Conéctate, agosto de 2025: Aprender más sobre Dios

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Año 26 • Número 8

EL AMOR DE NUESTRO PADRE

Siempre presto a perdonar y reparar

La Trinidad

Dios en tres personas

El fruto del Espíritu

Enseñanzas de la naturaleza

Dios se acuerda

Y te valora

Año 26, número 8

A NUESTROS AMIGOS

toda una vida para aprender

Estuve viendo un video instructivo sobre cómo perseverar en el estudio de la Biblia y hacer de ello un hábito consolidado. La instructora explicaba que nuestra principal motivación para educarnos en la Escritura debiera ser profundizar nuestra relación con Dios. Y enseguida añadió con un guiño de picardía: «Les advierto, eso sí, que ¡nunca acaba!»

Me quedé pensativa. Nunca acaba. Llegar a conocer a Dios en toda Su gloria y plenitud es una empresa de larguísimo aliento, una incesante travesía, que ni siquiera concluye al final de nuestro tránsito por esta vida. Como enseñó el apóstol Pablo, ahora tenemos una imagen borrosa de Dios y de Sus caminos, como si lo viéramos por un espejo opaco del siglo primero; en cambio, en la eternidad lo conoceremos como Él nos conoce a nosotros. «Ahora vemos confusamente, como por medio de un espejo; entonces veremos cara a cara. Ahora conozco solo de forma limitada; entonces conoceré del todo, como Dios mismo me conoce» (1 Corintios 13:12 blph). La pregunta de cajón es: ¿cuánto nos tardará llegar a conocer completamente a Dios? Pues quién sabe. Tendremos la eternidad para vivir esa inmensurable aventura. «Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; él nos guiará aun más allá de la muerte» (Salmos 48:14).

Esa es la parte más hermosa, semejante a una pareja de recién casados que apenas están conociéndose: les espera una vida entera de experiencias y momentos dichosos y, cómo no, de palpitantes pruebas por superar. Sin prisa pero sin pausa sus vidas se van aunando a medida que descubren lo recóndito del alma de cada uno. Es maravilloso que Dios se nos vaya revelando así. Además, cuánto se deleita Él en andar de la mano con nosotros, manifestándonos Su naturaleza mientras avanzamos por el camino. ¡Qué magnífico panorama! «¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios!» (Romanos 11:33 lbla.)

Nuestra revista de este mes explora las diversas facetas de la naturaleza de Dios. Su constancia y fidelidad (pág. 3); Su misericordia y Su amor (págs. 8 y 9), y Su soberanía, bondad, consuelo y presencia (págs. 12 y 13). Y la guinda de la torta, un estudio reflexivo sobre la Trinidad (págs. 4-6).

Es un aliento saber que no tenemos que entender todos los caminos de Dios antes de emprender nuestro recorrido. Él ha prometido estar con nosotros y guiarnos paso a paso.

¡Feliz viaje!

Gabriel y Sally García

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A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995, y de la versión Reina-Varela Actualizada 2015 (RVA-2015), © Casa Bautista de Publicaciones/Editorial Mundo Hispano. Utilizados con permiso.

DIOS

ES FIEL

El himno preferido de mi madre es Fiel por la eternidad, de Thomas O. Chisholm. Nos encanta entonarlo juntos. La letra de la primera estrofa es potentísima:

Fiel por la eternidad, eres, Dios mío. No hay en Ti sombra de variación. Es infinita Tu misericordia y para siempre Tu compasión.

Es un enorme consuelo saber que Dios nos sostuvo ayer, nos sostiene hoy y nos sostendrá siempre. A mi madre le gusta particularmente la última estrofa de la canción:

Pleno perdón y una paz que perdura... En Tu presencia recobro la fe. Me brindas fuerzas, me das esperanzas y Tu bendición donde sea que esté.

Algunos aspectos de la fidelidad de Dios son tan constantes que casi nos olvidamos de ellos. Recordamos y agradecemos el perdón de nuestros pecados. Pero, ¿y la paz que Él nos infunde, las fuerzas para cada día, la esperanza en el mañana y Su grata presencia que nos acompaña para que nunca estemos solos? A veces damos esas cosas por sentadas.

Aunque Dios es muy fiel, en ocasiones nos olvidamos de las bendiciones que nos concede y pensamos: «¡Qué

bien! Todo me va de maravilla». Sin embargo, no es que la vida nos sonría y nos las estemos arreglando muy bien para afrontar todo lo que se nos presenta en el camino. La verdad es que es Dios el que nos sonríe, cuida de nosotros y nos toma de la mano para sacarnos de las pruebas que, de otro modo, nos doblegarían.

No podemos comprender realmente ni corresponder a la fidelidad que el Señor nos muestra. De hecho, solemos ser olvidadizos, infieles y desdeñosos de Su constante presencia misericordiosa. Sin embargo la Biblia dice: «Si somos infieles, él permanece fiel, pues él no puede negar quién es» (2 Timoteo 2:13 ntv). No lo merecemos, mas Él está decidido a amarnos y siempre lo hará. «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos» (Hebreos 13:8). Jesús nunca cambia.

Detengámonos hoy un minuto y contemplemos la belleza de la naturaleza que nos rodea, nuestros amigos y seres queridos, nuestros triunfos y éxitos y el fruto del Espíritu Santo manifestado en nuestra vida —amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio (Gálatas 5:22–23). La fidelidad de Dios para con nosotros es verdaderamente grandiosa.

Amy Joy Mizrany vive en Sudáfrica. Lleva a cabo una labor misionera a plena dedicación con la organización Helping Hand . Está asociada a LFI. ■

Amy Joy Mizrany

DIOS EN TRES PERSONAS: LA TRINIDAD

La doctrina cristiana de la Trinidad —la creencia de que Dios existe en tres personas, pero a la vez constituye un solo Dios— puede resultar difícil de comprender. En este artículo exploraremos lo que significa.

Los cristianos creemos que Dios existe en tres personas: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Tenemos por cierto que Jesús, el Hijo de Dios, asumió forma humana y fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de María, Su madre (Mateo 1:20). Luego de dedicar algunos años a la prédica y enseñanza, Jesús fue crucificado, murió en la cruz y al tercer día resucitó de los muertos (1 Corintios 15:3-5). Cuarenta días después ascendió a los cielos donde está sentado a la diestra de Dios Padre (Hebreos 1:3).

Antes de su ascensión, Jesús reveló a Sus discípulos que el Padre enviaría el Espíritu Santo para fortalecerlos y guiarlos y que estaría para siempre con ellos ( Juan 14:16-17). Desde el día de Pentecostés, cuando descendió

sobre los apóstoles y los demás seguidores de Jesús (Hechos 2:1–31), el Espíritu Santo ha seguido habitando en todos los que entraron en el reino de Dios luego de haber reconocido a su salvador en Jesús.

Alguien que no conoce mucho del tema podría llevarse la impresión de que el cristianismo venera a tres Dioses. Pero no es así. Los cristianos entienden que hay un solo Dios. La doctrina de la Trinidad explica el concepto de que Dios siempre ha existido en tres personas —Padre, Hijo y Espíritu Santo— que conforman un solo ente; y que aunque cada una se distingue claramente de la otra, constituyen un solo ser. Cada una de las personas de la Trinidad es plenamente Dios y posee todos los atributos y la esencia íntegra de Dios.

Uno de los textos mayúsculos del Antiguo Testamento es el siguiente: «Oye, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor» (Deuteronomio 6:4)  Dicha creencia

Peter Amsterdam

monoteísta era exclusiva de Israel en los tiempos del Antiguo Testamento, en los que prácticamente todas las demás culturas de la región fueron politeístas hasta los tiempos de Cristo. El cristianismo también es una religión monoteísta. Los cristianos creen que solo existe un Dios y proclaman ese mismo verso bíblico: «El Señor nuestro Dios, el Señor uno es». Sin embargo, a diferencia del judaísmo, los cristianos entienden que Dios es tripersonal: tres personas en un mismo Ser. El concepto de tres personas en un Dios no aparece explícitamente expresado en el Antiguo Testamento, si bien hay muchos versículos del mismo que lo infieren (Proverbios 30:4, Isaías 61:1) . La noción de las tres personas en un solo Dios quedó clara en el Nuevo Testamento a consecuencia de la vida, muerte y resurrección de Jesús, y el consiguiente derramamiento del Espíritu Santo sobre los creyentes. Los seguidores de Jesús llegaron a entender que Él era Dios, pero que se distinguía del Padre. Asimismo comprendieron que el Espíritu Santo también era Dios, pero que a su vez se distinguía del Padre y del Hijo. Así pues, fue en épocas del Nuevo Testamento que se develó y se reveló la verdad de la Trinidad.

Jesús ora al Padre al mismo tiempo que reafirma Su propia autoridad: «Padre, la hora ha llegado. Glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti, así como le diste autoridad sobre todo hombre para que dé vida eterna a todos los que le has dado» ( Juan 17:1-2).

El Hijo es Dios. Los siguientes versículos expresan que Jesús es Dios: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir» ( Juan 1:1–3 nvi). «Porque toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo» (Colosenses 2:9). «A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer» ( Juan 1:18 nvi).

Afirmaciones bíblicas sobre la Trinidad

Si bien la palabra Trinidad no aparece en el texto bíblico, la Escritura revela la doctrina y la palabra Trinidad expresa el concepto. Echemos una mirada a pasajes de la Escritura que afirman que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Dios.

El Padre es Dios. Los siguientes versículos expresan que el Padre es Dios: «Tú, Señor, eres nuestro Padre; ¡Tu nombre ha sido siempre “nuestro Redentor”!» (Isaías 63:16 nvi). Jesús enseñó a Sus discípulos: «Deben orar así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea Tu nombre”» (Mateo 6:9). En el capítulo 17 de Juan,

El Espíritu Santo es Dios. 1era a los Corintios capítulo 2 representa al Espíritu Santo como omnisciente, que todo lo sabe, otro atributo exclusivo de Dios. «El Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de Dios. […] Nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios» (1 Corintios 2:10,11 nvi). El próximo versículo demuestra que el Espíritu Santo estaba presente desde antes de la creación del mundo: «La tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas» (Génesis 1:2). Por último, el siguiente versículo manifiesta que el Espíritu Santo obra en la vida de nosotros los cristianos. «Ya han sido lavados, santificados y justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:11 nvi). Tres personas distintas

La forma en que se refieren los autores del Nuevo Testamento al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo demuestra su diferenciación, que eran distintos el uno del otro y

que interactuaban en sentidos que demuestran que no se trata de la misma persona. Por ejemplo, Jesús le pide al Padre que envíe al Espíritu Santo, lo cual demuestra que se trata de tres Personas que interactúan entre sí: «Yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre. Este es el Espíritu de verdad» ( Juan 14:16,17).

En 2da a los Corintios Pablo detalla las personas de la Trinidad de tal manera que queda claro que se trata de entes distintos entre sí: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes» (2 Corintios 13:14). Y justo antes de ascender al Cielo, Jesús manda a los discípulos a que bauticen en el nombre de cada una de las personas de la Trinidad: «Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28:19).

Los apóstoles y discípulos —que eran todos judíos y habían creído toda la vida en que existía un solo Dios— llegaron a entender, sobre todo después de Su resurrección, que Jesús, ese hombre al que llegaron a

conocer y con quien convivieron, era Dios. Sabían que no era Dios Padre, pero sí que era Dios. Tras la ascensión de Jesús al Cielo y una vez que el Espíritu Santo descendió poderosamente sobre ellos en Pentecostés, esos mismos hombres llegaron a considerar al Espíritu Santo como Dios; no obstante les quedaba claro que el Espíritu no era ni el Padre ni el Hijo.

Los escritores del Nuevo Testamento entendieron, aceptaron y se expresaron en términos de un solo Dios y de las tres personas distintas de la Trinidad. La iglesia primitiva lo creyó, y los cristianos de la actualidad lo creen también. Se trata de una doctrina que está a la raíz de nuestra fe.

La verdad es que el concepto de Padre, Hijo y Espíritu Santo como un solo Dios es imposible de entender plenamente para nosotros los seres humanos. No tenemos en nuestro mundo nada que se le parezca; es algo que escapa completamente a nuestra experiencia. Si bien puede resultarnos desconcertante, por otra parte concuerda con nuestra creencia de que existe un Dios todopoderoso y omnisciente. Leemos en el libro de Isaías. «Porque mis pensamientos no son sus pensamientos ni sus caminos son mis caminos, dice el Señor. Como son más altos los cielos que la tierra, así mis caminos son más altos que sus caminos, y mis pensamientos más altos que sus pensamientos.» (Isaías 55:8,9.)

Es lógico que comprender algunos aspectos de Dios y Su naturaleza y esencia sobrepase nuestra experiencia y entendimiento humanos. Por eso, si no alcanzas a comprenderlo del todo, no te preocupes. Lo importante es saber que Dios es uno solo, que a ese Dios lo conforman tres Personas, que Dios te ama, que Jesús murió por tu salvación y que el Espíritu Santo está siempre a tu lado en calidad de ayudante y consejero ( Juan 14:16–18).

Peter Amsterdam dirige juntamente con su esposa, María Fontaine, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■

¿QUIÉN ES JESÚS?

Un amigo de la India me dijo que cree que Jesucristo es un gran maestro espiritual y que lo respeta por ello. Otros tienen sus propias opiniones sobre la identidad de Jesús. Algunos creen que es una encarnación de los dioses supremos; otros lo consideran apenas uno de una larga línea de profetas, y así sucesivamente. Pero ¿quién es Jesús realmente y quién es Él para nosotros?

Eso me trajo a la memoria una conversación que Jesús mantuvo con Sus discípulos en un lugar llamado Cesarea de Filipo, una importante ciudad grecorromana de Palestina situada a unos kilómetros al norte del mar de Galilea. Era un centro de culto a diversas deidades como Baal, el dios de la fertilidad, el dios griego Pan e incluso el emperador romano César Augusto.

Jesús preguntó a Sus discípulos quién decía la gente que era Él. Ellos le respondieron que algunos decían que era Elías, otros que era Juan el Bautista y otros que Jeremías o alguno de los profetas. Entonces Jesús les preguntó quién creían ellos que era Él. Simón Pedro respondió que creía que Jesús era el Mesías y el Hijo del Dios vivo. Jesús le dijo a Pedro que era bienaventurado por creer eso y que esa verdad constituía una revelación de Dios (Mateo 16:13–19).

Jesús dijo a Sus discípulos que no era importante lo que otras personas pensaran de Su identidad, sino que supieran quién era una vez que entablaran una relación personal con Él. Cuando Pedro confesó la verdad sobre Jesús, este procedió a definir la identidad de Pedro. La percepción exacta que Pedro tenía de Jesús lo llevó a una percepción certera de su propia identidad y misión en la vida. Esa percepción no se basaba en lo que Pedro pensaba de sí mismo o en lo que los demás pensaban de él, sino en la persona que Jesús había dicho que era.

Reflexionar sobre ese pasaje de la Escritura reafirmó mi creencia personal sobre quién es realmente Jesús. Si bien hay algo de verdad en la creencia de que Jesús es un profeta o un maestro espiritual iluminado, distinto de todos los demás, es mucho más que eso. Jesús es, como declaró Pedro, el Mesías o Ungido, el Hijo de Dios. Es el Salvador vivo que expió nuestros pecados y que concede la salvación y la vida eterna a todos los que creen en Él. Nuestra relación con Jesús nos da una razón de ser y un sentido de realización.

Uday Paul es escritor independiente, profesor y voluntario. Vive en la India.   ■

Uday Paul

EL AMOR DE NUESTRO PADRE

Escribo estas líneas poco después de haber celebrado el Día del Padre, que también coincidió con el cumpleaños de mi difunto padre. Estuve reflexionando sobre lo que significa ser padre. Lo soy desde hace 30 años. Dado que tengo nueve hijos, poseo mucha experiencia, lo que también significa que cometí muchos errores y aprendí muchas cosas importantes y a veces complicadas a lo largo de los años.

Una cosa que vi con mis propios hijos, y que también experimenté con mi padre, es que el amor a menudo se deletrea T-I-E-M-P-O. Por mucho que quiera, proteja y cuide a mis hijos, proveyéndoles para

sus necesidades, el tiempo que paso con ellos suele ser lo que más agradecen y recuerdan por largo tiempo. Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi padre es que todas las noches al acostarnos nos refería anécdotas de su vida y su infancia. Él mismo contaba que era un niño bastante travieso y antes que Jesús lo transformara, era también un adulto descarriado. Muchas de sus vivencias tenían que ver con sus errores. Atribuyo a la transparencia con que él relataba los episodios de su vida el que yo nunca tuve la tentación de hacer muchas de esas cosas, llámese fumar, tomar drogas, robar, cometer fechorías, etc.

Hablaba con franqueza de sus errores y a menudo sacaba a relucir las consecuencias negativas de sus actos. Aunque en ese entonces yo no era consciente de ello, mi padre daba un buen ejemplo de humildad. Rara vez recuerdo que nos narrara hechos de su vida en los que él fuera el héroe; más bien relataba cosas que me dejaban importantes enseñanzas o eran testimonios de la misericordia y la bondad de Dios en su vida.

Aunque como cristianos entendemos que Dios es nuestro Padre, antes de las enseñanzas de Jesús, el concepto de Dios Padre se presentaba en el Antiguo Testamento de una manera menos personal. No obstante, cuando Jesús enseñó a Sus discípulos a orar, les dijo que se dirigieran a Dios en calidad de Padre y utilizó el término Abba, que es el modo informal o cariñoso en que la gente se dirigía a su padre en aquella época. Abba es similar a llamar a tu padre papá o papi.

Jesús nos enseñó que a nosotros, Sus seguidores, se nos ha concedido el derecho de entablar una relación más íntima y personal con Dios y adquirir una mejor comprensión de Él. «A todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio derecho de ser hechos hijos de Dios» ( Juan 1:12). Puesto que Dios es nuestro Padre, podemos considerar que la relación que Él quiere tener con cada uno de nosotros es un buen ejemplo de cómo debe ser un padre con sus hijos.

A continuación, algunos de los atributos de Dios Padre:

Nos concede gracia y misericordia. «Sean misericordiosos, como también su Padre es misericordioso» (Lucas 6:36).

Provee para nuestras necesidades. «Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan!» (Mateo 7:11 rvc).

Nos ama como a hijos. «Miren cuánto nos ama el Padre, que nos ha concedido ser llamados hijos de Dios. Y lo somos» (1 Juan 3:1).

Nos disciplina paternalmente. «Al soportar esta disciplina divina, recuerden que Dios los trata como a sus propios hijos» (Hebreos 12:7 ntv).

Otro atributo de un buen padre que se manifiesta en el amor de Dios hacia nosotros es que está

Cuando pienso en el amor que abrigo por cada uno de los que componen nuestra familia, en cierta medida percibo el amor que nuestro Padre Celestial siente por Sus hijos. Russell M. Nelson

Uy, es maravilloso saber que nuestro Padre Celestial nos ama, aun a pesar de nuestros defectos. Su amor es tal que aunque perdamos fe en nosotros mismos, Él nunca lo hará. Joseph B. Wirthlin

Si aún no has experimentado el amor incondicional del Padre, puedes hacerlo ahora mismo invitando a Su Hijo, Jesús, a entrar en tu vida. Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre si no es por mí» (Juan 14:6). Simplemente reza esta oración:

Jesús, creo de verdad que Tú eres el Hijo de Dios y que moriste en la cruz por mí para que, gracias a Tu sacrificio, pueda vivir para siempre contigo en el Cielo. Te ruego que perdones mis pecados. Te abro la puerta de mi corazón y de mi vida. Lléname de Tu Espíritu Santo y ayúdame a vivir de manera que te glorifique. Encamina mi vida y ayúdame a seguirte. Te lo pido en Tu nombre. Amén.

dispuesto a todo para ayudarnos a recobrar nuestra relación con Él, aun cuando estemos separados de Él a causa de nuestros pecados o desatenciones.

Jesús contó la parábola del hijo pródigo, que tomó su herencia y se fue a un país lejano, donde la malgastó llevando una vida disipada. A la postre se quedó sin nada y tuvo hambre, por lo que decidió volver a casa. Pensó que al menos podría ser uno de los siervos de su padre. Mas cuando el padre vio que su hijo volvía hacia él, sintió tanta compasión que corrió a su encuentro y lo abrazó. Antes que el hijo pudiera disculparse o admitir sus errores, el padre lo colmó de amor, y celebraron (v. Lucas 15:11–32.)

Que cada uno de nosotros refleje el amor incondicional del Padre a las personas de nuestra vida y a las que encontramos a lo largo del día, y que demos buen ejemplo del amor que Dios Padre nos manifiesta.

Simon Bishop realiza obras misioneras y humanitarias a plena dedicación en las Filipinas. ■

AHORA ME DESAYUNO

A veces me sorprendo de lo torpe que puedo llegar a ser. Leo la Biblia con asiduidad desde hace 40 años y, sin embargo, no fue hasta ayer que capté algo tan elemental que me quedé pensando dónde había tenido la cabeza los últimos cuatro decenios.

Últimamente me molesta el injusto trato mediático que se le suele dispensar a Dios. En muchos de los libros

que he leído y los programas de televisión y películas que he visto, pareciera que cada vez que se menciona a Dios, lo presentan como un ser duro e inflexible, hasta ruin. Ya me estaba cansando de eso, simplemente porque no coincide con el Dios que conozco yo. Al mismo tiempo admito que a veces yo mismo he dudado a veces de Su bondad. No es que haya puesto en entredicho que Él sea bueno, sino que me he sentido ajeno a Su bondad, como marginado de ella. Sin embargo, aun lidiando con mis propios interrogantes acerca de la justicia divina, sabía que esas otras formas de retratarlo eran odiosamente injustas.

Mientras pensaba en eso y en que Dios debe de estar harto de las murmuraciones y recriminaciones de la gente, recordé las siguientes palabras: «El amor tiene paciencia y es bondadoso» (v. 1 Corintios 13:4). Las reconocí enseguida como parte de la famosa plática del apóstol Pablo sobre el amor. Entonces me acordé de que el apóstol Juan captó la esencia misma de Dios con tres sencillas palabras: «Dios es amor» (1 Juan 4:8). De repente se me encendió la luz y comprendí que el pasaje de 1era a los Corintios también describía a Dios.

¡Qué Dios tan singular! Nos aguanta porque es tolerante por naturaleza. Atenúa Su justicia y rectitud con infinita paciencia, bondad y dispensación. Es un Dios que soporta todas las acusaciones injustas que le hacemos. No es vanidoso, arrogante, grosero, indecoroso, egoísta, susceptible, enojadizo, resentido ni vengativo, sino un Dios que nos lo da todo con gracia y prodigalidad (v. Romanos 8:32).

Lo que me chocó más fue que, mientras me fijaba en «la astilla» en el ojo de esos escritores y guionistas que considero que han tratado muy indignamente a Dios, justificaba «el tronco» en mi propio ojo al quejarme a Dios por tenerme olvidado. Como dije al principio, a veces soy muy torpe.

«¿Y por qué te preocupas por la astilla en el ojo de tu amigo cuando tú tienes un tronco en el tuyo? […] Primero quita el tronco de tu ojo; después verás lo suficientemente bien para ocuparte de la astilla en el ojo de tu amigo» (Lucas 6:41,42 ntv).

Phillip Lynch es novelista y comentarista de temas espirituales y escatológicos. Vive en Canadá. ■

BESÉ EL SOL

Esta mañana caí en cuenta de lo maravilloso que es el sol. Es tan agradable sentir el calor del astro rey en la cara, sobre todo en esos días fríos y húmedos del invierno. Es como si el sol me besara cariñosamente.

Todos los problemas parecen tener solución y vuelvo a sonreír. Se han escrito muchas canciones sobre el sol que nos acaricia el alma.

La Biblia nos dice que el mundo físico da testimonio de su Hacedor (Romanos 1:20); de ese modo el sol puede considerarse un símbolo de Dios. Es demasiado brillante como para mirarlo directamente, lo que nos recuerda el gran poder de Dios. «Los cielos cuentan la gloria de Dios» (Salmo 19:1). Imagínate el mundo sin sol: no habría más que oscuridad y vacío.

La luz del sol es algo que damos por sentado, pero es alucinante cuando nos tomamos el tiempo de aprender más sobre nuestra estrella dadora de vida. No es el astro más grande, aunque nos parezca enorme. De hecho, 1,3 millones de Tierras cabrían dentro del Sol. La mayor estrella conocida es UY Scuti, con un radio 1.708 veces mayor que el de nuestro sol. Gracias a Dios, nuestro sol es del tamaño preciso. Nuestra distancia al sol es perfecta, lo que nos sitúa en una zona en la que todo es ideal —ni demasiado caliente ni demasiado frío—, bautizada juguetonamente como la «zona Ricitos de Oro».

Nos maravilla la fuerza de las cataratas del Niágara. En cambio, la energía del sol nos deja atónitos. El tremendo calor de 15 millones de grados centígrados en su núcleo y la presión de una fuerza de gravedad 28 veces superior a la de la Tierra hacen que en su centro se produzcan continuamente fusiones nucleares. Podría seguir hasta que rompa el alba explicando las maravillas del sol, pero seguramente ya habrás captado la idea.

Así que la próxima vez que el sol brille sobre ti, dale un beso, o mejor aún, besa a Jesús, «el sol de justicia» (Malaquias 4:2), en agradecimiento y afecto por ser la luz del mundo. «Jesús les habló diciendo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”» ( Juan 8:12).

Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo . Dedicó 47 años de su vida a actividades misioneras en 10 países. Él y su esposa Pauline viven actualmente en Alemania. ■

EL SUFRIMIENTO DESDE LA ÓPTICA CRISTIANA

Dado que el sufrimiento y las penalidades son parte inevitable de la vida, los seres humanos con frecuencia nos planteamos: ¿Por qué un Dios amoroso permite que sucedan desgracias y tragedias? Mirando en retrospectiva, si bien hubo en mi vida puntos muy elevados y fui muy favorecida —lo cual agradezco en el alma—, experimenté también tremendos bajones y duras pérdidas que me resultaron muy difíciles de superar. Los versículos que leí en esos momentos de apuro me consolaron y reconfortaron. Aunque estos no siempre me ofrecían respuestas claras a la incógnita que me asediaba —¿por qué me sucedían a mí cosas que a mi entender eran tan perjudiciales?—, la Biblia sí me entregó sabiduría, ánimo y esperanza. Reproduzco a continuación algunos versículos y claridades bíblicas que me llevaron a ver la razón del sufrimiento y me infundieron fuerzas durante esos duros trances:

La bondad y soberanía de Dios

La verdad cimental de la fe cristiana es que Dios es soberano y bueno, aun cuando la vida resulta dolorosa. Pese a que no siempre entendemos Sus designios, la Biblia nos conforta asegurándonos que Dios está siempre manos a la obra actuando para el postrer bien de Sus hijos.

Sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito (Romanos 8:28).

«Mis pensamientos no son sus pensamientos ni sus caminos son mis caminos», dice el Señor. «Como son más altos los cielos que la tierra, así mis caminos son más altos que sus caminos, y mis pensamientos más altos que sus pensamientos» (Isaías 55:8,9).

En momentos de confusión se nos insta a confiar en que la inteligencia divina rebasa con creces la nuestra y que Sus planes a la larga redundan en beneficio nuestro.

La función que cumple el sufrimiento

El sufrimiento no es un sinsentido en la vida cristiana. Las pruebas tienen la capacidad de refinar nuestro carácter, fortalecer nuestra fe y ayudarnos a crecer espiritualmente.

Considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce perseverancia. Y la perseverancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros sin que les falte nada (Santiago 1:2–4 nvi).

Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce perseverancia, y la perseverancia produce carácter probado, y el carácter probado produce esperanza. Y la esperanza no acarrea vergüenza porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Romanos 5:3–5).

Las situaciones y empresas difíciles son ocasiones propicias para que Dios nos amolde conforme a la persona que Él quiere que seamos. Así nos dispone para que adquiramos más madurez, compasión y resiliencia.

Jesús es nuestro modelo de sufrimiento

La vida y la muerte de Jesucristo son elementos fundamentales del concepto cristiano de sufrimiento. Jesús soportó inimaginables padecimientos y angustias, lo que demuestra que Dios no está abstraído del dolor humano. Todo lo contrario: lo vivió a cabalidad.

No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado (Hebreos 4:15 nvi).

Precisamente a eso han sido llamados: a seguir las huellas de Cristo, que padeciendo por ustedes, les dejó un modelo que imitar (1 Pedro 2:21 blph).

A través de los sufrimientos y la resurrección de Cristo los creyentes cobran esperanza en que su dolor no será en vano y que la victoria final está asegurada.

En medio de la aflicción

Aunque a veces quedamos anegados por el sufrimiento, la Biblia nos recuerda que este es pasajero comparado con el gozo eterno que nos aguarda a los que confiamos en Dios.

Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron (Apocalipsis 21:4).

Nuestra momentánea y leve tribulación produce para nosotros un eterno peso de gloria más que incomparable (2 Corintios 4:17).

La vida eterna y la restauración de todas las cosas nos proporcionan esperanza y nos ayudan a apreciar las cosas en su justa dimensión, recordándonos que para los cristianos el sufrimiento no tiene la última palabra.

El consuelo y la presencia de Dios

Dios promete acompañar a Sus hijos durante pruebas e infortunios. Nos ofrece paz y consuelo a fin de que nosotros también podamos consolar a otros que también pasan por momentos difíciles.

El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido (Salmo 34:18 nvi).

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren (2 Corintios 1:3,4 nvi).

Descubrí que la certeza de la presencia de Dios puede proporcionar inmensa paz, hasta en los momentos más sombríos. Tú también puedes hallar el mismo consuelo y la misma paz haciendo tuyas las promesas que Él ha hecho.

Lilia Potters es escritora y especialista titulada en recursos para el autismo. Vive en los Estados Unidos. ■

El fruto del Espíritu

«El fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio. Contra tales cosas no hay ley.» (Gálatas 5:22,23.)

nuestra vida no es ningún secreto. El amor, el gozo, la paz y todos los otros frutos se dejan ver. Fingir que uno está lleno del Espíritu Santo es tan imposible como que un manzano finja que produce manzanas.

Recuerdo la primera casa en la que viví que tenía árboles frutales. Como estábamos en el trópico, teníamos árboles de guayaba, chirimoya y papaya. Todos los niños del vecindario sabíamos qué árboles daban la mejor fruta.

Conocíamos en qué meses podíamos contar con ella. Cuando había un racimo de guayabas en lo alto de un árbol organizábamos operativos de cosecha para recoger la fruta antes que la picaran los pájaros.

No es ningún secreto cuando un árbol da fruto. Suele florecer y las flores pasan a semillas y luego a frutos. Al principio estos son diminutos; luego maduran y crecen, y las ramas se repletan de fruta. Esta atrae a pájaros e insectos. Evidentemente el árbol está activo y genera crecimiento.

A veces, por una serie de razones, el árbol deja de dar fruto o da menos frutos; eso también se hace patente, sobre todo si se compara con otros árboles que sí producen. Lo que quiero decir es que cuando los árboles dan fruta, es evidente. Los niños lo saben. Los pájaros también.

Lo mismo puede decirse del fruto del Espíritu Santo. Cuando manifestamos los frutos del Espíritu de Dios en

Creo que Dios nos dio una fórmula muy fácil de saber si el Espíritu Santo tiene cabida en nuestra vida: ¿damos fruto? Cuando un árbol no produce fruto es bastante fácil diagnosticar lo que ha fallado. ¿Necesita más nutrientes, más sol, sombra, agua, polinización? ¿Qué le falta al árbol? ¿O recibe demasiado de esas cosas? Se corrige lo que no marcha bien y se obtiene el fruto. Lo mismo ocurre con nosotros. Si no manifestamos los frutos del Espíritu podemos preguntarnos qué condiciones debemos cambiar. ¿Necesitamos pasar más tiempo en oración? ¿Debemos pedirle a Dios que pode algo de nuestra vida? ¿Será preciso tener paciencia hasta que el fruto madure?

Es muy gentil de parte Dios ilustrarnos con fenómenos que se dan en la naturaleza, ritmos y procesos que podemos entender y aplicar a nuestra vida.

Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■

Marie Alvero

DIOS SE ACUERDA

Jesús nos ama —eterna e incondicionalmente— y recuerda toda expresión de nuestro amor por Él. Lleva un registro de la fidelidad que hemos tenido con Él y con las enseñanzas de Su Palabra, y de nuestra perseverancia frente a cualquier situación en la que nos hayamos visto. Se regocija en nuestras labores de amor y cada vez que tendemos una mano amiga a los que sufren y padecen necesidad (Hebreos 6:10).

Lo que por Su misericordia no recuerda y no nos echa en cara son nuestros fracasos, errores y pecados (Hebreos 8:12); no lleva un registro de ellos. Él sabe de qué estamos hechos. Se acuerda de que somos polvo y tenemos mucho que aprender; y a medida que nos arrepentimos de nuestros fallos, Él los cubre con Su amor y nos perdona (Salmo 103:14).

Es posible que nos lleve toda una vida y parte de la otra llegar a ser plenamente la persona que Dios destinó que fuéramos. En todo caso, Él se pone dichoso cada vez que optamos por cumplir el propósito para el que fuimos creados. Sean cuales sean las tareas que Él nos llame a realizar en esta vida, lo que a Él le importa es nuestra fidelidad para hacerlas lo mejor que podamos (Apocalipsis 2:10).

Claro que enfrentar día a día, machaconamente, los contratiempos que nos pone la vida no es nada fácil. Necesitamos que el Espíritu de Dios obre en nosotros y por medio de nosotros para satisfacer la ardiente sed del amor y verdad de Dios que tiene este atormentado mundo, así como para llegar a tantos corazones perdidos

y vacíos que precisan del Salvador. Independientemente de las adversidades que enfrentemos en esta vida —enfermedad, pérdida de seres queridos, trato injusto, aprietos económicos— nuestro ejemplo de confianza en el Señor puede impartir esperanza a quienes nos rodean.

A medida que reconocemos cuánta falta nos hace Su fortaleza en nuestra debilidad, descubrimos que Su gracia nos da lo que necesitamos para seguirlo a Él día a día (2 Corintios 12:9). Si mantenemos los ojos puestos en Él podemos seguir avanzando hasta hacer nuestra la vocación —de enfoque celestial— que nos ha dado Jesús (Filipenses 3:12-14). El Espíritu de Dios puede brillar a través de nosotros para llevar Su paz, claridad y consuelo a gente de nuestro entorno que vive sumida en la confusión de este mundo.

Jesús ve tu corazón. Aunque tu situación no te permita manifestar el amor de Dios a otras personas, salvo con gestos aparentemente pequeños, todo lo que hacemos por Jesús y los demás tiene importancia para Él. Así pues, estemos donde estemos, seamos fieles en ofrecer «continuamente a Dios, por medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza» y no olvidarnos «de hacer el bien y de compartir con otros lo que [tenemos], porque esos son los sacrificios que agradan a Dios» (Hebreos 13:15,16 nvi).

María Fontaine dirige juntamente con su esposo, Peter Amsterdam, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■

Maria Fontaine

EL ACCIONAR DE MI ESPÍRITU EN TI

No existe sino una sola persona como tú en todo el universo, y eres preciada para Mí. Eres Mi obra, Mi obra maestra, creada para hacer las buenas obras que preparé de antemano para ti (Efesios 2:10). Si bien ello exige compromiso y determinación de tu parte, recuerda siempre que es la acción de Mi Espíritu en tu interior la que te capacitará para llegar a ser y hacer todo lo que tengo planeado para ti.

Te concebí de modo que seas como una lámpara llena del aceite de Mi Espíritu que irradia Mi luz al mundo que te rodea. Es importante que cuides bien de tu lámpara y me permitas reabastecerte, para que tu luz brille con tanta intensidad que la gente vea tus buenas obras y se sienta atraída a Mí (Mateo 5:14–16).

Dedica tiempo para acudir a Mí en oración y estudiar Mi Palabra. Así obtendrás las fuerzas para perseverar y mantener tus ojos en las cosas que verdaderamente importan. Tómate un momento para alabarme y adorarme, y que así tu corazón rebose de Mi alegría. Cuando entras en Mi presencia con acción de gracias te lleno de todo gozo y paz para que reboses de esperanza por el poder de Mi Espíritu (Romanos 15:13 nvi).

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