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5 Kafka y Hašek
5 KAFKA Y HAŠEK
Retornemos a mi madre, al entorno en el que ella se desenvolvió durante los últimos diez años de su vida. Ahora recuerdo con claridad aquel pájaro blanco con unas pequeñas letras verdes que indicaban su nombre, bordadas a la altura del pecho, en su blusa de piyama. La enferma que a veces conversaba con mi madre sentada debajo del almendro, y que de súbito se levantaba y comenzaba a revolotear, emprendiendo un calentamiento en círculos, era en realidad un pájaro que ensayaba una y otra vez su zona de despegue. ¿Hacia dónde iba con el rostro grasiento y los labios y manos temblorosas? ¿Cuál sería el punto de destino, la corteza de dolor destinada a ser atravesada por aquella frágil ave sin alas, sin plumas, sin escamas, aun horrorizada por la pesadilla que definitivamente la colocó en una pista para el despegue? Vaya césped ordenado por la laboriosa estereotipia de un colectivo ejemplar: ¿cómo volar por encima del muro de aquella casa de Marianao, de dónde provenía, y de dónde había escapado en el momento en que su hija gemía de placer? ¿Cuántos círculos, cada veinticuatro horas me fabricaba ese engendro que alcanzó a ver las nalgas canelas golpeadas por las robustas manos del padre?
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Ahí regresan Kafka y Hašek boquiabiertos, un poco de diversión, y el mundo se ha transformado para ellos, se les ha hecho ajeno, pero igual pueden caminar, tomarse otro café, discutir sobre sus personajes, intercalarlos indistintamente en las obras de ambos.
Los que ya se han instalado en la pared gozan de sosiego, no existirá ningún hongo perturbándolos, la pared tiene un lirismo radical vinculado al descampado, un lirismo de superficie de riesgo, de ascenso, de caída, una suerte de movilidad en resistencia que lo satura todo.
Seres que tienen su motorcito, su ruido particular, que circulan en la senda del presente con la mala pasada, ahí clavada, que perturba, transforma las expresiones, crea personajes ajenos a ellos mismos. Varios conversan con mi madre, les cuentan sus microdramas, entonces mi tío Alberto y yo llegamos con el almuerzo e interrumpimos.
Me acuerdo del Jardín Botánico de Curitiba, sentado al borde del cantero de las flores, también rosas que se aprestan a mostrarse, detrás me quedaba un espacio, o
más bien una sensación de espacio; de sensaciones está hecha casi toda la ciudad, pero en El Botánico se multiplicaban, eras mordido por tus propias ideas…
Mi tío y yo con el almuerzo de mi madre.
Tiempo después vi una mesa llena de alimentos flotar en un río, mesa sin comensales. Símbolo de las ausencias prolongadas, personas que no pudieron llegar nunca al convite, porque algo inesperado les negó la continuidad y los condujo a otros destinos. ¿Cómo indagar por los que no han venido a degustar dichos manjares? ¿Qué situaciones tendrán que enfrentar? Son energías extraviadas, algo así como cabitos sueltos que derivan…
Entre la sensación y el hecho se filtran desobediencias, puntos de emoción. Así transité varios días por Curitiba asediado por un pensamiento puesto en Verónica, en la rara disposición de su labio, que aunque ligeramente frío no dejaba de incitar. Una ventana del memorial me mostraba los rasgos árabes de la ciudad, es la ventana por donde oportunamente intenté organizar mi incontrolable atracción, la mezclé con el aire, con los olores, con el otro cuerpo que se me pegaba y casi reclamaba cariño. En este punto voy perdiendo la oportunidad de alcanzarla.