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Fernando y Violeta...................................................................................................................... 186 83 ............................................................................................................................................................ 188
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Antonio Amantino es un hombre de derecha que nació en el sur de Brasil. A Amantino le divierte la polémica y adora el buen vino, ha hecho más de un doctorado y gana un excelente salario en una Universidad Federal. Este simpático profesor heredó tierras y tiene una bella hacienda a las afueras de la ciudad. He buscado su personaje en algunas páginas de los libros de Fernando Verissimo, en especial en uno titulado A Mae de Freud, pero no lo encuentro, parece que solo habita en la Ave. Getulio Vargas, y los fines de semana le gusta codearse con los caballos y un opulento rebaño de ovejas que cuenta entre sus bienes.
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Era uno de los últimos días del mes de Agosto. Recuerdo que esa noche peleaba Tyson. Ivaldino me pasó a buscar para ir a la mencionada hacienda donde nos aguardaba un auténtico churrasco. Quizás escogimos para llegar un momento poco apropiado: un peón de piel reseca y rostro endurecido por la tradición degollaba a un animal de considerable estatura. La sangre pareció derramarse de la más compleja de las fuentes llegando a salpicar los cristales del auto. Ivaldino golpeó con disgusto el centro del timón, mientras el hombre que se encargaba del sacrificio logró hacer un convincente gesto de disculpa con su mano izquierda, lado contrario al que se sentía ligado el Sr. Amantino, que ya nos recibía con su natural euforia gauchesca, pareciéndole finalmente gracioso el incidente de la sangre.
Además de nosotros se reunieron alrededor de la mesa tres familias numerosas que incluían esposas, hijos y otros tipos de parientes. Habían algunos jóvenes ávidos en polemizar, ya que algunos habían estudiado en universidades norteamericanas y se sentían muy competentes para debatir sobre cualquier tema; entonces, además de disfrutar de la abundante carne que ya brillaba en las fuentes, pensé que podía divertirme ante la prepotencia de aquellos jóvenes sureños y aprovechando mi condición de huésped metí el diálogo en lo que parecía un callejón sin salida. Justo cuando comencé a disertar sobre La Escuela Rumana de Boxeo, y constantemente los interpelaba, recibiendo en todas las ocasiones gestos negativos que confirmaban no tener el menor conocimiento de ese laberinto mal oliente y lleno de telarañas que terminaba siendo para ellos «el boxeo rumano». De pronto noté que era como si les hubiera empezado a fallar el apetito, se levantaban con algún pretexto y de modo sutil abandonaban la mesa. Fuimos quedando lo más maduros, a los que definitivamente no nos interesaba ningún tipo de pose, lo cual nos llenaba de tranquilidad, no dejamos en ningún momento de beber el vino excelente que
Amantino había traído para la ocasión, y que mostraba orgulloso agregando que era de lo mejorcito de las «bodegas Concha y Toro»; el propio Amantino advirtió que ya estaba a punto de comenzar el combate de Tyson y que no quería perderse ni un solo detalle. Con la misma curiosidad me incorporé detrás de él, sentí que mi cuerpo me pesaba unas diez veces más de lo normal, por lo que me costó mucho trabajo trasladarlo hasta el sitio donde disfrutaría del espectáculo.
El vino me dio mucho sueño, pero a pesar de ello iba a tener el privilegio de gozar de unas imágenes que serían exclusivas para mí. Tyson golpeó con fuerza y sobre todo con mucha rabia, justo tras el impacto la sangre volvió a derramarse, como desde una fuente, sentí deseo de vomitar y con la misma dificultad llegué al baño; empujé la puerta entreabierta y comencé a vomitar. En el transcurso del vómito advertí que el agua estaba cayendo en la bañera, al mirar hacia a la cortina diseñada con hortensias en su fase azul, descubrí que dos cuerpos hacían el amor detrás de ella. La muchacha sacó la cabeza y me preguntó si necesitaba ayuda. De un modo que no podría precisar le hice saber que no, entonces ella volvió a la pasión a la que estaba entregada antes de mi vómito, y yo proseguí vomitando con un acompañamiento estupendo. Cuando regresé a la sala me sentí definitivamente frustrado, el combate había concluido. ¿Nadie se ha preguntado por qué este libro no acaba de morir? Sin dudas hay instantes en que parecen quebrarse los personajes, se esconden, las historias se fragmentan, los cuerpos desnudos siguen desnudos, sin mayor preocupación por preservar la consistencia, pero el libro en sí sobrevive. Es como una neuralgia, en su aparente pose de venido a menos nunca termina por desaparecer, es quizás el estado de ánimo que muta, quizás la energía que se desprende y da vida a las páginas que agónicamente pretenderán existir; esta historia cuenta con seres de abastecimiento, organismos que secretamente contribuyen. Estos seres vierten en la escritura sus más perfectos y detallados mecanismos. La escritura solo debe aprovechar la postura del lenguaje en libertad, y de ese modo reproducir tales funciones. La escritura goza de lo lindo cuando echa a funcionar sus aberturas respiratorias y las palabras alcanzan tal espesor que de un choque violento pueden partir la piel del rostro.