hablarme y mi madre
bonito como un señorito, tenía los
me redujo a alguna empleada do-
ojos claros, el cabello delgadísimo y
méstica o una vecina desagradable.
rizado y yo le cosía con ropas viejas
Mi hermana intentó ayudarme dentro
pequeños trajecitos. Pero a pesar
de su vanidad pero se dio cuenta de
de crecer, no tomó mucha fuerza y
que no me conocía y de que no éra-
cuatro meses después dejó de res-
mos compatibles, nuestra relación de
pirar mientras dormía. Nunca hizo
apoyo se redujo a preguntarnos cómo
ruiditos muy fuertes y se agotaba
nos sentíamos y a fingir que estába-
rápido cuando intentaba gatear. Mis
mos bien. Yo no lo estaba. Me sentí
padres tomaron esa muerte como una
mal durante el embarazo, contando
bendición y apostaría que agradecie-
algunos leves sangrados. Parí al niño
ron a Dios que se lo llevara. Para mi
con una partera que sabía poco de ni-
tristeza se agregó el que nunca pude
ños pero mucho de mujeres y proba-
bautizarle por no querer sacarlo al frío
blemente me salvó la vida. Al niño lo
y porque no podía ir a hablar con el
llamé como su padre, Erasmo. Res-
padre, si por mi encierro, si por no de-
piró poco y estaba flaco, pero vivió el
jar al niño, si por mi estado en pecado
primer día. Fue un niño enfermizo que
capital y mi falta de matrimonio.
tuve que cuidar segundo a segun-
66
Todos resolvieron enterrarlo en
hasta que se me acabaron las pala-
el jardín, y por ello, me refiero a mis
bras y dejé de creer en el Dios que me
padres. Mi hermana y yo tuvimos que
contaban. Así, sin cielo ni paraíso, me
callarnos, pero rogué que por piedad
mortificaba con la imagen de mi hijo
no lo dejaran en un rincón, sino que
abajo de la tierra y nada más, abajo
lo pusieran en la sombra más lejana
del naranjo. El mero pensamiento
del naranjo. Me dijeron que si que-
me daba náuseas pero tomé fuerzas
ría batallar rompiendo raíces, que la
cuando mi padre me acusó de dramá-
cavara yo. Y escarbé un hoyo profun-
tica, perezosa y además, estúpida. Me
do con mis manos hasta que se me
levanté poco a poco. Dejé de salir al
rasgó la piel de romper el árbol. Así
jardín durante años, dejé de comerme
enterré al niño Erasmo, amortajado en
las naranjas y nunca volví a probar el
unos trapos que manché con mi san-
zumo de una. Eso ya te queda claro.
gre. Me acompañó mi hermana y me ayudó a regresar la tierra. Quedó un
Más tarde me di cuenta de la
montoncito al que le lloré y recé todo
vida que le arruiné a mi hermana:
el día. Ella me arrastró a la casa y me
perdió sus pretendientes y su fama
metió a la cama y rezó conmigo. Recé
de altruismo por el tiempo social que
67
le consumí. Mis padres se volvie-
de todas las expectativas antiguas. Si
ron asociales y taciturnos. Creyeron
bien no tenía un gran título social, te-
que fue mi niño el que les quitó la
nía un poco de dinero y se comenzaba
vida pero fueron ellos mismos con
a dar renombre entre la gente. Le gus-
su amargura. A mi hermana intenté
taban los niños puesto que lo conoci-
retribuirla. Para no estar en casa le
mos en una casa hogar auxiliando al
decía que volviésemos a su antiguo
médico, era generoso, amable, poco
hábito de solidaridad social y nos
interesado en la escala social y tenía
tratábamos como buenas conocidas.
un gran sentido del humor. Mi her-
Yo me conseguí un trabajo en una
mana aún tenía su belleza y su gran
sombrerería con mis nuevas habilida-
sensibilidad.
des de bordado que adquirí gracias a Erasmo. La sombrerería cerró un par
Karina se detuvo para tomar a
de años después, cuando yo ya había
su hijo en brazos que le jugueteaba
aprendido a hacer los arreglos flo-
entre las piernas. Estaba absorta en
rales y perfeccionado mis puntadas.
la carta así que tan sólo se tomó un
Eventualmente logré conseguirle un
momento para acariciarle un poco la
pretendiente a tu abuela, uno digno
espalda, oliendo el jugo que le había
68
dado más temprano en la mamila. El
además tenía una adolescente de la
infante se acomodó en su hombro
cuál ocuparse. Antes de que pudiera
como para dormir.
enseñarle algo a tu madre, huyó con tu padre y fueron muy felices enton-
Años después se casaron y me
ces.
quedé en el peor hogar en el que pude terminar. Para no regresar a casa del
Luego mi hermana murió, junto
trabajo tomaba trabajos privados
con mis padres. La casa en la que
bordando vestidos de fiesta, cuidando
siempre me sentí atrapada se convir-
niños ajenos, haciendo arreglos de
tió en mi propio hogar, y el silencio se
flores de tela y pintura en casonas,
dejó caer. Ya estaba envejeciendo y
haciendo cortinas, colchas, vestidos
necesitaba mayor paz. Volví a hacer
de muñecas, lo que encontrara. Por
la paz con el jardín, decoré la tumba
no volver hasta me terminé los libros
de mi hijo e hice el lugar a mi propio
de la biblioteca de la ciudad. Así fue
gusto. Sentí, nada más, la falta de mi
que conocí a muchos amigos que re-
hermana.
sultaron ser las amistades que siempre quisieron mis padres. Las disfruté
También fue entonces cuando
tanto que me pareció lejanísima esa
comenzaron a pasar los fenómenos.
idea de niños de casarse y formar una
A veces escuchaba la respiración
familia. En ese momento tenía todo lo
lenta y dificultosa. Otras veces escu-
que creí que quería.
chaba sus intentos por levantarse poquito del suelo. Otras más, escuchaba
La ilusión desfalleció cuando
débiles balbuceos.
murió tu abuelo. Fue un gran hombre al que respeto aún. Tu madre regresó
En el momento en el que hice
a vivir conmigo y quise llevarla a mi
la paz con mi hogar, mi hijo decidió
mundo de fantasía pero ella nunca fue
volver. Sentí que al naranjo las flores
gran apasionada de las ciencias y las
nuevas le daban un tipo de vida eté-
artes de las que se hablaban en esos
rea, que está pero no existe. Al prin-
círculos. Era una mujer sencilla que
cipio sentí terror pero luego regresó
69
tu madre. Ella, enferma, nunca pudo
jardín es vivísimo, y sus raíces se co-
escuchar nada. Pero la criada y el jar-
nectaron directamente con mi hijo. Es
dinero me preguntaron varias veces
él, el naranjal es Erasmo, lleva el alma
por mi nieta, la que ellos no sabían
del hijo muerto que jamás tuve o que
que todavía estaba no-nata.
fingí que jamás tuve. Regresa Erasmo, me llora y me pide los brazos. Quiere
Cuando naciste tú pude fingir
consuelo de infante.
que no existía el sonido. Pero estaba su presencia, una presencia que
Aún se pasea despacito, medio
nada más está y no reclama ni grita ni
arrastrándose sin gatear, como lo
comunica. Ya sabía yo que no había
hacía con sus pulmoncitos inservi-
cielo. El niño se fue haciendo cada
bles. A veces llora cuando se siente
vez más presente pero yo escondía a
solo. Lo que más difícil me ha sido
Erasmo de ti: te dije que escuchabas
aceptar es que ya no es un niño que
ratones, te dije que lloraba un gato, te
pertenezca con nosotros, y si a algún
dije que era el niño Dios. A veces, qui-
lugar pertenecen los muertos, Erasmo
zá, tuve razón. Te enseñé para que no
al menos pertenece al naranjo y nada
lo vieras, para que pasaras de largo,
más. Yo me iré y el naranjo quedará
para que buscaras otra explicación.
con Erasmo, pero ya sabes cómo son los niños, no se quieren nunca quedar
Pero ahora que sentí que me
en ninguna parte.
llama más Erasmo y su muerte, siento que debería contarte la verdad. Eras-
Si de algo me arrepiento, fue de
mo no se quedó dormido para siem-
enamorarme esa primera vez. Quizá
pre bajo la tierra. No, el niño quería
si pida perdón ya muerta, quizá le
seguir jugando y luchando. El niño
perdonen el descanso a Erasmo. No
sigue allí, debajo, pero se volvió a vivir
lo dejes andar por casa. No le pongas
y a encarnar. No es ahora un nuevo
atención, no lo cojas, deja que se lo
ser sino que se buscó otra vida y de
lleve el viento como con las hojas se-
ella tomó la fuerza para regresar. El
cas. Así se olvidan de nuestras almas
árbol que lleva décadas plantado en el
viejas.
70
A ti te deseo que hagas lo que
— Vi al niño frente a la puerta
nunca hice, que aprendas muchas
así que lo cogí, lo bañé y ya se me
más cosas, que ninguna tristeza
quedó dormido en los brazos. Perdón,
como la mía te detenga. También, es-
ya sé que no te gusta que lo duerma
pero, se detenga conmigo la racha de
así.
la muerte que vengo cargando desde mucho atrás.
Karina volteó a ver al niño que sostenía entre sus brazos y, ahora
Cora
consciente, lo sintió diferente... El peso invisible empezó a desvanecer-
No sintió Karina como si regre-
se y terminó con una risita débil que
sara al mundo, sentía como si estu-
le resonó en la oreja, dejándole un
viera todavía en el viaje al pasado en
reconocible olor a naranja.
el que la sumió la carta. La verdad, que no siempre estuvo allí, estaba ya volviéndose parte de la realidad. Atrás la despertó del trance la voz de su marido:
71
POR
Anto nio Meltis
“Las lágrimas abundaron, tantas casi para poder ahogar nuestra pequeña isla de la fantasía.”
72
La miré por última vez, la línea de playa que delineaba hacia el norte la frontera de nuestra pequeña isla. La habíamos tomado para nosotros, conscientes que sería de manera Nunca acabó de terminar su
temporal, y ahora, cuando ya la tarde
pasión; el misterio de su realeza invo-
se pintaba de naranjas y nuestro ca-
luntaria padecía una nostalgia im-
pitán anunciaba la partida de regreso
prescindible; aquí estuvo, entre noso-
al puerto, el hospedaje extraordinario
tros. Y aquí me siento, con mi cigarro
que nos había otorgado se llenaba
y mi trago mirando el negro de la no-
con la nostalgia que tanto habíamos
che y se me aparece su rostro y todo
tratado de ahogar entre deliciosos
él en su fuerte y elegante figura de
manjares y alto volumen etílico.
sabio mármol y ademán sincero, su rostro pálido lleno del color de la vida
Así, sentado sobre la arena, con
que gozó y la sonrisa amable y com-
media marea cubriéndome el cuerpo
pleta, absoluta. Lo miro frente a mí y
y la botella de whisky en una mano,
él me mira de regreso como siempre,
comencé a recordar esos días que
imponente y fantástico, una fuente
no eran de gloria, cuando el juego de
inagotable de conocimiento, amor y
esquivar el dolor con medicamen-
compostura firme. Ahí, mi padre, en la
tos narcóticos se volvía una rutina.
nostalgia de la melodía, en el ritmo de
Ahí en el horizonte se me apareció
su vida, en la incomparable fortaleza
el hueco que le dejaron debajo de la
de su biología, en su gritón Soy, y soy
axila, donde se podía ver el pericardio
completo, vistiéndose con la sábana
palpitando al ritmo que su corazón
de la señora Fortuna.
debajo padecía golpeado. Se me apareció su rostro entre las olas, sereno y ciertamente feliz, ya abandonado todo dolor, o quizá fuera su rostro antes del dolor. Pero ahí estaba, en los pequeños reflejos de las olas que se nos
73
acercaban, amenazando con apagar
con música, otros con cervezas. Era el
mi cigarro si no lo alzaba sobre la
primer día, el día “libre” para disfrutar
línea de marea.
de un intento de vacación caribeña. El grueso de la familia pasó el resto del
Llegamos al puerto de manera
día en la alberca mientras yo, Arturo y
apresurada y nerviosa, tratando de
Fabio nos escapamos con un par de
quitarnos de encima el malestar de
caguamas a un cuarto para una se-
paladar bajo con el que cargábamos
sión de música fabulosa y reseñas de
desde la mañana en la capital, car-
historias fantásticas, empapadas con
gando con el equipaje básico, siempre
la magia que la nostalgia y el alcohol
con un ojo sobre la caja de madera
acumulaba en cada una de las narra-
oscura. Nuestro hotel era del mayor
tivas. De ser honesto, poco recuerdo
lujo que nuestro sencillo presupues-
de lo que sucedió cuando cayó la
to permitió, y sin embargo mantenía
noche. Habrá sido el nerviosismo y
toda una altanería verdaderamen-
el alcohol, seguramente, pero aún
te jarocha: la alberca se curveaba
recuerdo un momento a solas, miran-
de repente y luego de lleno hacia el
do el brillo de la luna sobre la alberca,
sur, flanqueando una palapa donde
reflejándose absolutamente artificial.
una familia había tomado por asalto apenas la tarde anterior. Nosotros
Temprano en la mañana nos en-
tomamos la “costa” sur desde nuestra
caminamos hacia la playa y el peque-
llegada, enviando a los más jóvenes
ño puerto donde nuestra lancha nos
a la vanguardia con sus toallas y flo-
llevaría, en tres olas de familia, cada
tadores y toda nuestra pobre flota de
una con su suplemento de comida y
juguetes de agua. Aurelio y yo toma-
cervezas, a nuestra pequeña isla, a su
mos camino hacia el bar. Creo que yo
isla. Media hora de camino de are-
inicié el asalto.
na nos llevó a un pequeño grupo de casas, una miscelánea y un puesto de
Poco a poco llegó el resto de la
quesadillas de camarón que miraban
familia, reuniéndonos en nuestro lado
hacia el Caribe. Aurelio se llamaba el
de la alberca, unos con comida, otros
capitán de nuestra embarcación, un
74
hombre medio, de jarocho permanen-
a nuestra pequeña isla de arena y
temente moreno que lograba capital
coral. Poco a poco la familia entera
entre la pesca y el esporádico tour
fue trasladada a la isla sin obstáculo
por los islotes prohibidos, uno de los
alguno. Cinco vueltas dio el capitán
cuales era el nuestro, un temporal pu-
en su lancha, la “Paloma”, llevando en
ramente de arena y coral que desapa-
cada viaje a cuatro o cinco pasajeros.
recería a final de la semana. Frente a la playa esperé a MaYa cerca de las nueve de la
riela, sentado sobre un recuerdo de
mañana se había juntado la familia
lancha de madera. Y si bien podría
entera frente a este muelle olvidado, y
parecer extraño que esperara tanto
desde las ocho, cuando yo había lle-
por una mujer que nada de sangre
gado con el primer grupo, ya la única
compartió con mi padre, no debo de
calle pavimentada quemaba los pies
explicar razón alguna. De antemano
como si uno pisara el piso mismo del
sabía que llegaría tarde; esa era su
infierno. Y fuera del calor permanente
forma y su compañía, pero su falta de
que el sol matutino ejercía, sólo se
puntualidad la compensaba con una
comentaba la anticipación por llegar
maestría en la mirada. Llegó sonan-
75
do sus sandalias como castañuelas
tiene encerrado. Sin embargo, todo
españolas de mal ritmo, volándole el
eso fue eclipsado al acercarnos a la
pelo el poco viento matutino; llegó. Y
isla.
aunque quizá muy dentro esperaba que no lo hiciera, que me llegara su
En su total, la isla corría unos
llamada diciendo ya no llego, o mejor
doce metros de punta a punta; una
aún, un escapa, aquí te espero, mirar-
sombrilla dominaba la cima del mon-
la pisar la arena me quitó un poco de
tículo de arena y coral erosionado que
peso en los hombros.
realmente era la isla. Primero vimos un relieve sobre la marea, manchado
Apenas un abrazo y nos senta-
con figuras de sombras que se mo-
mos a esperar al capitán. Te ves bien,
vían, algunos de a poco, otros casi
me dijo, burlándose de mi atuendo
corriendo. Todo un paraíso perfecto
tropical. Tú también, y era cierto;
de desierto en medio del Mar Caribe
todo su atuendo de poca ropa era
que convertimos en nuestra fiesta fu-
extraordinario. Mariela siempre tuvo
neral privada, unos a pocos centíme-
la decencia de nunca hacer preguntas
tros del agua y los más chicos muy
estúpidas, en vez de eso me dijo que
dentro de ella, chapoteando toda la
mirara dentro de su bolsa, la botella
familia su líquido preferido, Fabio re-
de whisky 22 años; dijo que era una
galando manjares tropicales y cerve-
playa preciosa, algo perfecta. ¿Tú
zas y todos recordando a mi padre. En
crees? le pregunté, ¿Qué otro pedazo
algún momento me alejé del grupo a
de playa habría querido? Tenía razón.
la punta sur, de donde se podía ver el faro que una vez sirvió de inspiración
Casi no hablamos en el camino hacia la isla, apenas un par de mira-
para un poema que escribió mi padre. Hablaba de soledad y de soñar.
das, un par de reconocimientos a la belleza del camino entre sorbos de
Años después se me ocurrió
cerveza. Traté de olvidar que el viaje
curioso que me dejaran tanto tiempo
no era por ella, ni mucho menos por
ahí, en esa esquina del mar. El agua
mí, sino por mi padre. Algo de ella me
era tan clara que se podía delinear
76
mucho del relieve debajo de las olas y
murió, como si eso significara algo,
los peces que se acercaban y aleja-
una idiota idea de esperanza de que
ban. Salió otra canción que era verda-
se fuera bien y tranquilo, quizá que re-
deramente de mi padre; me dediqué
gresara en espíritu, diciendo ¡súbanle
por un instante al simple ejercicio
a la música que no me he muerto!
de seguir las letras a voz baja entre
Cada quien dijo un pequeño discurso
tragos de la caguama y recordar una
sobre mi padre, un brindis cada uno.
noche en el hospital con él. Era mi
Unos hablaron de su generosidad y de
cumpleaños y él lloraba por darme
su amor comunista, otros al amor por
tan triste cumpleaños como era pasar
su familia y uno simplemente recordó
el día a un lado de la cama de alguien
la amabilidad con que siempre le tra-
tan enfermo, tan jodido fueron sus
tó. Por supuesto las lágrimas abun-
palabras.
daron, tantas casi para poder ahogar nuestra pequeña isla de la fantasía.
Se me acercó Aurelio con la
Por fin me tocó hablar; me levanté de
botella de whisky y me dijo que ya se
mi asiento de arena con la botella en
acercaba la hora. Habíamos decidido
mano y un cigarro en la otra y miré a
tirar las cenizas a la misma hora que
la gente. Todas las miradas me pa-
77
recían una ficción extraordinaria, una
de la isla, todas ellas a solas con sus
increíble sugestión de epidemia de
lágrimas. Yo me quité de tal ritual. Me
nostalgia que tiraba a la más profun-
senté en ese lugar donde la arena me
da ficción. Tomé un trago de cerveza
llegaba al ombligo a fumar mi ciga-
largo y hablé por fin.
rro y tirarle sus cenizas a los peces. Mariela y Aurelio trajeron la botella de
No puedo decir que mis pala-
whisky.
bras conmovieron más que las del resto. Lo que dije fue sincero y real.
Pasó mucho tiempo hasta que
Yo miré el rostro de la gente y en sus
Aurelio y Fabio reencarnaron la músi-
rostros él me miraba de regreso y
ca de mi padre. Ellos eran los exper-
algo me decía sin mover la boca. Re-
tos en su música. En ese sentido ellos
petí eso que me decía, en un espasmo
lo conocieron mejor. Yo le conté a
inquieto que intercalaba entre silen-
Mariela cuando mi padre me ganó en
cios cortos donde recogía algo de
una carrera de veinte metros corrien-
humo de cigarro. Y cuando terminé de
do una noche en otra playa del otro
hablar, no pude hacer más que inter-
lado del país, antes de su diagnóstico.
cambiar la caguama por la de tequila,
Esa había sido una gran noche, le dije.
tomar la cuna de sus cenizas, dar me-
Y sin embargo, nunca fue suficiente.
dia vuelta y caminar hacia el extremo norte de la isla. Sabía que mi madre y mis hermanas me siguieron sin saberlo. Uno a uno tiramos un poco de cenizas al agua y la marea y al final vertí algo de tequila al agua, un último gesto que se me ocurrió amable a su memoria. Ahí me quedé, después de un par y otro de abrazos mojados con lágrimas de abandono. Mi madre se llevó la caja, la botella y a mis hermanas por una caminata por el perímetro
78
AndrĂŠs Bedolla Gaona
Aleqs Garrigóz
“Llora por lo hermoso del instante y ruega en su interior por su eterna prolongación.”
80
Los tímidos labios del joven
dedos. Uno de sus dedos se posó en
poeta abrieron sus comisuras para
el cristal empañado y éste derramó
intentar liberar, como a un tesoro,
una lágrima. La contemplación del
el pudoroso secreto que ocultaban.
jardín ya no le pareció tan interesan-
Su bello amigo observaba las flores
te, pues su interés había regresado
detrás de la ventana humedecida por
del jardín saltando por la ventana de
la llovizna matutina. La visión del
madera, y se deslizaba con pasos
rocío en las hojas del jardín lo había
medidos por el salón. Pero su mirada
mantenido en una absorta contem-
permanecía hacia el frente, de espal-
plación. Pensaba en que el rocío se
das a Claudio.
asemeja a las lágrimas, cuando la voz de su compañero quebró el silencio suspendido.
Claudio llevó la mano a sus cabellos y, haciendo la mueca del que persiste en un intento arriesgado, se
– Mi corazón alberga la vergüenza.
acercó a su igualmente joven amigo. Tocó el hombro de este sobre su gabardina exhalando su aliento sobre
Pero no hubo respuesta. El
el cuello blanco y limpio. Christo-
silencio se reconstituyó en el am-
pher cerró los ojos y un escalofrío
biente, deliciosamente penetrado
le produjo un agradable estremeci-
por el melodioso canto de un jilguero
miento. Fastidiado por tantas frases
extraviado, de vez en vez, a intervalos
ignoradas y por la molesta certeza de
matemáticos.
la burla, Claudio jaló del hombro de Christopher en un rápido movimiento,
Christopher desabrochó un
volteándolo violentamente. Entonces
botón de su camisa de encaje blanco
éste, haciendo una elegante mueca
y palpó su lívido pecho en dirección a
de extrañeza, lo mira fijamente a los
su corazón. Sintió el ritmo de éste y
ojos. Claudio tiembla y baja la mirada.
no pudo evitar pasar la mirada por los
El rubor de la rosa se instala en sus
verdosos conductos de sangre en sus
mejillas. Arden y el momento le es
brazos. Los rastreó hasta sus afilados
insoportable. Quiere caer de rodillas
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rindiendo sus tensados músculos. Desea caer en los zapatos de Christopher y llorar hasta producir una inundación. Pero resiste y permanece de pie en la plena experimentación de la culpa. Siente entonces esa fuerza que lo obliga a doblegarse y grita angustiosamente sin producir sonido; luego un eco muerto se multiplica interminablemente en la habitación. Christopher lanza estridentes carcajadas y sale del aposento, azotando sonoramente la puerta. Para cuando este ha regresado, a la hora de los vespertinos fulgores, encuentra a su amigo en la misma habitación sombría, taciturno, meditando en lo que habría de suceder. En la cara de Christopher se adivina una sonrisa apenas notoria. Las sábanas siguen desordenadas. Por todo el cuarto se dispersan hojas de papel con notas envejeciendo prematuramente. — Sólo quise decirte que… Pero Claudio es interrumpido: el frío dedo índice de Christopher se ha
82
posado en su boca trémula. Luego el dedo cambia a la boca purpurina…
Mientras Claudio se recostaba penosamente, se sintió terriblemente desnudo; pero al palparse recono-
El beso arrebata los sentidos de
ce sus ropas. Supo entonces y para
Claudio y los eleva más allá del éter
siempre que pertenecía a Christopher.
celestial, por sobre la bóveda de las
Recordó el extraño día en el cual
estrellas. Placenteras visiones se pro-
Christopher entró en su vida y se que-
yectan veloz, vertiginosamente en su
dó, sin más, desde el principio. Recor-
mente: los recuerdos de su infancia
dó las aves comportándose de forma
sobre el musgo delicado, los copos
inusual afuera de su casa. Pensó en
de nieve cayendo desde la aurora, el
las velas cuyas mechas ardían o se
envolvente índigo de los océanos.
extinguían como si estuviesen vivas.
Llora por lo hermoso del instante y
Y justo en ese instante, Christopher
ruega en su interior por su eterna
tocó uno de las cortinas de fina gasa
prolongación. Pero el beso cesa en un
y ésta, simplemente, comienzo a
brusco abandono. El recuerdo de esta
incendiarse.
gloria corre a perderse a los cajones de la imprecisa memoria, dejando tras de sí una pesada estela y una amarga sensación de despojo. Su cuerpo, vaciado de energía, está excesivamente cansado y siente unas ganas incontrolables de tirarse a la cama y dormir. — Lo sé. Fue la respuesta a la confesión de amor, a la entrega incondicional jamás realizada.
83
POR
Hec tor Almaguer
“La opinión que teníamos sobre mi abuela cambió”
84
Siempre he sentido que mis re-
cuando son sencillas, pero cuando
galos son una extensión de mí. Desde
son mas complicadas siempre las
chico he pensado que los regalos que
compro con el señor Almastrán, en
uno da de corazón tienen una relación
el centro. Y es que uno nunca sabe
trascendental con la persona que
como será el regalo hasta que lo ve,
los da, y con quien los recibe; cada
o por lo menos así me pasa a mí,
regalo lleva impregnada su existencia
tengo que tener la imagen en frente
del sentimiento que cada persona le
o en mi mente para saber cual será
imprime, porque cada quien piensa en
la forma que tomará el cristal, si lo
un regalo especial para cada persona.
haré, o lo compraré. Regalo figuras de
Cada obsequio está especialmente
cristal porque creo que son como las
pensado para cada persona. Tar-
personas, si las guardas en un lugar
damos días y semanas escogiendo,
seguro nunca se romperán, pero no es
pensando; qué será lo que le va mejor
suficiente, aunque estén seguras, se
a esa persona. Tratando de dejar el
pueden dañar o se pueden ensuciar,
recuerdo de uno mismo en el regalo,
las tienes que limpiar, cuidar, y dar
una marca, así cada regalo es, o de-
mantenimiento de vez en cuando para
bería ser el perfecto complemento del
poder siempre ver a través de ellas,
recuerdo, el ideal elemento para traer
para poder en realidad observar su
la sensación a la piel de nuevo. Un
verdadera belleza. Si no tienes el de-
regalo es una sonrisa del pasado, un
bido cuidado con una figura de cristal
guiño de la memoria. Un regalo puede
y la descuidas, la podrías romper,
seguir cumpliendo su propósito inclu-
y perderla para siempre. Lo mismo
so después de la muerte de su dueño,
pasa con las personas.
o del que lo regaló. Es la conexión con las personas lo que crea el regalo, no
Mi abuela regalaba siempre cru-
la materia de lo que está compuesto.
cifijos de madera… no sé por qué, no
Los regalos nunca mueren.
sé desde cuando, simplemente sé que no regalaba otra cosa que no fueran
A mí me gusta regalar figuras de cristal, a veces las hago yo mismo,
sus crucifijos de madera, a mí sólo me regalo uno, aunque tengo tres:
85
cuando cumplí 18 años; poco antes
La verdad es que mi abuela
de que me casara con Eugenia. Poco
estaba un poco loca, siempre conta-
después de la muerte de mi padre. Me
ba mentiras, cosas locas, inventaba
acuerdo que ese día me dijo que estu-
cuentos, historias de su supuesta
viera preparado para las cosas malas
juventud, decía que ella había cono-
y que no llorara, que yo la compren-
cido a Kalimán y que había salido con
dería. Mi crucifijo es rojo con adornos
él, nos contaba que había estado en
amarillos y tiene una “M” grabada
la Segunda Guerra Mundial, ayudando
en el centro de la parte de atrás,
como enfermera de la Cruz Roja, que
me recordaba a mi padre, porque él
se hizo pasar por alemana para co-
también se llamaba Máximo, como
nocer a Hitler en un cuartel nazi, que
yo. Ella los pintaba cada uno diferente
nadie la había descubierto, y si bien
pero sólo usaba cuatro colores: rojo,
mi abuela tenia ojos verdes y era muy
amarillo, azul, y negro. A mi mamá era
clara de piel. Ella no entendía una pa-
a la única a la que le regalaba crucifi-
labra de alemán. Un día, me despertó
jos negros, le regalaba uno cada año,
en la madrugada gritando y llorando,
sólo uno, sólo el último crucifijo que le
me dijo que había visto como a ella la
dio a mi madre fue blanco.
iba a matar una esfera transparente
86
que le abría la cabeza, después les
bebé. Las fosas son una especie de
contó a todos en la familia y luego a
albercas o tinas pequeñas cavadas en
los vecinos de la calle. Al poco tiem-
el cerro, a un lado del cauce del agua,
po todos en San Martín sabían que
y la gente se mete a bañar. Para llegar
mi abuela era una loca que creía ver
no hay caminos, hay que subir por el
como se iba a morir… pero el día en
cerro… Eugenia subió, pero cuando
que mi hijo Augusto nació, la opinión
estaba cerca de una tina, una piedra
que teníamos todos sobre mi abuela
llena de moho la hizo resbalar, y cayó.
cambió.
Cuando llegué ya la habían trasladado al hospital. Ese día mi abuela me dio
Mi abuela estaba sentada en la
dos crucifijos que no me pertenecen.
sala terminando de tallar un crucifijo
Regresé a la casa para avisarle lo que
de madera que le iba a regalar a mi
pasó a mi familia, y cuando llegué mi
hijo cuando naciera, ese día Eugenia
abuela me esperaba en la puerta con
se había ido al centro con su mamá
un crucifijo idéntico al mío, con los
a comprar ropa para el bebé, que se
mismos adornos, sólo que en lugar de
suponía nacería en 15 días. Era el do-
mi inicial tenía una “E” en la parte de
mingo 16 de agosto lo recuerdo bien,
atrás… Cuando llegamos al hospital
yo estaba preparándome para ver
Eugenia ya estaba muerta. Mi abuela
una película en la televisión, cuando
me dio el crucifijo rojo para Eugenia y
sonó el teléfono y yo contesté, era la
un crucifijo amarillo para Augusto, mi
madre de Eugenia, estaba histérica y
hijo.
se escuchaba desesperada, me dijo que la fuera a buscar, que estaban en
Tres años pasaron rápidamente,
el cerro de Comanjilla, por las fosas
llegó el cumpleaños número ochenta
del agua termal. Algo le había pasado
de mi abuela y se decidió celebrar.
a Eugenia. Salí disparado para allá. En
Mi abuela cumplía años veinte días
el camino hablé con la madre, me dijo
después que mi mamá, y mi madre
que habían ido por que un Chamán
decidió festejarlo junto con ella, y
les dijo que un baño con agua les
hacer una gran fiesta. A mi madre
daría energías extra a la madre y al
sólo le haríamos una cena el día de su
87
cumpleaños, y así, pospondríamos el festejo formal para el veintinueve de julio, día del cumpleaños de mi abuela. El día de su cumpleaños, cuando le hicieron la comida, mi abuela le regaló a mi madre el único crucifijo blanco que daría en toda su vida, cuando se lo dio yo alcancé a escuchar que le dijo: - Hoy lo comprendí. Mi madre se quedó pensando, no supo qué decir, pero acostumbrada a las locuras de mi abuela lo pasó de largo, se encogió de hombros y siguió adelante. Seguimos adelante. El día de la fiesta llegó, y mi madre se lució, hubo conjunto musical toda la tarde, y en la noche llego el mariachi; también hubo mimos, y perros acróbatas para entretener a los niños, mi abuela no paraba de bailar con todos sus nietos e hijos y hasta los compadres. A medianoche llegó la hora de abrir los regalos, estaba planeado que mi abuela abriera los suyos primero Mi madre había olvidado su regalo en su alcoba y pidió un segundo para ir por él, porque quería que fuera el primero
88
en abrirse. Ella vivía en el tercer piso
Nunca supimos a ciencia cierta
de esta casa, al final de la escalera en
que era lo que mi abuela sabía y que
espiral que tiene la lámpara en medio.
no, ella decía muchas cosas que so-
Mi madre entró a la casa a buscar
naban a locura. Nunca consideramos
el regalo y todos esperamos hasta
- y creo que ni siquiera ella lo creía
que, al ver que mi madre no volvía, la
así - que fuera una de esas personas
fui a buscar y mi abuela me siguió.
que tienen visiones o que pueden ver
Al llegar a las escaleras le pedí a mi
el futuro, pero uno nunca sabe qué
abuela que me esperara abajo. Subí
senda le toca llevar. Un mes después
por las escaleras y cuando estaba a
de que mi abuela murió, mi madre
punto de llegar al cuarto de mi madre
destrozada y sintiéndose culpable de
la escuché gritar, la vi correr hacia la
su muerte, se suicidó. Al poco tiempo
puerta persiguiendo algo que roda-
decidí cambiarme de casa, y cuando
ba. No lo alcanzó, y cayó por el vacío
revisaba entre las cosas de mi abuela
de las escaleras. Me asomé hacia el
encontré un tercer crucifijo rojo, idén-
centro de la escalera de caracol para
tico a los otros dos, pero con la letra
ver qué era lo que se le había caído, y
“A”, mi madre se llamaba Anabel.
lo único que pude ver fue una bola de cristal que caía sobre la cabeza de mi
Nunca creí mucho de lo que de-
abuela. Murió instantáneamente, dijo
cía mi abuela, ahora me gusta creer,
el doctor.
que talló los tres crucifijos al mismo tiempo.
Mi madre intentaba envolver en su cuarto el perfume fino que le había comprado a mi abuela: al forcejear con el moño la botella, que era redonda y transparente, cayó y rodó hacia la escalera, mi abuela estaba abajo esperando como yo le dije, jamás la vio.
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AndrĂŠs Bedolla Gaona
Diego Alberto Rico Aguilera
[Parte final] POR
Jessica Romero
“Un ser que desconoce totalmente quién es, que está encontrandose a si mismo, ése soy yo.”
92
Capítulo IV
a la soledad, porque la soledad es estar muerto en vida.
Desde aquel día Javier comenzó
Capítulo V
a visitarme a diario, por lo general se quedaba una o dos horas, se recostaba en el sofá cama y me acompañaba
Claudia regresó al decimosexto
muchas veces en mis lecturas; otras
día, como lo prometió. Para entonces
tantas me seguía hablando sobre
ya me había acostumbrado a su au-
Rafael. Aquel hombre parecía ser todo
sencia y a la presencia de Javier. Re-
para él, una imagen paterna pero a
sultó bastante incomodo, pues Clau-
la vez su amor platónico, el individuo
dia no estaba acostumbrada a que
ideal con el que deseaba pasar el res-
me visitaran, y menos aún, un alumno
to de sus años y, como me decía, su
de mi clase. Seguramente comenzaría
personalidad lo convertía en el más
a conjeturar sobre nosotros, por suer-
atractivo a su parecer; de esta forma,
te, ella era una mujer muy reservada
aunque envejeciera, jamás pensaría
y jamás iría a contar al mundo de sus
en cambiarlo por otro. A pesar de
sospechas. Por otro lado, a Javier no
todo aún Javier era muy joven y a ve-
parecía importarle eso, al contrario, la
ces me parecía que las declaraciones
presencia de ésta no le importaba en
que me hacía sobre su amor a Rafael
lo más mínimo, ni siquiera se cohibía
no estaban bien fundamentadas, sen-
al hablar de Rafael frente a ella.
tía que simplemente se encontraba obsesionado por él.
– Hoy le llamé a su casa y ni siquiera pudo contestar, sé que
En lo particular, la compañía de
estaba ahí, creo haberle escuchado.
mi alumno estaba calmando aquellos
– Me dijo inexpresivo y con una ligera
pensamientos melancólicos y suici-
pérdida de interés – Pero no importa
das de días anteriores. Que la gente
más, profesor, intuyo que ha descu-
comenzará a rumorear sobre noso-
bierto mis sentimiento hacía él y por
tros era lo que menos me importaba,
eso me evita.
lo prefería mil veces antes de regresar
93
- Es muy probable, Javier, pero
forma o moriré sin que antes me vuel-
ahora puedes dejar de llamarme así,
van a llamar por mi nombre. Además,
no estamos en la escuela y ni siquiera
es mucho más corto que “profesor”.
en la calle. Ésta es mi casa.
- Lo comprendo. Franco me
- Perdón. Si usted gusta lo lla-
agrada, me recuerda a un vecino del
maré por su nombre, que por cierto…
cual estaba muy enamorado, more-
no lo recuerdo…
no, alto y con una personalidad muy varonil… ¡Qué hombre!... lástima que
No pude evitar una carcajada. La verdad es que resultaba un tanto
era casado. - Creo que tienes algo con los
ridículo que desde hace unos años no
hombres casados por lo que veo ─
había escuchado a alguien llamarme
sonrió al oírlo, pues al parecer sabía
por mi nombre, Mariana fue la última,
que eso era verdad ─ Regresando a
y desde entonces “profesor” se había
Rafael, creo que debes tomar distan-
convertido en mi nombre.
cia con él, deja de buscarlo porque sólo harás que el sospeche que efec-
- Franco, ése es. Me gustaría que desde ahora me llames de esa
94
tivamente tú lo amas. Si es verdad que él siente hacía ti un cariño pater-
nal te buscará; esto también vendría a
- Sabía que su respuesta iba
favorecerte, ya que existe la posibili-
a ser negativa, a pesar de eso quise
dad de que tu atracción se disminuya
preguntárselo. Franco, la verdad es
en ese tiempo.
que no lo comprendo, llevo un año co-
- Franco, ¿le gustaría viajar con-
nociéndole y en ese tiempo jamás lo
migo la próxima semana? ─ Al parecer
he visto feliz, como si estuviera car-
lo de Rafael no le había interesado y
gando con el peso de la vida cuando
ahora me miraba suplicante, como
en realidad usted desea acabar con
pidiendo una respuesta positiva ─ Por
ella, pero ahora entiendo, es a causa
favor, usted y yo nos hemos enten-
de esa promesa. ¡Acéptelo!, usted no
dido muy bien últimamente, lo con-
tiene ganas de luchar por su vida.
sidero mi mejor amigo, sólo eso, por lo que no debe preocuparse si es que tengo otras intenciones. - Aunque tuvieras otras inten-
Por primera vez vi a Javier exaltado, en algún momento parecía que iba a soltar en llanto e iba a gritarme,
ciones no me asustarías, y esa no
no obstante eso nunca ocurrió. Mi
sería la razón por la cual no te acom-
alumno salió de la casa después de
pañara. Tú sabes mejor que nadie que
esto y no regresó en los siguientes
mi enfermedad no me lo permite, no si
días.
pienso seguir viviendo y dándote cla-
Capítulo VI
ses a ti y a tus compañeros. Siendo sinceros, estoy harto de este encierro en el que vivo hoy en día; lamenta-
Quince años, un adolescente
blemente no puedo hacer nada al
para la sociedad, un ser que desco-
respecto. Le prometí a mi madre que
noce totalmente quién es, que está
siempre lucharía por la vida, ya fuera
encontrándose así mismo, ése soy yo,
por alguna circunstancia conflictiva o
Javier.
por mi salud. Por eso me tienes aquí, aún vivo después de que la persona
En mi cumpleaños número seis
más importante en mi vida murió
lo conocí, era el mejor amigo de mi
hace once años.
padre, su hermano no biológico al que
95
adoraba, sin embargo no aparentaban
era alcanzable; él mismo aceptó que
la misma edad. Recuerdo que me dio
aún era ignorante del camino pero
un tren de regalo, sin lugar a dudas
cuando lo conociera me llevaría. “Se
fue el regalo más majestuoso que
necesita una gran inteligencia, Javier,
recibí; eso mismo me hizo quererlo
pero sobre todo una habilidad visual
desde un principio. A partir de enton-
para hallarlo, pues algunos dicen que
ces lo llame tío Rafa, el mismo me lo
lo oculta una muralla natural”. Cada
pidió, argumentando que mi padre era
vez que decía lo anterior mi corazón
como el hermano mayor que siem-
se aceleraba, muy probablemente me
pre deseó. A mí me pareció un hom-
emocionaba con la idea de que algún
bre sincero, con una sonrisa que no
día iba emprender su búsqueda a lado
encerraba hipocresías, elegante y con
de Rafael.
un estilo que reflejaba la personalidad de un hombre culto. Pensé que en mi
Tres años de aventuras de tío
futuro tenía que ser idéntico a él, pues
y sobrino transcurrieron. En algu-
la perfección estaba en su persona y
nas ocasiones mi padre era nuestro
yo aspiraba a ser alguien perfecto. Lo
cómplice por lo que, en lugar de ir en
amé quizás desde ese momento, pero
moto, el automóvil resultaba una me-
la convicción de ser igual a mi padre
jor opción. Los mejores recuerdos de
y, encima de eso “el hermano menor”,
mi vida están concentrados en esos
me negó esa realidad durante varios
años. El entusiasmo por esperar cada
años.
sábado se había convertido en un motivo de vida; no obstante, y como Los sábados temprano venía
bien lo dicen, nada es para siempre.
por mí, me llevaba a dar la vuelta en
Rafael se enamoró perdidamente de
su motocicleta, unas veces por la ciu-
una enfermera, quien lo estuviera
dad y algunas otras por la sierra del
atendiendo tras un accidente. Desde
noroeste, me contaba que cerca de
entonces los sábados de aventura
ahí se encontraba un paraíso natural
se terminaron, la mujer pasó a ocu-
llamado Silva, un lugar utópico e irreal
par mi lugar. Un año después Rafael
que sólo para los mejores hombres
se casó con ella, todavía recuerdo la
96
felicidad de su rostro, la felicidad de
un gran riesgo. Rafael, como es obvio,
ver a la que se convertiría en su mujer
se alarmó; temía por la vida de su
a su lado, nunca la soltó de la mano,
nuevo tesoro por lo que no tardó ni
recorrían cada mesa juntos; mientras
una semana en tomar la decisión de
tanto una parte de mí moría, los sue-
emigrar a la capital. Allí seguramente
ños que durante cuatro años formé en
la niña podría recuperarse, además,
mi cabeza. A partir de entonces sus
las oportunidades de un trabajo mejor
visitas eran casuales. Él sabía, claro,
se abrirían en una ciudad más grande.
que lo odiaba por haberme cambiado, creía que con regalos costosos lo
Él vino a mi casa el día anterior
arreglaría pero… ¡nada podía igualar
a su partida. Me entregó una carta,
su compañía!
bueno, al menos eso parecía por el sobre pero en realidad dentro había
Su esposa dio a luz a su primera
un mapa; él mismo lo trazó. En un
hija, Lucía. Desafortunadamente al
principio me costó darme cuenta del
poco tiempo de nacida se le diagnos-
sentido del mapa, ¿para qué diablos
ticó un defecto congénito del corazón,
me había entregado eso? Después
algo severo por lo que su vida corría
lo recordé… Silva, el camino esta-
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ba dibujado en ese mapa… ¿acaso
jamás volvería a recibir nada de él. Me
encontró el camino? Pero… ¿cuándo
equivoqué. En febrero recibí una carta
fue?... Sin embargo, aunque me hicie-
suya, en ella me contaba la posibi-
ra todas las preguntas no obtendría
lidad de unos días libres para viajar
una respuesta, me resignaría enton-
conmigo. Intuía que aún no viajaba
ces, lo importante es que en cualquier
a Silva por lo que me proponía que
momento, si así lo decidiera, podría
lo hiciéramos en el siguiente verano,
escapar a aquel paraíso sublime y
asimismo me contó que Lucía logró
eso era lo único que me reconfortaba
superar su problema y lo afortunado
pues la vida había acabado con todos
que era porque Dios lo había premia-
mis sueños y mi felicidad.
do con otra pequeña: Fernanda. Yo me alegraba por él, parecía ser tan
Desde su marcha, su ausencia
feliz, a pesar de eso yo lo odiaba y no
se hizo presente, nunca volvió… pa-
quería volver a verlo en la vida. Nunca
recía como si nunca hubiese existido,
le contesté la carta, preferí quemarla
que más bien fue una invención mía o
así como todos los recuerdos que me
tal vez de mi padre. Así pues, siempre
ligaban a él; mi amor había muerto.
creí que nunca lo vería de nuevo, que
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Cómo iba a perdonar al hombre
a lograr! Jamás permanecía más
que por su causa duré varios meses
tiempo en la escuela que el que su
encerrado en mi habitación. La razón
clase le exigía, pues su cáncer de piel
por la que me mantuve en vida fue-
le prohibía exponerse al sol. Quizás
ron mi padres, aquellos seres que me
tendría que inventar una vida pro-
amaban con una intensidad sorpren-
blemática, tal vez con mis padres o
de, no podía regresarles el sufrimiento
hermanos ficticios, de esa manera
que Rafael me había dado ¡porque era
me acercaría a él para desahogar
terrible! Poco a poco adquirí fuerzas
mis problemas. Estaba seguro que
de nuevo, cuando mis pensamientos
me escucharía porque era un hombre
sobre él redujeron fue como si me
muy condescendiente y humano. Así
estuviera liberando de una gran carga,
lo hice, recuerdo que la primera vez
comencé a sociabilizar y a salir más
que me acerqué a Franco estaba a
a menudo. Mamá me ofreció ayudarle
punto de salir corriendo, sentía tantos
los fines de semana en el invernade-
nervios que mis primeras palabras
ro y yo acepté, el lugar me relajaba y
tartamudearon y ni siquiera era capaz
distraía mi mente. Eventualmente me
de mirarle a los ojos. No podía, me
restablecí, mejoré mis calificaciones
cohibía demasiado, a pesar de eso él
en la escuela y cada día tenía más
me miró atentamente y escuchó cada
amigos, a pesar de todo nadie me
una de mis palabras, jamás me juzgó
hacía sentir acompañado, continuaba
al confesarle mi preferencia sexual, al
solo en el fondo.
contrario, me ofreció todo su apoyo. La sinceridad de sus palabras y de los
Después lo conocí, al indivi-
consejos que me brindaba en cada
duo que reflejaba la misma soledad
una de mis situaciones conflictivas
y melancolía porque seguramente la
hicieron que me fuera enamorando
vida se había encargado de derribar
cada día más de su persona, sin em-
todos sus sueños, Franco. Rápida-
bargo la mayoría de mis relatos eran
mente se convirtió en mi más grande
ficticios, ni siquiera tenía un hermano
ambición, quería conocerle y estar a
y mucho menos mis padres tenían
su lado, pero… ¡cómo diablos lo iba
conflictos entre ellos y me odia-
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ban. A pesar de eso Franco siempre
pulsó a planificar toda una situación
me creyó, él mismo me preguntaba
dramática. Recordé que le había men-
cómo seguía y me ofrecía su ayuda
cionado sobre un viaje a la costas
solidaria: “En mi casa siempre serás
del sur, ese era el pretexto perfecto
bien recibido, no lo dudes”. El remor-
para ir a buscarle; de todas formas
dimiento me atormentaba todas las
no era del todo falso pues Rafael me
noches, debía ser sincero y contarle
había invitado a viajar a Silva esas
qué era y no verdad, pero me resistía
vacaciones, simplemente tendría que
en último momento, no quería perder
darle algunos giros y seguro él me
su confianza y mucho menos su apo-
ofrecería el apoyo tan acostumbrado.
yo y cariño.
El plan marchó de maravilla, mejor de lo que esperaba porque por prime-
El día que llegaron las vaca-
ra vez Franco mismo me compartió
ciones sabía que lo extrañaría, dos
sobre su persona. Aquello me motivó
largos meses se convertirían en una
a proponerle un viaje, aunque sabía
eternidad y yo necesitaba verle… ¿qué
de antemano que la respuesta sería
tal y si moría en ese lapso de tiempo?
negativa; guardaba las esperanzas de
¡Debía buscarlo! Eso mismo me im-
que aceptara. Para mi mala fortuna
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lo rechazó y así fue como me exalté
sitio donde anhelaba morir, ¡qué mejor
porque realmente anhelaba viajar a
sitio que aquél! Donde los recuerdos
su lado, sería la oportunidad perfecta
negativos no tienen lugar. El sol era
para emprender mi búsqueda de Sil-
mi único impedimento, mi obstáculo
va. Ese día salí de su casa corriendo,
para volver, le temía, sin embargo…
deambulé por las calles una buena
¿Por qué le temía? ¿Por qué había
parte de la noche, ¡no podía ser posi-
llegado al punto de huir de él?...Aquél
ble que otro sueño más se desploma-
astro durante varios años fue mi alia-
rá! Lloré hasta llegar al momento en
do, todos los mejores días de mi vida
que me harté de hacerlo, ese mismo
estuvieron soleados y ahora era mi
día me prometí no buscarlo de nuevo,
enemigo. A veces creía que el temor
al menos hasta que mis sentimientos
no me pertenecía, sino más bien de
hacía él desaparecieran.
mi médico y la misma sociedad. El que me expusiera al sol hacía peligrar
Capítulo VII
mi vida, pero a mí me tenía muchas veces sin importancia, igualmente mi
Desde muy pequeño aprendí
vida peligraba con o sin sol pues mi
que una promesa jamás debe ser
enfermedad no tenía cura, lo único en
quebrantada, desde su acto el hombre
mis manos era alargarla. Al pasar de
está comprometido a llevarla a cabo.
los días mi cara se llenaba de nódu-
Es por ese motivo que permanezco
los o éstos aumentaban su tamaño.
con vida, por la promesa a mi madre.
No tenía solución, llegué tarde para
Aunque debo aceptar que han exis-
encontrar una cura.
tido varios momentos en los que he estado a punto de romperla, pero al
Las palabras de Javier rondaron
final me resisto. A pesar de todo sé
varios días en mi cabeza, el joven a
que pronto me cansaré de ella, mi
pesar de su corta edad comprendía
paciencia está llegando a su límite
perfectamente cómo me sentía. Él
o, quizás, me resista al suicidio no
tenía la razón, yo no soportaba más la
por la promesa sino más bien por mi
vida que poseía en ese preciso mo-
deseo de volver a Silva. Ése era el
mento. Añoraba mis tardes de paseo
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y mis largas conversaciones con algún extraño con el que entablaba una amistad en los días de lectura en el parque. Echaba de menos a mí alumno, a su vez, pues le había regresado un poco de interés a todo. Ahora de nuevo estaba solo y encerrado como desde hace seis años… ¡ya no lo soportaba! Ese era mi verdadero temor, la soledad y el morir olvidado.
Capítulo VIII Habían pasado tres semanas desde que me fui de la casa de mi profesor, lo extrañaba, pero no podía continuar haciéndome daño. Jamás accedería a mi propuesta y mucho menos a mis sentimientos. Me reconfortaba pensar que algún día llegaría un hombre el cual correspondería, además era joven y aún me faltaba tanto por vivir. Con el tiempo lo olvidaría, por suerte el siguiente curso no sería más mi profesor. Tal vez ni siquiera lo viera porque el hombre solo asiste a clase y regresa a su enclaustro. Pero aquella mañana cambiaría todas mis perspectivas. Una carta y un cofre dorado me fueron entregados por mi madre, y sí, era de Franco.
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Capitulo XI Mi mapa fue quemado esa
que ocultaba la vía hasta Silva, allí
misma noche, la última cosa que me
Franco me estaría esperando y jamás
ligaba aún con Rafael. Aquel hombre
estaríamos solos de nuevo.
ya no existía en mi presente, se hallaría simplemente en mis recuerdos.
Afortunadamente llegué antes del atardecer, lo que me permitió vis-
Al día siguiente partiría a mi
lumbrar todo el paisaje que efectiva-
nueva casa, al bello paraíso con el
mente era deleitante y sublime. Tomé
que siempre soñé, ahí iniciaría una
el cofre dorado y me dirigí a la orilla
nueva vida y un nuevo yo nacería. Mis
del lago; lo abrí, y tal y como Fran-
padres me odiarían, de eso estaba se-
co me lo había pedido esparcí sus
guro, pero en ese mismo momento no
cenizas en el agua. Ahora mi profesor
podía dar marcha atrás, debía partir.
estaría en materia y alma en Silva,
Desde que leí las palabras de Franco
porque como él me había escrito en
supe que ningún hombre en la vida
su carta, al momento de morir iría
me detendría para realizar mis sue-
directamente a su paraíso favorito,
ños, ni siquiera mi familia, es mi vida
Silva.
y tengo total decisión por ella. Tuve que robar el carro de papá, quizás algún día se lo pagaría así como todo el daño que seguro les haría. El viaje me llevó todo un día, como no contaba más con un mapa la carta era mi única guía, sin embargo logre descifrar el camino y fui capaz de detectar la muralla natural
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Los números van y vienen. Las amistades no. Es por eso que hay que agradecer a todos los amigos que participaron en la realización de este número que, aunque sea pasajero, dará testimonio de esta amistad. Allizzia L. Retamoza, Iván Mata, Antonio Roberto Meltis Vejar, Jessica Romero, Zooey Avery, Ligelia Edwards, Antonio Lunante, Isabel Arreola y Luis Rey Nambo por su continua colaboración y tiempo en la publicación de tan magníficos cuentos. A Héctor Almaguer y Aleqs Garrigóz por confiar en este gran proyecto. Y no olvidar a Ana Luisa Mata Huerta por su paciente ayuda en el área de corrección. De verdad, muchísimas gracias. A Dulcinea Peña, que tan atentamente trabajó para hacer que la imagen de la revista se acerque más a la perfección en cada número, a Cristina Gaona, Megan Muñoz, todo nuestro comité editorial y en fin, a todos ustedes que creen en Sombra Roja y que podemos hacer algo digno de ser llamado grande, algo verdaderamente extraordinario. Gracias, amigo lector. Largos días y noches placenteras.
COLABORADORES Ligelia Edwards Iván Mata Isabel Arreola Luis Rey Nambo Antonio Lunante Allizzia L. Retamoza Antonio Meltis Jessica Romero
COLABORACIONES ESPECIALES Aleqs Garrigóz Hector Almaguer
DISEÑO GRÁFICO Dulcinea Peña
Sombra Roja. Número 3, Mayo 2013. Esta es una publicación redactada en Guanajuato, Gto. Derechos reservados. Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta publicación. Los textos son responsabilidad de los autores. Las imágenes tomadas de diversas fuentes de internet se utilizan únicamente con fines ilustrativos.