DUERMO EN LA CALLE

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eis testimonios de personas sin hogar
LAIA D E AHUMADA CINTA FOSCH

Publicado por AKIARA books

Plaça del Nord 4 , pral. 1 ª

08024 Barcelona www.akiarabooks.com info@akiarabook.com

© 2025 Laia de Ahumada, por el texto

© 2025 Cinta Fosch, por las ilustraciones

© 2025 AKIARA, SLU , por esta edición

Primera edición: octubre de 2025

Colección: Akivida, 2

Dirección editorial: Inês Castel-Branco

Corrección lingüística: Elena Martín Valls

Impreso en España: @Agpograf_Impressors

Depósito legal: B 17460-2025

ISBN: 978-84-18972-80-5

Todos los derechos reservados

Este libro se ha impreso sobre papel offset reciclado 100% Nautilus Classic 135 g/m2 y la cubierta sobre papel Brossulin XT de 250 g/m2

En la tipografía, se han usado las familias Adobe Garamond y Franklin Gothic.

AKIARA trabaja con criterios de ecoedición, optimitzando el diseño, seleccionando papeles certificados y buscando una producción de proximidad para minimizar el impacto ambiental.

Este producto está hecho con material procedente de bosques certificados FSC® bien gestionados y de materiales reciclados.

Laia de Ahumada

Montse Teixes

Juan Blaya

Ignacio

Anabel Fernández

Andrés Pedro Cuesta

RAZONES PARA ESCRIBIR

UN LIBRO COMO ESTE

Nunca me hubiera imaginado que escribiría un libro de entrevistas sobre personas en situación de sinhogarismo, pero tampoco me hubiera imaginado nunca que, veinticinco años antes, cofundaría un centro para acoger a personas en esta situación, al frente del cual estaría cerca de veinte años.

Y nunca me hubiera imaginado escribir un libro sobre ese tema porque, cuando llevas tanto tiempo al lado de un colectivo, sea cual sea, acabas pensando que conoces las necesidades y las dificultades, la rutina y el dolor de las personas que forman parte de él, y corres el riesgo de considerarlas «normales» y de pensar que sus historias de vida no interesan a nadie más que a ti, que las escuchas cada día.

Es por eso por lo que este libro ha tenido un largo proceso. He tenido que desprenderme de los clichés de perro viejo

que, con los años, habían dejado poso en mí, y convencerme de que podía aportar algo que rompiera con los estereotipos y ayudara a cambiar la mirada sobre la dura, e injusta, situación del sinhogarismo, nomenclatura que engloba no solo a las personas que viven en la calle, sino a todas las que habitan viviendas indignas.

Una vez convencida de que la experiencia no había de ser un lastre, sino una ventaja, me metí de lleno. Y lo hice con una intención muy clara: darles voz, dejarlas hablar y escribir todo aquello que me explicaban, sin introducir nada propio en el texto, solo las preguntas, formuladas con la única intención de aclarar situaciones y facilitar la lectura.

Al principio, no sabía si las personas entrevistadas se sentirían capaces de narrarme una vida tan dolorosa como la suya, o si en el último momento se echarían

atrás, porque en la calle te acostumbras a no pensar, a no sentir, a no hablar. Te construyes una coraza que te protege de la vida exterior. Por eso es difícil conocer la vida de estas personas, y es necesario facilitar espacios de escucha para que sean ellas mismas quien nos la expliquen. Y, sobre todo, no caer en la tentación de hablar en su nombre.

Este es un libro de entrevistas a seis personas en situación de sinhogarismo que viven, o han vivido, en algún momento de su vida, en la calle. Son cuatro hombres y dos mujeres, de entre treinta y setenta años. La paridad no ha sido posible, aunque tampoco existe en la calle, donde el porcentaje de hombres es más elevado que el de mujeres.

De las seis, cuatro han nacido en la Península y dos son migrantes. Todas viven en Barcelona, una ciudad con un índice de sinhogarismo muy elevado, que va creciendo de año en año, a pesar de los esfuerzos de las entidades que trabajan para paliarlo.

En el momento de la entrevista, tres de ellas ya habían dejado la calle: dos vivían en un centro de acogida y otra había alquilado una habitación, y las otras tres aún vivían en la calle.

Como hago siempre, al acabar la redacción del texto, pedí el visto bueno a cada persona entrevistada. Acostumbro a hacerlo por medio de correo electrónico, esperando las correcciones y la conformidad.

Pero, en este caso, fue diferente: excepto con una de ellas, con quien lo hice por vía electrónica, con el resto nos encontramos e hicimos una lectura compartida, en voz alta. Al terminar, pude sentir su emoción: se identificaban con el texto, se sentían escuchadas, reconocidas y dignificadas. ¡El libro ya valía la pena!

Con este libro, queremos explicar cómo se vive en la calle y qué puede llevar a una persona a hacerlo. Queremos dar a conocer las situaciones de violencia, abandono y soledad; la pérdida de autoestima, dignidad e ilusión que sufren las personas que viven en la calle. Y también queremos averiguar si es posible salir de ella, cómo hacerlo y por qué cuesta tanto.

Queremos dar a conocer la problemática del sinhogarismo con el objetivo de visibilizar, romper prejuicios, cambiar la mirada y descubrir que una persona que vive en la calle es como tú, ya que tú también te puedes encontrar en esta situación algún día. Nunca puedes decir: «A mí esto no me va a pasar», porque en un segundo te puede cambiar la vida. También queremos hacer una invitación a reflexionar sobre cómo nos relacionamos con estas personas; unas personas que se consideran invisibles porque nadie las ve, o no las quiere ver. Y nosotros, ¿las vemos? ¿Y cómo las vemos? ¿Y por qué encontramos normal que haya gente viviendo en la calle? ¿No será que, en el fondo, en vez de empatizar, lo que

hacemos es quitarnos la culpa de encima pensando que están en la calle porque se lo merecen? Y eso, todas ellas lo rebaten: «No es porque tú quieres, que estás en la calle, ¡eh!».

Las personas en situación de sinhogarismo tienen más problemas de salud y más deterioro físico. Envejecen y mueren antes. A medida que pasa el tiempo, en la calle, se pierden las ganas y la fuerza. Sobreviven sin saber qué les pasará mañana. El día a día lo dedican a la subsistencia: encontrar un lugar donde dormir, donde guardar las pertenencias, donde comer, donde lavarse, donde poder ir al lavabo, donde cargar el móvil… Duermen poco porque la calle no es segura y tienen miedo. Dependen de los cambios de tiempo: frío, lluvia, calor… Van acumulando menosprecio, incluso violencia, y van perdiendo la dignidad.

No es nada fácil salir de la calle. Pero, ¿por qué van a parar a ella? Las razones son diversas: pérdida de trabajo, ruptura de relaciones familiares, situaciones de

migración, adicciones, trastornos mentales…

La vida en la calle desgasta mucho, y esto hace que a menudo estas personas sean muy exigentes, que se quejen de todo: de los trabajadores sociales, de los compañeros, de los inmigrantes. Tienen urgencias que no podemos ni imaginar porque no nos encontramos en su situación, y a veces se les ofrecen «pseudosoluciones que no dan respuesta a sus necesidades. Y, como que no les encuentran sentido, las rechazan. ¡Y muy bien hecho!» (prólogo de Ferran Busquets en Cent x Cent Carrer, de Pere Escobar). Esto no nos tiene que llevar a estigmatizarlas, sino a ponernos en su piel, a comprender la urgencia de sus demandas, a preguntarnos cuáles son sus necesidades reales, y qué necesitaríamos nosotros si nos encontrásemos en su situación.

Debemos visibilizar y escuchar a estas personas, crear vínculos que les permitan recuperar su autoestima, sentirse queridas, reconocidas, capaces de salir adelante; y eso está en nuestras manos. Es imprescindible mirar, cambiar la mirada. Es necesario conocer, porque quien conoce, reconoce y ama.

laia de ahumada

una pensión que está en la calle de la Unió, la más barata. Allí me duchaba y dormía, y, cuando se acababa el dinero, me iba otra vez a la calle, hasta el siguiente mes.

Ahora ya tienes una habitación, pero el sinhogarismo incluye también a las personas que no tienen una vivienda digna, un lugar donde puedan sentirse como en casa. ¿Te pasa esto a ti?

¡Y tanto! Ahora hace cinco años que estoy en una habitación, fuera de Barcelona. Pago trescientos cincuenta euros al mes. No estoy muy bien. Tengo que pedir permiso para todo: para ducharme, para sentarme en el comedor, para cocinar… Tampoco puedo poner la lavadora y tengo que ir a la lavandería.

A pesar de todo, ahora que estoy en una habitación, ayudo a la gente de la calle con lo que puedo. Dinero no tengo, pero les llevo comida, los voy a visitar. Tengo amistad con ellos. Siempre les digo: «¡Si yo he salido de la calle, tú también puedes hacerlo!». Hago lo que puedo por los otros. También vengo al espacio de mujeres del Centre Heura cada viernes, y me lo paso muy bien.

Pero en una habitación debes de estar más tranquila que en la calle…

Cuando estoy en casa, en la habitación, mi cabeza empieza a dar muchas vueltas. Hace demasiado tiempo que no duermo como Dios manda, porque son muchas cosas: tengo nietos y no los conozco, y mis hijos dicen que estoy muerta… Con todo eso se vive muy mal.

Yo siempre estoy de broma, estoy riendo, pero la procesión va por dentro. Y, cuando me meto entre las cuatro paredes de la habitación, no soy Montse, soy otra.

Por un lado, doy gracias, pero por el otro… Tengo setenta años, y ¿qué futuro me espera? ¿Qué vida me espera? No tengo nada, no tengo donde caer muerta, cobro una miseria y no me puedo ni arreglar la boca. Eso sí, gracias a Dios, voy por la calle con la cabeza bien alta.

¿Qué les pedirías a los que gobiernan?

Les pediría que tuviesen un poquito más de conciencia y ayudasen a la gente necesitada, que hay más de la que pensamos. Esto es lo que se tendría que hacer: ayudar, dar viviendas dignas. Hay familias enteras, con criaturas, en la calle. Yo lo he visto. ¿Esto es normal?

Y otra cosa: ¡no es porque tú quieres que estás en la calle, eh!

ESTOY EN LA CALLE DESDE LOS CATORCE AÑOS

Juan me espera en el vestíbulo de la Obra Social Santa Lluïsa de Marillac, en la Barceloneta. Lleva más de treinta años en la calle, que se dice pronto. Ha vivido de todo y siempre ha salido adelante, sin perder la sonrisa ni las ganas de vivir. Eso sí —me repite—, le gusta hacer lo que le da la gana, y, cuando quiere algo, no para hasta conseguirlo.

El día que lo entrevisté me contó que estaba esperando acceder a un piso. Quince días después, me llamó por teléfono, a las nueve de la mañana, para decirme que ya estaba en el piso, ¡y que me llamaba desde la cama!

La gente te dice que tengas cuidado, que vigiles que no te roben. Te asustan. Te dan un montón de recomendaciones, pero no lo sabes hasta que no te toca dormir ahí, en medio de la intemperie. Para mí, era algo nuevo, pero no tenía miedo. Me acosté, cerquita de la catedral. Enfrente, hay una casa de diseño que tiene varios niveles y me puse a dormir en una de las entradas. En la otra, había otras personas.

Cuando estaba durmiendo, me desperté, no sé por qué, y vi a mi lado un saco de dormir. No entendía nada. ¿Qué pasa aquí? Lo abrí, ¡y estaba nuevo! Después me enteré de que, seguramente, alguien de alguna fundación había pasado por mi lado y me lo había dejado.

Otra noche, estaba en otro sitio, preparándome para dormir, y pasó un muchacho que me ofrecía algo. Primero pensé que era droga y le dije que no consumía. Él me insistió, ¡y eran dos euros! Y esa misma noche, casualmente, pasó otro muchacho con una bolsa llena de ropa de marca.

Pasan cosas así, no todas las noches, pero te alivian. Siempre hay algún alma caritativa, como decimos en Argentina, o alguna persona que tiene algo de empatía y se acerca a las personas que estamos viviendo en la calle.

Las situaciones de violencia en la calle existen. Pero tú parece que has tenido suerte…

Pues sí, por suerte no he tenido ninguna situación de violencia. No me ha pasado nunca que estuviera durmiendo y vinieran a despertarme, no. En el aeropuerto, he tenido algún que otro encontronazo, pero se lo he dicho a los de seguridad y ellos lo han solucionado. Cuando recién llegué, estuve dos o tres noches en el Raval, esperando poder ir al Centre Arrels. Se me acercó un chico y me dijo: «No te quedes aquí esta noche, porque mañana no tendrás

tenía que estar tutelada, y fue la fundación quien se hizo cargo de mí.

Tengo un 68% de discapacidad psíquica y física, pero soy autónoma. Si yo ahora dijese a mis tutoras que me voy a los Estados Unidos, podría hacerlo. No me lo podrían impedir.

Mis abuelos ya han muerto. De familia, tengo algún primo y una tía, pero no sé nada de ellos.

¿Por qué dices que eras un mal bicho?

Porque he hecho de todo para sobrevivir. Cuando vivía con mi abuela, en Santa Perpètua de Mogoda, cogía el autobús del pueblo y me iba al barrio chino de Barcelona a vender trankimazines a los yonquis: a un euro la pastilla.

También robaba en los grandes almacenes. Por ejemplo, unos tejanos Levi’s

que costaban trescientos euros, yo los vendía por doscientos cincuenta, y así me ganaba la vida.

Una vez, me pescaron con mil euros y estuve en el calabozo, como es normal. Pero yo no me asustaba. Me decía: «Mañana volveré a salir, y no pasa nada, es normal». Y lo volvía a hacer.

¿Pudiste estudiar?

Estudié la ESO cuando estuve en el Centre Educatiu El Segre, que depende del Departament de Justícia. Me encerraron porque pensaron que había robado y matado a un hombre. Hasta que el juez no lo aclarase, era sospechosa. Estuve encerrada un año, cinco meses y veintiocho días. Tenía dieciséis o diecisiete años.

Estaba muy bien allí. Volvería a ir. Había calefacción. Teníamos un huerto, un gallinero y piscina. Entre semana no podíamos salir, pero el fin de semana salíamos con los educadores.

Un día, me dieron un fin de semana de permiso, de viernes a domingo por la tarde, para ir a visitar a mi abuela, porque ella era mayor y no podía coger el tren para venir a verme…, y me violaron.

¿Lo quieres explicar?

Cuando se acabó el fin de semana, mi abuela me acompañó al tren. Dentro, había un hombre que recuerdo que llevaba unos tejanos de color butano. Yo llevaba una bebida y no sé qué me tiró dentro que me mareó. Me llevó a su casa. ¡Y eso que yo ya estaba dentro del tren, y el tren estaba en marcha!

Él tenía el VIH y me lo contagió…

En este momento, soy indetectable. Esto quiere decir que no puedo transmitir el virus. Tengo las defensas muy bien, y ahora, en vez de hacerme el control cada tres meses, solo me lo tengo que hacer cada seis. Me tomo el antirretroviral, que es el medicamento contra el VIH , cada día por la mañana. ¡Y estoy bien!

¿Has tenido pareja alguna vez?

He tenido tres. Con la primera, estuvimos en un piso de alquiler. Todo lo pagaba yo, porque en aquel momento trabajaba de manipuladora de alimentos. Él me pegaba. Bebía cerveza con vino y, claro, aquello le daba un choque y me pegaba. Hasta que ya no pude aguantar más y se lo expliqué a mi tutora de la Fundació. Me dijo que lo dejase, y estuve viviendo en centros otra vez.

Sí que cuesta un poco más concentrarse, porque uno tiene sus preocupaciones, pero, bueno, yo tengo una forma de ser que me permite enfocar mi energía en cosas creativas. Tanto si leo ciencia o literatura como si toco la guitarra, intento centrar mi mente en lo que hago y así no se va por caminos oscuros. Se trata de mantener la mente ocupada. De esta manera, no se piensa en cosas que no vienen a cuento. Ahora es un tiempo de espera. Cuando tenga mis papeles, será diferente. Pero por ahora no hay nada más que pueda hacer, aparte de buscar trabajo, esperar y tener paciencia. Tampoco hay que obsesionarse; siempre hay que seguir buscando. Uno no sabe en qué momento le va a salir un trabajo y todo va a cambiar. Solo hay que

estar un poquito preparado. Todo es un aprendizaje.

Para ti, esperar no significa estar parado, sino todo lo contrario…

Hace casi seis meses que hago de voluntario en el huerto de Heura. Siempre quise hacer un voluntariado, y es curioso que haya llegado en este momento de mi vida. Paso mi tiempo allí compartiendo, conociendo a personas; allí es donde enfoco toda mi energía…

Yo pienso que soy un privilegiado de tener esta cabeza que tengo, estos mecanismos, esta capacidad para ponerme a reflexionar. ¡Hay mucha gente que no tiene estas herramientas!

AKIVIDA HISTORIAS PARA CAMBIAR LA MIRADA

MONTSE trabajaba en una residencia de ancianos. JUAN se marchó de casa a los catorce años. IGNACIO dejó Argentina para tener más oportunidades laborales. ANABEL fue abandonada cuando tenía tres meses.

ANDRÉS llegó de Colombia en busca de una vida más digna. PEDRO era camarero en un restaurante de Barcelona. Lo que une sus historias es que todos viven en la calle o han vivido en ella en algún momento de su vida.

Con este libro, queremos explicar cómo se vive en la calle y qué puede llevar a una persona a hacerlo. Queremos dar a conocer las situaciones de violencia, abandono y soledad; de pérdida de autoestima, dignidad e ilusión que sufren las personas que viven en la calle. Y también queremos averiguar si es posible salir de ella, cómo hacerlo y por qué cuesta tanto. Dos mujeres y cuatro hombres sin un hogar digno nos cuentan cómo era su vida antes; por qué perdieron la casa en la que vivían, y cómo es actualmente su vida en la calle. Son historias llenas de dolor, de injusticia, pero también de solidaridad y perdón.

Los testimonios que presentamos nos invitan a cambiar la mirada, a romper prejuicios y a reflexionar sobre la forma en que nos relacionamos con las personas que lo han perdido todo.

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