SAN MIGUEL DE ESCALADA, donde cabe la fantasía, III Encuentro Poético

Tercer Encuentro Poético en San Miguel de Escalada San Miguel de Escalada... ... donde cabe la fantasía Queríamos, este año, celebrar otra tarde con la magia y la ensoñación de la poesía. En este rincón tranquilo, donde las piedras y el mármol se han convertido en campanas sonoras, como repetidores fascinantes del eco de las voces sensibles de los hombres; como vasos enormes, que rebosan de paz y de silencio.

Queríamos, este año, - ¡¡¡el tercero!!! - seguir celebrando. Pero este año está siendo el año de la crisis declarada; el año de los ajustes, desmedidos; el año de los recortes desproporcionados; el año de la falta de presupuestos (se presupone)...

En cada año hay una temporada de poda, necesaria; y sanadora; propiciadora de nuevos brotes de vida, y de promesas de frutos venideros. Pero esa poda ha de ser administrada bien por manos sabias. El árbol, sobre todo, ha de conservar sus raíces intactas; y sus ramas fructíferas, seleccionadas y vivas. Algunos malos podadores nos han cortado el árbol, en sus ramas más fértiles. O eso pretenden. Pero no nos dejaremos...

Por eso, este año, queremos dedicar este Tercer Encuentro Poético a las raíces; a la poesía radical de nuestra tierra, cuajada de jarchas, de romances, de canciones y de leyendas. Queremos descubrir, - y mostrar, y presumir - el realismo mágico de la fantasía de los pueblos. Porque eso es en definitiva la poesía popular; la poesía radical: la explicación de nuestras raíces. Aunque a veces se nos muestre con ropajes "groseros". Y grosero no quiere decir soez; sino "no del todo educado, literariamente". Pero no por eso menos cargado de valor.

Hemos querido cantar a las raíces de esta tierra con las lenguas de esta tierra. Con lenguas modestas; demasiado modestas. Porque hay algo en esta tierra que reprime sobremanera las bondades propias, y vuelve a los paisanos un poco huraños.

Modestamente, queremos hurgar en cuatro o cinco ramificaciones de estas raíces; y tocar alguna ramita viva de nuestro árbol poético, que es como un silvar redondo y presumido: a) La raiz astur. La rama lanciense. La lucha contra Roma... LANCIA DE LOS ASTURES. b) La raiz mozárabe. La rama del romance. Las canciones de amor: DOS JARCHAS MOZÁRABES c) La raiz pastoril. La herencia de la transhumancia. Los romances pastoriles y las leyendas. LA LOBA PARDA y LA CABRA DE SAN BARTOLOMÉ DE RUEDA. d) La raiz pueblerina. Canciones populares del Payuelo y de Escalada. EL ROMANCE DE FUENTERREY, COPLAS DE CARMELITA, y ROMANCES DE LA COMARCA DE RUEDA. e) Otras raíces y ramitas: - Inspiración romana - Piropos actuales a nuestro Priorato.

- Villancico de un paisano de Vega de los Árboles.

Y en estas estamos. Y todos de gratis. Haciendo retroceder a la crisis que nos quiere cortar las alas. Esperamos que nuestro intento de hoy rasgue en ustedes lo entrañable, arranque el calor de los aplausos, y nos llene de paz y de sosiego.

Gracias por estar aquí. O ¡¡¡enhorabuena!!!

SAN MIGUEL DE ESCALADA El bosque de columnas Junto a las aguas Sosiega el corazón, Me lava el alma.

Las palmeras de piedra Un himno mudo cantan.

Geometrías, iconos Sentidos trazan, Un paraíso antiguo, Ay, que nos salva.

San Miguel de la luz, San Miguel de Escalada.

Me recojo en el templo A que la gracia Me lave el corazón, Me cure el alma.

Las palmeras de Dios, San Miguel de Escalada.

JOSÉ LUIS PUERTO

LINO Lograr un hilo blanco de la tierra Para tejer el sueño Y que en su fibra se halle El latido del tiempo, La extensión de la vida, La huella del misterio.

Y tejer en la urdimbre de la sangre La voz de todos, la canción sin dueño, Una música mágica de sílabas Que nos lleve muy lejos, Al territorio donde las palabras Expresen su secreto, Su melodía antigua y primordial Tejida por los dedos del silencio Con hilos que en su fibra tengan alma De la tierra y del cielo.

Y que repose en la blancura extensa La música del cuerpo, Las cordilleras de la anatomía, Los corales antiguos del deseo.

Y llegar hasta el fondo, a la matriz, Hasta alcanzar el centro.

JOSÉ LUIS PUERTO

DOS ROMANCES RECOGIDOS POR JOSÉ LUIS PUERTO EN LA COMARCA DE RUEDA (LEÓN) MUERTE DEL PRÍNCIPE DON JUAN Triste nueva, triste nueva que se cuenta por España: El caballero don Juan se halla malito en la cama; siete doctores le asisten de los mejores de España, todos dicen a una voz que es un mal que no era nada; solo falta por venir el recetor de Granada, no hay quien le vaya a buscar ni quien a buscarle vaya; ellos que estaban en esto cuando por la puerta entrara, se ha postrado de rodillas, luego el pulso le tomara.

-Tres horas tienes de vida, hora y media ya pasadas, media pa hacer testamento, media pa hacer por tu alma, media para despedirte de la gente de tu casa.-¿De dónde vienes, esposa; de dónde vienes, esclava?-Vengo de Santo Domingo de oír la misa rezada, de pedir a Dios de veras te levantes de esa cama.-Sí me levantaré, esposa; sí me levantaré, esclava; tres horas antes del día, antes que el gallo cantara, verás mi cuerpo tendido pidiéndote la mortaja y los curas a la puerta, verás lucir a las hachas; me verás coger al hombro, me verás sacar de casa, me verás tapar con tierra y tú volverás pa casa; verás comer la justicia y a tus hijos no dar nada; he aquí la triste vida, la que al cristiano arrebata.(Cubillas de Rueda. Audimia Reyero Martínez, 77 años.

Recogido por José Luis Puerto el 5 de julio de 1990) LA DONCELLA GUERRERA A un sevillano en Sevilla siete hijos le dio Dios y tuvo la mala suerte que ninguno fue varón.

Tan solo a la más pequeña la llamó la inclinación de ir a servir al rey vestidita de varón.

Y su padre le decía: -Hija, ¿tú qué vas a hacer?, tienes el pelo muy largo y dirán que eres mujer.-Si tengo el pelo muy largo, padre, me lo corte usted, que con el pelo cortado un varón pareceré.Y su padre le decía: -Hija, ¿tú qué vas a hacer?,

tienes el color muy fino y dirán que eres mujer.Y la hija le contesta: -Padre, no se ocupe usted, que con el aire y el sol morenita me pondré.Siete años sirvió al rey y nadie la conoció, tan solo el hijo del rey, que de ella se enamoró.

(Villamondrín. Lorenza Andrés, 84 años.

Recogido por José Luis Puerto el 5 de agosto de 1992)

COPLAS DE CARMELITA La memoria es como una azada que cultiva la tierra y cuida de las raíces. Y la memoria se cultiva a diario. Algunas personas en los pueblos lo saben muy bien. Y nos lo recuerdan, a diario... Hace algunos años, recogí por las casas de San Miguel de Escalada una verdadera selección de fotos antiguas, que luego conformaron una entrañable exposición en la Casa de Concejo. Recuerdo que hubo un capítulo dedicado a las comedias, que en los años 40, 50 y 60 del pasado siglo tuvieron en Valdabasta un renombre inusitado. De todas las bocas, casa por casa, oí el mismo comentario, cuando tropezaba alguna fotografía de este tema: "Esa comedia se hizo en el corral de Carmelita"; "Esa obra de teatro la hicimos en el corral de Carmelita"...

Alguien nos debería contar un día, más despacio, cómo era Carmelita Zapico.

Escelita, que es una de esas personas que nos recuerdan a diario la memoria común, ha pintado en su "diario" un rasgo entrañable de Carmelita: la poeta pueblerina, la coplera. Y en su "diario"

he encontrado un escabuche precioso, en una "copla de Carmelita"...

Supongo que Carmelita era, en aquellos años, como una mezcla de Antonio Gala, Señorita Francis y Ana Rosa Quintana...

Yo reconozco que he retocado algo los versos del poema, - sí, del poema, aunque lo llamen copla - para uniformar su métrica y sus rimas, bien sencillas, por otra parte -. Pero lo demás no lo he tocado: El niño abandonado.

Una encantadora joven sostenía relación con un chico postinero, que adoraba con pasión.

Al conseguir sus pasiones, y al ver que encinta quedó, trataron de casamiento; pero el mozo se marchó.

Ella llorando y muy triste el embarazo siguió; llorando desconsolada porque su honra perdió.

Pasado el tiempo certero, a luz a un niño dio; y lo cogió entre sus brazos, y hacia el monte lo llevó.

Envuelto entre pañales, bajo un árbol lo dejó; las lágrimas eran arroyos, el corazón lleno de dolor, por el niño que allí dejaba, sin amor ni compasión.

Pero al día siguiente, un pastor por allí pasó, por aquellas cercanías, y al niño llorar oyó.

Al ver al recién nacido a su casa lo llevó; y a su esposa sorprendida, aquel niño le entregó.

Con gozo le bautizaron, que en sus manos puso Dios, para hacerle buen cristiano y dar buena educación.

Cuando ya crecía el niño, y se hacía más mayor, le preguntan que "qué estudia".

- "Para ministro de Dios".

Los padres enloquecidos: el padre sin descanso trabajó, para que el niño estudiara lo que él bien deseó.

Terminados los estudios, llegó a ministro de Dios.

Y con veinticinco años fue cura en la población.

Pero un día inesperado, en la iglesia penetró, tristemente una señora, a pedir la confesión.

Se arrodilló, y al momento el pater le preguntó: - "Dime, hija, tus pecados; que te los perdone Dios".

-"Padre, tengo una gran pena por un mal que siendo joven, ay Padre mío, hice yo.

Hace veinticinco años que a mi hijo abandoné; yo no sé si vivo o muerto, bajo un árbol lo dejé".

El Padre al oír esto, sin aliento se quedó.

Mirándola atentamente, estas palabras habló: -"Usted ha de ser mi madre, a la que buscaba yo"...

-"Ay, hijo de mis entrañas, hijo de mi corazón; por ocultar mi deshonra hice yo tan mala acción".

-"Calla, madre: te perdono, porque te comprendo yo; que la culpa no fue tuya; fue de quien te abandonó".

FIN ...¡¡¡ Gracias, Carmelita y Escelita, por este regalo en forma de copla !!!

(Alfredo Escalada/20.09.2mil6)

ROMANCE DE FUENTERREY

Hace un cuarto de siglo que un labriego de Sahelices me recitó los pocos versos que recordaba de un romance. A aquel buen hombre ya le había llegado el romance truncado y lo que él me pudo transmitir fueron apenas unos jirones: "Antes de ir por Fuenterrey, agora bebas, viajero, que el agua tórnase sangre en Sahelices del Payuelo ..."

Aquí le fallaba la memoria y el romance daba un brusco salto hacia la parte final de la historia: "...Tanto manaba la fuente tanto la ferida al pecho.

Sangre lavaba la afrenta del que fue mal caballero..."

Le ayudé a rastrear su memoria en busca de algún otro verso, le recité romances de sangre, romances de caballeros traidores, de batallas y de sed; y hasta le provoqué con la duda de si nuestros antepasados habrían sido unos sanguinarios. Todo inútil.

-Si m'acordara de la historia, m'acordaría tamién de los versos, ya lo creo.

Ningún otro logré arrancar de su memoria hasta que al verano siguiente, me saludó gozoso con otras dos parejas de versos no contíguas. La primera parecía la negativa de alguna doncella enamorada - o de alguna dama ya casada - al requiebro amoroso de un extraño: "...Mis favores no tendrás que yo mis amores tengo..."

Los otros versos, la conclusión trágica de aquella situación: "... y a la infelice tomaba por la fuerza el escudero..."

-Anque mir'usté lo que le digo, que no'stoy yo mu seguro de qu'esos versos sean del mesmo romance o d'otros que la mi agüela sabía.

Sin embargo, la presencia en ellos de la misma rima en "é-o" escasísima en nuestro Romancero- y la historia que he logrado reconstruir con retazos cogidos aquí y allá parecen confirmar que estos versos, los 12, es lo único que hoy nos queda del

ROMANCE DE FUENTERREY -Y ¿cómo nombran los villanos de Sahelices a esta fuente, buen Almagro? -inquirió el rey Pedro I. -Fuenterrey le dicen, mi señor, desque vuestro padre Alfonso saciara su sed en ella al regresar de una cacería en los Montes del Payuelo explicó Rodrigo Almagro.

-¡Válame Dios, que me place ese nombre para unas aguas tan sanas!

Y como el nombre me place, ruégote que la vida perdones al primer villano de Sahelices a quien en justicia se la debieras tomar.

-Así lo haré, mi señor -prometió el conde del Payuelo, aunque poco se imaginaba que antes de 48 horas tendría que dar cumplimiento a su promesa.

-Haced venir a mi escudero -pidió el rey, satisfecho por el sabor y la calidad del agua de Fuenterrey.

Pero nadie encontró al hidalgo Salcedo por parte alguna.

-Se estará procurando amores con alguna campesina -bromeó uno de los palafreneros del rey y el resto de la comitiva festejó la chanza entre risas porque Salcedo tenía ganada fama de mujeriego.

-Pues por andar buscando amores cuando su rey lo necesita, Salcedo se llegará a esta fuente a llenar las botijas reales dos veces en el día en los días que estemos por estas tierras. Que así se cumpla.

En aquel atardecer de primavera, el escudero Salcedo estaba efectivamente en las afueras de la villa de Sahelices haciendo promesas imposibles a una pastora no tan ingenua como otras mujeres que habían caído en las tramas amorosas por él urdidas.

-Si usté fuera un caballero, que no lo es, s'iría por do ha venido y no s'acercaría más a las personas de bien. ¡Quieto, Gavilán! Qu'este señor ya se va. Y dé usté gracias que no le azuce a gavilán a las patas del su caballo; que a otros más fuertes derribó.

Sin necesidad de ladrar, Gavilán imponía respeto con su sola mirada.

Mientras Gavilán vigilara, Alba la pastora y su puñado de ovejas podían sentirse a salvo de lobos y también de aquellas aves rapaces de honras ajenas. Salcedo así lo comprendió y descargó su enojo clavando innecesariamente las espuelas al indefenso caballo.

No era Salcedo el primer hombre espoleado por la belleza de la pastora Alba. A otros hombres había tenido que tirar ella de las bridas antes y también después de casarse con el hombre que ella había elegido: el zapatero de cuerpo tullido y alma entera, aquel hombre que siempre sabía encontrar el adorno adecuado a los incidentes de la vida como sabía encontrar el lazo apropiado para el zapato desgastado.

En condiciones normales, Alba contaría a su marido el encuentro con aquel personaje con ínfulas de caballero y el zapatero se reiría. Pero Alba decidió que esta vez se callaría porque creyó ver que una decisión siniestra oscureció el rostro de aquel personaje siniestro al marcharse. No preocuparía a su marido con el incidente: estaría vigilante ella misma y haría que su perro " el gavilán" vigilase.

Sin embargo, los temores de la pastora Alba no habían tenido confirmación cuando ya el día siguiente estaba agotado: a una mañana soleada había seguido una tarde calurosa y solamente ahora que el sol envejecía, unas nubes negras nacían por el solano.

-Nos vamos, Gavilán. Recoge las ovejas qu'está viniendo la tormenta.

Gavilán desapareció entre el matorral de la loma para ir en busca de una oveja alejada, aunque debió de entretenerse persiguiendo a algún conejo ya que la oveja seguía allá y gavilán no aparecía. Alba la

pastora se acercó a inspeccionar el matorral, pero allí no estaba gavilán sino un siniestro personaje.

También las ovejas habían visto que se acercaba la tormenta y, por su cuenta, iniciaron el regreso a la aldea. Alba la pastora regresó algo más tarde. Llegaba chorreante de sangre, de lágrimas y del agua que había empezado a derramarse sobre Sahelices. Se derrumbó en el umbral de su casa y empleó sus últimas fuerzas en relatar a su marido y a las vecinas el atropello que había sufrido.

-La honra no perdiste, zapatero, que tu mujer la defendió con bravura.

Pero tengo pa mí que vas a perder a tu mujer -susurró al desdichado zapatero una de las improvisadas enfermeras.

Mientras tanto, gavilán seguía sin aparecer y Sahelices atareado: las mujeres curaban el cuerpo de Alba, los hombres el alma del zapatero, y todos refrenaban la rabia. Desgraciadamente los temores de la vecina se confirmaron: Alba se agotó con la venida del alba. Para entonces todos los hombres de Sahelices conocían dos detalles en contra de los intereses del escudero Salcedo: conocían la promesa que el conde Almagro había hecho al rey Pedro y conocían también que Salcedo tendría que buscar agua en Fuenterrey dos veces al día.

Con la llegada del sol, conocieron también que gavilán yacía muerto en un sardonal del camino de Mansilla con un dardo envenenado atravesado en la garganta.

Y Sahelices dictó sentencia: habría sangre en Fuenterrey.

Dada la invalidez del zapatero, fueron varios los hombres que se ofrecieron para ejecutar la sentencia. Al final, un primo de Alba impuso su criterio rehusando la ayuda de los demás: -No es de hombres que más de un villano mate a un aprendiz de caballero. Sólo si yo muero m'ayudaréis.

Ojos de saheliceños desde dentro y desde fuera de la comitiva del rey tuvieron aquel día en su punto de mira a Salcedo. Los que estaban fuera supieron pronto que una daga villana había sido más poderosa que la ballesta y la lanza del escudero. Los que servían al rey Pedro dentro respiraron aliviados cuando éste tuvo sed y aún no había llegado el agua de Fuenterrey.

El agua de Fuenterrey seguía sin llegar cuando se agotó el día. Y con el día, se le agotó la sangre a Salcedo. Nadie había visto nunca un cadáver tan blanquecino. Sería la pálida luz del atardecer. O sería que a Fuenterey le había gustado pintar las yerbas del vallejo con la sangre del escudero que flotaba en sus aguas.

FIN… (recogido por Leoncio Riol, Sahelices del Payuelo)

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ROMANCE DE FUENTERREY Estaba el buen Rey cazando en las tierras del Payuelo,

y le dio la sed al Rey, rodeado de caballeros.

Le presentó Don Almagro un "pajoso" con refresco, y sació la sed el Rey, Don Pedro, que fue el Primero. (1) - "Válame Dios, buen vasallo, que agua tan sana no bebo ni en la corte del palacio, ni en todos mis monasterios... ¿Cómo llaman los villanos de Sahelices a la fuente y al reguero, mi buen Rodrigo de Almagro, de la cual el agua bebo?".

- "Fuenterrey, Señor. Y ello porque Alfonso, vuestro padre, ya sació su sed primero, "desque", como Vos, cazara en los cotos del Payuelo".

-"Dios Glorioso, yo dispongo, en honor al Rey, mi padre, y al buen nombre del reguero, que se perdone la vida a aquel villano primero al que la Justicia tome de muerte merecedero".

-"Se cumplirá lo dispuesto, buen Rey", - dijo el vasallo.

Pero Almagro, en tiempos aquellos, ni pensar pudo que el sino se cumpliera, tan rápido y tan certero.

Tenía el buen Rey Don Pedro un lacayo pendenciero; Salcedo llevaba de nombre, y de apodo "mujeriego".

En todas las cacerías, Salcedo, batía casas, portales, cortijos, atrios, pajares... y alcobas, con malos celos; engañando a las pastoras, y a las niñas candorosas, que caían en sus tretas, confiadas y querenciosas.

Poco trabajo tenía el Salcedo mujeriego: llenar dos veces al día los botijos de agua clara, para el Rey;

y el resto: promesas, juegos, engaños, hurtos de honras, y amores fuera de ley, sembrando desasosiegos.

Echóle la vista encima, Salcedo, un mal día y agorero, a una pastora casada con Joaquín, el zapatero.

Alba tenía por nombre: ¡blanca y alba, blanca y bella, más que del alba el lucero!

El sanguinario escudero varios días la tentó, a la Alba bella.

Mas la defendió el buen perro, que la pastora llamaba Gavilán; de las ovejas fiel guardián, y fiel guardia de su dueña con sólo su mirar fiero.

Pero el taimado traidor no se entregó al desespero.

Cambió de mañas un día, y envenenó con dardos de cerbatana al perro del zapatero, al que abandonó bien muerto en los altos sardonales que bordean "carro Mansilla", desde los altos Payuelos.

Y el malévolo Salcedo, una tarde calurosa de nubes muy tormentosas, acosó a Alba de nuevo… ¡Negra tarde, negras nubes; cielo oscuro, cielo negro!

Alba se manchó de barro, y de sus ojos azules manaron lágrimas de desespero.

Fuerte lucha en solitario, sin perro que la defienda; breve lucha desigual en defensa virginal, porque su honra no ofenda.

Caro costó a la Alba bella ser virgen del zapatero.

Llegó a casa intacta y pura, mas llegó exhausta ella...

Que sólo dijo: "Te quiero...

- al marido - ... "y con locura".

La tarde negra cerró la negrura de los cielos, mientras la blancura de Alba apagó sus ojos bellos.

Y las rabias de Sahelices llenaron el pueblo entero, anidando, ay, infelices en pechos de caballeros.

Todos los villanos quieren tomar justicia al inicuo escudero; mas el primo hermano de Alba pidió para sí el primero gusto y derecho de hacerlo.

A la mañana siguiente el Rey se quedó sin agua, que sirviera el escudero...

Preguntó por la razón; y su corte respondía: -"Se secó de villanía, Fuenterrey, oh buen Rey Pedro".

La comitiva real, muy de mañana, había encontrado el blanquecino cadáver del depravado escudero.

Y la fuente Fuenterrey ya manó desde aquel día sangre roja de Salcedo.

Buscó la justicia el Rey, y tropezó con su bula: "... que se perdone la vida de aquel villano primero al que la Justicia tome de muerte merecedero"...

- recordó lo prometido.

Y entre lágrimas, el pueblo aplaudió que el Rey querido fuera buen juez justiciero...

Así cuenta la leyenda de estas tierras del Payuelo cómo ajustició Sahelices las ofensas infelices de un ruin servidor del Rey. Y cómo por real ley se salvó de su castigo el que ajustició a Salcedo...

Salcedo, falso enemigo.

Desde entonces, en la fuente que se cita Fuenterrey,

no busques agua, paisano...

Lo sabe toda la gente: se te encharcará la mano de sangre roja al instante.

No es ley escrita, y no obstante, cumple mandato del Rey. No está escrita esta leyenda; mas toda la gente cuenta para que todos lo entiendan, que es la honra lo primero… pasando todas las cuentas sobre el rey, y el caballero.

FIN (AGF/15.01.2mil12) (1): Pedro I de Castilla (Burgos, Castilla, 30 de agosto de 1334 – Montiel, Castilla, 23 de marzo de 1369), llamado el Cruel por sus detractores y el Justiciero por sus partidarios, fue rey de Castilla desde el 26 de marzo de 1350 hasta su muerte.

Era hijo de Alfonso XI el Justiciero y de María de Portugal.

(En aquellos tiempos, estas tierras dependieron de la corona de Castilla, primero; y hasta entrado el siglo XX, formaron parte de la provincia de Valladolid...)

LA CABRA DE SAN BARTOLOMÉ El lugar:

Ocurrió allá por los años de 1920.

Lugar: En la provincia de León; ayuntamiento de GRADEFES. Un paraje solitario de monte, cercano al riachuelo Valdellorma, afluente del Esla, (que antes de llegar al padre Astura los paisanos llaman “riacho de Nava”), entre las pueblos de SAN BARTOLOMÉ y GARFÍN. Cuenta Licinio R.S., de Barrillos de las Arrimadas, en 1983, que “en cierto lugar del monte, en una campera extensa, donde en otro tiempo había existido una corraliza para encerrar el ganado ovino y caprino, y de la que solamente quedaban una ruinas requemadas por el sol y por el fuego, al llegar la madrugada, y siempre antes de ser de día, se oían una serie de balidos a veces muy tristes y prolongados, de alguna oveja o cabra como mordida por el lobo; un lamento infinitamente triste, como si estuviera en agonía, un “beeee” de ultratumba, una inmensa queja llena de dolor y de dulzura al mismo tiempo, como de alguien que estuviera purgando un delito horrible, en un justo castigo serenamente reconocido”…

I EL LUGAR Caminante solitario, una radiante mañana de otoño, detuve el paso en un paraje que llaman las gentes de aquel entorno “el Aprisco de la Cabra Loca”.

El sol se diluía sobre el valle, que ostentaba sus otoñales matices entre la cuesta cercana y la espesura del monte sumido en silencio y calma.

Monte donde crecen robles centenarios y carrascas y encinas y espinos albos; y el brezo de flores blancas o purpúreas se combina con amarillas retamas; y las zarzas culebrean entre las rojizas ramas del jaral, que se retuercen en pelea enmarañada.

Monte donde el jabalí, bañado en lunas de plata, hoza en el suelo esponjoso; y el lobo aúlla; y la caza del zorro cobra sus presas; y donde planea el águila majestuosa; y el concierto de mil aves nunca acaba.

II Salvando el manso arroyuelo que grácil vierte sus aguas cristalinas desde el monte en la plácida vaguada,

tras una suave pendiente, la angosta ruta se allana, convirtiendo el altozano en bucólica atalaya.

En ese lugar preciso el torpe camino empalma dos nombres de un mismo valle que en dos aldeas cercanas vierten su verdor agreste: uno, “el Rucayo” se llama -el que a San Bartolomé lleva las luces del alba-; y al del lado de Garfín de “las Riberas” le llaman.

Dos nombres del mismo valle que un riachuelo engalana de mimbreras cimbreantes, de añosas paleras glaucas, de esbeltos chopos, de fresnos, de negrillos, e intrincadas verdes sebes protectoras que las praderas resguardan.

--------------------------------------Los actores: En San Bartolomé habita el rico de la zona, un pequeño cacique, en otro tiempo vendedor ambulante y ahora propietario de buenas fincas y del mejor aprisco. Haciendo caso omiso de normas, leyes o costumbres, sus rebaños pastan a sus anchas no sólo en los terrenos propios del pueblo, sino que poco a poco se adentran en los del pueblo cercano, Garfín, para terminar invadiéndolos descaradamente; creando así en los vecinos de éste, al sentirse avasallados, primero animadversión y después rencor y deseo de venganza...

El cacique: ROMANÓN EL RICO I Siendo tendero ambulante por caseríos y aldeas, los reales que ganaba en ganadería y tierras iba invirtiendo. Así fue medrando su exigua hacienda Cacique de rompe y rasga se hizo pronto de su aldea, - que, donde la alcurnia falta el plebeyo alza la testa -.

II Vive el tío Romanón en una casona nueva

que da su espalda a los prados lindantes de la ribera del Valdellorma; y que mira - fachada de cal y piedra – al oriente, donde el día bañado en luces despierta.

Es casa de labradores ricos. – Que así consideran al que sin serlo, más tiene en un mundo de pobreza -.

Por un zaguán soleado a un ancho pasillo se entra que facilita el acceso al resto de la vivienda.

En el fondo del pasillo hay una puerta trasera provista de buen pestillo y de tranca de madera.

Detrás, una corraliza espaciosa y descubierta, enteramente cercada de tapial con bardas nuevas; y un portón por donde acceden vacas, caballos y yeguas y los carros de labranza transportando las cosechas.

Sueltas andan las gallinas y los conejos. Y fuera, en ruidosa algarabía, patos nadando en la presa.

A la izquierda están la cuadra y el pajar; y a la derecha, el portal de los aperos de labranza; horno y panera; la caballeriza, al fondo, y un cobertizo con leña.

III Goza el tío Romanón de éstas y de otras riquezas.

Y además tiene mujer - esclava más que princesa y cuatro hijos, que a su lado trabajan, sudan y bregan y de él van aprendiendo sus caciquiles maneras.

El pobre, sospechoso: ¿Quién ha sido el incendiario...?

Las sospechas recaen en un vecino muy pobre de Garfín; pero nada queda rigurosamente probado.

El caso es que, al cabo de algún tiempo, fallece dicho vecino y, casualmente, pronto comienzan a ocurrir fenómenos extraños en la zona...

ROMANITOS EL POBRE I Dejando atrás las Riberas, el camino desemboca zigzagueante y umbroso en la otra aldea...Allí mora - dueño de mediocre hacienda Romanitos.

Nada sobra y mucho falta en la casa - más que casa es una choza – do, con su mujer e hijas contra intemperies se aloja. endebles se desmoronan

II Crujiendo sobre sus goznes el tosco portón se entorna y la luz que brinda el día en la penumbra zozobra Suelo de tierra batida - modo rústico de otrora –.

Un hogar ennegrecido por el humo, y dos alcobas: para las tres hijas una, para el matrimonio otra.

Sólo por tres ventanucos se filtra una luz roñosa en la casa.

En el corral, muy cerca del Valdellorma, un borrico, veinte ovejas y doce cabras... Es toda la menguada hacienda que Romanitos atesora. ...............

Es Romanitos un hombre que frisa la cuarentena.

Hijo de familia pobre, - la más pobre de la aldea – desde niño ha trabajado como pastor. Apacienta de dos vecinos del pueblo un gran rebaño de ovejas a cambio de una soldada que para mal vivir llega.

De sus ovejas y cabras son sus hijas las que velan.

La explicación de lo extraño:

El motivo:

- “Un mugido como de cabra parturienta...”- así lo narra el primero en percibir el hecho, un pastor llamado Polito. Mugido prolongado y aterrador que invade a ciertas horas el contorno.

Los vecinos aldeanos lo comprueban...

Y pronto la extraña noticia se propaga por la zona y traspasa fronteras. Acuden de toda la comarca curiosos, descreídos, gustosos de la diversión y de la chanza, casi como si de una romería se tratara. Y en una de esas vigilias nos vuelve a contar Licinio, de Barrillos de las Arrimadas, su experiencia personal: “Al cabo de un par de minutos, que a todos nos parecieron horas, llegó hasta nosotros un balido suave y prolongado, una especie de gemido, un lamento, dulce al principio, pero lúgubre y con una enorme resonancia la final. Se volvió a repetir al cabo de algunos segundos el mismo viento, el mismo gemido, el mismo beeeee interminable. Más tarde, en un tono más fuerte, como más doloroso, cual si le estuvieran rasgando las entrañas , otros varios beeees; y así una y otra vez…Algunos dispararon sus escopetas – disimulando su temblor y su miedo -. Entonces los validos se hicieron más fuertes, más desgarradores; que parecía que brotaban debajo de nuestros pies, encima de nuestras cabezas, a la derecha, a la izquierda… Los perros se habían callado, al escuchar el primer balido, acurrucados a los pies de sus dueños; y no se oía el ulular del buho, ni el canto de los grillos… Pasaron una diez… veinte… treinta minutos… Nos pareció toda una eternidad. Por fin los lamentos fueron haciéndose más suaves, más espaciados, más dulces… para terminar en una especie de siseo muy tenue, hasta que todo quedó inundado de una paz absoluta…. Y entre nosotros no se volvió a pronunciar ni una palabra…”

LA VENGANZA Los días se han acortado y al atardecer refrescan.

En casa de Romanitos la cocina se atempera con el tímido rescoldo que en el hogar parpadea.

En el ambiente sombrío ígneas formas culebrean rielando temblorosas en las paredes de tierra. ...............

Apartado en un rincón del escaño, y en la mesa apoyados los dos codos e inclinada la cabeza, excitado y silencioso Romanitos piensa, piensa...

La mujer y las tres hijas, muy preocupadas, le observan...

De repente, se levanta y a grandes pasos se aleja...

El día está agonizando.

Tras la tupida arboleda

del arroyo ya aparece pálida la luna llena.

Sumergido en la penumbra del crepúsculo, vadea prados, sebes y rastrojos; atraviesa la ribera y sin reparos ataja por la sinuosa vereda que, entre urces y retamas, jaras y brezos, penetra en el vasto quejigal recostado en la ladera del monte.

Se encuentra exhausto y sudoroso. Jadea.

En el rostro y en las manos, rasguños de las malezas.

La luna inunda de luz gris la pequeña “calvera” del bosque. Sobre un tocón de viejo roble se sienta y contempla tembloroso las sombras que le rodean.

Su cuerpo pide descanso.

Mas su alma se rebela...

El odio que en ella incuba se ha transformado en gangrena punzante que, sin reparos, a proseguir le espolea el proyecto vengativo que su mente martillea.

No quiere dar a su empeño una vez más otra tregua...

A olvidarlo... ¡cuántas veces le ha forzado la conciencia!

La leyenda: LA CABRA LOCA I Siente la gente del campo la curiosidad malsana ante lejanas tragedias y ante desgracias cercanas.

San Bartolomé y Garfín y aldeas de la comarca acudían temerosas al lugar, donde “la cabra”

sus espantosos gemidos lastimeros berreaba.

“La cabra loca, - decían cuantos del asunto hablaban.

-“Cabra no -sugirió alguien con autoridad probada -. ¿No será el grito doliente, estremecedor, que el alma en pena de incendiario por su gran pecado exhala...?

En el lugar en que el crimen cometió purga la falta” – Siguió un pesado silencio corto, y los que le escuchaban asintieron con un gesto, al tiempo que se signaban.

Gesto que hizo que en pavor el miedo se transformara. ......................

Dispersos por el repecho que une el valle a la explanada de las ruinas, asombrados se quedaron cuando el alba somnolienta despertó con “un berrido de cabra, imponente...”

Allá en las cuestas que a Garfín del cierzo guardan surgió el tétrico lamento que quejumbroso se alarga, invade el seno del valle, filtra el quejigal y pasa la vaguada y el repecho hasta incrustarse en la entraña de las ruinas, donde, lento y agonizante, se apaga.

Un lampo alado, huidizo, violento y fugaz, le arrastra, sesgando en su recorrido hierbas y arbustos y plantas e infiltrando en los humanos horror, tristeza en el alma.

UN DÍA... se agotó la pena Pasó más tiempo... Y un día sin saber de qué manera ya no se volvió a escuchar el llanto del alma en pena. ¿Había purgado su culpa y cumplido la condena...?

Su bucólica armonía recobraron monte y vega.

La vida volvió a ser vida.

La paz volvió a las aldeas. ........................

- “Ésta es la historia vivida en estos pagos, hermano.

Era yo un muchacho entonces y ahora, ya veis...¡Son los años!”

Así concluyó el labriego, conmovido, su relato y se fue.

Yo quedé solo con el silencio pesado y mi mente se extravió en el tiempo, recordando ................ ======== Neptalí de La Varga/ Vega de los Árboles, Octubre de 2002

ASTURES Y ROMANOS EN LA COMARCA DE RUEDA

I.- RESUMEN DE LA LA GUERRA DE LOS ROMANOS CONTRA CÁNTABROS Y ASTURES En el año 2006 terminé de escribir mi obra en verso titulada “Lancia Asturum”, es decir Lancia de los Astures. Como consta en ella, el principal propósito era dar a entender que los combates de los romanos contra los astures para apoderarse de Lancia se dieron en el territorio comprendido entre el Porma y el Esla.

La antigua Asturia abarcaba poco más o menos lo que ahora son las provincias de Asturias y León, un trozo de la de Zamora y otro de Galicia colindante con el Bierzo. La Asturia Transmontana era la actual Asturias. La Asturia Augustana, todo lo demás. Nosotros pertenecemos a la Asturia Augustana, en la que se encuentra la antigua Astúrica Augusta, que es Astorga, y el río Astura, que el nuestro río Esla.

Como dijo el Periodista Emilio Gancedo en el Diario de León de fecha 21 de marzo de 2007, este poema es una especie de “Leonesíada”, de mil setecientos cincuenta y cinco versos.

A continuación, de manera abreviada, escucharéis lo que más importante que les sucedió a nuestros antepasados los astures durante su guerra contra los romanos, tal como aparece en la Historia y en el poema “Lancia Asturum”. Aquella guerra sigue siendo, sin ninguna duda, el acontecimiento más importante que ha tenido lugar en tierras leonesas.

En el año 29 a. C. comenzaron los romanos la guerra para conquistar Cantabria y Asturia, y una parte de Galicia que todavía no tenían totalmente sometida. La duración de aquella guerra fue de casi diez años. Aquel año 29 el legado Estatilio Tauro consiguió algunos triunfos contra los cántabros, astures y vacceos. Lo mismo hicieron Calvisio Sabino y Sexto Apuleyo en el 28 y en el 27 respectivamente.

En el año 26 a. C. el emperador Augusto en persona vino a España, para, desde su campamento de Segisama (Sasamón, en Burgos), dirigir la guerra contra los cántabros y astures. Aquel año fueron vencidos los cántabros en Aracillum; los astures en Bérgida (El Bierzo) y el Monte Vindio, y los galaicos en el monte Medulio.

El emperador, viendo que le resultaba imposible ganar la guerra tan rápidamente como había creído, se retiró enfermo a Tarragona y dio orden de que se atacara a cántabros y astures por tierra y por mar, lanzando contra ellos hasta siete legiones.

En el año 25 a. C. tuvo lugar la conquista de la ciudad de Lancia por los romanos. Como este es el suceso que más nos interesa, trataré de él más adelante.

En el año 24 a. C., o sea, al siguiente de la caída de Lancia, los cántabros o los astures ofrecieron trigo a los romanos; pero, cuando éstos fueron a recogerlo, les tendieron una emboscada y mataron a todos. Entonces, el legado Lucio Emilio Paulo decidió tomar crueles represalias: ¿Qué hizo Lucio Emilio? Dio

orden de que sus soldados recorrieran las llanuras infligiendo cuantos daños pudieran al enemigo que encontraran a su paso.

Y para hacerse temer de aquel enemigo odiado, llegó al punto de ordenar que, si se llegara al caso de que alguno se rindiera nunca se le hiciera esclavo, que, sin ningún miramiento, le cortaran ambas manos.

Así es como consiguió que enemigos tenaces se mostraran aún más fieros de lo que ya eran antes.

Puesto que en el año 23 a. C. parece que no hubo guerra y, por lo tanto, yo no podía contar nada, resolví la cuestión diciendo simplemente: Como predijo el augur, aquel año gozó Asturia de la apaciguada furia del romano y del astur Publio Carisio, el conquistador de Bérgido y Lancia, que era un romano amante del lujo y la ostentación, a causa de su su inaudita crueldad con los astures, hizo que éstos se rebelaran nuevamente en el año 22 a. C. He aquí lo que sucedió entonces: Según cuenta Dión Casio, por las expresadas causas decidieron los astures volver a empuñar las armas y luchar contra Carisio, el conquistador de Lancia.

Al saber que en Asturia de nuevo se peleaba, los cántabros se sublevan en sus castros y montañas contra Cayo Furnio, el nuevo legado que enviaba el emperador Augusto a la Citerior Hispania.

Entonces Furnio y Carisio, aquél con la Legión Cuarta y Carisio con la Víctrix y la Gémina llamadas, atacan conjuntamente en Asturia y en Cantabria, consiguiendo en poco tiempo que regresara la calma.

Esta vez volvió a pasar lo que sucedió otras tantas: muchos cántabros murieron clavándose sus espadas, prendiendo fuego a sus castros y, como Dión declara, usando mortal veneno sacado de ciertas plantas.

De los astures, se sabe, también por Dión, que estaban asediando un campamento o una población romana cuando fueron rechazados y vencidos en batalla.

Como tampoco hay datos sobre la guerra durante los años 21 y 20 a. C., resolví otra vez la cuestión de la misma forma, con estos versos: Como predijo el augur, dos años más gozó Asturia de la apaciguada furia del romano y del astur.

Cántabros y astures traidores Todavía recuerdo que, durante el bachillerato, un profesor de Historia nos contaba la anécdota de un guerrillero cántabro llamado Corocota, que luchaba contra los romanos sin que el emperador de Roma pudiera atraparlo. Entonces Augusto ofreció una gran suma de dinero para quien se lo llevara vivo o muerto. Corocota se entregó él mismo, y el emperador le dio a él la recompensa ofrecida. Así lo relata el historiador griego Dión Casio.

Los alumnos de aquel profesor deducíamos de este hecho que el guerrillero había sido un valiente, por haberse presentado a cobrar lo que ofrecían por su cabeza. Sin embargo, ahora ya no veo así las cosas: Corocota fue un cántabro traidor comprado por los romanos, lo mismo que lo habían sido los que mataron a Viriato mucho tiempo antes.

Medio millón de denarios, según Dión nos relata, llegó a ofrecer Augusto a quien cogiera o matara al famoso Corocota; nada de esto hizo falta, pues el propio interesado, cegado por tanta plata, se entregó personalmente (morir no necesitaba, y premiar a los traidores era costumbre romana).

También entre los astures hubo traidores que se pasaron al bando romano. Floro y Orosio nos dicen que, cuando los astures pusieron su campamento junto al río Esla para atacar desde él a tres campamentos romanos, los brigaecinos (que también eran astures) les traicionaron. Gracias a la traición, los romanos vencieron, aunque con graves pérdidas: “sic quoque non incruento certamine”, es decir “pero también con no incruento combate”, dice Floro: non parva etiam romanorum clade, o sea “pero con no pequeña mortandad de romanos”, como dice Orosio.

En un edicto del emperador Augusto, grabado en placa de bronce, que apareció no hace muchos años en el Bierzo, consta que este emperador premió a algunas tribus astures por haberse pasado al bando romano, es decir, por haber traicionado a los suyos. Aunque el edicto no lo dice, cabe inferir que también sería a cambio de dinero.

La batalla del Astura La batalla del río Astura, que es el Esla, tuvo lugar en la primavera del año 25 a. C. Los astures bajaron de las montañas nevadas y pusieron su campamento junto al río Astura, dispuestos a atacar desde allí a tres campamentos romanos; pero fueron traicionados y vencidos: Mensaje de los astures llegó a los de Brigaecio pidiéndoles que hicieran

confederación con ellos, para atacar cuanto antes dos cercanos campamentos y otro más con que el romano, casi al final del invierno, por el este y el sur completado habría el cerco del territorio de Lancia aún libre del Imperio.

Traidores de Brigaecio avisaron a Carisio de que las tropas astures tenían ya decidido atacar tres campamentos romanos desprevenidos.

La conquista de Lancia Los astures que no murieron luchando se refugiaron en Lancia, que después fue cercada y conquistada por los romanos. Los historiadores Floro y Orosio dicen que al general Publio Carisio le costó muy cara la rendición de Lancia. Como era hombre orgulloso, no la destruyó, sino que decidió conservarla como testimonio de su importante y costosa victoria: Fue tan pírrica victoria la que consiguió el romano que, cuando Carisio hizo recuento de sus soldados, quedó asustado y perplejo de que le faltaran tantos; mas, cuando a voces pedían los curtidos legionarios que se incendiase la villa y que se arrasara el castro, Carisio consideró lo que se había logrado: que la conquista de Lancia ponía Asturia en sus manos, que, aunque no era ciudad, sino un pequeño castro, debería mantenerlo todo entero y sin daño como eterno testigo de la hazaña de un romano.

Y así, con voz muy alta, ordenó a sus soldados cuando éstos con las teas empezaban a quemarlo: “Quédese Lancia en la Historia como su propio testigo de que fue tal enemigo que engrandeció mi victoria.”

Teniendo en cuenta las escuetas noticias que los historiadores de la Antigüedad nos han dejado, resulta que el cerco y expugnación de Lancia tuvieron lugar en la primavera del año 25 antes de Cristo, cuando todavía quedaba nieve en las montañas que desde aquí mismo podemos divisar: Setecientos veintinueve de la fundación de Roma era el año en que Carisio

entró en Lancia con sus tropas, sin que conste en los anales ni mes ni día ni hora.

Mas, como Floro y Orosio en sus historias nos cuentan que de sus montes nevados bajaron a la ribera del Astura los astures para atacar por sorpresa, es harto más que probable que comenzaran la guerra cuando en las cumbres del Vindio la nieve en agua se trueca, y que no mucho más tarde, en la misma primavera, sería tomada Lancia tras heroica defensa.

Para consignar de un modo más poético que la batalla de Lancia tuvo lugar en primavera, decidí añadir estos versos, en los que digo que las peonías se hallaban floridas entonces: Según algunos indicios, tuvo lugar la batalla cuando ya las peonías, que flores de lobo llaman, lo sombrío de entre robles purpúreas engalanaban.

El general romano Publio Carisio, muy contento por haber conquistado Lancia, escribió rápidamente al emperador Augusto y al S.P.Q.R. (es decir, al Senado y al Pueblo Romano) para comunicarles tan importante noticia. Su carta diría así: “Carta de Publio Carisio, legado de Lusitania, al mando de las legiones VIª y Xª en campaña.Al divino emperador César Augusto Octaviano y también a los ilustres Senado y Pueblo Romano, Publio Carisio desea salud.- Después de seis años de comenzada la guerra, podemos congratularnos: los astures, que invencibles al principio se mostraron, por la Legión Sexta Víctrix han sido al fin derrotados; tras varios cruentos combates y un cerco muy prolongado, la fuerte ciudad de Lancia ha caído en nuestras manos.Celebremos este triunfo y a los dioses demos gracias porque han ayudado a Roma a conquistar toda Hispania (la que llevaba dos siglos sin ser del todo romana y que ahora ya lo es con la conquista de Lancia).

Cuando el emperador, que se hallaba en Tarragona, recibió la carta de Carisio, creyendo que de la conquista de Lancia resultaría la rendición de todos los astures y cántabros y el final de la guerra, tomó estas decisiones: Contento con la noticia de tan ansiada victoria, el emperador Augusto, que se hallaba en Tarragona, ordenó hacer sacrificios al dios tutelar de Roma y se embarcó para Italia dueño ya de Hispania toda.

Con Gallaecia y Asturia, tras la conquista de Lancia, César Augusto formó la provincia Transduriana, y a la Hispania Citerior dejó unida la Cantabria.

Además, el emperador ordenó a Carisio que fundara la ciudad de Emérita Augusta (que es Mérida), para que muchos de los soldados veteranos fueran a vivir a ella, como premio por haber participado en la conquista de Lancia: Tras la conquista de Lancia, Augusto mandó que hiciera Carisio una ciudad en la lusitana tierra, para que sus veteranos de la Décima y la Sexta, como premio a sus servicios, fueran a vivir a ella.

Porque aquellos soldados eméritos se llamaban, Emérita Augusta fue la ciudad recién fundada.

Carisio acuñó monedas de cobre, y también de plata, con la efigie de Augusto y, en el reverso, las armas de los astures vencidos, de tal forma colocadas que componen un trofeo de la victoria romana.

El final de la guerra El último año de la guerra (que fue el 19 a. C.) resultó ser el más terrible de todos. Los cántabros y astures, vendidos y llevados a otras tierras como esclavos, se escaparon matando a sus amos y volvieron a sus pueblos para seguir luchando. Además, los soldados romanos ya no obedecían a sus mandos, porque aquella guerra no terminaba nunca. Como única solución, el emperador Augusto decidió enviar allá a Marco Vipsanio Agripa, su mejor general. Interpreto que le escribiría un mensaje como éste: CARTA DE AUGUSTO A AGRIPA “A Marco Vipsanio Agripa, salud. Que los dioses buenos te protejan como quieres es lo que yo te deseo.

Sabrás, como ya lo sabe

todo el mundo en el Imperio, que los cántabros y astures se han rebelado de nuevo, inquietando aquella Hispania de más al norte del Duero.

Como me ha notificado con un mensaje secreto mi legado Publio Silio, a quien allí mismo tengo, muchos soldados le niegan la obediencia y el respeto porque es guerra interminable en la que se han hecho viejos.

Recuerda que Teógenes nos predijo hace años las mayores venturas en todo lo que hagamos; vete, combate y vuelve a Roma laureado.

En el monte Palatino, idus de enero, hora octava, setecientos treinta y cinco desque Roma fue fundada, Augusto a Marco escribió de puño y letra esta carta.”

Cuando recibió la carta del emperador, el general Agripa se trasladó a Hispania para tomar el mando. Como la tropa estaba tan desmoralizada, tuvo que amenazar al ejército con duros castigos, aunque también prometió grandes recompensas a quienes demostraran más valor en la lucha. La arenga de Agripa a sus soldados sería como ésta: “Legionarios y auxiliares de ejército veterano, que lleváis en esta guerra más tiempo del deseado.

Si yo he venido a vosotros, será porque es necesario: el gran Imperio de Roma deberá ser completado con estas tierras de Hispania en las que ahora estamos.

Si los cántabros y astures de las Galias retornaron y atacan desde lugares que tienen fortificados, en donde difícilmente podríamos derrotarlos, ataquémosles nosotros y dejémosles bien claro que en esta y en cualquier guerra, al final, vence el romano.

Tenemos toda la costa cantábrica dominada, los soldados de las naves tierra adentro ahora avanzan, Publio Silio hace dos días que a los cántabros ataca y nosotros, sin demora, comenzaremos la marcha

contra los bravos astures de riberas y montañas ante los que no hace mucho vuestras fuerzas flaqueaban.

Se acabó la indisciplina y se acabó la vagancia; no oiga yo nunca más que un romano da la espalda si los bárbaros arriesgan la vida en cada batalla; eso mismo habéis de hacer vosotros. Ni una palabra quiero yo volver a oir de que esta guerra se alarga porque los astures son invencibles cara a cara por su bélica locura o su furia desatada.

La legión que retroceda mandaré que sea diezmada; a quien mate a un enemigo daré una ambuesta de plata; y a todo el que no obedezca, le pasaré por las armas.”

Tampoco Agripa era capaz de terminar la conquista, porque sus soldados fueron vencidos en varias ocasiones, llegando a perder algunos estandartes: Varias veces las legiones pierden algunas enseñas y Marco Vipsanio Agripa a aquella Legión Primera le quita el nombre de Augusta por no saber defenderlas (la Historia así lo recoge: caen estandartes a tierra y, como nadie los alza, los astures se los llevan).

Entonces, para conseguir una victoria definitiva, decidió incautar todas las armas a los cántabros y astures, hacerles abandonar sus castros y, además, asesinar a todos los jóvenes y mayores en edad de poder luchar. Esta masacre fue algo que jamás se había visto en ninguna guerra de los romanos.

El geógrafo griego Estrabón nos informa en su Geografía de algunas cosas que sucedieron en aquella guerra, y lo hace con todo detalle, como si algún militar romano se las hubiera contado a él: Este geógrafo insigne nos transmite como ciertas algunas crueles historias sucedidas en la guerra, que le contó quien estuvo personalmente en ella: hubo muchos prisioneros que, si encontraban un arma, mataban a sus familias y después se suicidaban; hubo madres que a sus hijos pequeñuelos, con la espada

de algún guerrero caído, daban el golpe de gracia; hubo también muchos hombres de Asturia y de Cantabria que fueron crucificados sólo por pura venganza; pero ellos, en la cruz, cantos de guerra entonaban porque en libertad podían entregar, al fin, su alma (para ellos, ser esclavos era la peor desgracia.)

Resonancia de esta guerra Con estos ocho versos hice yo constar en mi obra de Lancia de los Astures el final de aquella guerra, la más cruel y mortífera que durante toda su Historia tuvo que soportar el territorio de nuestra tierra leonesa: De esta veleidosa guerra de la milicia romana contra cántabros y astures, dos pueblos libres de Hispania, sólo nos resta decir: la guerra fue dura y larga, resonó en todo el Imperio el fragor de sus batallas.

II.- LA GUERRA CONTRA LOS ROMANOS EN LA COMARCA DE RUEDA. Batalla del Canto del Barrial El general romano Publio Carisio tenía dos legiones a su mando. La Legio X se hallaba acampada en Astorga, y la Legio VI Víctrix (es decir “Vencedora”) donde ahora está León. Ante el inminente ataque de los astures, traicionados por los brigaecinos, tomó el mando de la Legión VI y, a marchas forzadas se dirigió a Lancia. Al mismo tiempo ordenó atacar a los astures de los castros de Rhama y Cueto, que se hallaban, respectivamente en Villasabariego y Villafañe.

Marchando por la Mota de Puente Castro, Arcahueja y Castrillo, Carisio llegó con su legión a las inmediaciones de Mellanzos, donde acampó.

He localizado indicios suficientes como para poder asegurar que en Mellanzos, junto al río Moro, asentó Carisio su campamento contra Lancia o Rueda.

No muy lejos de allí, subiendo por el río Moro, en el Canto del Barrial, junto al Valle Abéjar o Abejar, debió de tener lugar algún combate con los romanos, lo que yo deduzco de lo que me contó un vecino de Rueda: Un labrador contaba hace ya muchos años que allí se habían batido en tiempos muy lejanos no se sabía quiénes ni se sabía cuándo; porque, mientras araba la tierra de estos pagos, resurgían algunos hierros: puntas de dardo, trozos de hojas de espada

y otros restos extraños casi irreconocibles de puro estropeados.

El relato de aquel hombre inspiró también estos versos “De la batalla del Canto del Barrial, según la tradición”: Según una leyenda de tiempo inmemorial que ha pervivido en Rueda por tradición oral, tuvo lugar sin duda la batalla campal en el pago que llaman el Canto del Barrial; porque allí todavía, cuando llueve muy fuerte, resurgen de la tierra los signos de la muerte: trozos de armas de hierro viejos y corroídos de héroes vencedores y de héroes vencidos, y, revueltos con ellos, también huesos humanos que la gente atribuye a moros y cristianos que murieron luchando por conservar su fe y sólo nos dejaron lo poco que se ve.

Castros de la Comarca de Rueda Los castros son eminencias del terreno en las que todavía podemos apreciar terraplenes y fosos artificiales que las hacían fácilmente defendibles. En algunos casos estaban habitados; en otros, servían como refugio contra incursiones enemigas. Es muy probable que todos los que menciono a continuación fueran conquistados por los romanos cuando iniciaron el cerco de Lancia.

El castro más importante de nuestra comarca es el que ocupa actualmente el pueblo de Rueda del Almirante. Junto a Nava de los Caballeros hay otro castro, llamado ahora Santa Eufemia, y antiguamente Castro Milanos. Otro es la cuesta llamada la Otrera, junto a San Cipriano de Rueda. Otro se halla en Villarmún, y es conocido ahora como Cuesta Cabañas, aunque su nombre antiguo era Costa de la Cabana. Hay algunos más pequeños y de menor importancia; pero hablaré de ellos a su debido tiempo.

El castro de Nava aparece mencionado en “Lancia de los Astures” cuando dije que Publio Carisio, para dirigirse a Peñacorada, a cuatro millas escasas de Lancia, dejó a la izquierda el recio castro de Nava, vigilante de un camino que conduce a la montaña, En la misma obra también mencioné el susodicho castro de la Otrera, situado junto al pueblo de San Cipriano, que antiguamente se llamaba San Cipriano del Fano (un fano es un lugar consagrado, especie de templo en el campo): Al otro lado del río pasó la tropa en marcha junto a una verde colina con fosos fortificada; era el célebre Fano, cuyo nombre tanto extraña, un castro que los astures en aquel tiempo habitaban

y del que habían huído con sus caballos y cabras.

A este misterioso Fano ahora Otrera lo llaman, y en lo más alto del mismo había un pozo sin agua.

Identificación de Rueda con Lancia A pesar de que, desde hace muchísimos años se viene asegurando que la famosa ciudad de Lancia se hallaba en el término de Villasabariego, donde aparece gran cantidad de restos romanos, yo sigo manteniendo que Lancia es Rueda del Almirante. En otro libro mío, que pronto será dado a conocer, creo que dejaré demostrado que lo que hubo en Villasabariego fue una ciudad llamada Rhama, que el llamado castro de Sublancia se halla junto a Valle de Mansilla, y que Lancia es Rueda.

Entre otras muchas pruebas, expongo la de que en el campo de Rueda todavía pueden verse algunos cuetos con indicios seguros de haber estado fortificados. Normalmente no son más que fosos y terraplenes; pero lo bien conservados que están algunos trozos de ellos es prueba que avala mi teoría. Por eso dije lo que sigue, a propósito de la ubicación de la verdadera Lancia: Se hallaba Lancia sobre antiguo castro de colina escarpada, ceñíanla dos fosos paralelos bajo fuerte muralla y todo su contorno parecía una punta de lanza a cuyos pies un caudaloso río, el Astura, pasaba.

Por la derecha y la izquierda de este poblado de Lancia, como trincheras profundas, sendos valles lo abrazaban, cuyos nombres son ahora Carvajal y Pradañada, y en el espacio entre éstos (“tierra coteril” la llaman las escrituras antiguas) hasta quince cuetos se alzan: Cueto Redondo, el más alto, y, algo menos, la Atalaya.

También hice constar de qué forma están realizadas las obras defensivas de los astures en el terreno donde tuvo lugar la batalla: Para defensa de Lancia y terrenos aledaños, donde estaban los astures en gran número acampados, se decidió levantar unos terraplenes largos con sus fosos paralelos que, corriendo por lo alto, las susodichas colinas enlazaban, bordeando los entrantes y salientes cuando era necesario.

Terminada por completo

esta obra defensiva (algunos de cuyos tramos se aprecian bien todavía), quedaban dentro de ella los pagos que aquí se citan: la Llana y Cueto Redondo y, a la izquierda de esta cima, Pradera del Estepal, Adilones y Basilias; el alto de la Atalaya, como le llaman hoy día, era entonces, como ahora, de aquel ámbito vigía.

En el resto del contorno ninguna obra fue precisa, pues hacia el río ya era inexpugnable la villa.

El campo de batalla de Rueda, sobre el que tengo hecho un buen estudio en una obra de próxima aparición, aparece identificado poéticamente sin ninguna duda en estos versos: En el centro de aquel campo donde se dio la batalla diz que cada año crece una espiga colorada.

Testimonios de la batalla de Lancia No sólo digo que Lancia es Rueda por todo lo anterior. Los alrededores de Rueda fueron seguramente campo de batalla contra los romanos, porque allí han aparecido puntas de flecha y trozos de hierro muy corroídos que sin duda son lo único que queda como testimonio de lo que pasó. Sin duda alguna, entre los restos de armas de aquella época, el más interesante es una punta de “solliférreum”, que era como los romanos llamaban a un dardo o jabalina toda de hierro, de ahí su nombre.

Tampoco hemos de olvidar que en Rueda del Almirante existe una magnífica fuente de piedra edificada por los romanos. En mis investigaciones por la Comarca de Rueda, he llegado a localizar, de momento, hasta seis fuentes romanas.

Cuando se hizo la traída del agua a Rueda del Almirante, apareció una estatuilla que era la parte superior de un estandarte romano. Esta es una de las pruebas arqueológicas incontrastables que yo siempre he aportado para demostrar que allí pelearon los romanos con los astures y que Lancia es Rueda. Lan mencionada estatuilla es una Victoriola, así llamada porque representa a la diosa romana Victoria, muy venerada en los campamentos legionarios.

Yo versifique así el relato de su hallazgo: Según veraces testigos que lo cuentan de palabra, con ocasión de las obras de la traída del agua, en Rueda del Almirante (junto a la vieja muralla, intramuros y muy cerca de la puerta de la Varga) apareció una estatuilla de vetustísima traza.

Examinada despacio, observaron que la estatua era la de una mujer y una Virgen semejaba.

La encontró Jesús de Rueda mientras cavaban la zanja, pero el encargado de obra que allí cerca se encontraba (José tenía por nombre y le quedó mala fama) se acercó como cegado por el brillo de la estatua y, creyendo que era de oro, se la arrebató a ultranza.

Mas, entonces, hubo quien, viendo acción tan descarada, le dijo: -“Oye, José (son textuales palabras), o das a Jesús la Virgen o ahora te rompo el alma.” palabras éstas que siempre en Rueda son recordadas, pues la Sagrada Familia al completo mencionaban.)

A pesar de que después se dijo que aquella estatua no era Virgen y no era más que una pata de cama, la autoridad que intervino decidió en última instancia devolvérsela a quien la encontró mientras cavaba.

Ahora ya se conoce que aquella famosa estatua de Rueda del Almirante es una pieza preciada de un museo palentino donde actualmente se halla.

Es estatuilla de bronce de antigüedad demostrada, ápice de un estandarte de la milicia romana, de los “moratos” que antaño aquí en Rueda batallaban, símbolo de una Victoria tal vez aquí no lograda.

Sospecho que los romanos perdieron la Victoriola durante el ataque de la Legión Sexta Vencedora (o Victoriosa), pues esta legión estaba mandada por Publio Carisio y su campamento se hallaba donde la actual ciudad de León, desde donde había hasta Rueda exactamente un día de marcha legionaria.

No olvidemos tampoco que los astures eran valientes guerreros, como lo dejé dicho con estas palabras: Como la fiera acosada por los perros, que a la selva se dirige paso a paso, como si nada la inquieta, y de vez en cuando vuelve sus zarpas y su cabeza amedrentando a los canes que la persiguen de cerca, así el astur retrocede

deteniendo la carrera del legionario romano que, una vez más, no lo espera y sabe con quién se mide en esta indecisa guerra.

Pero no sólo ha aparecido dentro de Rueda esta Victoriola o signo militar romano. También ha sido descubierto allí un ápice o parte superior de un estandarte de los astures. A este objeto de hierro forjado yo le puse el nombre de “asturaco”, y dije de él lo siguiente: En Rueda del Almirante, entre cimientos de cantos de unas paredes antiguas, hace ya bastantes años apareció un objeto de hierro, muy bien forjado: tenía espiral marcada en la parte de abajo, luego, como una arandela y después, tronco alargado cuyo grosor, hacia arriba, poco a poco iba mermando, terminando en dos gamellas con extremos enroscados que formaban agujeros pequeños, para atar algo, tal vez un par de borlones que llevarían colgando.

Si este extraño objeto era, y no lo dudamos, ápice de un estandarte ni cántabro ni romano, deberemos imponerle el nombre de “asturaco”, porque astures lancienses en la guerra lo llevaron.

Los muertos de la batalla de Lancia o Rueda Todavía se cuenta en Rueda que, hace ya demasiados años, durante los trabajos de hacendera en un camino junto a Rueda, aparecieron unas misteriosas sepulturas, que se supone que son de época muy antigua, tal vez de cuando allí tuvo lugar la batalla del Astura. La tradición oral conserva los datos que a continuación expongo: Cuando tañó la campana convocando a hacendera, un hombre de cada casa salió del pueblo de Rueda al camino de la Varga, cada cual con su herramienta, unos pico y otros pala, como en la ordenanza suena.

Cuando estaban reparando el camino, a la derecha, aparecieron de pronto tumbas junto a la cuneta y esqueletos con algunos restos de túnicas negras.

Lo más extraño del caso fue que en cada calavera,

debajo de la nariz, se veía, bien dispuesta, una anilla de metal a modo de nariguera.

Así es como lo vieron y así es como lo cuentan, mas todo fue destruido por quienes creyeron que eran enterramientos de moros muertos en alguna guerra (todos sabemos muy bien que en estos pueblos y aldeas los huesos que no se sabe de quién son, no se respetan.)

Otra prueba de que en los alrededores de Rueda hubo batalla la constituye el hallazgo de la sepultura de un desconocido guerrero. El enterramiento se descubrió en el lugar donde estuvo la iglesia de San Andrés. Allí, además de trozos de vasija y otros objetos de la Edad Media, han aparecido otros de época romana e incluso prehistórica. A este guerrero muerto en combate yo le he dado el nombre de Lanciaco, que significa “el de Lancia”. En mi obra “Lancia Asturum” ya me referí a Lanciaco en un poema que titulé “La tumba del guerrero”, que dice así: Para cumplir dos milenios sólo faltaban quince años desde que la guerra astur había finalizado, cuando se produjo en Rueda un revelador hallazgo: sucedió que, al levantar con la reja del arado una piedra de molino fracturada en tres pedazos, apareció bajo ella un esqueleto humano cuya frente presentaba, profundamente marcado, el corte de una espadada que le fue dada de tajo, seguramente en la guerra en la que murió luchando; ¿serían éstos los huesos de aquel famoso Lanciaco?

Pero mucho antes de componer los versos anteriores, ya existía otro poema que también habla de Lanciaco, ensalzando su valor en la lucha. Este poema fue compuesto por quien encontró su sepultura, que fui precisamente yo mismo. Dice esto: Mílite valeroso, testigo de pretéritas edades, rey de las libertadas: los dioses te concedan el reposo que merecido tienes, y a los cielos altivos, lejos ya de los vivos, te lleguen de este mundo parabienes.

Sin conocer tu nombre, todos aquí te admiran por valiente, y no hay quien no se asombre de ver sobre tu frente la huella de la espada del romano con quien luchaste cara a cara en vano.

III.- EL TRIBUTO DE LAS DONCELLAS EN LA COMARCA DE RUEDA Era costumbre guardada por los romanos el exigir rehenes a los enemigos vencidos, para que no volvieran a intentar nuevas rebeliones. Por eso yo dije que Publio Carisio exigió rehenes a los astures: Conforme a los derechos que en la guerra ostenta el vencedor sobre el vencido, exige a los astures diez rehenes el cruel conquistador Publio Carisio, y advierte que han de ser los entregados diez jóvenes varones, todos hijos de príncipes notorios que gobiernen en castros situados junto al río sagrado de esta tierra, el ancho Astura, espejo de varones aguerridos.

Estos diez versos endecasílabos tienen la particularidad de que en todos ellos las sílabas fuertes o acentuadas son siempre la segunda, la sexta y la décima. Los compuse así a propósito, para darles más sonoridad, imitando la forma de versificar de los griegos y los romanos. Creo que esto es un invento mío, pues no tengo noticia de que antes lo haya hecho nadie en nuestra lengua.

Como los cántabros y astures volvían a rebelarse, el emperador Augusto ordenó que entregaran como rehenes a sus hijas, no a sus hijos varones, porque estaba comprobado que les dolía más la deshonra de las hijas que la muerte de los hijos. En un texto de cierto historiador romano, cuyo nombre no quiero recordar ahora, aparece muy clara esta noticia, y yo la añadí a lo que cuenta la leyenda de Rueda, pero interpretando que ésta no tiene nada que ver con los moros, sino con los romanos: Viendo Augusto que las tribus, nunca del todo domadas, con la entrega de rehenes no ofrecían seguranza a la paz establecida por Publio Carisio en Lancia (pues los inquietos astures de ningún modo pensaban en dejar de hacer la guerra por temor a represalias contra sus hijos varones puestos en manos romanas), decidió probar con otro modo de pacificarlas hasta entonces nunca visto: las obligó a que entregaran diez hijas, y no diez hijos, en el presidio de Lancia.

Y como a estas mozuelas cada día las dejaban pasear hasta una fuente que muy cerca de allí mana, la Fuente de las Doncellas todavía se la llama.

Aunque la leyenda dice que eran los moros de Rueda quienes exigían un tributo de doncellas, hay que tener en cuenta que normalmente se atribuye a los moros muchas cosas que nada tienen que ver con ellos, sino con los romanos. Investigando estas cosas, yo he llegado a la conclusión de que los moros de la leyenda eran los “moratos”, palabra que en latín significa soldados que permanecían de guarnición en algún campamento o fortaleza. Por dicha razón, volviendo a lo dicho antes, escribí lo que sigue: En Rueda del Almirante dice una antigua leyenda que cuando estaban los moros aposentados en Rueda, a los pueblos comarcanos exigían por la fuerza la entrega de un tributo llamado de las Doncellas Unos dicen que eran cien, y otros dicen que doscientas; debieron ser muchas menos, porque la gente exagera.

Lo que sí conozco bien, y lo sé a ciencia cierta desde hace muchos años, es que aquellas doncellas no eran ningún tributo sino rehenes de guerra, y aquellos moros, moratos o romanos, que en Rueda tenían su campamento con una misión expresa: defender de los astures la conquistada ribera.

Las doncellas paseaban, según dice la leyenda, hasta el Valle Carvajal, un lugar cerca de Rueda donde mana todavía, debajo de una peña, una fuente que se llama la Fuente de las Doncellas.

IV.- SANTIAGO MATAMOROS EN LA COMARCA DE RUEDA Existen muchas leyendas de apariciones de Santiago Matamoros en las batallas para ayudar a los cristianos que luchaban con los moros. Estas leyendas han sido interpretadas por todos los historiadores en el sentido de que se refieren a moros y cristianos de la época de la Reconquista.

Yo, como veremos, las interpreto de otra forma.

La leyenda conservada en la Comarca de Rueda, de la que Aurelio Calvo dio la primera noticia en su libro de “El monasterio de Gradefes”, es diferente de las que se cuentan en otros lugares, porque aporta más datos que ninguna. Yo la oí contar de esta manera: Bien recuerdo todavía

que en Villamondrín de Rueda, siendo yo niño pequeño, me contó un día mi abuela las andanzas de Santiago según aquella leyenda oralmente transmitida en estos pueblos y aldeas.

En época tan remota que ya nadie la recuerda, llegó el Apóstol Santiago a la ribera del Esla con tropel de caballeros que seguían su bandera.

Hizo la guerra a los moros encastillados en Rueda, consiguió echarlos de allí, pero con veloz carrera galopando hasta Cifuentes ofrecían resistencia donde llaman el Castillo y en otras cercanas cuestas.

Tras varias escaramuzas, huidas de ida y vuelta (desde Rueda hasta Cifuentes, desde Cifuentes a Rueda) y mutuas espolonadas de eficacia incierta, al final el santo Apóstol pudo conseguir que huyeran al pueblo de Villanófar, y en el pago de Peniella exterminó a los moros de aquel presidio de Rueda.

Aunque hay otras versiones de esta misma leyenda, parece que ésta es más antigua y verdadera.

Porque fue en Villanófar donde consiguió Santiago el vencimiento de moros en un combate a caballo, cerca de este lugar le fue edificada al santo una iglesia cuyas ruinas aparecen en un prado.

En la Peniella o Penilla, cerca de aquel santuario, hay una pequeña cueva y una fuente mana al lado; es la Fuente de los Moros vencidos en aquel pago, junto a la cual es visible, marcada sobre peñasco, la huella de una herradura del caballo de Santiago.

Otro indicio semejante de un casco de aquel caballo cuentan que en Cifuentes hubo,

y así lo recogió Calvo.

También, hasta el siglo veinte, celebraban cada año el veinticinco de julio (que es la fiesta de Santiago) la feria de Villanófar, donde llevaban en carros mucho apero de labranza y comestibles variados.

V.- LA LEYENDA DEL TESORO Existen en Rueda varias leyendas de tesoros. En esta ocasión sólo voy a tratar del que allí dejaron enterrado los moros cuando el Apóstol Santiago los expulsó del castro de Rueda. No olvidemos que yo interpreto que esos moros eran “moratos” romanos, y que los romanos eran quienes recogían ávidamente el oro de los astures para mayor grandeza del Imperio.

Sólo hablaremos ahora del más famoso de todos: el de las monedas de oro, aquel que decían que se encontraría a punta de reja o a pata de oveja.

La antigua leyenda dice que los moros expulsados de esta villa de Rueda, perseguidos por Santiago, su tesoro de monedas junto a una fuente enterraron; de esto, a continuación, te daremos algún dato.

Como yo no soy avaricioso, decidí dejar en el misterio el lugar exacto donde el tesoro se halla, aunque proporcioné a los lectores de mi obra algún indicio en un poema escrito en latín, titulado “De situ thesauri”, es decir, “sobre la situación del tesoro”. Por si acaso os interesa, el poema dice así: DE SITU THESAURI Palude ad fontem lutosa, ut aiunt legendae maiorum, thesaurum morati texerunt.

Quo loco paludis ignorant exteri propiique, et mihi, quamvis non ignaro, eloqui non licet si divitias nolo.

Sic est nunc Castro Rota moratorum thesaurus.

Hac Lanciacus eos fugavit, etsi non illum invenit.

En mi “Lancia de los Astures”, que, en el fondo, es un poema épico, o una “Leonesíada”, como bien supo captar el periodista Gancedo, terminé haciendo una exhortación final a todos los leoneses de pro, para que no olviden su Historia y defiendan a León cuando llegue el caso. Por lo que os atañe, os repito ahora aquellos versos, que pueden aplicarse a la actual circunstancia de nuestra tierra leonesa forzadamente uñida al yugo de Castilla: Ínclitos antepasados tuvimos en esta tierra

en aquella Edad Antigua y también en la Edad Media.

Imitadles leoneses, cuando necesario sea; nunca está todo perdido si por León se pelea.

FIN Eduardo Urdiales Laredo.

Otras aportaciones: Anima vagula blandula...: Hay un poema en latín, que es una preciosa aliteración. Lo escribió Publius Aelius Hadrianus (76-138).

Es este: Animula vagula, blandula hospes comesque corporis, quae nunc abibis in loca pallidula, rigida, nudula, nec, ut soles, dabis iocos.

Yo casi no me atrevo a ponerlo en español. Aunque alguien dijo (creo que fue Carlos I, de España, y V de Alemania) que el español es "la lengua para hablar con Dios"... Yo sólo me atrevo a dirigirme a mi alma íntima, con mi lengua de trapo...

Alma, vagabunda y cariñosa, huésped y compañera del cuerpo, ¿dónde vivirás?

En lugares lívidos, severos y desnudos y jamás volverás a animarme como antes...

Y también me atrevo a escribirlo, con mis palabras sentidas y modestas: Ay, almina mia, chiquirritina, que flotas, errante, por encima de todo; vagabunda e incierta; delicada, dulce, cariñosa; encantada con la tierna blandura de la molicie.

Ay, mi almina, chiquirritina, que te alojas, huesped; y eres dulce compañera, confidente de los secretos de mi cuerpo. ¿A dónde irás, en tu retiro? ¿A qué lugares partirás?

Almina pálida, marchita; con la palidez del cuerpo abandonado, cadavérica y de cera.

Almina yerta y fría; almina mía , chiquirritina; desnudina; abocada a una vejez prematura. ¿A dónde? ¿A dónde irás?

Allí donde vayas, ni siquiera te podrás dedicar a los juegos, ni a las gracias, ni a las inocentes bromitas, que compartimos en vida.

Ay, almina mía, chiquirritina.

Mi amado febo, Antinoo, -que te precedió en su marcha estará allí contigo.

Y este cuerpo mío será, entretanto, vagabundo, blando, marchito, rígido... abandonádamente solo y desnudo.

(Alfredo Escalada/02.02.10) La rama del romance. Las canciones de amor: DOS JARCHAS MOZÁRABES La lengua "mozárabe" estuvo constituida por distintos dialectos romances. No había unidad entre ellos y, a diferencia de otras lenguas románicas, se escribían en alfabeto árabe en vez de alfabeto latino. El mozárabe formó "parte del habla propia de las comunidades cristianos que, sometidas al Islam, continuaban viviendo en los grandes centros urbanos del antiguo reino visigótico." Nos ha llegado en lo que conocemos por "jarchas", estrofas finales de las poesías denominadas moaxajas, de los poetas andalusíes, que en ocasiones usaban estribillos romances con algunos arabismos y hebraísmos.

Las "jarchas mozárabes" eran muy breves y sugerentes. Se consideran, junto a las "moaxajas" (del arabe "muwashshaha", o "muwassaha", que significa "adornado con un cinturón de doble vuelta", es una composición poética culta propia de la España musulmana), como los primeros poemas hechos en la península en lengua romance, e influyeron mucho en poetas medievales ulteriores que escribían en la España cristiana...

Dos Jarchas mozárabes:

Meu sidi Ibrabim, ya tu omne dolge,

(Dueño mío Ibrahim, oh hombre dulce,)

vent' a mib de' nobte! (vente a mí de noche.)

In non, si no queris, yireym' a tib.

(Si no, si no quieres, iréme a ti.)

Gar me a ob Jegarte!

(-¡dime adónde!a verte.) ...

Tan t'amaray, illa con al-sarti (Tanto te amaré, sólo con que juntes...) an tagma' halhali ma' qurti!

(mi ajorca del tobillo con mis pendientes.)

EL SILENCIO DEL CIELO

Libro del Apocalípsis 8, 1: "Cuando abrió el séptimo sello, hubo un silencio en el cielo por espacio como de media hora"...

Sé de un lugar sagrado, aquí en mi tierra, donde se puede escuchar el silencio del cielo.

Está en un recodo de paz, en la ladera de un monte escaso de maleza, mirando al mar verde y jalde de una ribera.

Media hora escasa de silencio, abierto, - descubierto por unos monjes cordobeses que por aquí vinieron hace once siglos.

Sus manos laboriosas levantaron, en un año escaso... de pereza, una iglesia con arcos de herradura.

Y dentro, un bosque de árboles marmóreos, tres ábsides, - tres aras que apuntan al saliente; y al poniente, una ventana geminada...

Todo sellado "por un silencio como de media hora".

Media hora escasa me lleva reconocer la maravilla.

Media hora escasa, virgen de ruidos, que separa - o auna el cielo con la tierra. ¡O al revés!

Un sello bíblico... y un mítico silencio, "como de media hora".

Este lugar sagrado está en mi tierra.

Escalada es mi tierra.

Dejádmela en silencio.

(Alfredo Escalada)

- Villancico de un paisano de Vega de los Árboles: El villancico, tal y como hoy lo concebimos, es "una canción sencilla destinada a ser interpretada durante las fiestas de Navidad". Pero esto no fue siempre así. En sus orígenes, en el siglo XV, villancico fue un término empleado para designar a una composición poética de carácter popular. Literariamente consiste en un estribillo de tres versos, unas coplas de cuatro, uno o dos versos de enlace y repetición de los últimos versos del estribillo, que reciben el nombre de vuelta. El estribillo conforma una sección musical, a la que podemos llamar A; los dos primeros versos de las coplas poseen una música diferente, a la que podemos llamar B. Después de estas se repite la música del estribillo. Por lo tanto,la estructura final podría ser: Abba ...

A mí, el villancico de nuestro amigo Neftalí me parece genial. En todos los sentidos.

CON EL ALBA FRÍA (Villancico) Con el alba fría llegó, con el alba...

La tierra tirita; el cielo está en calma.

Llegó sigiloso cual sol mañanero que al verter sus oros ríen tierra y cielo.

Los ángeles, sones de gloria entonaron.

Humildes pastores fueron a adorarlo.

Que nació criatura siendo Creador; que una Virgen pura a Dios alumbró.

Con el alba fría llegó... Con el alba la tierra alucina y el cielo se pasma...

Que al que ven los dos es el Hombre-Dios.

(Navidad 2007) Pedro Neftalí de la Varga

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Reservados todos los derechos a los autores, que nos han cedido amablemente sus textos para la celebración de este Tercer Encuentro Poético en San Miguel de Escalada y para la edición de este libro: Eduardo Urdiales José Luis Puerto Leoncio Riol Neptalí de la Varga Escelita Fernández Alfredo García