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Ciutat Vella

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Mar Mediterráneo

Mar Mediterráneo

Plano del barrio de Ciutat Vella. Dibujo: Gisela Domènech Solanes

Murallas, centros desplazados, vacíos en el conglomerado

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El conglomerado urbano que actualmente definimos como la Ciudad Vieja de Barcelona es producto de una decisión urbanística motivada por la derrota de Cataluña en la Guerra de Sucesión de principios del siglo XVIII: la prohibición de derribar los recintos amurallados existentes en la ciudad. Éstos, no colmatados en la fecha de la ordenanza, empezarán a densificarse en dos tiempos y en consonancia con la recuperación económica de la ciudad, motivada por una industria textil que llegará a hacinar casi ciento cincuenta fábricas en el interior de la ciudad, creando un ambiente insalubre. El primer tiempo de la densificación cubre toda la superficie libre con manzanas cerradas de vivienda, mientras que el segundo remonta todos los edificios, excepto algunos palacios, iglesias y conventos, hasta que éstos alcanzan una altura de cornisa constante en torno a los cinco pisos de altura. Esta operación combinada de densificación en planta y sección da a las calles, concebidas para alturas mucho menores, su luz característica actual, y un paseo por la Ciudad Vieja se convierte entonces en un ejercicio de imaginación que busca tras fachadas y alturas del siglo XIX hasta encontrar las almas medieval y romana del tejido de la ciudad.

El Monte Tàber, ubicado en época romana como península sobre una línea de costa paralela a la actual, varios centenares de metros por detrás, es la base donde se asentará la ciudad romana, en forma de almendra, con el cardus paralelo y el decumanus perpendicular a la costa. La ciudad está enteramente amurallada, y resultará la base para una primera ampliación concéntrica del recinto amurallado, coincidiendo con un adelanto de la línea de costa. El recinto amurallado medieval no se organizará en función de una trama ortogonal, sino en función de los diversos caminos paralelos y perpendiculares al mar, ninguno de ellos recto, que se embeben dentro del recinto. No será raro encontrar puertas ubicadas en el cruce de caminos. La densificación progresiva del primer recinto amurallado llevará a la construcción de un segundo recinto adyacente en la Baja Edad Media, de carácter muy diferente al primero. Su interior estará básicamente vacío hasta finales del siglo XVIII, e incorporará diversas infraestructuras que no tienen cabida en el recinto amurallado anterior, como por ejemplo, el Mercado de la Boquería, ubicado ante una de las puertas del primer recinto medieval que era inicialmente un llano descubierto geometrizado a mediados del XIX y cubierto por un tejado modernista a principios del XX. De la misma manera se construirán hospitales, conventos, ermitas, algunos palacios y muchos campos de cultivo. La división entre el primer y el segundo recinto amurallado incorporará la Rambla al interior de la ciudad, un curso de agua discontinuo usado como cloaca al aire libre e infraestructura de drenaje primero y, ya canalizado y urbanizado, como centro cívico urbano.

Los tres recintos amurallados se conservarán intactos, incluidos los tramos interiores (la Muralla Romana y la Muralla de la Rambla), y no empezarán a ser derribados hasta 1854. El arquitecto director de las obras será Antoni Rovira i Trias, autor, entre otras obras, de buena parte de los mercados de hierro de Barcelona, como el de Sant Antoni, Santa Caterina o el Born, con estructura del ingeniero Cornet i Mas. La Ciudad Vieja conocerá, antes de 1854, operaciones de esponjamiento tales como el eje Ferran-Sant Jaume-Princesa (ubicado unos metros al sur del cardus romano), que estructura la ciudad y crea su espacio institucional, el Pla de Palau u operaciones como las plazas Real, Vila de Madrid, el Teatro del Liceo o mercados como Santa Caterina, ubicados invariablemente en la huella de conventos derribados. Todo este conjunto de derribos unidos a los necesarios para generar ejes como la Vía Layetana o la Avenida Francesc Cambó crearán la red de espacios de relación que ha hecho del barrio uno de los puntos de encuentro principales de la ciudad.

Lleno y vacío

Solape

Un observador atento descubrirá y podrá trazar sin equivocarse las diferentes Barcelonas a través de la observación atenta de un plano de llenos y vacíos de su Casco Viejo. La geometría del Monte Tàber y el primer perímetro amurallado, la primera trama ortogonal con el cardus y el decumanus, así como las intervenciones posteriores superpuestas. Las puertas de las murallas, los caminos de conexión con los campos circundantes, algunos de ellos incorporados al segundo perímetro amurallado, y los grandes paquetes agrícolas, así como las líneas de escorrentía interiores que los alimentaban. Los rastros de las avenidas propuestas por Cerdà, ahora convertidas en salones urbanos, y las intervenciones contemporáneas. La lógica de un plano de manchas de estas características es el detalle: cada recoveco corresponde a una época. La macla producida entre las diversas líneas de flujo nos ha legado la ciudad actual.

Geometría

Yuxtaposición

Se encuentran dos lógicas de entendimiento de la trama. La primera corresponde a la sucesión de configuraciones históricas, Roma, la Alta Edad Media, la Baja Edad Media, todas ellas en fragmentos de ciudad reconocibles. Las diversas líneas de flujo –caminos, agua– ligan estas tramas entre sí. A partir de un determinado momento, coincidiendo con la densificación de la ciudad, empieza la segunda lógica de funcionamiento, la yuxtaposición. Las tramas empiezan a superponerse e intervenciones posteriores refuerzan, niegan o complementan los espacios públicos existentes. Un ejemplo es la intervención en la Plaza de Sant Jaume, que se ubica adyacente al perímetro original del foro romano, evitando superponerse con él pero haciéndolo reaparecer por vacío. La voluntad ortogonal de la ciudad Romana se recuperará también en otras intervenciones posteriores, como la construcción del eje Ferran-Princesa, el Born, el Pla de Palau o la Vía Layetana, y se perderá en las más recientes, que recuperan las líneas de flujo medievales para fundir la lógica de Cerdà con la ciudad secular.

Luz y Sombra

Espesor

El Casco Antiguo debe su atmósfera particular a la relación entre calles y plazas. Las calles, prácticamente convertidas en túneles de luz después del crecimiento en altura de la edificación hasta una altura de cornisa constante en el siglo XIX, desembocan sobre las diversas plazas, que alivian la tensión y tienden al sol. La Rambla, en contraposición, debe su atmósfera a la vegetación. Los espacios públicos están asociados a equipamientos y son muy concurridos. La Catedral, la Biblioteca de Cataluña o el Palacio de la Generalitat, acorde a su escala, consiguen luz en su interior, organizándose a través de patios. Esta diversidad de intensidades de luz proporcionan a la Ciutat Vella su orientación, al ser ésta el indicador de los recorridos de las calles y de los lugares, que tienen, siempre, un uso asociado.

Perfil

Densificación

El perfil del Casco Viejo se construyó por fases, con edificios que al incrementar su altura transforman totalmente las calles que los sirven. Operaciones posteriores contemporáneas han tendido a modificar dicho perfil en sección, manteniendo la densidad pero mejorando las prestaciones de la calle. Este es el caso de las viviendas de la calle del Carme, de intervenciones como la Rambla del Raval o la conexión del Mercado de Santa Caterina con el Paseo de Sant Joan. Los vacíos urbanos tienden a ocuparse con pérgolas, a estar cubiertos o a operar en su suelo. El incremento de altura de este perfil, hasta dejarlo como lo conocemos, resultó también en la uniformidad de líneas de cornisa que hoy en día se está intentando romper. La excepción a esta uniformidad siempre fueron los edificios singulares, civiles o religiosos, hiatos en dicha continuidad, que al encontrarse en número suficiente a lo largo de toda la zona producen variación suficiente como para no tensionar el sistema.

Público y privado

Recuperación

Inicialmente las calles y plazas eran públicas y la edificación y sus espacios interiores de manzana privados. El uso de algunos de estos espacios interiores como públicos ha dado lugar a una enorme variabilidad de privacidades, con la incorporación de locales comerciales, edificios religiosos, monumentos visitables y un amplio abanico de instituciones que ocupan edificios singulares rompiendo la dicotomía público-privado. El Casco Viejo es, actualmente, un gran centro cívico con una enorme intensidad de uso del espacio público cuya privacidad se limita, sobre todo, en altura. El turismo ha dado a todo el sistema una capa más de complejidad al trazar una serie de rutas que han transformado parte del barrio en un museo al aire libre.

Usos

Vivienda, comercio y equipamiento religioso

La Ciudad Vieja es, en sí, una ciudad completa y funcionó como tal hasta mediados del siglo XIX. Todo lo que una ciudad pueda tener y necesitar se encuentra en su interior. El Casco Viejo concentra, también, la infraestructura institucional necesaria para el funcionamiento no tan solo de toda la ciudad, sino de todo el país. Entre el centro y su periferia inmediata se concentran los Tres Poderes y algunos servicios centrales para el país. Universidades, bibliotecas, nudos de comunicación y algunos de los monumentos más visitados, junto con toda la infraestructura necesaria para el sustento, el ocio y el alojamiento de toda una ciudad y sus turistas. Esta complejidad ha resultado en ciertas incompatibilidades con el tejido residencial, de lógicas de densificación y superposición de usos en sección, que algunos planeamientos modernos están intentado paliar.

Ciutat Vella, Plaza del Rei. Fotografía: Nicanor García

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