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6 ÁCARO ROJO
Treinta mil especies de ácaros exigen su lugar. Hay tejidos que pueden evacuar tales exigencias. Es el proceso, el reiterado afán de apegarse los unos a los otros para adquirir la sensación de no estar solos: en las milicias, en las concentraciones, en la zafra, acabado de volar La Coubre; así vino Raúl Martínez con su paciencia y llenó biografías vacías, dio expresión a todo lo que no tenía expresión. Ácaros que fueron ocupando una escena, una responsabilidad, y se mezclaron.
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De pronto descubrimos una situación conmovedora: el Ácaro Rojo y el de polvo conversan, se apasionan, cada cual defiende puntos de vista delirantes. Ácaro de Polvo es redondo y anda segmentado, la propia situación lo ha ido alejando del trabajo; sobrevive del trapicheo. Cada vez que alguien se encuentra un objeto que ya no le es útil se dirige al soterrado sitio de la esquina de Aguiar y Muralla donde, con seguridad, ácaro de polvo sabrá qué hacer con él. Porque lo cierto es que lo que ha perdido utilidad para uno la recobra para otro, que desesperadamente acaba de adquirirlo.
Ácaro Rojo ya había trabajado un bulto de años en las legendarias posadas de la zona vieja de la ciudad, fue su pre-morbo el que le orientó la vocación. Este señor cuenta con ojos capacitados en captar imágenes a gran velocidad: parejas y triadas de cuerpos, a veces hasta cuatro, o cinco, desplegando despiadadas fantasías se almacenan en su memoria.
Un día me dijo: «desde que vi entrar a aquellos dos pensé que me iba a dar banquete. La cara de ella expresaba sin ningún tipo de pudor lo que es capaz de asumir una mujer con tal de retorcerse de placer. Una vez que entraron al cuarto que tenía destinado para ellos, tomé posición y disfruté de lo que podría describirse como un calentamiento tradicional. Después transcurrió lo demás, de modo que me sentía decepcionado, y cuando ya estaba decidido a buscarme otro entretenimiento, la descocada sacó de su bolso un objeto para la historia, uno de aquellos desodorantes redondos y azules, que venían dentro de un cilindro plástico con una tapita a cada extremo. Lo sacó con desespero y le exigió al hombre que se lo introdujera en el culo, y lo fuera moviendo hasta gastarlo y dejar en sus entrañas esa dosis de alcohol destinada para usarse planificadamente debajo de los brazos».
Ácaro Rojo es tremendo: cuando se emocionaba demasiado con las escenas a contemplar, se adhería a los cuerpos de los protagonistas y se iba con ellos a sus casas.
7
La psiquiatra que atendía a mi madre me mandó a buscar. Me senté delante de ella, entonces comprendí que algo inesperado se avecinaba para los dos, no podía localizar qué era, pero estaba convencido de que ella comenzaba a desearme en secreto, sin siquiera haberme visto una sola vez. Le comenté algunas noticias frescas sobre el rechazo que habían tenido en el Congreso de Londres algunos métodos utilizados por la Psiquiatría Cubana, mientras ella se concentraba en explicarme los rasgos involutivos que acompañaban a la dolencia de mi madre. En realidad todas aquellas palabras eran una pompa de detergente que cuando uno de los dos se atreviera a pincharla, nos regresaría a otra realidad, hasta cierto punto, bastante cruel, porque ella perdería su rostro de psiquiatra y yo mi rostro de hijo. Entonces podríamos rozar la condición de ser en sí, sin quedar localizados bajo la fatídica condición que representa responder al llamado de un número.
La escenografía podría asociarse al llamado Teatro Pobre. El hongo había tomado las paredes erosionándolas visiblemente, la pintura de la mesa y las sillas de hierro estaban en fase de desaparición, y sobre todas las cosas se imponía el imperio del espacio sobre el imperio de los objetos. Con claridad reinaba la intemperie de todo tipo, la posibilidad del vacío como comunicación.
Miré bien al fondo, antes de pinchar la pompa, siempre he tenido marcada dificultad para recuperarme de las frustraciones, y allá perdido, o guarecido por una sensación ajena, me decidí. Sentí un tejido suave que me envolvía, digamos que podía haber sido un algodón egipcio, me quedé quieto permitiendo que me sucediera lo que ya estaba escrito. Solo volví a hacer un gesto para alcanzar algo debajo del agua en el baño de mi casa, cuando los recuerdos casi me hundían en la poceta. Con urgencia terminé necesitando el jabón.
En el manicomio todos piden cigarros. El hecho se vuelve espectacular, cada uno con su estrategia, ficciones pulidas con las cuales avanzan hacia sus víctimas, todo amarillo, amarillo quemado, el deslumbrante impacto de un sol oriental que nunca llega a consagrarse, este es el amarillo de lo que decae o sucumbe; lo que pudo haber brillado es caduco, pertenece a un sótano anónimo donde el moho lo acabará de liquidar. Pero piden cigarros, se te aproximan con una expresión familiar y a veces casi te abrazan.
También rondan los que manosean el cigarrillo como si este fuera un instrumento musical, creo que quieren descubrir significados en ese objeto
inanimado y apestoso, pero allí están vomitándonos una torpe fantasía que no deja de expandirse hacia nuestro alrededor. Entonces comienza la fase del humo que, aunque molesta, te permite escapar.