Deo y aunia

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Anna Solé, Quim Solsona, Alba Seró Frendy de León i Bernat Sampietro.

CAPÍTULO

1:


D eo terminaba de atarse las sandalias, sentado encima de su cama, y vestido con una túnica de seda. Hoy viajaba al nuevo mundo conquistado por los colonizadores, un lugar llamado “Ampurias” con su padre, Ajax, pues él era hermano del rey de Atenas y tenía que avistar esas tierras con él. Así que se le había ordenado vestir con sus mejores galas para esa ocasión especialmente importante. –Hijo –la dulce voz de su madre irrumpió sus pensamientos. La madre de Deo, Adonia, era alta y delgada, tan hermosa como su nombre indicaba, y lucía un precioso cabello lacio dorado que destacaba unos ojos azules como zafiros. Él había salido a su madre, mas asemejaba la nariz de su padre: recta y básicamente perfecta. Ajax siempre le decía que antaño, cuando era más joven, podían ser como dos gotas de agua. Mas Deo no se creía hermoso. Era amable, culto e inteligente, y creía en la bondad de los demás; pues él no albergaba la soberbia de sus antepasados. –En menos de dos horas zarpamos –informó Adonia–. ¿Lo tienes todo preparado? –Sí, madre –respondió Deo. –Bien. Tu padre y yo te esperaremos en el puerto. No tardes mucho, el rey se hace esperar, mas no le gusta esperar a los demás –y con una sonrisa burlona en la cara, desapareció tras la puerta de madera. Deo cogió su zurrón de encima de la cama y metió dentro un libro, dos trozos de queso y una manzana para el viaje. Todo su equipaje restante estaba siendo transportado hacía su barco en ese momento, así que se dirigió hacia la puerta, miró por última vez su aposento, y salió de la habitación con una nostalgia débil todavía, pues Deo no sabía aún cuanto se iba a agrandar.

CAPÍTULO

2:


F altaban cinco minutos para zarpar y todos empezaban a embarcarse ya. Deo puso un pie en la tabla del Pentecóntero seguido de sus padres y su hermana pequeña, Adrienne. En vez de un zurrón, Adrienne llevaba una muñequita preciosa en brazos. La niña tenía ocho años y le gustaba corretear por ahí para ver y saber más: se asemejaba a su hermano, pero más chillona. A bordo, Deo, Adrianne y sus padres hicieron una reverencia al rey Clístenes y a su hija Agarista, que era un poco mayor que Deo. Clístenes pidió humilmente que se levantasen, y le dio unas palmaditas amistosas a Ajax en la espalda. Los dos hermanos se alejaron para hablar un rato, mientras un esclavo guió al resto de la familia hacia lo que sería su habitación durante el viaje.  Al cabo de dos meses que a Deo se le hicieron interminables, con su hermana preguntando cada dos por tres: “¿Hemos llegado ya, hemos llegado yaaa?”, el Pentecóntero llegó una mañana a la costa que hace poco había pertenecido a los Layetanos. El rey y compañía terminaron la jornada yendo a Ampurias en el carruaje real. Al llegar a la ciudad, les abrieron las puertas al nuevo mundo por el que Deo y Adrienne sentían curiosidad, mientras que los demás tan solo mostraban indiferencia. Deo se asomó a la ventana junto con su hermana y miró fuera. No se le presentaba difícil distinguir a su gente de los reales habitantes de ese sitio. En primer lugar, por su aspecto físico: tenían el pelo negro o moreno, lacio, y los ojos oscuros. La piel bronceada y la carencia de altura eran comunes a simple vista. En segundo lugar, porque muchos de ellos estaban, en ese preciso instante, trabajando en construir casas, templos, etc., se imaginaba Deo. Para la tarde, las enormes carpas que les servirían de casa en las próximas semanas ya estaban montadas. Había dos guardias reales al lado de la puerta de cada una, cosa que hacía sentir a Deo un tanto incomodo, pues ¿qué podía pasarles de malo? Su padre y el rey les habían contado que los griegos llegaron allí de forma amistosa, por lo que pensaba que nadie quisiera atacarles. Y si alguien quería, seguro que con esos individuos vigilando les sería arduo conseguirlo. Aún así seguía teniendo ese sentimiento empalagoso que le hacía querer deshacerse de esos hombres. Deo necesitaba salir de ahí en seguida. Se colgó el zurrón al cuello, se despidió de su madre, su hermana y su prima y salió por la puerta intentando disimular lo mejor posible la rapidez en que caminaba.

CAPÍTULO

3:


I ba paseando por las calles, si se podían considerar calles, aún por acabar. Había ya algunas casas terminadas pero, aún así, se veían un poco vacías. También se le iba apareciendo alguna tienda o algún bazar abiertos. Se notaba que no perdían el tiempo. Fue entonces cuando vio a una figura grácil, un poco enjuta, que caminaba confusa por el otro lado del andén. A primera vista aparentaba ser un muchacho. Llevaba un manto marrón rojizo apañado en algunas partes, supuestamente con agujeros, con una túnica debajo, y calzaba unas alpargatas un poco gastadas. Pero Deo no podía verle la cara, ya que iba oculta bajo una capucha. Parecía más bien pobre. Deo cambió de acera disimuladamente y se acercó al chico por detrás. No sabía qué decirle, mas sabía que debía hacerlo por alguna razón desconocida. Pero, sorprendentemente, fue el mozo el que habló primero: –Perdón –empezó, con una voz raramente aguda que sorprendió a Deo aún más–, no quisiera importunar, mas ¿sabes si hay por aquí cerca algún sitio en el que pueda encontrar empleo? Deo dudó un momento. –Pues ahora mismo no, pero puedo preguntarlo, si quieres –dijo con una sonrisa–. ¿Cómo te llamas? –Me llamo Aun… es decir, Orkeikealur –respondió, poniendo la voz más grave. – ¿Orkeikealur? Un nombre un tanto difícil, ¿no crees? –se rió Deo, pero sin pasarse. –Puedes llamarme Al, si quieres –ofreció Al, quien aún no había levantado la vista–. ¿Y tú cómo te llamas? –Deo –contestó el otro. El muchacho alzó la cabeza y miró a Deo pasmado. No tenía cara de chico, o eso le pareció a Deo. Pero con tantas capas de suciedad en su cara no se podía ver mucho. – ¿Deo? –preguntó con un tono enojado–. Tú no eres de aquí, ¿verdad? Al se fijó en los rasgos físicos de Deo y soltó: – ¡Tú eres griego! –finalmente parecía enfadado de verdad– ¿Qué haces aquí? Deo estaba molesto por ese comentario pero, amablemente, respondió: –Soy el sobrino del rey Clístenes y he venido para visitar tu mundo. – ¡Mi mundo ya estaba bien antes de que llegaseis…!


Deo se quedó asombrado ante la osadía de aquél chiquillo. Normalmente, cuando compartía esa información, la gente mostraba el doble de respeto por él. –He venido en son de paz, si eso es lo que os importa a ti y a tu gente –replicó–. Y tan solo estaba paseando por aquí… –En ese caso, bienvenido a Ampurias –dijo Al con un tono más cordial, pero no muy confiado aún. –Oye, ¿te parece que vayamos a charlar a otro sitio? –propuso Deo– No me gustaría que tu gente me mirase mal, ya que voy a estar un tiempo por aquí, y… Al sonrió un poco e interrumpió: –Claro, conozco un sitio perfecto. Cogió la muñeca de Deo y se lo llevó a rastras por la dirección contraria en la que iban ambos. Deo no terminaba de fiarse de ese tal Al, pero había algo en él que le gustaba.  Anduvieron unos diez minutos hasta que llegaron a la cima de un pequeño turón. Hablaban mientras contemplaban la puesta de sol, muy hermosa. –Y… ¿Cuál es tu historia, Deo? –preguntó Al, con dificultades para pronunciar Deo– Y por cierto, ¿qué significa tu nombre? Deo parecía un poco ruborizado. –Significa divino, en griego –respondió mirándose la manos. Al se echó a reír–. A mí no me hace mucha gracia, que lo sepas. No me gusta mucho mencionar mis lazos con la realeza, y me avergüenzo de mi propio nombre, pues no soy nada orgulloso. –Lo siento –se disculpó Al. –No pasa nada –el otro le sonrió–. ¿Así que quieres saber mi historia? Al se puso rojo y río tapándose la boca. No parecía un gesto demasiado masculino. Deo lo observaba con atención. –Pues… –comenzó Deo– Tengo quince años, y antaño vivía en Atenas, la capital de Grecia, con mis padres y mi hermana menor, Adrienne. Me gusta leer y aprender cosas nuevas, así como correr; me apasionan el deporte y las Olimpíadas. Como te he dicho antes, mi padre es hermano del rey Clístenes, portador de la democracia y gran líder querido por el pueblo. Ahí tienes mi historia. ¿Qué me dices de ti? Al dudó un poco y asintió con la cabeza.


–Mmm… Pues yo tengo catorce años, y vivo con mis padres y mi hermano pequeño en Ilerda. Me gusta el deporte, como a ti, pero me temo que no soy muy culta, por lo que no se leer ni escribir. Eso es todo, básicamente –al hablar de su familia, su tono pasaba de constante y seguro a un poco decepcionado. Parecía triste–. Como habrás podido notar, soy pobre, mas busco un trabajo que me permita ayudar a mis padres. Deo se fijó en las largas pestañas de su acompañante y su labia rosada. –Vaya, lo siento –respondió finalmente–. Mas parece que eres muy honrado y sincero. Si hay algo en que te pueda ayudar, no dudes en pedírmelo. –Muchas gracias –gratificó Al–, lo haré. ¿No tendrás un poco de comida, por casualidad? Llevo días sin comer y, en fin… Justamente entonces su estómago emitió un sonido fuerte. Deo se paró un momento: primero pensó que no, no tenía nada. Y entonces le vino a la cabeza el trozo de quedo y el trozo de pan que llevaba en el zurrón des de hacía dos meses. –Bueno… –dijo, sacando la escasa comida– Tengo un trocito de pan con queso, pero es de hace mucho tiempo y me parece que está seco. Aún así parece comestible. Al cogió el pan y el queso como si fueron un tesoro y los miró con unos ojos enormes. –Gracias –dijo con esfuerzo. Mordió el pan y el queso y se los tragó ávidamente. –Siento no tener más. Al no contestó. Sonrió y miró a Deo con ojos tristes. –Antes he dicho que te creía sincero –Deo hablaba con cuidado–. Mas… todo el mundo tiene algún secreto. –Pues yo no tengo ninguno –respondió Al, tenaz. – ¿Seguro? ¿Ni si quiera que eres una chica? –soltó Deo. Al lo miró absorto– Tus gestos preceden tu identidad, pues eso es inevitable. –Mi verdadero nombre es Aunia. Y sí, soy una chica. Mas todo lo que te he contado es cierto. En Ilerda no se valora mucho a las mujeres, y no es fácil conseguir trabajo así. Por favor, si quieres ayudarme no rebeles a nadie mi identidad –le pidió Aunia. –Descuida, tienes mi total discreción –le dijo Deo sonriendo.

CAPÍTULO

4:


D eo no podía parar de pensar en lo que le había explicado Aunia. Aquella extraña chiquilla se hacía pasar por algo que no era solo por mantener a su familia, y se esforzaba por continuar adelante aunque nadie excepto él aceptase como era de verdad. Desde pequeño repudiaba la idea del machismo. No comprendía porque aquella sociedad tenía la imagen de que hombres y mujeres eran diferentes. En efecto, iba a ayudar a Aunia. De ninguna manera podía dejarla sola. Su madre llevaba ya un rato observándolo, no comprendía cómo no estaba inquieto, como siempre. Deo volvió a en sí sacudiendo la cabeza y la preguntó a Adonia: –Madre, ¿dónde se encuentra padre? –Fuera, hijo, hablando con tu tío el rey. ¿Ocurre algo? Pareces un poco distanciado de la realidad –Adonia siempre se daba cuenta del estado de ánimo de su hijo. Deo dudó si contarle lo de la muchacha a su madre. Su simple objetivo era ayudarla a conseguir trabajo, y seguro que su madre no podría hacer nada. Así que respondió: –Claro, madre, no te angusties por mí. Es solo que quiero pasar un rato con él –miró a su hermana pequeña y dijo–. Deberías preocuparte más por Adrienne, la veo pálida. Su hermana le sacó la lengua y, aprovechando la inquietud de su madre por la niña, salió de la carpa rápidamente y se dirigió hacia la del rey. Tan solo había que dar diez pasos para llegar hasta ella. Pidió permiso para entrar a los guardias, éstos se lo dieron, y se metió dentro. –Padre –susurró. Ajax y Clístenes se giraron y Clístenes miró a su hermano un poco impacientado. – ¿Qué pasa hijo? –preguntó– ¿Qué te urge? –Podríamos hablar en privado, ¿por favor? –pidió Deo. –Claro –Ajax se apartó del lado de Clístenes, este un poco molesto, y se dirigió al lado de Deo. Ambos salieron de la tienda y se alejaron unos metros. –Necesito tu ayuda, padre –empezó Deo. –Te escucho. –Hoy he conocido a alguien, y… – ¿Has salido del recinto? –interrumpió su padre enfadado– No debiste, Deo.


–Lo sé, padre, mas sentía que debía conocer más cosas sobre estos lugares y, paseando por una calle, he conocido a una chica que necesita mi ayuda. – ¿Qué clase de ayuda? ¿Cómo se llama? ¿Dónde vive? ¿Sabemos si lo que dice asegurar sobre su vida es cierto? –exigió Ajax– Deo, ¿cómo fuiste tan incauto? Esperaba más de ti. –Lo siento mucho, mas si quisieras escucharme… –Tienes cinco segundos para hablar –Ajax se cruzó de brazos. –Esa muchacha necesita ayuda para conseguir trabajo, y ganarse un sueldo para poder mantener a su pobre familia, que vive en Ilerda –explicó Deo casi sin aliento. – ¿Y qué puedo hacer yo al respecto? Sabes que hay machismo en nuestros lares y no es fácil conseguirle un empleo a una mujer –ahora Ajax parecía más comprensivo. –Ella se hace pasar por barón por eso mismo; si tan solo pudiera trabajar en una tienda donde hacer vino, ya sabes que eso gusta mucho a los griegos, o si… –En primer lugar, deberías inclinarte por ayudarla de otra manera: dile que no finja ser quien es, que busque un empleo digno de mujer… Aunque… –Ajax tuvo una idea– nuestra doncella acaba de irse, y estamos sin sirvienta… – ¿Irene se ha ido? –a Deo se le pusieron los ojos tristes. –Hijo, céntrate. Si quieres ayudar a tu amiguita deberías proponerle que viniera de vuelta con nosotros a Atenas para ser nuestra criada. – ¿Criada? –Deo no daba abasto– Padre, es una buena muchacha, y se merece lo mejor. Además, aquí está toda su familia. –Y con nosotros tendría una buena vida, un buen jornal y una buena casa donde alojarse, y puede mandarle parte del dinero a su familia –Ajax hablaba humildemente– Hazme caso y propónselo. Dile que nos marchamos en una semana. –Sí, padre –Deo no se mostraba del todo convencido con la idea, pero no le quedaba más remedio si quería ayudar a Aunia. –Por cierto, ¿cuál es su nombre? –preguntó Ajax. –Aunia, padre –respondió Deo. –Aunia –repitió su padre–. Un nombre precioso. Salúdala de mi parte –y se fue.

CAPÍTULO

5:


A l día siguiente, Aunia y Deo quedaron en el turón. Cuando Deo llegó, ya estaba allí Aunia aguardándolo con gran ansia. – ¿Y? –le preguntó. Deo sacudió la cabeza. –Tengo que proponerte algo de parte de mis padres, mas no sé si va a gustarte. Aunia se asustó un poco y preguntó, cautelosamente: – ¿De qué se trata? –En una semana me vuelvo a Grecia –Aunia puso una cara triste–. Mas… mis padres quieren saber si querrías acompañarnos. – ¿Acompañaros? –Aunia estaba confundida– No comprendo… Deo no sabía cómo decírselo con tacto. –Nos hace falta una doncella. La antigua se ha ido, y necesitamos a alguien que esté dispuesto a vivir con nosotros… – ¿Doncella? ¿Vivir contigo? –Aunia se puso roja y se mordió la lengua. Deo la observaba divertido– Es decir… ¿Con vosotros? – ¿No te parece bien? –Deo estaba cada vez más nervioso. Quería que Aunia se fuera con él, pero la veía un poco indecisa– Tendrías un alojamiento, un buen salario, y todos te quisiéramos como si fueras de la familia. Puede que hasta mi institutriz pueda enseñarte a leer y escribir. ¿Qué me dices? –Deo tenía una mirada suplicante. – ¿Leer y escribir? –preguntó incrédula– Nunca nadie me había ofrecido un trabajo, y mucho menos así, no es lo que me esperaba para nada, pero aceptaré. –sonrió. – ¡Es estupendo! –Deo comenzó a reírse sacando toda la euforia de dentro– Pues, como te he dicho antes, en una semana ¡zarpamos! –Claro, estaré lista entonces –dijo Aunia– Voy a comunicárselo a mi madre hoy, ¡seguro que se pone muy contenta por mí! Deo y Aunia se despidieron, ambos con el brillo del triunfo en los ojos y se marcharon en direcciones contrarias. En consecuencia, ninguno de los dos durmió esa noche.

CAPÍTULO 6 :


Y , en efecto, en una semana todos los sirvientes del rey correteaban de aquí para allá preparando todo el equipaje. Deo ya había comunicado la aprobación de la madre de Aunia a sus padres y ellos le habían dado el permiso para embarcarse y dormir en la habitación del lado de la suya, aunque fuera más pequeña. Adonia había notado el afecto que su hijo le tenía a aquella extraña, y solo quería que Deo fuera feliz. “Aunia se conformará con esa habitación”, dijo Deo para sus adentros. –Hijo –dijo Adonia–, debemos marcharnos ya. ¿Sabes si la chica va a tardar mucho? En ese momento Deo vio a Aunia corriendo con un pequeño fardo en la mano. Se quedó un poco atónito: ¿Esa era toda la ropa que tenía? – ¡Perdón! Lo siento sus majestades… perdón por llegar tarde –Aunia se arrodilló. Estaba muy arrepentida. –Álzate, querida, no pasa nada mujer –Ajax sonrió con simpatía. Le había caído bien la muchacha. Adonia también enseñaba los dientes–. Bienvenida al Pentecóntero. Adrienne salió de detrás de la espalda de su madre y le gritó a Aunia: – ¿Tu eres la chica que le gusta a mi hermanooo? Aunia y Deo se pusieron rojos y Deo le dio un cachete amistoso a Adrienne.  Los dos meses de viaje de vuelta a Grecia se hicieron cortos con Aunia de invitada. Había hecho buenas migas con Adrienne, y los padres de Deo le habían cogido una gran estima. Cada noche, a la hora de la cena, Aunia contaba a la familia un poco más de su vida, explicándolo de manera divertida pero manteniendo siempre las formas, por lo que esos dos meses fueron muy importantes para el aspecto que iba desarrollando a ojos de Ajax y Adonia. Incluso Clístenes le tenía aprecio. Así que al llegar a Atenas, Adonia le dio a Aunia una habitación preciosa, bastante amplia, con una ventana muy grande y una cama muy cómoda, incluso con un armario y un escritorio. También le dieron un poco más de dinero para que pudiera comprarse ropa apropiada a la moda de la ciudad. Deo estaba extremadamente feliz.

CAPÍTULO

7:


L a relación de Aunia con respecto a la familia se iba agrandando día a día. Deo sentía eso mismo cada mañana, al venir su institutriz, y al ver la facilidad y las ganas de Aunia de aprender. Era impresionante lo bien que leía en tan solo dos semanas, y al cabo de un mes, escribía su nombre y otras cosas sin problemas. O cuando estaba fregando el suelo del comedor y Adrienne, al pasar por allí, se ofrecía a ayudarla; eso lo dejaba atónito, pues Adrienne nunca antes había mostrado tal cortesía o humildad. Cada día que pasaba, los sentimientos de Deo hacia Aunia iban aumentando, hasta que un día llegó a la conclusión de que la amaba y, supuestamente, ese afecto era mutuo. Aún así, Deo nunca tuvo el coraje suficiente para decírselo, así que las cosas seguían normales entre la familia con el único cambio del crecimiento del los niños.  Un día, al cabo de unos años, Adonia pidió a Aunia que fuese a comprar comida para la cena en el mercado que había al lado del puerto. De paso, debía recibir al amigo mercader de la familia, que venía justamente de Ilerda. Aunia estaba entusiasmada con la idea. Salió del mercado con un montón de bolsas en las manos y se dirigió a un barco que se amarraba entonces a la orilla. Vio bajar a un hombre con una túnica blanca encima de una camisa marrón que llevaba un zurrón colgando. Ese debía ser el mensajero que esperaba. Aunia intentó recordar el nombre que le había dicho Adonia antes de salir… Angell, se llamaba Angell. Le divirtió la idea de que el hombre se llamase así, como su oficio. Se dirigió hacia él un poco nerviosa y le tendió la mano. El hombre hizo lo mismo y le estrechó la muñeca. A Aunia le sorprendió bastante ese gesto, pero supuso que así se hacía en Grecia y le dijo: –Buenos días. Soy la doncella de Ajax y su familia y me llamo Aunia. Le llevaré hasta su casa. ¿Ha tenido un buen viaje? Al hombre le inquietó un poco el aspecto de la chica. Estaba claro que no era griega, y se veía que no se terminaba de fiar de ella. –Sí, muchas gracias. Yo soy Angell –respondió finalmente– Supongo que tú eres la muchacha íbera a la cuál debo informar. Aunia abrió mucho los ojos.


– ¿A mí? ¿Informar de qué? –preguntó. Angell se paró y dudó un momento– Está bien, si quiere pude decírmelo cuando lleguemos a la casa. Notó que el hombre lo prefería así, y volvió a caminar, siguiéndola con desgana. Nada más llegar al patio de la vivienda, vieron a Adonia que los esperaba en la entrada. –Buena mañana, Angell –saludó– ¿Fue bien el viaje? ¿Traes buenas nuevas? –Me temo que debo informar a esta joven sobre una emergencia familiar –dijo, mirando a Aunia. – ¿A mí? –se alteró– ¿Emergencia? ¿Qué emergencia? ¿Qué ha pasado? –Tu madre se muere. Ha enfermado y ningún médico sabe lo que tiene –lo contaba mirando al suelo, triste–, por lo que no hay cura posible. Aunia se cayó al suelo junto con las bolsas de comida. Adonia, a punto de llorar, la ayudó a levantarse del suelo y le puso la mano en el hombro. – ¿Pero cómo que no lo saben? ¿Qué clase de médicos son esos? –preguntó Adonia en lugar de Aunia, quien no podía hablar porque estaba paralizada. Angell no parecía muy cómodo. Más bien asustado. –En el pueblo se habla… se habla sobre… –balbuceaba–…una tal enfermedad de los demonios, algo que raras veces se ha visto des del comienzo del siglo. Tu madre sufre convulsiones que los sacerdotes sólo pueden explicar con posesiones demoníacas. Aunia no dijo nada. Estaba demasiado horrorizada para hacerlo. Dio media vuelta y, sin despegar la vista del suelo, se fue a su habitación. Adonia la observaba destrozada.  Esa noche, cada vez que Aunia se dormía, una horrible pesadilla la despertaba, encontrándose sudada y aterrada en su propia cama. Debía hacer algo. No podía quedarse en Grecia fregando suelos mientras su madre perecía en Ilerda. Se levantó, con ojeras en la cara y bostezando, abrió su armario y miró dentro. Le habían comprado una bolsa nueva más grande. La abrió también y empezó a meter sus cosas dentro. Lo tenía decidido: mañana se iba de viaje.

CAPÍTULO 8 :


A unia salió sigilosamente de su habitación, que parecía mucho más vacía. Mirando para atrás a ver si veía a alguien, no se fijó en Adrienne delante de ella, que se había levantado para ir al baño. – ¿Dónde vas con esa bolsa, Aunia? –le preguntó casi chillando. – ¡Shhh! –susurró Aunia– No hagas ruido, no vayas a despertar a Deo y a tus padres. Demasiado tarde. Deo había oído el jaleo desde su habitación, que no estaba muy lejos, y se había alzado para ver qué pasaba. – ¿Qué ocurre, Aunia? –dijo con la voz muy ronca– Adrienne, ¿ya estás molestando? Su hermana le hizo una gaña y respondió: –No, pero he pillado a Aunia saliendo a escondidas de su cuarto con esa bolsa. Aunia se mordió el labio y miró a Deo. – ¿Dónde vas, Aunia? –le preguntó desafiante– ¿Qué está pasando? Aunia le resumió en pocas palabras lo que sucedió el día anterior y lo que le había contado Angell. Deo parecía muy afligido. –Y… ¿Te vuelves a Ampurias? –le preguntó reprimiéndose las ganas de llorar. –A Ilerda –corrigió Aunia– Quiero pasar los últimos días de mi madre con ella. Adrienne rompió a lloriquear y a Deo le cayó una lágrima. Aunia se acercó a él i le secó la cara con la mano, acariciándosela. –Muchas gracias por todo lo que has hecho por mí –le susurró, y le dio un beso en la mejilla. Deo se puso tenso y dejó de llorar. Aunia se dio la vuelta, dejando atrás a Deo, que abrazaba a Adrienne, se dirigió hacia la puerta y se fue.

CAPÍTULO 9 :


Y

dos meses más de vuelta en barco. Cuando Aunia llegó donde los Layetanos,

siguió su camino en una carreta hasta Ilerda. Contempló, un poco sorprendida, como habían evolucionado las cosas en la ciudad y, al estar delante de su casa, se asombró al ver los cambios que había experimentado: antes era no más que una vulgar barraca, y ahora era una casita aún pequeña, pero muy acogedora, y recién pintada, y todo eso gracias a ella y a Deo. Abrió la puerta de la casa y entró. Su hermano pequeño, que la oyó, corrió a su encuentro, muy contento: – ¡Aunia! –gritó– ¡Has vuelto, has vuelto! Oh, Aunia, ¡es terrible! La abrazó y empezó a llorar. Se dirigieron hacia los aposentos de su madre. Aunia la vio encima de la cama, con un pañuelo húmedo en la frente, junto a una silla donde estaba quien, supuestamente, era el médico. Aunia se horrorizó. –Señorita, su madre sufre unas convulsiones muy fuertes –le dijo aquél hombre–. Varios colegas míos afirman que es culpa del miedo, mas los pueblerinos dicen que es una posesión demoníaca. Aunia se acercó a su madre y le cogió la mano. Así pasó la noche y el día siguiente.  La madre murió al cabo de dos semanas. Aunia tenía ya diecisiete años y, su hermano pequeño, el verdadero Orkeikealur, tenía trece. El padre de Aunia había desaparecido años atrás en un combate, y Aunia no llegó a conocerlo. Por lo que debía ser ella quien se encargase de Al. Veía un poco difícil volver a Grecia con su hermano, pues no sabía si la generosidad de Deo y sus padres era tan grande como para mantenerlos a ambos. ¿Qué iba a hacer?

CAPÍTULO

10:


M ientras tanto, Deo, que seguía en Atenas, estaba cada vez más triste por la partida de Aunia. Al cumplir los veinte años, Deo, que prácticamente había terminado sus estudios, decretó dejar a su familia e ir a buscar a Aunia en Ilerda. Y aunque no era mayor de edad aún, pues no se alcanzaba hasta los treinta, sus padres aceptaron su decisión. Antes de marcharse en el Pentecóntero, Deo fue a ver al joyero. Con sus ahorros, compró dos anillos preciosos de oro, con un pequeño diamante encima de cada uno. Salió de la tienda, subió al barco y, de nuevo, se encabezó hacia Ampurias.  Aunia pasó esos dos años viviendo de lo que podía, de sus ahorros y de la caridad de los demás. Ella y Al volvían a estar como al principio. Aún así, iban tirando y conservaban su casa y su reputación, ya que varias mujeres de la ciudad, cuando los veían, cuchicheaban cosas como “Ay, pobrecitos, ¡tan jóvenes y huérfanos! Y su madre, en paz descanse”, se les acercaban y les daban un poco de comida o de dinero.  Deo llegó a Ilerda muy nervioso. No tenía idea alguna de cómo llegar a casa de Aunia. –Perdone, ¿sabe usted donde vive una muchacha joven llamada Aunia? –iba preguntando a todos quien veía. Algunos le miraban un poco desconfiados y le daban la espalda, pero la gente de buena fe le daba indicaciones para llegar hasta ahí. Pero al cabo de poco se volvía a perder y tenía que volver a pedir ayuda a la gente de la calle. Al fin consiguió llegar. Miró la casa. Estaba un poco vieja ya. No sabía si Aunia estaría, pero decidió llamar para ver si le abrían. Se sorprendió y se asustó al mismo tiempo al oír una voz masculina desde dentro: – ¿Quién es? –preguntó Al, que no esperaba visita. –Me llamo Deo –respondió el otro–. Vengo a ver a Aunia. Se oyeron unos pasos que corrían hacia la puerta dentro de la casa. Aunia la abrió de golpe y se tiró encima de Deo para abrazarlo. Se fijó en la barbilla que se había dejado. – ¡Deo! –gritaba– ¡Estás aquí! ¡Has venido! ¿Qué haces aquí?


Deo estaba tremendamente exaltado. Le sudaban las manos y le temblaba la mandíbula al hablar. Se puso de rodillas y sacó el anillo que compró en Atenas de su bolsillo, lo puso delante de Aunia y dijo, con una voz de quien se da importancia: –Sé que somos y venimos de sitios distintos. Sé que la vida nos unió por casualidad y nos llevó juntos a una vida mejor, al menos para mí, al estar a tu lado –tenía pinta de haber ensayado el mismo discurso una y otra vez–. Pero también sé, que el resto de la mía quiero pasarlo junto a ti, porque te quiero y te amo –respiró fondo y, con gran esfuerzo, consiguió articular: –. Aunia, ¿me harías el honor de casarte conmigo? Aunia estaba a punto de llorar. Todos los vecinos se habían congregado a su alrededor, conmovidos. Hasta Al se había asomado tras la puerta para contemplar ese precioso momento. Pero Aunia solo veía los ojos de Deo. Indecisos, amables, sinceros. Quería gritar que sí, que quería casarse con él, pero no le salían las palabras con la emoción. – ¡Sí! –consiguió decirle finalmente– ¡Sí, quiero casarme contigo! Toda la gente de su lado empezó a gritar y a reír. Deo se alzó y besó a Aunia. Los dos tenían la misma sensación; no se podía ser más feliz.  Aunia, con los dieciséis años cumplidos ya (tenía diecinueve), y Deo, con veinte (la edad mínima de matrimonio para un hombre en Atenas), se casaron un precioso día de invierno de luna llena. Toda la familia reunida, mayoritariamente por parte de Deo, estaba muy contenta de ver a los muchachos felices. En ese día, el sentimiento de júbilo era el dominante, y no hubo sitio para las diferencias de la gente. En ese día, se hizo historia.


EPÍLOGO :

D eo y Aunia vivieron muy felices durante sus años restantes de vida en Grecia. Deo le fue siempre fiel a su mujer, al igual que Aunia, cosa no muy común dada la libertad sexual que existía entonces en Atenas. Tuvieron seis preciosos hijos, tres niñas y tres niños: Adara (elegido por Adonia) era la mayor de todos, Aeneas era el segundo, seguido de Damon, Eudora, Dyna y el pequeño Evan. Todos recibieron una buena educación y fueron considerados ciudadanos ejemplares en su momento. Y así con sus hijos, y los hijos de sus hijos, y los hijos de los hijos de sus hijos… Hasta que hoy en día, por algún sitio, la familia de nuestros protagonistas sigue perdurando y recordando la felicidad con la que vivieron sus antepasados.

FIN.



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