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8 Ácaro de Polvo
8 ÁCARO DE POLVO
El hombre era tan albino que Ácaro Rojo sintió repugnancia. Le decían Escorpión del Sahara, durante años se había despigmentado en la tierra árida de este desierto, ya sabía que sus coterráneos de África solo necesitaban unos treinta segundos para liquidar a un perro, y había aprendido a usar esa fuerza letal de su especie como modo de sobreponerse a las condiciones adversas que constantemente se veía forzado a enfrentar. Aprendió a arquearse describiendo el ángulo exacto para perpetuar una defensa eficaz. Se dice que cada cual encuentra «la horma de sus zapatos»; Escorpión Albino no fue la excepción. Una mañana tropezó con Mosca Escorpión, quien para acabar de conquistarlo una semana después, le llevó un hermoso gato cazado en tejados de la barriada de Lawton, listo para ser procesado y comido con la última reserva de vino búlgaro que había sobrevivido en una ciudad literalmente arrasada.
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De pronto esa ciudad se vio copada por el espíritu de Cronenberg. Un grupo de hombres y mujeres sin asociarse previamente a ninguna organización, de manera simultánea y espontánea comenzaron a sentir atracción por seres mutilados que usaban muletas u otros accesorios relacionados con la violencia de uno o varios impactos, quemaduras producidas por el aceite caliente, o la fricción prolongada del cuerpo contra el asfalto; estas personas controlaban y dirigían sus deseos con inteligencia inusual, bajo el pretexto de producir fantasías fundadas en el ingrediente grotesco que obliga a colocar la línea del pensamiento liderando la línea del placer; subyugando de ese modo la acostumbrada frivolidad a un complejo proceso de aprendizaje que hace saltar al cuerpo a un nuevo estado de independencia. Puede parecer simple filosofía, pero cuando te atreves a desbordar tu saliva sobre la quemadura que resplandece en la piel del otro, indicas una diferencia que al llegar a la zona no afectada multiplica el disfrute. Sin embargo, regresas una y otra vez a resanarle el dolor con más saliva, más excitación. Es un vínculo ascendente, una coalición que se deriva de una colisión, es decir de muchas colisiones, momentos dramáticos de una ciudad tensa, seres que sobreviven a lo innombrable, fuerzas, o una desidia que desgarra los cimientos en sus variadas proposiciones. Así es como cojos, lisiados y otros sobrevivientes del politrauma adquirieron un protagonismo fascinante en el eros de un entorno que se ensombreció de manera brutal solo en el transcurso de unos meses.
La lepra le había colocado una piedra enorme sobre la espalda, lo que se dice perfectamente colocada, amarrada con una soga gruesa para impedir su movilidad y facilitar el buen desplazamiento de esta nueva especie de reptil que cientos de personas contemplarían, algunos pasmados del asombro, y otros con la mayor naturalidad, ya que creyendo en el ilimitado uso de la fe estarían dispuestos a acciones similares.
Cada cual lleva su piedra, aquella que le toca, ajena a tu disposición de cargarla tampoco decides el lugar donde la llevaras, y mucho menos el tamaño; de pronto, sin pretenderlo, la descubres, y si estás preparado la asumes como un órgano más sin el cual te sería bastante complicado seguir viviendo.
Seguía nuestro panzudo insistiendo en la recta final, enrojecido, la saliva escurriendo por ambos contornos de la boca, y la soga rozando la piel hasta quemarla, provocando un ardor definitivamente molesto. Los codos y las rodillas visiblemente destruidas, sangrantes, matizando con su coloración drástica una buena porción del suelo a través del trecho recorrido.
Un poco después entró victorioso en el santuario. La emoción fue tan grande que casi sintió ladrar a los perros que comúnmente invierten su tiempo en lamer las llagas en los pies del santo. Las lágrimas se le salieron para mezclarse con el violeta de la hermosa capa que cubría a la imagen motivo de la adoración. Ahora tenía que coronar todo el esfuerzo, lo que sería sin dudas una proeza al incorporarse ante los perros y el santo con aquella enorme piedra amarrada a la espalda. En un arranque de seguridad en sí mismo, comenzó el proceso. Los músculos de la cara se le pusieron tensos y se podía escuchar el chirrido de los dientes al friccionar de modo tan atroz los unos con los otros mientras las piernas de Ácaro de Polvo se enderezaban y un tenue hilillo de sangre corría por la zona trasera de su antebrazo. Entonces pocos pudieron descubrir un hecho escalofriante, que consistía en una solitaria lágrima que corría por la cara del santo.