En busca de María Magdalena que vio al Salvador resucitado
El relleno de chocolate
La promesa del Cielo
Año 26 • Número 4
Año 26, número 4
A NUESTROS AMIGOS
la pascua, esperanza del cielo
Cristianos de distintas latitudes celebran este mes la Pascua de Resurrección. Si bien se trata de la gran fiesta de la cristiandad, las celebraciones varían según el país y su cultura. Abarcan desde reuniones familiares hasta cultos religiosos. Por tradición, en algunas regiones se celebra una procesión que recrea los pasos del Calvario; en otras partes los fieles asisten a una misa de gallo o culto de alba para conmemorar la resurrección. En años más recientes se ha hecho costumbre en muchas familias ver todos juntos su película favorita sobre la vida de Jesús. Independientemente de dónde seas y de las tradiciones que guardes en Semana Santa, te recomendamos que apartes un tiempo para leer los relatos sobre la traición, crucifixión y jubilosa resurrección de Cristo contenidos en los Evangelios. (Véanse Mateo 26–28; Marcos 14–16; Lucas 22–24; Juan 18–21.)
En la revista de este mes celebramos la Pascua poniendo el foco en el Cielo. ¿Qué nos hace pensar en el Cielo durante la Semana Santa? ¡El hecho de que Cristo venció la muerte mediante Su crucifixión y Su triunfante resurrección! Desde los tiempos más remotos, cuando se escribió el libro de Job, considerado el más antiguo de la Biblia, la gente anhela la venida de un Salvador y se ha aferrado a la esperanza del Cielo. Job 19:25-27 (nbv) dice:
Yo sé que mi redentor vive, que al fin estará de pie sobre la tierra.
¡Y sé que después que este cuerpo se haya descompuesto, con este cuerpo veré a Dios!
Entonces él estará de parte mía y lo veré, no como un extraño sino como un amigo. ¡Qué gloriosa esperanza!
Así es, el Cielo y nuestro encuentro con Cristo es nuestra gloriosa esperanza y espléndido futuro. Viene a propósito la promesa que hizo Jesús a Sus discípulos: «Todavía un poquito y el mundo no me verá más; pero ustedes me verán. Porque yo vivo, también ustedes vivirán» ( Juan 14:19).
Los artículos del presente número alimentarán tu fe y darán aliento a tu corazón. En ellos leerás numerosas promesas que apuntan a la eternidad, la cual comienza cuando abrimos el corazón a Jesús. Así lo expone el artículo de fondo, «El Cielo: nuestra eterna esperanza» entre las páginas 4 y 6.
Ruth Davidson nos deleita igualmente con un relato sobre la vida de María Magdalena (págs. 10-11), que fue la primera persona en ver a Jesús la mañana de la resurrección. En fin, que todos tengamos una estupenda Semana Santa en recogimiento y contemplación del mayor de los sacrificios jamás realizado —la cruz— y la victoria final —la resurrección—.
Gabriel y Sally García Redacción
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¡qué dicha, encontramos el relleno de dulce de chocolate que esperábamos! Yo confiaba en que la medialuna tendría su delicioso relleno porque ya la había probado antes y constatado que así era.
Para mí el Cielo puede compararse con ese relleno de chocolate oculto. Basándonos en lo que percibimos con la vista, no podemos tener certeza de que este sea una realidad. ¿Cómo podemos saber entonces con absoluta certeza que el Cielo existe?
Muy simple: la Palabra de Dios nos lo promete. «Dado que Jesús resucitó de entre los muertos, se nos ha dado una flamante vida nueva y tenemos motivos de sobra para vivir, incluido un futuro en el Cielo, ¡el cual parte desde ahora! Dios vela cuidadosamente por nosotros y está muy al tanto del futuro. Se acerca el día en que lo tendremos
Estoy segura de que experimentaré la vida eterna con Jesús en el Cielo, una esfera que va más allá de lo que pueda imaginar (1 Corintios 2:9), porque ya comprobé el cumplimiento de las demás promesas de Dios. Él demostró ser siempre fiel a Su Palabra. Cada palabra que el Señor prometió se ha cumplido ( Josué 23:14).
El Cielo es un ofrecimiento veraz para todos los que creen y aceptan a Jesús. Dios nunca dejó de cumplir Sus promesas y podemos tener la certeza de que nunca dejará de hacerlo.
Amy Joy Mizrany nació y vive en Sudáfrica. Lleva a cabo una labor misionera a plena dedicación con la organización Helping Hand. Está asociada a LFI. En su tiempo libre toca el violín. ■
EL CIELO:
NUESTRA ESPERANZA ETERNA
Hay veces en que los pesares, reveses y desilusiones de la vida nos pesan en el alma. Cuando las cosas no salen bien, o cuando experimentamos pruebas o pérdidas que nos afectan íntimamente, o palpamos el sufrimiento humano en el mundo que nos rodea, la tensión y estrés que ello genera nos lleva a veces a cuestionar si lo que hacemos es realmente un aporte para la sociedad. ¿Es posible acaso producir cambios en un mundo plagado de guerra, pobreza, injusticia, maldad, avaricia y corrupción?
Cuando observamos los problemas del mundo, a veces la perspectiva no se ve muy prometedora. Sin embargo, en esas ocasiones podemos hallar consuelo en la Palabra de Dios y en Sus promesas de que nos aguarda un mundo mejor. «El llanto podrá durar toda la noche —dice la Biblia—, pero con la mañana llega la alegría» (Salmo 30:5 ntv). La gloriosa alborada celestial vendrá después de las sombras y la noche de esta vida.
Todas las decepciones, sueños truncados y experiencias sombrías de esta vida quedarán relegados y superados al despuntar el glorioso amanecer del Cielo. La Biblia promete que «las aflicciones del tiempo presente en nada se comparan con la gloria venidera que habrá de revelarse en nosotros» (Romanos 8:18 rvc). En el libro del Apocalipsis leemos que Dios «enjugará toda lágrima de los ojos […] y no habrá… más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron» (Apocalipsis 21:4). Ya no habrá luto, ni dolor, ni muerte, ni tristeza. Mientras Jesús apercibía a Sus discípulos acerca de Su inminente muerte y partida, les dijo: «Voy a preparar un lugar para ustedes. Y si me voy y les preparo un lugar, vendré otra vez y los tomaré adonde Yo voy; para que donde Yo esté, allí estén ustedes
también ( Juan 14:2,3 nbla). Según lo describe el Apocalipsis en los capítulos 21 y 22, el Cielo, hogar de los cristianos de todas las épocas, es un paraje formidable, de una belleza majestuosa, inconcebible. Sus calles están hechas de oro y detrás de sus relucientes puertas nacaradas no hay necesidad de lámpara ni de sol, porque Dios mismo es la luz (Apocalipsis 22:5 nbla).
¿Te figuras un mundo en el que ya no habrá muerte, ni dolor, ni temores, ni tristeza, ni enfermedades, una sociedad en la que todos trabajarán unidos y cooperarán unos con otros, en armonía y amor? Resulta casi imposible imaginar un lugar de esas características. Justamente la Biblia dice: «Ningún mortal ha visto, ni oído, ni imaginado las maravillas que Dios tiene preparadas para los que aman al Señor» (1 Corintios 2:9 nbv).
Una de las diferencias más marcadas entre la vida en la Tierra y en el Cielo es que el Cielo es un ámbito perfecto, colmado de la presencia de Dios, donde disfrutaremos de toda la belleza y maravillas que tenemos aquí en la Tierra, pero sin el pesar, dolor, vacío, soledad y temor que con mucha frecuencia se apodera de nosotros,
y sin el egoísmo, avaricia, odio y destrucción que vemos en el mundo que nos rodea.
En el reino de Dios sobreabundan el amor, la belleza, la paz, la alegría y la compasión. Pero sobre todo estará arropado por el amor de quien nos ama más que nadie: Dios mismo. La Biblia nos enseña que Dios es amor (1 Juan 4:8). Por lo tanto, Su hogar, el reino de los cielos, se compone de amor. No habrá en él más aflicción, desprecio, duelo, pérdida ni soledad (Apocalipsis 21:4).
Contemplar la esperanza que tenemos en el Cielo y visualizar nuestro anhelado porvenir nos ayuda a tener presente que las tribulaciones de la vida actual no se comparan con la gloria prometida en Cristo Jesús. Por eso, entre otras razones, Moisés pudo soportar todo lo que le tocó: «fijaba la mirada en el galardón. […] Se mantuvo como quien ve al Invisible» (Hebreos 11:26,27). Perseveró a través de las dificultades que enfrentó. ¿Cómo? Puso los ojos en el futuro glorioso que Dios prometió.
Todos los grandes hombres y mujeres de fe del Antiguo Testamento mencionados en Hebreos 11 se consideraron peregrinos y extranjeros en este mundo porque buscaban una ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios, que tiene fundamentos, y una patria que les fuera propia. Fueron capaces de soportar en esta Tierra toda clase de tribulaciones, sufrimientos, trabajo arduo e incluso persecución y muerte, pues tenían puestos los ojos en esa ciudad (Hebreos 11:10–16).
Por lo visto, muchas personas creen que el reino de Dios no llegará sino cuando mueran; Jesús, sin embargo, dijo: «El reino de Dios no viene con señales visibles. Porque, el reino de Dios está entre ustedes. El reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en el evangelio» (Lucas 17:20,21nbla; Marcos 1:15 nbla). No tenemos que esperar hasta morir para entrar en el reino de
Dios. De hecho, si has aceptado a Jesús y reconoces en Él a tu Salvador, Su reino mora dentro de ti.
Los que conocemos y amamos a Dios y tenemos Su Espíritu que habita en nosotros, ya experimentamos el Reino del Cielo y trabajamos para llevarlo a otros. No obstante, eso es solo un anticipo de nuestra herencia en el Cielo. La Palabra de Dios nos dice: «Ustedes, los que han escuchado el mensaje de la verdad, la buena noticia de salvación, al creer en Cristo han sido sellados con el Espíritu Santo prometido, que es garantía de nuestra herencia, en orden a la liberación del pueblo adquirido por Dios, para convertirse en himno de alabanza a su gloria» (Efesios 1:13,14 blph).
Para entrar en Su reino espiritual, Jesús dijo que debemos nacer de nuevo: «El que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios» ( Juan 3:3). No podemos salvarnos por nuestras propias obras, nuestra propia bondad, nuestros intentos de seguir Sus leyes y amar a Dios, ni siquiera por nuestros esfuerzos para encontrar Su verdad y seguirla. La salvación es un regalo de Dios propiciado por una milagrosa transformación de nuestra vida cuando
creemos en Cristo y Su resurrección y lo recibimos como Señor y Salvador. «A quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios» (Juan 1:12 dhh).
Por medio de Su muerte en la cruz, Jesús nos abrió a cada uno de nosotros la puerta a la vida eterna en Su reino. Su amor va mucho más allá de lo que podemos entender o ver con nuestros ojos aquí en la Tierra. Su amor puede llenar todo vacío y sanar todo dolor o herida. El amor de Dios puede infundir alegría donde hubo pesar, risas donde prevalecía el dolor y satisfacción donde primaban el despropósito y el sinsentido.
Una vez que entramos en el reino de Dios Él nos encarga la misión de comunicar a otros las buenas nuevas, de modo que ellos también puedan experimentar Su alegría y Su salvación, ¡tanto en esta vida como en la otra! Al invertir tiempo y recursos en los valores eternos —el reino de Dios y Su justicia (Mateo 6:33)— acumulamos tesoros en el Cielo que nunca se extinguen. «Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón» (Mateo 6:20,21).
Si todavía no has aceptado el regalo de salvación de Jesús, puedes hacerlo rezando esta oración: Jesús, sinceramente creo que eres el Hijo de Dios, que moriste por mí y resucitaste de entre los muertos. Te ruego que me perdones todos mis pecados y te invito a entrar en mi corazón y en mi vida. Lléname de Tu amor y de Tu Espíritu Santo y concédeme el don de la vida eterna. Amén.
Adaptación de un artículo de Tesoros, publicado por la Familia Internacional. ■
mis pecados y tener la seguridad de que iría al Cielo cuando muriera. Cuando tenía 18 años hice una simple oración para acoger a Jesús en mi corazón y noté un gran cambio en mi vida. Empecé a gozar de más paz y alegría, me libré del vicio de las drogas y sentí la presencia de Dios mucho más cerca que antes. Sin embargo, no relacioné ambos hechos —la transformación que experimenté y la oración de salvación que hice— hasta que alguien me dio un Nuevo Testamento y leí los Evangelios.
¿CÓMO SABER QUE SOMOS SALVOS?
Rosane Cordoba
Cuando mi hijo menor tenía 14 años se unió a un grupo juvenil cristiano y a un estudio de la Biblia para prepararse para el bautismo. Al final de la clase el pastor preguntó a los estudiantes cómo podían tener la certeza de que eran salvos. Se hizo un silencio. Mi hijo entonces contestó cándidamente: «¡Porque la Biblia me lo dice!»
Más tarde el pastor me contó lo que había respondido mi hijo y me dijo: «¡Llevo años impartiendo estas clases y muy pocas personas han respondido tan certeramente a esa pregunta!» Si bien me sentí orgullosa de mi hijo, al mismo tiempo me entristeció que el tema de la salvación de nuestra alma sea tan poco comprendido. Me crie en el seno de una familia cristiana. Me sabía de memoria los Diez Mandamientos, algunos relatos del Evangelio y muchas oraciones tradicionales. Aun así nadie me había dicho cómo podía obtener el perdón de todos
La Biblia expresa: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y si crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo» (Romanos 10:9). Me recuerda a la canción infantil que dice: «¡Cristo me ama, me ama a mí! / La Biblia lo dice así. / Él me puede proteger. / Débil soy, mas fuerte es Él». Efectivamente somos demasiado débiles para afrontar los avatares de la vida por nuestra cuenta. No obstante, tener a Jesús en el corazón nos aporta una fuerza y una paz maravillosas que vienen de lo alto y una luz que guía nuestro camino.
Después de aceptar el regalo de salvación de Jesús, un amigo mío tuvo un sueño en el que muchas voces expresaban diversas opiniones y filosofías; entonces una voz distinta empezó a hablar al tiempo que las otras se iban apagando. Aquella voz, que él comprendió que era Jesús, le dijo: «A partir de ahora me servirás todos los días de tu vida». Después de aquel sueño dedicó su vida a Jesús.
Algunas personas tienen experiencias sobrenaturales de ese tipo; otras no. Pero como dice la Biblia, si acoges a Jesús en tu corazón y reconoces en Él a tu Salvador, tendrás vida eterna ( Juan 3:16). La salvación es un regalo que Dios nos hace a cada uno de nosotros.
Rosane Cordoba vive en Brasil. Es escritora independiente, traductora y productora de textos didácticos para niños basados en la fe y orientados a la formación del carácter. ■
LA ESPERANZA DEL CIELO EN TIEMPOS DE DUELO
G.L. Ellens
Cuando recibí el correo electrónico en el que me decían que mi hermano John había fallecido repentinamente de un ataque al corazón, quedé en shock y desolada. John tenía apenas 50 años, demasiado joven para dejar este mundo —pensé—, sobre todo porque hacía poco habíamos hablado de reunirnos después de 15 años sin vernos.
La idea de no volver a ver a John en esta vida era demasiado para mí. Me dolía en el alma. Entonces recordé una canción que a él cantaba con mucho agrado:
El Cielo está aquí, está de verdad: vivir con Jesús es la felicidad. Acepta Su amor, Su eterno perdón, ¡y a tu alrededor un Cielo habrá!
John vivía esa canción. Su fe en Jesús lo sostuvo toda su vida. Se dedicó a ayudar a los demás, hasta el punto de
trabajar como profesor voluntario en una reserva india de Dakota del Norte. Desafortunadamente esa experiencia lo sumió en las tinieblas y cayó en el alcoholismo. Sin embargo, John cobró fuerzas en Jesús y llegó a celebrar diez años en que se mantuvo abstemio. Luego debió enfrentar otro reto: un diagnóstico de trastorno bipolar grave, que requería medicación antipsicótica.
Y entonces, esto: ¡un infarto a los 50! Un día John no fue a trabajar. Preocupado por él, un amigo fue a ver cómo estaba y lo encontró tirado en el suelo de la cocina. Al parecer había sufrido un infarto fulminante que le quitó la vida al instante. En mi dolor me consoló saber que John estaba ya en el Cielo con el Señor.
Jesús, que vivió en la Tierra como un ser humano, enseñó a Sus discípulos a orar: «Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo» (Mateo 6:10). El Cielo es un lugar que los creyentes esperan con ilusión, una ciudad en la que no hay lágrimas, ni dolor, ni
muerte (Apocalipsis 21:4). Todos los males de este mundo se enmendarán allá, dado que estaremos unidos a Jesús y viviremos en amorosa comunión con Él y los unos con los otros.
Jesús nos enseñó a traer un poco de Cielo a la Tierra, puesto que las cualidades del Cielo —paz, amor y justicia— está vigentes para nosotros ahora, no solo en la eternidad. Dios desea que el Cielo comience aquí y ahora. Las palabras de Jesús a Sus discípulos fueron: «El reino de los cielos se ha acercado». Los instruyó para que curaran a los enfermos, resucitaran a los muertos y expulsaran a los demonios. Y les recordó: «De gracia han recibido; den de gracia» (Mateo 10:7,8).
Ese mensaje sigue igual de vigente para nosotros hoy.
Aunque el Cielo es una realidad eterna que sigue a nuestra muerte, también es una realidad presente. No se trata de aparentar que el mundo es perfecto o está libre de problemas, sino de reconocer el dolor que nos rodea y sumarnos al plan divino que consiste en ofrecer sanación y esperanza. Traemos el Cielo a la Tierra ayudando a la gente a conocer a Jesús y a andar junto a Él cada día. Jesús encarnó las prioridades divinas amando incondicionalmente, perdonando con generosidad y adorando al Padre de todo corazón (Marcos 12:30,31). Él nos invita a hacer lo mismo.
Pensar en John, en Jesús y en el Cielo me infundió consuelo y paz. Me sequé las lágrimas y dormí bien aquella noche. A la mañana siguiente, al salir al jardín, vi algo que me dejó sin aliento: las dos ramas más altas del árbol más grande del jardín se habían entrelazado, formando un corazón. Me recordó el divino corazón de amor. Sentí que una profunda paz me inundaba el alma, sabiendo que John está en el Cielo, envuelto en el amor de Dios.
G.L. Ellens fue misionera y docente en el sureste asiático durante más de 25 años. Pese a que se jubiló, aún realiza labores voluntarias, además de dedicarse a escribir. ■
LO MEJOR ESTÁ POR VENIR
Un día leerán en la prensa que D. L. Moody, de East Northfield, ha muerto. No crean una palabra. En ese momento estaré más vivo que ahora. Simplemente habré ascendido a un plano superior. Habré pasado de esta casucha de barro a una vivienda inmortal. Habré adoptado un cuerpo inmune a la muerte. Dwight L. Moody, evangelizador norteamericano (1837-1899).
El Cielo en todo su esplendor puede resumirse en una sola palabra: Cristo. Él es la luz de la creación, el gozo de toda vida y, por sobre todas las cosas, el amor más profundo de nuestra alma. Abrazarlo equivale a abrazar el sentido de la vida y el eterno poder de Dios. Betty Eadie, sobreviviente de una experiencia cercana a la muerte y autora de «He visto la luz»
Para el último viaje no es menester equipaje. / Deja atrás lo simplemente bueno a cambio de lo eterno. / Morir es renacer. / Muere y vivirás. Refranes españoles
La muerte no es otra cosa que pasar de una alcoba a otra. Eso sí, hay una diferencia, que en la otra alcoba podré ver. Hellen Keller, escritora y activista norteamericana sordociega desde la infancia (1880-1968)
Las alegrías del Cielo compensarán con creces las penas de la Tierra. La muerte no es más que un angosto riachuelo que pronto habremos de cruzar. ¡Qué efímero es el tiempo y qué larga la eternidad! ¡Qué breve es la muerte y qué infinita la inmortalidad! Charles Spurgeon, predicador y escritor inglés (1834-1892)
EN BUSCA DE MARÍA MAGDALENA
Ruth Davidson
Durante siglos hemos oído cantidades de historias e interpretaciones diversas sobre María Magdalena (también llamada María de Magdala), una de las principales figuras femeninas del Nuevo Testamento. Entre las mujeres mencionadas en la Biblia, fue una de las más controvertidas.
Desde mis primeros recuerdos de María Magdalena, se la etiquetó indeleblemente como la infame prostituta, liberada de siete demonios. No obstante, cuando me puse a estudiar los relatos de los Evangelios descubrí que ni Mateo ni Juan mencionan que hubiera alojado demonios o que fuera una mujer inmoral y mancillada. Más bien se centran en su lealtad inquebrantable al Salvador.
María Magdalena se distingue por haber estado presente al pie de la cruz durante la crucifixión de Cristo. También estuvo allí, sentada frente a la tumba, durante Su sepultura, y fue la primera en verlo tras Su resurrección. Jesús encargó a María que hablara de la resurrección a los demás discípulos. La vida de aquella galilea de Magdala está, sin duda, rodeada de misterio. Poco se ha escrito sobre ella. En la narración de los cuatro Evangelios, María figura junto
con varias mujeres que siguieron a Jesús, que lo sirvieron cuando estaba en Galilea y subieron con Él a Jerusalén.
Desde la primera vez que María oyó hablar a Jesús, se conmovió tan profundamente que se empeñó en oír más de Sus palabras veraces, que infundían vida y diferían de todo lo que ella había oído antes.
Después de su conversión, la devoción que María le profesaba a Jesús fue tan grande que dedicó toda su vida a servirlo. Fue una de las que lo siguieron mientras llevaba su cruz al Calvario. En el Gólgota hubo pocos que permanecieron cerca, al pie de la cruz. Los mencionados fueron María, la madre del Señor; Juan el amado; María, la esposa de Cleofás, y María Magdalena. Desconsolada y deshecha, permaneció a Su lado hasta el momento en que Cristo exhaló su último aliento con las palabras: «¡Consumado es!» ( Juan 19:25-30.)
Contemplaba, cavilaba y lloraba en silencio. Su profunda tristeza era indescriptible. María había presenciado el salvajismo de la cruz y los horrores del sufrimiento de Cristo, mientras que la mayoría de los discípulos habían huido del lugar y se habían escondido. ¡Ella no podía
LA PARADOJA
Jesús no tenía siervos; sin embargo, le decían Señor. No tenía título universitario; sin embargo, le decían Maestro. No tenía remedios; sin embargo, le decían Sanador. No tenía ejército; sin embargo, reyes le temían. No ganó batallas militares; sin embargo, conquistó el mundo. No cometió ningún crimen; sin embargo, lo crucificaron. Lo sepultaron en una tumba; sin embargo, hoy vive.
Anónimo
abandonar a Su Señor y Salvador; tenía que quedarse junto a Él! Su profunda devoción no podía extinguirse ni por el peligro ni por la amenaza de muerte.
Muy temprano, el primer día de la semana, cuando aún estaba oscuro, María Magdalena se acercó al sepulcro de Cristo y vio que la piedra había sido removida de la entrada. Jadeante, corrió enseguida a ver a Simón Pedro y a Juan para avisarles que se habían llevado al Maestro del sepulcro y que no sabía dónde lo habían puesto.
Los discípulos corrieron al sepulcro, lo encontraron vacío y regresaron a la casa. María, en cambio, se quedó llorando ante la tumba. Mientras lloraba, se arrodilló para mirar dentro del sepulcro y vio a dos ángeles sentados allí. Estaban vestidos de blanco, uno a la cabecera y el otro a los pies de donde habían puesto el cuerpo de Jesús. Le preguntaron:
—Mujer, ¿por qué lloras?
—Se llevaron a mi Maestro y no sé dónde lo pusieron —respondió ella.
Dicho esto, se volvió y vio a Jesús ahí mismo de pie. Pero no lo reconoció. Jesús le dijo:
—Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
Confundiéndolo con el jardinero, ella le dijo:
—Si te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, para que pueda atenderlo.
Jesús dijo:
—María.
Volviéndose hacia Él, ella le dijo en arameo:
—Raboni —que significa Maestro.
Él le ordenó:
—No me toques, porque aún no he subido al Padre. Ve a mis hermanos y diles: Subiré a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes (Véase Juan 20:1–17).
En una época en la que no se tomaba muy en cuenta a las mujeres, Jesús se dirigió primero a María y la envió a anunciar a los discípulos la gloriosa noticia de Su resurrección.
Ruth Davidson (1939–2023) fue misionera en Oriente Medio, la India y Sudamérica durante 25 años. Posteriormente se desempeñó como articulista y redactora del portal www.thebibleforyou.com ■
NOS QUEDAMOS CON LA ABOLLADURA
Marie Alvero
Hace poco, una joven amiga de mi hija dio marcha atrás con su auto y me chocó el mío dejando una abolladura y algunos arañazos. Se ofreció a pagar los daños, así que pedimos un presupuesto. El costo de la reparación ascendería a casi 3.000 dólares, lo que nos pareció mucho más de lo que podíamos pedir a alguien que necesitaba cada céntimo que pudiera ahorrar mientras se mata trabajando para pagarse la universidad. Le explicamos que no nos parecía bien pedirle que hiciera semejante desembolso. Se mostró increíblemente agradecida y nos pareció que habíamos hecho lo correcto. Al fin y al cabo mi auto es viejo. Estamos contentos con que nos dure unos pocos años más, aunque no sea tan bonito. Total que nos quedamos con la abolladura.
Todos necesitamos que nos perdonen nuestros pecados, las abolladuras que causamos en la vida. Concluí que este caso ilustra muy bien por qué necesitamos la muerte de Jesús en la cruz. No hay forma de ganarse el perdón divino. Jesús optó por pagar la deuda por nosotros. «Si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo. Él es el sacrificio por el
perdón de nuestros pecados y no solo por los nuestros, sino por los de todo el mundo» (1 Juan 2:1,2 nvi).
Me resulta interesante que algo tan corriente como un auto abollado pueda dejarme una enseñanza tan profunda. Al mismo tiempo que perdonaba a alguien, se me hizo claro cuánto perdón necesito yo para reconciliarme con Dios. Así como aquella pobre muchacha, cuyos recursos no bastaban ni de lejos para pagar esa deuda, mis esfuerzos por redimirme simplemente son insuficientes. La abolladura queda.
Por mucho que perdone a los demás, ni de cerca llegaré a igualar todo lo que Jesús me ha perdonado a mí. Con Su muerte canceló una deuda que yo nunca podría pagar. Me parece que no pensamos en eso tanto como deberíamos. Nos apresuramos a reconocer lo que alguien nos debe, pero nos olvidamos de lo que nosotros hemos recibido: en este caso, el perdón gratuito de todos nuestros pecados.
Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■
ZAFARSE DE LA ZONA FANTASMA
Uday Paul
Hoy en día, cuando veo películas, es imposible no percatarme de que las diferencias entre el bien y el mal se hacen cada vez más difusas. Décadas atrás la mayoría de las películas ilustraban valores. Los límites entre el bien y el mal estaban claramente trazados y al final el bien generalmente triunfaba sobre el mal.
Una película que me conmovió cuando era adolescente fue Supergirl (1984). En la cinta, Kara Zor-El, también llamada Supergirl, es transportada a la Tierra desde la ciudad espacial de Argo. Su objetivo es encontrar una fuente de energía llamada Omegaedro. La némesis de Kara en la Tierra es una mujer llamada Selena que se dedica al ocultismo y a los poderes de las sombras. Selena aspira nada menos que a dominar el mundo. Se produce una lucha por el Omegaedro, que daría a quien lo posea el control de toda la Tierra. Selena se adueña de él y se vale de sus poderes para alcanzar sus perversos fines. Se produce un enfrentamiento entre ella y Kara. Selena vence a Kara y la destierra a la Zona Fantasma, una dimensión donde queda confinada.
Allí Kara se da cuenta de que ha perdido sus poderes sobrenaturales y es una sombra de lo que fue. Entonces conoce a Zaltar, que había sido su mentor en la ciudad de Argo y se desterró a sí mismo en esa zona de confinamiento. Él la insta a no rendirse. Finalmente, Kara sale victoriosa de la Zona Fantasma y recupera todos sus poderes. Regresa a la Tierra y tras una batalla titánica contra la perversa Selena, toma posesión del Omegaedro y lo devuelve a la ciudad de Argo, donde corresponde que esté.
Interpreto eso como una analogía del evangelio. Jesús bajó a la Tierra para redimir y ofrecer la salvación a la humanidad. Rechazó la oferta de Satanás que le prometía poder y riquezas, y en su lugar optó por hacer la voluntad del Padre que lo envió (Hebreos 10:7). Fue ungido con el poder del Espíritu Santo y se dedicó a hacer el bien y a curar a todos los oprimidos física y espiritualmente por el diablo (Hechos 10:38). En la batalla contra el mal, Jesús resistió hasta el punto de derramar Su sangre en la cruz y ser desterrado a la «Zona Fantasma»: el corazón de la Tierra (Hebreos 12:4; Mateo 12:40).
Pese a ello, al cabo de tres días resucitó triunfante de la tumba para ser exaltado a la diestra del Padre que está en los Cielos (Hechos 2:32,33). Un día volverá a la Tierra con gran poder y autoridad y destruirá las fuerzas del mal. La Tierra será devuelta a su legítimo soberano y gobernada con equidad y justicia para todos (Isaías 9:7). ¡Qué maravilloso futuro nos aguarda!
Uday Paul es escritor independiente, profesor y voluntario. Vive en la India. ■
Lecturas enriquecedoras
EL PODER DE LA RESURRECCIÓN
La resurrección de Cristo se predijo en el Antiguo Testamento.
Salmo 16:10 No dejarás mi alma en el Seol [el reino de los muertos] ni permitirás que tu santo vea corrupción.
La resurrección de Jesús es un hecho histórico. Testigos oculares dejaron constancia de ella.
Hechos 1:2,3: …hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido. A estos también se presentó vivo, después de haber padecido, con muchas pruebas convincentes. Durante cuarenta días se hacía visible a ellos y les hablaba acerca del reino de Dios.
Hechos 10:40,41: Dios le levantó al tercer día e hizo que apareciera, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos.
Hechos 13:30,31: Dios le levantó de entre los muertos. Y él apareció por muchos días a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén, los cuales ahora son sus testigos ante el pueblo.
1 Corintios 15:3-6: En primer lugar les he enseñado lo que también recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; que apareció a Pedro y después a los doce. Luego apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven todavía; y otros ya duermen.
2 Pedro 1:16: Les hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo no siguiendo fábulas artificiosas, sino porque fuimos testigos oculares de su majestad.
(Véanse también Mateo 28:1-9, Lucas 24:13-53, Juan 20:1-17)
Jesús tiene poder para dar vida eterna a todos los que creen en Él.
Juan 1:12: A todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios.
Juan 3:16: De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda mas tenga vida eterna.
Juan 5:24: De cierto, de cierto les digo que el que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna. El tal no viene a condenación sino que ha pasado de muerte a vida.
Juan 6:40: Esta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que mira al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y que yo lo resucite en el día final.
Juan 11:25: Jesús le dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá.
1
Pedro 1:3,4: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su grande misericordia nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos; para una herencia incorruptible, incontaminable e inmarchitable reservada en los cielos para ustedes.
1 Corintios 6:14: Como Dios levantó al Señor, también a nosotros nos levantará por medio de su poder.
Llegará el día en que nuestro cuerpo resucitará y volverá a unirse a nuestro espíritu.
Job 19:25-27: Yo sé que mi Redentor vive y que al final se levantará sobre el polvo. Y después que hayan deshecho esta mi piel, ¡en mi carne he de ver a Dios a quien yo mismo he de ver! Lo verán mis ojos, y no los de otro.
Juan 5:28,29: No se asombren de esto, porque vendrá la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán, los que hicieron el bien para la resurrección de vida pero los que practicaron el mal para la resurrección de condenación.
1 Corintios 15:51-54: He aquí, les digo un misterio: No todos dormiremos, pero todos seremos transformados en
un instante, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final. Porque sonará la trompeta, y los muertos serán resucitados sin corrupción; y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible sea vestido de incorrupción, y que esto mortal sea vestido de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: ¡Sorbida es la muerte en victoria!
Nuestro cuerpo glorioso será inmortal y aún más maravilloso que el que tenemos ahora.
Lucas 20:36: Ya no pueden morir, pues son como los ángeles, y son también hijos de Dios siendo hijos de la resurrección.
Filipenses 3:21: [Jesucristo] transformará nuestro cuerpo de humillación para que tenga la misma forma de su cuerpo de gloria, según la operación de su poder, para sujetar también a sí mismo todas las cosas.
1 Juan 3:2: Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Pero sabemos que, cuando él sea manifestado, seremos semejantes a él porque lo veremos tal como él es. ■
De Jesús, con cariño
MI PROPÓSITO PARA LA ETERNIDAD
Para muchas personas del mundo la vida puede parecer un camión que avanza sin ton ni son a toda velocidad por la autopista sin saber hacia dónde se dirige ni por qué viaja en determinada dirección. Bregan por comprender el sentido y el destino de su vida. En cambio, todos los que creen en Mí tienen asegurada una vida con sentido y un maravilloso destino eterno ( Juan 11:25,26).
Hay un propósito y designio magníficos para tu vida. Te preparé un lugar en el Cielo para que puedas estar eternamente a Mi lado. Así pues, cuando te enfrentes a los retos y dificultades de la vida, no dejes que se turbe tu corazón ( Juan 14:1-3). Cree en Mi Palabra y confía en que los apuros y dificultades que experimentes no carecen de sentido; antes son los componentes básicos de tu crecimiento y los señalizadores que te indican el camino a tu hogar eterno. Un día verás que cada uno de los obstáculos que se te interpusieron en la vida fueron peldaños hacia el destino eterno que tengo para ti. Encomiéndame cada día y aprende de cada experiencia que tengas antes que llegue el momento de dejar atrás tu vida terrenal.
El Cielo estará lleno de gloria y belleza, y te verás libre del dolor y el sufrimiento que experimentas en tu vida terrenal. Medita en tu recompensa eterna y en la gloria que se revelará en ti; eso te infundirá la fe necesaria para afrontar y superar las pruebas y los desafíos de la vida (Romanos 8:18).