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3 El Tuerto
3 EL TUERTO
«Me retorcía como un majacito», contaba el tuerto (aunque le decían el bizco), el día en que con un tirapiedras, en vez de apuntar al pájaro, lo hizo para sí, ganándose de regalo un ojo de vidrio. Yo prefería los tirapiedras de horqueta de guayaba. Esa mezcla de olor y coloración me hacía sentir un cazador clásico, capaz de destrozar de un solo disparo la cabeza de aquellos camaleones llamados chipojos.
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El tuerto dejó su primer ojo mitológico desparramado y filtrándose en la tierra de una zona rural. Arrastraría el resto de sus años con la fijeza de un vacío tapiado por la falsa estética de la cosas. La fijeza del tuerto nada tenía que ver con la filosofía, ni con ningún otro tipo de aprendizaje, era una fijeza que lo arrastraba al margen, con tal ferocidad que se veía involucrado en constantes batallas por superar su trauma, soñaba con ser poseído por una inesperada fuerza que restaurara su mirada mientras cortejaba a aquellas muchachas pretensiosas, teniendo como fondo la voz lechosa de Roberto Carlos.
El tuerto adoraba el mar, nadie de los cercanos fue lo suficientemente sensible para entender que si se empeñaban en identificarlo con un apodo podrían haberlo bautizado como Jorge Molusco. Estaba siempre hablando de Guanabo, de sus repetidas hazañas submarinas que lo acercaban descuidadamente a un tipo de sirenas que solo él lograba visualizar.
Era un ser dividido, parece que así estaba escrito en su destino. Ahora su madre, que enloqueció, lo recuerda mitad marino, mitad terrestre; animal que la perturbaba y la hacía deambular por las calles balbuceando sobre plantas ornamentales. El otro ojo del tuerto, el que luchó en solitario por la autoestima, ahora pertenece enteramente al fondo marino, ha quedado inmóvil, hipnotizado por el desplazamiento de lujo que practican algunas especies.
Aquí encontrarán seres que se arrastran, otros que escalan, y también son creativos, es decir, que segregan una sustancia mientras edifican algunos diseños que van volviéndose entrañables. Encontrarán a los que parasitan amplias superficies de seres enormes, verán la belleza que se expone en el traspaso de la sangre de un organismo a otro, seres que han vivido violentados, y por ello dan la sensación de rígidos, moldeados a partir de dos materias primas básicas: la carne y el hueso. Seres a los que les vamos a ir construyendo los sitios que merecen.
El ácaro se levanta como un fénix, inevitablemente será uno de los héroes entre tanta sangre caliente, el ácaro de la calle Monte y de la Avenida del Puerto, semisoterrado irá provocando la alteridad de los personajes, empujándolos hacia una suerte de extraño hedonismo. Ácaro que representa nuestro sentir más oculto, la esencia de lo que llena espacios espontáneamente cedidos por la escritura. Ácaro puede encarnar un ente individual, representar su intensidad simbólica, y transferirla a la complicada racionalidad humana.
Te criaste en la superficie de un queso seco y rancio, emprendiste una larga ruta hacia lo que supuestamente nació torcido, adquiriste una personalidad, un comportamiento contaminado por todos los esfuerzos de la sobrevivencia; por eso, cuando disfrutamos de otro cuerpo, en el propio disfrute divisamos en la pupila ajena la brillante figura del ácaro que como toques de trompetas resuena en los oídos.
Su condición larval le permitirá enterarse de complejos secretos que a la larga disfrutaremos todos. Nuestro héroe tiene alrededor de treinta mil posibilidades de adquirir un rostro nuevo, y cada rostro será una oportunidad de infiltrarse, de sondear el fondo de esas personas que viven irresponsablemente, ajenas a su inminente cercanía. Estás preparado para la perforación, crea el encanto de acceder a través de agujeros que hacen más insondables sus experiencias convirtiéndolas en auténticas ficciones.
Por eso regresa totalmente mitológico, avasallando y fundando demostraciones de la más innovadora fantasía, ¡muévete ácaro!, ponle un poco de pimienta a esta pobreza de imaginación que a veces nos consume, simples formas y torpes intenciones, elévalas a tu categoría de proceder para que puedan esas tristes personas que rezongan al otro lado de la pared de la página, poblar definitivamente estos espacios.