Conéctate, junio de 2024: El poder de la oración

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EL PADRENUESTRO

Acceder a Su presencia

En perfecta sincronía

El amparo divino

Los susurros de Dios

Él siempre está cerca

CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA
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Año 25 • Número

A NUESTROS AMIGOS

atisbos de la oración

Sería impensable pretender cubrir el astronómico tema de la oración en un escueto número de Conéctate. Si bien la oración es un asunto de vastas proporciones, no es para nada complicado. Valga la paradoja. Es simplemente cuestión de creer que hay un Dios que nos ama y que quiere gozar de una estrecha relación con nosotros. El Altísimo se muestra sensible a nuestras necesidades, oye nuestras súplicas y nos invita a acercarnos a Él. Basta con tener fe del porte de un grano de mostaza para que todas las cosas se nos posibiliten a través de la oración. (Mateo17:20).

No hay que preocuparse de si las oraciones nos salen fluidas y elocuentes. En su épica novela Los miserables, Víctor Hugo escribió: «En cuanto a métodos de oración, todos son buenos, siempre y cuando sean sinceros». Así y todo, la Biblia nos da pautas para orar con mayor eficacia. El propio Jesús enseñó a Sus discípulos a rezar el conocidísimo padrenuestro, que Peter Amsterdam nos desglosa hermosamente en su artículo de la página cuatro.

He aquí algunas normas que conviene tener en cuenta cuando presentamos nuestras peticiones ante Dios. Las oraciones deben hacerse:

• Con amor: «Todas sus cosas sean hechas con amor» (1 Corintios 16:14).

• Con un corazón limpio y sincero: «Si en mi corazón yo hubiera consentido la iniquidad el Señor no me habría escuchado» (Salmo 66:18,19).

• Evitando monsergas sin sentido: «Al orar, no usen vanas repeticiones» (Mateo 6:7,8).

• Por devoción, no por obligación: «Me buscarán y me hallarán, porque me buscarán con todo su corazón» ( Jeremías 29:13).

• Con humildad ante Dios: «No estamos presentando nuestros ruegos delante de ti, confiados en nuestras obras de justicia, sino en tu gran misericordia» (Daniel 9:18).

• Con fe: «Al que cree todo le es posible» (Marcos 9:23).

• Ante todo, conforme a la voluntad de Dios: «Esta es la confianza que tenemos delante de él: que si pedimos algo conforme a su voluntad, él nos oye» (1 Juan 5:14).

Dios en todo momento está deseoso de escuchar nuestras plegarias. A Él le interesa más nuestra sinceridad que nuestra habilidad para rezar. Y aunque no siempre responda nuestros ruegos de acuerdo a nuestras expectativas, si armonizamos nuestra voluntad con la Suya a la postre veremos que Sus caminos son siempre mejores que los nuestros.

Ojalá que embarcándose en el presente número de Conéctate disfruten de esta fugaz mirada al fascinante mundo de la oración

Gabriel y Sally García Redacción

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Año
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25, número 6

La oración es, sin lugar a dudas, la actividad más elevada del alma humana. El hombre alcanza su máxima plenitud y su punto culminante cuando, de rodillas, se encuentra cara a cara con Dios. Martyn Lloyd-Jones

EN PERFECTA SINCRONÍA

Hoy me acordé de un milagro que Dios hizo en respuesta a una oración. Estoy seguro de que Él responde a mis oraciones todos los días y a las de miles de millones de personas de todo el orbe; lo que pasa es que muchas veces no reconocemos la acción de Su mano en nuestra vida. Cada respuesta a la oración que experimentamos es un tesoro precioso que brilla más cada vez que lo compartimos. Por eso no quiero guardarme este testimonio para mí mismo ni darlo por sentado con ligereza, como diciendo: «Y bueno, un día más, un milagro más». Esa mañana en particular, mi mujer y yo nos habíamos tomado un tiempo extra en nuestra apretada agenda para leer la Palabra de Dios, orar y conectar con el Espíritu Santo a fin de cobrar fuerzas para la jornada. Creo que esa fue una de las razones por las que el Señor obró en nuestro favor. Más tarde visité a un amigo para un estudio bíblico. Era la época de los monzones en la India, donde vivíamos en ese momento, y como suele suceder en esa temporada del año, el viento arreció ferozmente en medio de una lluvia torrencial. Mientras mi amigo y yo estábamos a salvo y seguros dentro de la casa, nuestro chofer estaba fuera cuidando del auto y descansando un poco. Un guardia de seguridad de otro edificio se acercó y tocó a la ventanilla de nuestro auto para despertar al conductor de su siesta.

—Será mejor que mueva el auto —le advirtió—. Está estacionado debajo de un árbol que no parece muy firme.

—¡Si no pasa nada! Lo que usted quiere es que me mueva para darle mi plaza a otro auto.

—Mi intención es ayudar. Pero le recomiendo que mueva el auto ahora.

El tono amistoso de la voz del guardia convenció a nuestro conductor de que trasladara el auto un poco más adelante. ¡Ni siquiera había apagado el motor cuando el árbol se desplomó con un estruendo colosal justo donde había estado aparcado momentos antes! El árbol tenía unos dos metros de diámetro y habría dañado gravemente el vehículo o lo habría aplastado por completo con el conductor dentro.

¡El conductor, mi amigo y yo alabamos a Dios por Su protección! Estoy seguro de que fue Dios que intervino en respuesta a las oraciones por protección y seguridad que habíamos rezado esa mañana. Eso me recordó una vez más lo importante que es la oración.

Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo. Dedicó 47 años de su vida a actividades misioneras en 10 países. Él y su esposa Pauline viven actualmente en Alemania. ■

Curtis Peter van Gorder
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EL PADRENUESTRO

Cuando los discípulos de Jesús le pidieron que les enseñara a orar, los inició en lo que hoy conocemos como el padrenuestro (Lucas 11:1). Dijo: «Oraréis así: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre. Venga Tu Reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos metas en tentación, sino líbranos del mal”» (Mateo 6:9–13).

Al dirigirse a Su Padre en oración, Jesús empleó la palabra aramea Abba, que significa «Padre». Un hijo o una hija llamaban así a su papá en la Palestina del siglo primero. Es lógico que Él, siendo Hijo único de Dios, llamara Abba a Su Padre; lo notable es que Él también enseñara a los que creían en Él a tratar a Dios de Abba.

Todo el que cree en Jesús y lo acepta puede llamar Padre a Dios. «A todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios» ( Juan 1:12). Gracias a la muerte y resurrección de Cristo, los creyentes somos adoptados como hijos e hijas en la familia de Dios y por ende tenemos el privilegio de llamar Abba a Dios nuestro Padre. «Debido a que somos sus hijos, Dios envió al Espíritu de su Hijo a nuestro corazón, el cual nos impulsa a exclamar “Abba, Padre”» (Gálatas 4:6 ntv).

Decir «Padre nuestro» al orar crea una sensación de intimidad, de que nos dirigimos a alguien que nos ama y vela por nosotros. La oración no está concebida como un discurso complicado y formal dirigido a un ente lejano y retirado. La oración que enseñó Jesús es breve y sin pretensiones, una comunicación sencilla y sincera para quienes son conscientes de que

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su aprovisionamiento diario depende de su Padre, de que necesitan el perdón de sus pecados y el amparo y cuidados divinos.

Al comenzar la oración diciendo: «Padre nuestro que estás en los cielos», Jesús también nos recuerda que si bien nos dirigimos íntimamente a Dios como hijos Suyos, también debemos ser conscientes de Su poder e infinita grandeza. Él es Dios Todopoderoso, el omnipotente Creador de todo lo que existe.

Tras la invocación inicial, Padre nuestro que estás en los cielos, vienen seis peticiones. Las tres primeras tienen que ver directamente con Dios: Su nombre, Su reino y Su voluntad. Van seguidas de otras tres relacionadas con nosotros: nuestras necesidades físicas, nuestros pecados y nuestras tentaciones.

Si vamos a tomar el padrenuestro como modelo, sus primeras palabras nos enseñan a iniciar nuestras oraciones accediendo a Su presencia con alabanza, reverencia y adoración. Gracias a la relación que tenemos con Dios, nuestro amoroso Padre Celestial, confiamos en Él, dependemos de Él y sabemos que vela por nuestros mejores intereses. Ese es un concepto fundamental de la oración cristiana.

Las tres primeras frases referidas a Dios son: «Santificado sea Tu nombre. Venga Tu Reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra». Se trata de tres peticiones: que sea santificado Tu nombre, que venga Tu reino y que se haga Tu voluntad. Expresan nuestra oración por que Dios sea glorificado, y tienen que ver con Su nombre, Su dominio y Su voluntad. La palabra santificar significa honrar y tratar con el mayor respeto. Al rezar: santificado sea tu nombre, pedimos al Señor que suscite que Su nombre sea

Si todavía no has llegado a conocer a Jesucristo como tu salvador, puedes abrirle el corazón rezando esta sencilla oración:

Jesús, te ruego que me perdones mis pecados. Creo sinceramente que moriste por mí. Te invito a entrar en mi vida. Lléname de Tu amor y de Tu Espíritu Santo. Ayúdame a amarte a Ti y a los demás y a vivir de acuerdo con la verdad de la Biblia. Amén.

glorificado en todas partes. Con ello le pedimos que actúe en el mundo físico, particularmente por medio de nosotros, Sus seguidores, de manera que toda la humanidad lo engrandezca.

La segunda petición, venga tu Reino, es una súplica para que Dios establezca Su reinado, poder y autoridad en toda la Tierra. Por una parte, el reino de Dios es una realidad actual introducida mediante la vida y el ministerio de Jesús; por la otra, es una realidad futura que se plasmará después de Su retorno.

Al decir venga tu reino rogamos a Dios que actúe para que el evangelio se anuncie por todo el mundo, a fin de que la gente tenga oportunidad de entrar en ese reino. Al mismo tiempo, imploramos para que Jesús regrese y el reino de Dios prevalezca. Como rezan las palabras al final del libro del Apocalipsis: ¡Ven, Señor Jesús! (Apocalipsis 22:20 )

La tercera petición, hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra, complementa la segunda. Cuando Dios reina, se hace Su voluntad. Aquí oramos por el pleno cumplimiento de todo lo que representa el reino: que Su poder y Su reinado se hagan realidad en la Tierra y que Su voluntad tenga precedencia sobre la nuestra.

Después de las tres primeras peticiones, con la cuarta, la oración se centra en las necesidades humanas. «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. No nos metas en tentación, sino líbranos del

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mal» (Mateo 6:11–13). Ese patrón de poner primero a Dios y luego pasar a las necesidades humanas se observa también en otras enseñanzas de Jesús. «Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:33).

El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy expresa la petición de que nuestro Padre provea para nuestras necesidades físicas, es decir, todo lo que nos haga falta para conservar nuestra vida. En el siglo I los obreros del Mediterráneo recibían su paga por jornada y apenas tenían suficiente para vivir de un día para otro. El hecho de vivir en circunstancias tan inciertas otorgaba mucho sentido a esta oración.

La quinta petición expresa: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores El padrenuestro en el Evangelio de Mateo emplea las palabras deudas y deudores para referirse al pecado, mientras que el Evangelio de Lucas habla de pecados y de los que nos deben (Lucas 11:4). Tanto las deudas de Mateo

como los pecados de Lucas representan transgresiones contra Dios.

Cuando Jesús exhortó a Sus discípulos a que rezaran: Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores, se refería al perdón de nuestros propios pecados. Por medio de la salvación Dios ha perdonado compasiva y misericordiosamente nuestros pecados. Por consiguiente, debemos perdonar también nosotros al prójimo como una prolongación de la gracia de Dios.

La última petición: No nos metas en tentación, sino líbranos del mal es la súplica de quien desea tener una relación estrecha y sana con Dios. Solicitamos al Padre que nos guarde de pecar, de situaciones en que fallaremos la prueba, y que nos guarde del mal en todas sus formas: en nuestro corazón, en nuestras actitudes y en nuestros hechos. Apelamos al Padre para que nos guarde de todo lo que podría interponerse entre Él y nosotros y entorpecer nuestra comunión con Él.

En el Evangelio de Mateo, la oración termina así: Porque Tuyo es el Reino, el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén (Mateo 6:13). Esta última frase no figura en muchas traducciones y se considera que se añadió a fines del siglo II. Aunque no formara parte de la enseñanza original de Jesús, se trata de un hermoso final que encaja muy bien con el resto de la oración.

Padre Celestial, reina en nuestra vida y en todo el mundo. Sírvete de todos los que creemos en Ti para transmitir la gozosa noticia de la salvación, de modo que tantos como sea posible lleguen a conocerte. Enséñanos a vivir conforme a los principios de Tu Palabra para que seamos un reflejo de Ti y de Tus caminos. Tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre jamás. Amén.

Peter Amsterdam dirige juntamente con su esposa, María Fontaine, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■

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SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR

Hace poco recibí una llamada de mi hija que estaba a unas horas de distancia con sus amigas; iban a asistir a un concierto. Habían comprado las entradas con meses de antelación, pero me dijo que eran falsas y que tenían que comprar otras nuevas. Necesitaba mi ayuda y yo estaba dispuesta a dársela.

Mi hija, que me ha visto fracasar, perder la paciencia y decepcionarla a veces, seguía confiando en su madre. Sabía que yo querría ayudarla. A pesar de mis errores a lo largo de los años, he conseguido transmitir eso a mis hijos.

¿No es extraño que sepamos esto sobre nuestras relaciones terrenales, pero que a menudo olvidemos que lo mismo vale cuando se trata de Dios? Mateo 7:9-11 dice: «¿Qué hombre hay entre ustedes que, al hijo que le pide pan, le dará una piedra? ¿O al que le pide pescado le dará una serpiente? Pues si ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden?»

Si sé que Dios es un buen Padre, me resulta más fácil acudir a Él en oración. Conoce mis necesidades, pero también le conmueve que lo reconozca como Padre. Creo que a veces yo —tal vez tú también— me siento intimidada por la oración, pensando que hay palabras

selectas o una fórmula determinada que hará que Dios responda tal como lo deseo.

Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, Él les enseñó el padrenuestro (Mateo 6:9-13), que habla de entrega, dependencia, misericordia y guía y reconoce plenamente nuestra necesidad de Dios. En ese mismo capítulo Jesús dice que Dios sabe lo que necesitamos antes que se lo pidamos (Mateo 6:8). Siempre que pienso que la oración es complicada o que no «lo estoy haciendo bien», me remito al padrenuestro. Recuerdo que quiero hacer Su voluntad. Recuerdo que confío en Él para mis necesidades diarias. Recuerdo que necesito el perdón, así como Su fuerza para perdonar a los demás. Recuerdo que necesito que Él me guarde de la tentación.

Dios quiere mantener una relación con nosotros. Quiere que la oración sea nuestra vía de comunicación con Él. Desea que confiemos en Él, porque es nuestro buen Padre y quiere lo mejor para nosotros.

Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■

Marie Alvero
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LOS SUSURROS DE DIOS

Siempre he creído que la oración no consiste solo en hablar con Dios, sino también en pedirle consejo y tomarse el tiempo necesario para escuchar Su silbo apacible y delicado (1 Reyes 19:11,12). Cuando se presenta una situación inesperada, pido a Jesús que me haga saber cómo debo proceder; aunque a veces también me cuesta discernir si realmente estoy escuchando Su voz o si se trata solo de mis propios pensamientos. Les relataré un pequeño incidente que me animó con respecto a esta pregunta.

En un viaje que hice de visita a mi país natal, alquilé un auto por Internet cerca del aeropuerto. Encontré lo que a mi juicio era una muy buena oferta. Sin embargo, cuando llegué a la empresa de alquiler me informaron que no me permitirían arrendar el vehículo a menos que contratara un seguro complementario, lo que duplicaba con creces la tarifa diaria y convertía en caro lo que

parecía una buena oferta. Pensé en buscar una opción más económica, pero como estaba muy cansado y no había otras empresas de alquiler cerca, decidí llevarme el auto por un día nada más y que al día siguiente buscaría otro.

A la mañana siguiente antes de salir oré por varios asuntos de ese día. Una de mis peticiones fue que pudiera encontrar una mejor oferta de un auto de alquiler. También le pregunté a Dios si había alguna razón por la que me encontraba en esa circunstancia en la que la empresa de alquiler me exigía un seguro extra tan caro. Al final de mi oración, mientras esperaba en silencio, entendí que Dios me decía que me quedara con el auto que ya tenía. Me sorprendió, pues una de las cosas a la que habitualmente presto atención es llevar una vida frugal, puesto que mi labor como voluntario me obliga a tener en cuenta mi presupuesto. Así que me quedé con el primer

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Simon Bishop

auto que alquilé, aunque me perseguía la duda de si había oído bien a Dios.

Varias mañanas después, al salir de la casa donde me alojaba con unos amigos, encontré una patrulla de policía estacionada junto a mi auto de alquiler. Unos ladrones habían destrozado la ventanilla lateral y robado algunos objetos, aunque por suerte nada de gran valor. La policía me dijo que habían visto el auto mellado y habían llamado a la empresa de alquiler para denunciarlo.

Entonces me comuniqué con la empresa y me dijeron que podía ir a una sucursal cercana y conseguir un auto de reemplazo. Me informaron que la sustitución de la ventanilla, así como los daños causados en el interior del vehículo por la lluvia y la nieve, habrían costado más de 1.000 dólares de no haber adquirido el seguro adicional, pero como lo tenía, no tuve que pagar nada. De repente me quedó muy claro por qué Dios me había llevado a aceptar los costes extra del seguro y a quedarme con el auto.

Di gracias a Dios que me tomé el tiempo para orar y preguntarle sobre aquella situación y por haber hecho lo que interpreté que Él me estaba indicando, aunque pareciera contrario a mi primer impulso e inclinación. Aquel incidente me enseñó también que el Espíritu de Dios a menudo nos habla al corazón, a veces apenas con una frase o una impresión. Pero si prestamos atención, podemos oír Sus susurros y beneficiarnos. «Clama a mí, y te responderé; y te revelaré cosas grandes e inaccesibles que tú no conoces» ( Jeremías 33:3).

Simon Bishop realiza obras misioneras y humanitarias a plena dedicación en las Filipinas. ■

Reflexiones

Las maravillas de la oración

La oración no debe considerarse un deber por cumplir, sino un privilegio para gozar, un inusitado placer que siempre nos revela belleza nueva. E. M. Bounds

Nadie es capaz de creer lo poderosa que es la oración y el efecto que puede tener salvo quienes lo han aprendido por experiencia. La oración no consiste en vencer la renuencia de Dios sino en asirse a Su buena disposición para concedernos lo que pedimos. Martín Lutero

Las alas para un ave y las velas para una nave, así es la oración para el alma. Corrie ten Boom

Quizá nuestras oraciones sean torpes y nuestros intentos flojos. No obstante, ya que la fuerza de la oración reside en el que la oye y no en el que la dice, nuestras oraciones resultan eficaces. Max Lucado

La oración auténtica no es un simple ejercicio mental ni una ejecución vocal. Es mucho más profundo que eso. Se trata de una transacción con el Creador del Cielo y de la Tierra. Charles Spurgeon

La oración no es un monólogo, sino un diálogo. La voz de Dios es la parte más sustancial. Escuchar la voz de Dios es el secreto que me garantiza que Él escuchará la mía. Andrew Murray

La oración no nos habilita para la labor más formidable; la oración es la labor más formidable. Oswald Chambers

Dios hará grandes cosas por ti si esperas en Él. Ríndete a Él. Coopera con Él. John Smith

Si tu jornada esta tejida con oración es mucho menos probable que se desteje. Cynthia Lewis

Aunque mis necesidades me obliguen a recurrir a la oración, es ahí cuando me enfrento cara a cara con mi mayor necesidad: un encuentro con el propio Dios. Philip Yancey

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CONSEJOS PRÁCTICOS PARA ORAR

En la variedad está el gusto. Ese es un principio que yo desde luego aplico a mis oraciones. Aquí tienen unas cuantas ideas que me han dado resultado en distintos momentos.

● Lista de oración. Cuando me propuse tomarme unos momentos cada día para orar por los demás, simplemente rezaba por las personas que me venían al pensamiento. Al poco tiempo me di cuenta de que había un sinfín de personas y situaciones que requerían intervención divina. Para aprovechar al máximo mis ratos de oración tenía que organizarme; así que empecé a hacerme una lista. Ya que no tengo tiempo para rezar cada día por todo lo que hay en la lista, voy marcando cada ítem por el que he hecho una plegaria. Cuando llego al final, parto nuevamente desde arriba y voy poniendo una marca distinta al lado de cada uno. También voy agregando peticiones conforme a la necesidad. Una vez que Dios responde a alguna, escribo al lado: «Resuelto».

● Invocar promesas. Me he impreso en tarjetitas versículos de la Biblia que contienen promesas, como «Todo lo que pidan en oración, creyendo, lo recibirán» (Mateo 21:22). Cuando oro por algo de mi lista, tomo una tarjeta e invoco la promesa que hay en ella.

● Oración meditativa. Considero que no hay como un paseo por la naturaleza para tomar conciencia del amor que Dios abriga por nosotros y los cuidados que nos prodiga. Mientras me lleno los ojos y los oídos de todo lo bello que Él ha creado, le pido que dirija mis pensamientos hacia personas y situaciones que necesitan

que rece por ellas, y que se encargue de ellas como nadie más puede.

● Con otros. A veces me pongo de acuerdo con un amigo o amiga para pasar 10 ó 15 minutos orando juntos. También se puede formar un grupo de oración o integrarse a uno ya existente y reunirse a invocar la ayuda de Dios con regularidad. «Si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecha por mi Padre que está en los cielos» (Mateo 18:19).

● Con la almohada. Cuando no puedo dormir, pienso en otras personas y en sus necesidades, y ruego a Dios que provea para ellas. En otras ocasiones repaso las cosas buenas que me ha dado el Señor y elevo breves oraciones de alabanza y gratitud por Su bondad. Al cabo de un rato generalmente me quedo dormida.

● Desahogo. Cuando me siento abrumada por conflictos, contrariedades o tareas pendientes, a veces me quito de encima esa carga mental y espiritual visualizando cada problema como un ladrillo que le entrego a Jesús a modo de una breve oración.

● Variedad. Cuando orar se vuelve tedioso o rutinario, le pido a Jesús que me revele un nuevo plan o método para hacerlo.

Natalia Nazarova es profesora de inglés en Ucrania. Durante diez años se dedicó a labores sin fines de lucro en Europa Oriental y Suramérica. ■

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¡PIDE Y RECIBIRÁS!

Era día de examen para mi hermano y para mí.

Estábamos a punto de poner a prueba todas aquellas largas noches que habíamos pasado estudiando. Ya habíamos tomado un examen. Nuestro profesor nos envió un enlace con los pases para el examen de ese día en la universidad, y yo me conecté para imprimirlos.

Me topé entontes con un inconveniente. El sitio web únicamente cargaba mi pase para el examen anterior. No teníamos sino tres horas para entrar a la sala de exámenes. Eso podía ser un problema. Recorrí la página web de la universidad hasta que vi una línea de ayuda. Llamé y enseguida sonó una grabación de voz que decía: «Por favor espere. Atenderemos su problema en un minuto».

Me molesté, pero esperé. Al cabo de un rato, sonó una nueva grabación. «¿Sabía que puede recibir asistencia para cualquier consulta en nuestra nueva línea de ayuda? Simplemente marque el número tal y tal», que resultó ser el mismo que yo acababa de marcar. Exasperada, corté la comunicación. Volví al sitio web y lo intenté de nuevo. Pero no hubo caso.

Justo entonces apareció una notificación en mi teléfono. Era mi aplicación del versículo bíblico del día.

Mateo 7:7 «Pidan, y se les dará. Busquen y hallarán. Llamen, y se les abrirá».

Cerré los ojos y recé: «Te pido, Jesús, que por favor arregles las cosas para que nos envíen los pases del examen». Entonces, sin preocuparme más, tecleé nuestros números de estudiante y, sin revisar siquiera las páginas, las imprimí. Cuando las saqué de la impresora vi que no eran para ese día. Aunque me tenté a probarlo de nuevo, recordé el versículo bíblico. Había pedido y confiaría en que esa era la respuesta.

Cuando llegó la hora del examen el personal ni siquiera echó un vistazo a nuestros pases. La recepcionista nos saludó alegremente, pues nos recordaba del examen anterior. Nos acompañó a nuestros asientos. Hicimos la prueba y nos fue muy bien.

Dios no siempre responde a mis oraciones como creo que debería, pero siempre responde y nunca me deja tirada. ¡Pide y recibirás!

Amy Joy Mizrany nació y vive en Sudáfrica. Lleva a cabo una labor misionera a plena dedicación con la organización Helping Hand . Está asociada a LFI. En su tiempo libre toca el violín. ■

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POR QUÉ SIGO A JESÚS

Cuando tenía unos 13 años, conflictos familiares, la muerte de un amigo en accidente de tránsito y la influencia de un profesor ateo me hicieron dudar de la existencia de Dios. Así que me declaré atea.

A los 17 años se estrenó la película Godspell. Fui a verla por curiosidad. Me gustó tanto que la vi seis veces. Luego, a los 18 años, oré para acoger a Jesús en mi corazón, también por curiosidad. Pensé: Si esto es real, algo sucederá. Y si no, no tengo nada que perder».

Unos meses después la curiosidad me llevó a tomar el Nuevo Testamento de un amigo. No pude dejar de leerlo hasta que recorrí los cuatro Evangelios, lo que me llevó toda la tarde. Experimenté la misma sensación que había tenido al ver la película Godspell. Había algo que me cautivaba.

A los 19 años me uní a un grupo juvenil cristiano y hablaba a otros jóvenes sobre Jesús y el Evangelio. Pero una voz no paraba de bisbisear: «¡Tú no crees en Dios! ¿Qué haces en este grupo? ¡No seas hipócrita! Vete». Para entonces ya sabía bastante sobre la Biblia como para sospechar que podía tratarse de la voz del Diablo. Sin embargo, mis años anteriores de incredulidad todavía me influían a veces; así que una noche recé: «Dios, si existes,

vas a tener que demostrármelo. De lo contrario, mañana dejaré de servirte».

Aquella noche soñé que se me aparecía un ser de luz. Tenía el rostro de un hermoso joven, y a su alrededor titilaban estrellitas, como si viajara por el espacio. Me miró fijamente a los ojos y, sin mover los labios, dijo: «¡Dios me envió para decirte que existe!» Y tan rápido como había aparecido, desapareció.

Me desperté sobresaltada y salí a mirar el cielo estrellado. Tan importante era yo para Dios que Él había respondido a mi oración enviándome nada menos que un ángel. Eso pensé. Además, me sentí tan amada de Dios que Él no quería que me alejara de Él.

Desde aquel día nunca más dudé de la existencia de un Dios amoroso y traté de seguir a Jesús lo mejor que pude. Entiendo que la gente a veces pierda la fe en Dios cuando las cosas van mal. Pero también veo Su omnipotencia, porque aun cuando yo no lo seguía, Él me seguía a mí.

Rosane Córdoba vive en Brasil. Es escritora independiente, traductora y productora de materiales didácticos para niños basados en la fe y la formación de carácter.  ■

Rosane Córdoba
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UNA MAYOR CERCANIA

En un viaje que hice recientemente a Grecia, visité el Areópago de Atenas. Hace miles de años ese montículo rocoso era la sede de un tribunal judicial que ejercía gran autoridad sobre la vida civil y religiosa de Atenas.

El Areópago —o Colina de Marte o de Ares— también se hizo famoso por otra razón: fue allí donde el apóstol Pablo predicó a los padres de la ciudad. Les refirió un mensaje sobre el único Dios verdadero, creador del universo y de todo lo que hay en él, y cuyo Hijo, Jesús, había resucitado de entre los muertos. (V. Hechos17:22–31.)

Después de hablar de la grandeza y magnificencia de Dios, Pablo se explayó con los atenienses sobre la bondad y proximidad de este. Dijo que «en Él vivimos, nos movemos y existimos». No es un ser inaccesible que vive alejado de la humanidad. Dios es fácilmente accesible, y Su presencia es muy cercana a nosotros.

El rey David también habló de la presencia universal y omnipresente de Dios cuando dijo: «¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia? Si subiera al cielo, allí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo de los dominios de la muerte, también estás

allí. Si me elevara sobre las alas del alba, o me estableciera en los extremos del mar, aun allí tu mano me guiaría, ¡me sostendría tu mano derecha!» (Salmo 139:7–10 nvi.)

La Biblia también nos anima a acercarnos a Dios y nos promete que Él se acercará a nosotros (Santiago 4:8). Dice que a nosotros, que en otro tiempo estábamos lejos, ahora Dios nos ha acercado por la sangre de Cristo (Efesios 2:13). No se trata de proximidad física, sino de cercanía en cuanto a nuestra relación con Él. Cuando una persona que ha vivido con sus padres toda su vida dice que se está acercando a ellos, no quiere decir que esté más cerca físicamente, sino que ahora conoce mejor a sus padres y se relaciona más estrechamente con ellos.

Así podemos nosotros también disfrutar de una relación íntima con Dios. Es esa la relación que Él desea tener con nosotros ( Juan 17:3), y nos asegura que lo encontraremos cuando lo busquemos de todo corazón ( Jeremías 29:13).

Uday Paul es escritor independiente, profesor y voluntario. Vive en la India. ■

Uday Paul
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Respuestas a tus interrogantes

¿POR QUÉ DIOS SE TARDA TANTO?

P.: llevo tiempo buscando trabajo, hasta ahora sin éxito. Si recé y estoy haciendo lo que puedo, ¿por qué no me ayuda Dios?

R.: Muchas veces no logramos entender cómo obra Dios en nuestra vida y por qué hace lo que hace. La espera es misteriosa, pero nos enseña humildad y por lo general requiere fe y paciencia. Sus propósitos y cronograma suelen diferir de los nuestros.

Cuando las cosas no están saliendo como esperabas, cuando tienes la sensación de que Dios no responde a tus oraciones, cuando las pruebas de la vida se vuelven insoportables y la batalla interminable, cuando tu fe se ve amenazada, cuando te invade el cansancio y dudas de si vas a poder aguantar mucho más, puedes auparte y plantarte firme en el cimiento que Dios ha provisto para tu fe —la multitud de promesas y mensajes de aliento contenidos en Su Palabra— y en ese lugar de refugio hallar descanso.

Una de esas promesas afirma: «Les digo que obtendrán todo lo que pidan en oración, si tienen fe en que van a recibirlo» (Marcos 11:24 blph). Lo que no promete Dios es que lo vayas a obtener al instante o que te responderá tal y como lo esperabas. Su cronograma y Su plan no coinciden siempre con los nuestros. A veces sí nos responde de inmediato; pero muchas otras veces Él deja pasar un tiempo para que nuestra fe madure, como un vino de buena crianza. La paciencia es el distintivo de una fe añeja, profunda, generosa y con cuerpo.

A lo largo de la Historia Dios ha puesto a prueba la fe de la gente al no responder inmediatamente a sus oraciones. Esperó hasta que fuera el momento propicio.

La paciencia no es una virtud fácil de cultivar. De hecho, va a contrapelo de la actitud imperante en el mundo de hoy, donde lo principal es obtener resultados rápidos. Es factible experimentar respuestas veloces a la oración cuando Dios sabe que eso es lo que más conviene; por otra parte, puede que a veces Él prefiera que enfrentemos las pruebas, trances y obstáculos que surgen cuando Sus respuestas no llegan en el acto.

La fe no se manifiesta únicamente cuando Dios responde enseguida a nuestras oraciones; también se evidencia en nuestra tenacidad, perseverancia y paciencia para aguantar aun cuando no vemos los resultados que esperábamos de nuestras plegarias o cuando la respuesta se retrasa. Así que «procuren que la paciencia complete su obra, para que sean perfectos y cabales, sin que les falta nada.» (Santiago 1:4 rvc). ■

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LA EFICACIA DE UNA SIMPLE ORACIÓN

Parecía una eternidad desde la última vez que habíamos orado juntos en casa. No obstante, el Señor tenía un plan para renovar nuestra relación con Él. Me sorprendió lo sencillo que fue volver a Él. Tomé una decisión personal, sabiendo que requeriría un sacrificio voluntario; mas cuando el Señor renovó mi corazón, el sacrificio pareció fácil. Su amor inundó mi vida y me dio un corazón nuevo. Eso, a su vez, afectó a toda mi familia. Algunos de nuestros amigos entendían el cambio que se había operado en nosotros. Una familia en particular tenía una niña que era buena amiga de mi hija. Yo no estaba muy segura de cómo explicar a sus padres el nuevo rumbo que había tomado nuestra vida y me preguntaba cuál sería su respuesta. Resulta que invitaron a mi hija a quedarse a dormir en su casa y yo feliz le di permiso.

Lo pasó muy bien y volvió a casa feliz y animada. Le pregunté si había dicho algo sobre Jesús mientras estuvo con ellos y me contestó:

—¡Claro que sí!

Unas semanas después me enteré de lo que aconteció cuando mi hija durmió en casa de ellos. La familia se había sentado a comer y ella preguntó:

—¿Está bien si nos tomamos de las manos y damos gracias a Jesús por la comida?

Desconcertados, los padres aceptaron de buen grado y escucharon su oración infantil.

Mi hija no se imaginó que esas sencillas palabras tocarían la fibra sensible de la madre de su amiga. Me contó que después que mi hija rezó, a duras penas pudo quedarse hasta el final de la cena. Después se retiró a llorar a su alcoba. Se acordó de momentos de oración que había vivido con su familia. Recordó ocasiones de dulce comunión con otros cristianos y se dio cuenta de cuánto se habían distanciado ella y su familia del Señor. Cayó de rodillas, pidió perdón a Dios y emprendió un camino de renovación que, con el tiempo, influyó profundamente en sus hijos.

Desde entonces he pensado mucho en aquellos sucesos. Primero el proceso de renovación que experimentó mi familia, y luego el simple hecho de que mi hija preguntara si estaba bien rezar antes de comer. Vi una reacción en cadena que transformó vidas. Me pregunto qué pequeños pasos me pedirá el Señor que dé hoy. Puede que ni siquiera me dé cuenta de la influencia que podría tener en la vida de otras personas plantear una simple pregunta: «¿Te parece si hago una oración contigo?»

Joyce Suttin es docente jubilada y escritora. Vive en San Antonio, EE.UU. ■

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EL BUEN PASTOR

En momentos en que te invadan el cansancio y la ansiedad y te parezca que no aguantas más, acude a Mí: hallarás alivio de los afanes y preocupaciones que te asedian. Descarga tus inquietudes sobre Mí en oración, y Yo te animaré, te fortaleceré, te confortaré y te daré el aguante para terminar la jornada. Encontrarás consuelo y descanso para tu alma (Mateo 11:28,29).

Recuerda que Yo soy el buen pastor, que ama a Sus ovejas y vela por ellas ( Juan 10:11). Pero eso no es todo; soy además tu Buen Pastor. Si vienes a Mí con tranquilidad y aprendes de Mí, renovaré tus fuerzas (Isaías 40:31). Cuando el cansancio y las cargas te abrumen es hora de refugiarte en Mi presencia y descansar bajo la sombra de Mis alas (Salmo 91:4).

Yo sé lo que es llevar la carga y la tensión de la existencia terrenal. Fui varón de dolores y experimentado en el sufrimiento (Isaías 53:3). Empatizo con todo lo que enfrentas y vivo siempre para interceder por ti (Hebreos 7:25). Siendo tu pastor, voy delante de ti de modo que puedas fijarte en Mí y participar de Mi fortaleza.

A medida que te acercas a Mí y comulgas conmigo descubrirás que el amor que siento por ti te sustentará. Únete a Mí en el rincón secreto de la oración; verás que proveeré para tus necesidades (Salmo 91:1). Cuando el estrés y la tensión te fatiguen y te agobien, entra en Mi presencia. Ahí hallarás gozo, paz y aliento.

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