2 minute read

El Jíbaro ............................................................................................................................................ 79

Después de no poder doblegar a aquella voluntad, lo que multiplicó su sentido y su arrogancia fue la máquina de riego, su modo tan vandálico de proyectar el agua en un radio que se pudo haber bautizado como «la escena de la consumación», radio de visible gravedad, priorizando la promiscuidad entre algunos objetos que, a pesar de estar interesados en escapar, no pudieron hacerlo. Siempre que todo se congela, queda una imagen fija, una inmovilidad, donde algún día alguien predestinado descubrirá solo lo estrictamente trascendental de los acontecimientos.

Muchos de mi generación hicimos el amor bajo el acompañamiento de una máquina de riego, claro que esas escenas no estarán en este libro, porque en realidad no le pertenecen, son planas, estimuladas y provocadas por la ingenua idea de que estudio y trabajo deben ser inseparables; aquí solo queda lugar para la máquina sombría que llegó a gotear sus pezones en aquella hora dudosa que antecede a la noche.

Advertisement

Este sueño es una carga pesada:

«Por el cemento rugoso que en la mañana escurría la sangre, trasiegan numerosas sombras que propician las luces, sus conos agitados que destacan las pieles sudadas, y el brillo múltiple de los cosméticos. En los cubículos donde las reses ponen sus últimos pensamientos en la hierba fresca, se percibían gemidos, siluetas que en su movimiento agitado llegaban a alcanzar un ritmo, lo más sobrecogedor era contemplar el sitio desde una distancia prudencial, persiguiendo el objetivo de una vista aérea. Nadie en esa convocatoria llegaba a tener una expresión tranquila, todos se sentían cómplices, culpables… Con el transcurrir de las horas iban perdiendo la capacidad de reconocerse entre ellos, el propio acento reiterativo de la música contribuía a la amalgama que la multitud sostenía en pos de no aceptar ningún tipo de límite.

«En la alta madrugada el espectáculo adquiría otra coloración, la masa que conspiró unida, casi frotándose, comenzaba a dispersarse, salían en grupitos de tres a cinco por la misma puerta que las reses entraban al clarear el día, entonces sus rasgos se hacían más vulnerables a la parodia, terminaban pareciendo personajes ficticios, embadurnados de una especie de idiotez, que en dosis elevada se consumió durante el ritual ¿Qué podría aprovechar el observador de ese desperdicio de tiempo? Quizás muchos de ellos pertenecían a una zoología inclasificable, dimensión en la que los cuerpos les trascendían como humos, con ciertos rasgos salvajes… las muchachitas portaban unas ojeras para nada despreciables; era ese, en realidad, el detalle que las volvía atractivas».

This article is from: