Conectate - Julio de 2011

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CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA

PONERSE EN LOS ZAPATOS DEL OTRO Cada persona es un mundo

El oasis Pobres con grandes riquezas

¿Quiénes somos para juzgar? Lo censurable de censurar


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Año 13, número 7

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A N U E S T RO S A M IG O S Es fácil juzgar a la gente con ligereza o con poca o ninguna fe en su capacidad de superación. Dicen, sin embargo, que si queremos ver cambios positivos en una persona de nuestro entorno la debemos tratar como si ya poseyera la cualidad o el rasgo de carácter que deseamos que exhiba. Solo eso ya es un poderoso agente de cambio. Lamentablemente muchas veces pecamos de intolerancia, de excesivo rigor o de negatividad hacia nuestros semejantes. Sospechamos lo peor y hacemos predicciones pesimistas que llevan en sí el germen negativo de su cumplimiento. Mi amigo Keith, jefe de redacción de la versión en inglés de Conéctate, cuenta que estando un día con su esposa, Caryn, conoció a Sam, un tipo de casi dos metros de estatura y 225 kilos de peso, un pedazo de hombre que metía miedo con su mirada hosca. Las primeras veces que lo vieron no se acercaron a él, lo mismo que hacían casi todas las personas. Hasta que una tarde ella entabló conversación con él. Luego de la cháchara inicial, Sam le contó su vida. Trascendió que de niño estaba jugando con su hermano menor en la calle, frente a su casa, cuando su hermanito fue atropellado por un auto. El chico murió en el accidente, y le echaron la culpa a Sam. —Después de eso no se cansaban de decirme que yo era malo —reveló—, y como todos daban por hecho que yo era malo, decidí serlo de verdad. Ni siquiera tenía que ponerme verde como Hulk para que aflorara mi carácter violento. ¡Sentía tanta rabia! El enojo le duró veinte años. Ahora el Sam que conocen Keith y su esposa es otro: una persona sensible, inteligente, intuitiva, que además se expresa muy bien. Con un poco de aceptación se está transformando. El concepto que se hicieron de él al principio resultó estar completamente equivocado. Acordémonos de que con la medida con que medimos seremos medidos, y que a malos ojos no hay cosa buena. ¡Qué fácil sería dar por perdidos, por incorregibles, a todos los Sam que hay en el mundo! Muchos hacen eso y son lapidarios con las personas difíciles. Pero Dios no es así. Él espera más de nosotros.

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Director Gabriel Sarmiento Diseño Gentian Suçi Producción Samuel Keating © Aurora Production AG, 2012

Gabriel En nombre de Conéctate

http://es.auroraproduction.com Es propiedad. Impreso en Taiwán por Ji Yi Co., Ltd. A menos que se indique otra cosa, los versículos citados provienen de la versión Reina-Valera, revisión de 1960, © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizados con permiso.

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Hace varios años estuve dos semanas en los campamentos para refugiados saharauis que hay cerca de la ciudad-oasis de Tinduf, en el suroeste de Argelia.

Éramos diez voluntarios, desde adolescentes hasta cincuentones. Salimos de Granada, donde teníamos nuestra base, y fuimos para hablar y hacer presentaciones en los centros comunitarios y colegios de los campamentos. Los saharauis son descendientes de tribus nómadas árabes que deambulaban por los desiertos y costas de lo que fue el Sahara Occidental. Durante los cien años que estuvieron bajo el dominio español se acostumbraron a llevar una vida más sedentaria y construyeron poblaciones importantes como Smara. Cuando España dio por terminado su régimen colonial en 1975, Marruecos y Mauritania se apresuraron a llenar el vacío. Los saharauis lucharon por una causa en la que tenían todas las de perder. Los medios internacionales, entre tanto, hicieron la vista gorda. Desde hace más de treinta años, cerca de 200.000 saharauis viven en la

miseria en las hamadas, altiplanicies rocosas y áridas del desierto, donde en verano la temperatura alcanza los 55°. Nos impresionó la humildad de los saharauis. No son fanáticos ni en política ni en religión. Pese a que el mundo en general ha cerrado los ojos a la durísima situación que han soportado durante casi ya cuatro décadas, no están resentidos. Dios los ve —dicen—, y un día los salvará. Durante nuestra estancia convivimos con tres familias, que nos trataron a cuerpo de rey. Las condiciones de vida eran elementales —no disponen de agua potable, la electricidad se obtiene con paneles solares y baterías de 12 voltios y el calor era casi insoportable—; pero su hospitalidad y camaradería compensaron de sobra esas incomodidades. Los lazos de familia y de tribu son estrechos; la violencia, la delincuencia y la drogadicción, prácticamente inexistentes. Tampoco se oía ruido de tráfico o de construcciones como en nuestras ciudades. No había edificios altos ni alumbrado urbano que ocultaran u opacaran el fulgor de los miles y

miles de estrellas que salpicaban el cielo nocturno. Habíamos vuelto al pasado, lejos de la globalización y las comodidades modernas; pero espiritualmente la experiencia fue renovadora y vigorizante. Reímos, bailamos, cantamos, conversamos y escuchamos. Hasta de día se gozaba de tranquilidad. Una noche hicimos una parrillada en las dunas a la luz de la luna y cantamos canciones de amor, paz y fe en Dios. Cuando regresamos a España, nuestros amigos nos elogiaron: —¡Qué gran sacrificio habéis hecho yendo a esos campamentos de refugiados que viven en condiciones tan difíciles! Les respondimos: —Todo lo contrario. Para nosotros fue como un regalo. Dennis Edwar ds vive en Portugal. Está afiliado a La Familia Inter nacional. ■

Dennis Edwards

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EL COLOR DEL

Michael Roy

En años recientes hemos visto o leído los horrores que pueden derivar de una escalada de animosidad entre pueblos de distinta raza, ideología o religión. Los

enfrentamientos étnicos en el Cuerno de África, la violencia política en el norte de ese mismo continente, los continuos derramamientos de sangre en Oriente Medio y las innumerables rivalidades raciales que hay en muchas otras partes del planeta siembran dudas sobre el estado actual de la sociedad humana. La mayor parte de estos conflictos son contiendas 1. Proverbios 10:12 2. 1 Juan 4:8 3. Mateo 22:37–40 4. Lucas 10:25–37 5. Isaías 9:6 6. Efesios 2:14 7. Efesios 4:31,32 8. 2 Corintios 5:17 4

intestinas entre los habitantes de un mismo país, y la mayoría de las víctimas son civiles. ¿Podrá alguien poner coto a todo esto? ¿No sería maravilloso poder decretar que los habitantes de todos los países, razas y credos deben respetar y aceptar a los demás y vivir en armonía con ellos, cualesquiera que sean sus diferencias? ¡Cuánto nos gustaría que así fuera! Desafortunadamente, aunque algún organismo tuviera autoridad para promulgar tal decreto, no daría resultado. La bondad, la comprensión y el amor deben emanar del corazón; no se pueden imponer a fuerza de leyes. Cuando alguien ha sido expoliado de su hogar o de su tierra, ha perdido a sus seres queridos en actos de violencia o ha sido objeto de escarnio por parte de otro grupo, no hay edicto capaz de cambiar de la noche a la mañana la actitud de la víctima. Aunque realmente quiera reconciliarse con sus

opresores, no hay fuerza de voluntad que permita vencer de un momento a otro el resentimiento o el odio de larga data. ¿Cómo se hace, entonces, para superar los prejuicios, la desconfianza o el miedo cuando estos están profundamente arraigados? La respuesta puede resumirse en una sencilla fórmula: con amor. «El odio despierta rencillas; pero el amor cubrirá todas las faltas».1 Cuando una de las partes abriga odio hacia la otra, se generan desacuerdos y conflictos. El amor verdadero, en cambio, nos lleva a ver más allá de las faltas ajenas y nos motiva a aceptar y perdonar a una persona a pesar de que nos haya perjudicado. Si bien pasar por alto los defectos y errores ajenos es una noble aspiración, ¿quién es capaz de deshacerse instantáneamente del rencor, el odio, el miedo o cualquier otro sentimiento negativo que abrigue contra una persona o incluso contra un pueblo entero? A la


AMOR mayoría nos falta la determinación y la entereza para hacer eso. A veces ni siquiera deseamos hacerlo. Lo alentador es que, pese a nuestra limitada capacidad humana, nos es posible amar sinceramente, comprender y aceptar a los demás, sea cual sea su pasado u origen. La clave para ello está en la fuente de todo amor: el propio Dios. La Biblia enseña que «Dios es amor»2. Es el todopoderoso Espíritu de amor que creó el universo y nos infundió a todos la vida. Para que entendiéramos cómo es Él, envió a la Tierra a Su Hijo Jesucristo en forma de hombre. Toda la obra que llevó a cabo Jesús tuvo por fundamento el amor. Atendió a las necesidades físicas y espirituales de la gente, lo que lo llevó a conocer el sufrimiento humano y le infundió gran compasión. Se hizo verdaderamente como uno de nosotros. Nos enseñó que podemos cumplir todos los preceptos divinos

obedeciendo apenas dos mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo3. En cierta ocasión, un adversario le oyó enseñar esa doctrina y lo interpeló públicamente: «¿Quién es mi prójimo?» Jesús le respondió con la parábola del buen samaritano, en la que dejó claro que el prójimo es todo el que necesite nuestra ayuda, sin distinciones de raza, credo, color, nacionalidad o cultura4. Si pedimos al Príncipe de Paz —Jesús5 — que nos infunda Su amor, podemos amar a nuestros semejantes y contribuir a la paz del mundo. En el momento en que sintonizamos con el Dios del amor, Su Espíritu dentro de nosotros nos capacita para hacer lo que de otro modo nos resulta imposible: amar realmente al prójimo como nos amamos a nosotros mismos. La Biblia dice de Jesús: «Él es nuestra paz, que de ambas [razas] hizo una, derribando la pared intermedia de separación»6. El amor de Dios es

Os digo que hay que mirar a todos los hombres como hermanos nuestros. ¡Cómo! ¿El turco hermano mío? ¿El chino mi hermano? ¿El judío? ¿El siamés? Sí, sin duda; ¿no somos todos hijos del mismo Padre, criaturas del mismo Dios? Voltaire la única fuerza capaz de forjar paz auténtica, unidad y respeto mutuo. Aun cuando el temor, los prejuicios y el odio lleven años de arraigo, el amor de Dios puede disiparlos. Una vez que nos percatamos de que Él nos ama y nos ha perdonado, nos resulta mucho más fácil amar y perdonar a los demás. Podemos vaciarnos de «toda amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia y malicia» y ser «benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándonos unos a otros, como Dios también nos perdonó a nosotros en Cristo»7. Si abrimos nuestro corazón a Jesús, Él puede librarnos milagrosamente de las ataduras del odio y la discriminación. «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas»8. Mucho más amable sería el mundo si lo único que percibiéramos al mirar a una persona de otra raza fuera el amor, el color del amor. ■ 5


LA

vIstA Nyx Martínez

Miré por la ventanilla oxidada del autobús. El día

se presentaba sombrío, igual que mi estado de ánimo. Dejé vagar mis pensamientos y evoqué cosas que habría sido mejor dejar en el olvido, con lo que me sumergí en un profundo abatimiento. ¿Por qué será que cuando nos deprimimos damos lugar a pensamientos que solo nos hacen perder el tiempo y agotan nuestro espíritu?

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El autobús se detuvo por enésima vez. Así es el tráfico en Manila. Eché un vistazo a mi reloj. Las seis de la mañana. Era muy temprano para que el tránsito se desplazara con tanta lentitud. Había tenido que terminar un trabajo urgente y no había dormido mucho la noche anterior. Exasperada, volví la mirada una vez más hacia la ventana. Un joven vendedor ambulante ofrecía unas botas negras impecablemente lustradas. Creí adivinar sus pensamientos: esperaba que aquel día las ventas fueran buenas. Quizá ganaría unos cuantos pesos más que el día anterior y disfrutaría de una mejor comida por la noche. Quizás. Se acercó un posible comprador. Vestía vaqueros desteñidos y camisa desgastada. De su hombro pendía una mochila que imitaba a una de

marca. Tomó en las manos un par de botas y las miró detenidamente. Imaginé que estaba pensando: «Algún día… quizás algún día tendré para comprarme unas botas como estas». «¿Cuánto gana al día ese señor? —me pregunté—. ¿Doscientos, tal vez trescientos pesos? Máximo unos 6 dólares». Las botas costaban el doble. Pero esa plata le haría falta para otras cosas, muchas otras cosas. Probablemente tenía una familia que mantener y deudas que saldar. En síntesis, el sueldo ya estaba gastado antes que se lo entregaran. Las botas tendrían que esperar. El hombre miró al vendedor con resignación. Sus ojos lo decían todo. Hoy no. Probablemente mañana tampoco. Hablaron de algún tema trillado como si fueran viejos


amigos. Se rieron, y uno de ellos contó una anécdota más. Luego mi bus avanzó lentamente por la cuadra y volvió a detenerse. Esta vez mis ojos se posaron sobre una anciana vendedora de caramelos. Estaba sentada en un banquito que obstruía parcialmente la acera, y la multitud pasaba en tropel a su alrededor. Sus ojos revelaban la tristeza que la embargaba. ¿El motivo? ¿Cómo saberlo? Quizás el solo hecho de que hoy sería igual que ayer, y que el día anterior, y que muchos otros días monótonos que ya sumaban años. Un día igual de intrascendente que el que viviría mañana. Se sentaría en esa misma banca de sol a sol. Algunos le comprarían caramelos, pero en realidad nadie le prestaría ninguna atención. Después de dejarle unas monedas

en la mano encallecida, continuarían apresuradamente su camino sin dejar de ser desconocidos. El día seguiría adelante, al igual que la gente que por allí transitaba. La anciana se haría un poco más vieja, pero no por ello más feliz. Mientras la observaba, noté que las comisuras de sus labios se hundían todavía más. Su mirada se perdió en la distancia, mientras una lágrima se le formaba en un ojo y le resbalaba por la mejilla. Tuve que apartar la vista. En la esquina, un policía de tránsito instaba a los peatones a que se dieran prisa en cruzar la calle. ¿Albergaba él también algún pesar intangible? ¿También a él lo asediaban pensamientos que habría sido mejor dejar en el olvido? Si algo lo agobiaba, no podía darse el lujo de demostrarlo. Tenía trabajo que hacer: dirigir el tránsito, mantener el orden. Al dar él la señal de paso, una veinteañera cruzó la calle. Traté de imaginarme cómo era el mundo visto a través de sus ojos. ¿Cuál sería su historia? ¿Adónde se dirigía? ¿Cómo se llamaba? ¿Por qué motivo me interesaba yo por ella? De golpe volví a pensar en mi propia situación y me di cuenta de que algo había tocado una fibra sensible dentro de mí, aunque casi contra mi voluntad. ¡Qué extraño que hiciera propios los sentimientos ajenos! Pero ¿acaso era preferible insensibilizarme y vivir como si todos aquellos rostros sin nombre fueran objetos accesorios de mi mundo? No. Cada desconocida es la madre, la hija de alguien. Cada extraño es el marido, el hermano de

alguien, un ser querido para alguien. Toda persona es importante. Evoqué nuevamente mis problemas. Las cosas que hasta ese momento me tenían molesta me parecieron triviales. Mi vida no es triste ni difícil. No vivo ni trabajo en la calle. Donde yo vivo, la contaminación no me causa ardor en los ojos, ni me endurece los pulmones. No tengo que vérmelas y deseármelas para pagar las cuentas. Claro que tengo mis ahogos y adversidades; pero si se comparan con los de otras personas, la vida me sonríe. Y todo parece indicar que continuará siendo así. Al rato el autobús por fin aceleró, y estuve ocupada todo el resto del día. Sin embargo, en aquellos breves momentos en que contemplé a la gente desde la ventana del autobús, Dios me imbuyó algo que espero no perder nunca: empatía, compasión por la suerte de los demás, y el deseo de contribuir a hacer su situación un poco más llevadera. Es posible que la vista desde la ventana de mi vida cambie todos los días; pero siempre habrá algún necesitado que pase por delante. ¿Qué puedo hacer yo por personas así? La verdadera compasión es algo más que observar y luego darnos la vuelta. Yo por lo menos no quiero limitarme a hacer eso. Nyx Martínez es reportera de viajes y presentadora del canal de TV Living Asia Channel. Se pueden seguir sus viajes en www.nyxmartinez.com. ■ 7


P O N ER S E EN LOS Z A PAT O S D E L Caryn Phillips

Ocurre con mucha frecuencia que no conocemos otro mundo que el nuestro. Ha sido moldeado por nuestras

experiencias —los lugares donde hemos estado, la gente que hemos conocido, lo que hemos hecho—, así como por nuestros hábitos, normas y aspiraciones. Cuando vemos a un hombre durmiendo en el umbral de una puerta o a una mujer que pide ayuda arrastrando las palabras, comparamos su situación con nuestro mundo. A veces nos imaginamos que alguien en ese estado tiene que haber cometido errores garrafales. Lo que sucede es que la pobreza desplaza a la gente a un mundo diferente. Puede que ese indigente que duerme en el umbral no haya descansado la noche anterior porque tenía que cuidar de sus pocas pertenencias, o que la mendiga sufra de un trastorno no tratado que afecta su habla. Chelle Thompson escribe: «Los seres humanos rara vez salen de sí 8

mismos y llegan a comprender cabalmente las necesidades y los miedos de los demás. A menudo proyectamos nuestros pensamientos y creencias sobre gente que no conocemos, y emitimos juicios de valor basados en cómo pensamos que deberían vivir». Se ha dicho que para entender a los demás hay que ponerse en su pellejo. Sin embargo, ¿es factible ponerse en el pellejo de una madre soltera indigente y enferma, que lidia con una adicción a los medicamentos adquirida en el hospital y a quien le han quitado a sus hijos para internarlos en un hogar de acogida? ¿Cómo es posible llegar a sentir lo mismo que ella? No puedo ponerme en su lugar, pero sí puedo invitarla a hablar, a contarme su historia y decirme qué siente en su situación. Es posible que ambas nos beneficiemos. El problema no es la persona Quentin —un querido amigo nuestro— sufre de la enfermedad de Parkinson. Ha tenido alucinaciones

que le hicieron pensar, por ejemplo, que diez personas estaban en la cama con él. Convencido de eso y de que no había espacio para él, se dejó caer al suelo y llamó a su compañero de cuarto para que lo ayudara a levantarse. También pensó que varias mujeres querían casarse con él (una fantasía nada desagradable). En cierta ocasión en que creyó que un viejo enemigo venía por él con un AK-47, activó la alarma contra incendios del edificio, y cundió el pánico. Todo el mundo tenía dificultades para convencer a Quentin de que lo que él pensaba que veía no era real. La reacción de él fue ponerse terco y muy ansioso con respecto a sus necesidades. Su compañero de cuarto se hartó y empezó a decir que Quentin estaba perdiendo la cabeza y que era un idiota. Con el tiempo lo trasladaron a un asilo de ancianos, donde el personal comprendió su afección fisiológica. Uno de los auxiliares le


En su búsqueda de satisfacción y felicidad, distintas personas toman caminos disímiles. El hecho de que no hayan tomado el mismo que tú no quiere decir que se hayan perdido. H. Jackson Brown, Jr.

explicó en términos sencillos que algunas de sus neuronas enviaban señales falsas. Eso estuvo muy acertado, pues de ese modo le echó la culpa a la enfermedad en vez de echársela a Quentin. En una conferencia sobre salud mental a la que asistí, uno de los ponentes recomendó: —No digan: «Es esquizofrénico», sino: «Padece esquizofrenia». De la misma manera, aunque yo tengo múltiples dolencias, preferiría que no se me caracterizara por ellas. No quiero que se me conozca como la enferma. Ese enfoque cambia no solo los términos que usamos, sino también nuestra actitud. ¿Podemos separar a la persona de la circunstancia que la afecta, cualquiera que sea, una enfermedad mental, una adicción a las drogas, la pobreza o un trastorno físico? ¿Es posible descubrir el ser que hay en el interior y tratarlo con respeto? Cuando no hacemos caso de las apariencias ni de nuestros

prejuicios tenemos oportunidad de hallar algo bueno y hasta hermoso debajo de un exterior áspero o poco atractivo. Cuando mi esposo y yo comenzamos a trabajar de voluntarios en un centro de acogida, mis ideas preconcebidas se hicieron humo al enterarme de la causa por la que tal madre soltera o tal anciano estaban allí. En muchos casos, una confluencia de acontecimientos desafortunados —que le pueden suceder a cualquiera— los habían dejado sin un lugar donde vivir y nadie a quien recurrir. Cuando le pregunté a un hombre lo que hacía anteriormente, me dijo: «Cuando era una persona, era auditor». Había estado a cargo de un departamento de auditores del Estado antes que una depresión le costara su trabajo y, a la larga, todo lo que tenía. Después de recibir tratamiento en el albergue, consiguió empleo, y ahora vive en su propia casa.

El personal del centro trata con cortesía a los que allí residen y los llama «señor —o señora, o señorita— Tal y Cual». Al mostrar respeto, conferimos dignidad. La dignidad ayuda a las personas a verse a sí mismas de forma más positiva, lo que genera esperanza. La esperanza anima a hacer nuevos intentos. Así, el respeto que manifestamos puede ayudar a una persona a comenzar una nueva vida. Resultó que las graves alucinaciones que sufría Quentin eran consecuencia de la medicación que le daban; cuando se redujo la dosis, dejó de ver tantas cosas extrañas a su alrededor. Todavía se comporta de una manera rara de vez en cuando, pero en el hogar de ancianos lo comprenden y lo aceptan, y él es feliz. Cary n Phillips tr abaja como voluntar ia con indigentes y otros marginados sociales en los EE .UU. ■ 9


¿Quiénes somos para juzgar? Peter Amsterdam

Algunos cristianos dejan mal parado el cristianismo a causa de su actitud fuertemente condenatoria, que los demás

perciben como una pretensión de superioridad moral. Quizás esos cristianos consideran que están defendiendo la fe o abogando por causas justas, pero sus pronunciamientos a veces son duros y pasan por alto el hecho de que Dios ama a todas las personas, incluidas las que lo rechazan o no lo han entendido. Dios espera que, cuando nos relacionamos con personas que a nuestro juicio están descaminadas, las 1. Juan 8:3–11; Mateo 12:10–14 2. Mateo 9:13; 12:7; Lucas 10:30–37; Gálatas 6:1 3. Mateo 7:1 4. Juan 7:24 5. Mateo 7:20 6. Santiago 4:12 7. 1 Samuel 16:7 8. Romanos 3:23 9. 1 Pedro 4:8 10. Gálatas 5:22,23 10

tratemos con el respeto que merecen como seres humanos y criaturas Suyas a quienes Él ama. Dios no aprueba la maldad ni los actos dañinos; tampoco nosotros debemos aceptarlos. No obstante, hay que tener en cuenta que Jesús enseñó, tanto de palabra como de hecho, que el juicio siempre se debe atenuar con misericordia y perdón1. Puede que tengamos la plena convicción de que los actos de una persona están equivocados o son desatinados. Así y todo, Dios nos pide que nos mostremos compasivos con esa persona 2. Puede que no coincidamos con las creencias de ciertos individuos o que no aprobemos sus acciones: pero eso no justifica que adoptemos con ellos una actitud censuradora. Debemos considerar cómo reaccionaría Jesús en circunstancias similares y actuar en conformidad. Eso no siempre es tan sencillo. No hay fórmulas definidas sobre cómo actuar en casos así. Jesús nos advirtió que no juzgáramos y condenáramos a los demás3, pero a la vez nos exhortó a juzgar con juicio justo4, lo cual

requiere evaluar y distinguir entre el bien y el mal. ¿Cómo se puede saber, entonces, cuándo aplicar un consejo y cuándo poner en práctica el otro? Si alguien hace algo que a todas luces resulta moralmente reprobable es lógico que nos sintamos obligados a hablar claro, sobre todo si esas acciones son nocivas para otras personas. Y si vemos que algo pernicioso o destructivo está afectando a alguien, como puede ser el alcoholismo o el consumo de estupefacientes, probablemente nos sentiremos responsables de ayudarlo a tomar conciencia de las derivaciones que ello puede tener. Sin embargo, hay ocasiones en que el bien y el mal no están tan claramente definidos. Algo que en la mayoría de las circunstancias sería censurable podría ser necesario en ciertos casos; por ejemplo, el uso de la violencia en defensa propia o para proteger a inocentes. En otras situaciones, el tiempo dirá. Jesús enseñó que podemos juzgar a una persona o una situación por sus frutos5, lo que significa que hasta que no se


E L E LE FA N T E V I S TO POR LOS CIEGOS

produzca el desenlace no es posible pronunciarse. Nos conviene también estar prevenidos contra algunos errores en que podemos incurrir al emitir un juicio; por ejemplo, está la tentación de hacer declaraciones generales sobre ciertos tipos de personas o situaciones, o de hacer afirmaciones más categóricas de lo que corresponde. No tenemos que sentirnos obligados a juzgar a cada persona que conozcamos cuya vida parezca haber tomado un mal rumbo, ni a condenar a otros por las decisiones desacertadas que hayan tomado. Debiéramos preocuparnos más por ayudarlos que por juzgarlos. Nos resulta imposible entender las cargas y cruces que lleva la gente, o todos los motivos por los que toma sus decisiones. Únicamente Dios está en situación de juzgar con justicia y sabiduría6. Él conoce el corazón de cada uno7. Comprende plenamente a cada persona, algo que para nosotros es imposible. Siempre que sea apropiado se puede brindar consejo y apoyo. En

todo caso, las personas difícilmente aceptan ofertas de ayuda que no vengan expresadas con amor. Debemos recordar que nosotros también somos pecadores8, hombres y mujeres que necesitan el amor, la misericordia y el perdón de Jesús, los cuales cubren multitud de pecados9. Eso de juzgar a los demás con dureza va a contrapelo del amor incondicional de Dios. Juzgar o etiquetar a las personas según las debilidades que consideramos que tienen, según su pasado, su aspecto físico, su edad, su origen étnico, su credo o cualquier otro factor atenta contra el espíritu integrador y el amor que debieran caracterizar nuestra vida cristiana. A los cristianos se nos debiera conocer por nuestro amor y por llevar una vida que exhiba los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza10. A daptación del artículo L a Pa l a br a de Dios: el mor alismo, de Peter A mster dam. ■

Reza una fábula hindú que cierto día seis ciegos se toparon por primera vez con un elefante. Uno lo agarró por una pata y declaró: —El elefante es como un árbol. Otro tomó al paquidermo por la cola y dijo: —No, el elefante se parece a una soga. El tercero le palpó el costado y exclamó: —Les aseguro que el elefante es como un muro. El cuarto deslizó su mano por una de las orejas del animal y anunció: —No, señores, el elefante es semejante a una hoja. El quinto tocó uno de los agudos colmillos del paquidermo y declaró: —Sin duda el elefante es como una lanza. El sexto lo agarró por la trompa y afirmó: —Todos ustedes se equivocan. El elefante se parece a una serpiente. Nos reímos, pero todos hemos sacado conclusiones equivocadas por haber visto solamente una parte del elefante. ■ 11


LECTURAS ENRIQUECEDORAS

Tolerancia Samuel Keating

Una de las definiciones de tolerancia es «respeto a

las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias»1. Es bastante fácil ser tolerante cuando esas diferencias son mínimas; se hace más difícil cuando las diferencias son importantes y existen pocos elementos en común.

Dios quiere que vivamos en paz con todos. Como a uno de vosotros trataréis al extranjero que habite entre vosotros. Levítico 19:34 (RVR 95) En todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. Mateo 7:12 (NVI) Hagan todo lo posible por vivir en paz con todos. Romanos 12:18 (NTV) Asegúrense de que nadie pague mal por mal; más bien, esfuércense

siempre por hacer el bien, no solo entre ustedes sino a todos. 1 Tesalonicenses 5:15 (NVI) Para ser tolerante hay que tener paciencia y saber perdonar. Pedro se le acercó y preguntó: «Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a alguien que peca contra mí? ¿Siete veces?» «No siete veces —respondió Jesús—, sino setenta veces siete». Mateo 18:21,22 (NTV) Aun si la persona te agravia siete veces al día y cada vez regresa y te pide perdón, debes perdonarla. Lucas 17:4 (NTV) Tienen que vestirse de tierna compasión, bondad, humildad, gentileza y paciencia. Sean comprensivos con las faltas de los demás y perdonen a todo el que los ofenda. Recuerden que el Señor los perdonó a ustedes, así que ustedes deben perdonar a otros. Colosenses 3:12,13 (NTV)

1. Real Academia Española, Diccionario de la lengua española 12

La facilidad de adaptación es también parte importante de la tolerancia. Esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación. Romanos 14:19 (NVI) Cuando estaba con los judíos, vivía como un judío para llevar a los judíos a Cristo. Cuando estaba con los que siguen la ley judía, yo también vivía bajo esa ley. Cuando estoy con los gentiles, quienes no siguen la ley judía, yo también vivo independiente de esa ley para poder llevarlos a Cristo. Cuando estoy con los que son débiles, me hago débil con ellos, porque deseo llevar a los débiles a Cristo. Sí, con todos trato de encontrar algo que tengamos en común y hago todo lo posible para salvar a algunos. 1 Corintios 9:20–22 (NTV) Debemos ser especialmente tolerantes con quienes se nos hace difícil tener buenas relaciones. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también


REFLEXIONES

Procuremos ver lo mejor en los demás

Si te empeñas en cerrar tu círculo y hacerlo exclusivamente tuyo, no se amplía mucho. Los únicos círculos capaces de contener magia auténtica son los que disponen de mucho espacio para incluir a cualquiera que lo necesite. Zilpha Keatley Snyder (1927– ), escritora estadounidense de cuentos para niños los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. Lucas 6:32,33 La tolerancia es un importante principio divino. Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Mateo 5:9 (NVI) Ustedes han oído que se dijo: «Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo». Pero Yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el Cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Mateo 5:43–45 (NVI) Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Efesios 4:32 Samuel K eating es coor dinador de producción de Conéctate. Vive en Milán (Italia). ■

Si cada vez que conoces a una persona te acercas a ella con un espíritu de aventura, te encontrarás permanentemente fascinado por los nuevos cauces de pensamiento, de experiencia y de personalidad que descubrirás. Eleanor Roosevelt (1884–1962), esposa de Franklin Roosevelt, presidente de EE.UU.

Si te dedicas a juzgar a los demás no tendrás tiempo para amarlos. Madre Teresa (1910–1997), fundadora de la orden de las Misioneras de la Caridad, que actualmente asiste a «los más pobres de los pobres» en más de 130 países.

Los placeres más nobles son descubrir nuevas verdades y olvidar viejos prejuicios. Federico ii el Grande (1712–1786), rey de Prusia

Cuán lejos llegues en la vida depende de que seas tierno con los pequeños, compasivo con los ancianos, solidario con los que bregan y tolerante con el débil y el fuerte, porque en algún momento de la vida habrás sido todas esas cosas. George Washington Carver (1864– 1943), inventor estadounidense

Siempre prefiero creer lo mejor acerca de todos: ahorra un montón de tiempo. Rudyard Kipling (1865–1936), poeta y novelista británico

Mientras no aprendas a ser tolerante con quienes no siempre concuerdan contigo; mientras no cultives el hábito de dirigir alguna palabra afectuosa a quienes no admiras; mientras no te hagas la costumbre de buscar lo bueno en los demás en vez de lo malo, no alcanzarás éxito alguno ni serás feliz. Napoleon Hill (1883–1970), escritor estadounidense ■ 13


Más COMO JESÚS Peter Amsterdam

Ser cristiano significa hacer todo lo posible por emular a Jesús. Huelga decir

que nunca seremos perfectos ni estaremos libres de pecado como lo estaba Él: tenemos que lidiar con nuestra naturaleza humana. Sin embargo, como seguidores de Jesús se espera de nosotros que procuremos imitar Su modo de vivir y de relacionarse con los demás. Emular a Jesús es hacer un esfuerzo por vivir conforme a Sus enseñanzas y ejemplo. Significa aplicar nuestra fe a los sucesos cotidianos de nuestra vida. Es esforzarnos al máximo por alinear nuestros pensamientos, nuestras reacciones y nuestras actitudes con las de Él. Es fijarse en las instrucciones y 1. Juan 15:4,5 (NVI) 2. 1 Corintios 2:16 3. Gálatas 5:22,23 14

el ejemplo de Jesús antes de sacar conclusiones o tomar decisiones. Significa suspender nuestras actividades y patrones de pensamiento para entrar en Su Espíritu, de modo que Él viva en nosotros, nos guíe y obre por medio de nosotros. Es seguir las huellas del Maestro, esforzarnos al máximo por ser como Él en todos los aspectos de nuestra vida. Emular a Jesús es algo más profundo que simplemente imitar Su estilo. Es dejar que Él more en nosotros y morar nosotros en Él. Jesús dijo a Sus seguidores: «Permanezcan en Mí, y Yo permaneceré en ustedes. Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en Mí, como Yo en él, dará mucho fruto; separados de Mí no pueden ustedes hacer nada»1. Por tanto, ser cristianos productivos significa vivir en Jesús y permitir que Él viva en nosotros. Para participar de Su naturaleza divina debemos establecer y

mantener una estrecha relación con Él, asimilar y aplicar Su Palabra y acudir a Él para pedirle instrucción y orientación. Al hacer eso, nuestros pensamientos y acciones se alinean con los Suyos. El apóstol Pablo habló de tener «la mente de Cristo»2, que significa pensar, reaccionar y actuar como lo haría Jesús. Cuanto más vivamos en Él, cuanto más renunciemos a nuestra propia naturaleza y asumamos la Suya, más nuestros haremos Sus pensamientos, Sus actitudes, Sus actos y Sus reacciones. Adoptaremos más características Suyas, más de Su amor, bondad, mansedumbre y todos los demás frutos del Espíritu3. Actuaremos como lo haría Él. Seremos más como Él. Peter Amsterdam y su esposa, María Fontaine, dirigen el movimiento cristiano La Familia Internacional (LFI). ■


R E S P U E S TA S A T U S INTERROGANTES

Dios nos evalúa individualmente Cuando se produce una catástrofe natural, un terremoto o un huracán que se cobra muchas vidas, algunos afirman que es porque Dios castigó a esas personas por sus pecados. ¿Es verdad que Dios actúa de esa manera? Solamente Dios sabe por qué le suceden ciertas cosas a la gente de determinado país y no a la de otro; o a ciertos individuos y no a otros. Pablo afirmó que los juicios de Dios son «insondables, e inescrutables Sus caminos. Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue Su consejero?»1 1. Romanos 11:33,34 2. Romanos 14:12 3. 1 Juan 4:8 4. 2 Pedro 3:9 5. Génesis 1:26 6. Juan 3:17

No nos corresponde a nosotros atribuir culpas y pecados o emitir juicios categóricos para explicar por qué la gente sufre a causa de calamidades de la naturaleza o de otra índole. Solo Dios sabe todos los factores y motivos por los que se produce una catástrofe natural, y únicamente Él está en condiciones de juzgar esas situaciones. Además, la Biblia deja claro que cada persona tendrá que responder por sí misma ante Dios2. Él no responsabiliza a cada habitante de un país de los males y pecados de su nación, ni de los errores y pecados de sus dirigentes. Puede que un gobierno tome un rumbo equivocado, esté en la bancarrota moral, sea corrupto y en algunos casos hasta perverso; pero eso no significa que el pueblo sea colectivamente culpable de ello. «Dios es amor»3. Él «no quiere que ninguno perezca» 4. Cada

persona es única y fue creada a imagen y semejanza de Dios5. Él ama a cada una como si no hubiera nadie más. Todas son personas por cuya salvación murió Cristo 6. Dios entiende en qué situación se encuentra cada uno y obra en su corazón y en su vida según sea el caso. Él ama a cada hombre, mujer y niño independientemente de quién sea, dónde viva, de qué color sea su piel, cuáles sean sus creencias o qué hicieron o dejaron de hacer sus ancestros. Los ama aunque su vida se consuma en el pecado o habiten en tinieblas espirituales. Es precisamente en las calamidades cuando más debemos hacer gala de los atributos cristianos como el amor, la compasión, la caridad, el interés por los demás, la amabilidad, la generosidad y la buena voluntad. ■ 15


De Jesús, con cariño

Juzga bien La vida es una sucesión de juicios de valor, grandes y pequeños. «¿Mi colega me estará diciendo la verdad?» «¿Puedo fiarme de ese aviso publicitario?» Casi todos los días tienes que juzgar alguna situación, y tus opiniones y decisiones suelen tener consecuencias para otras personas. Al igual que los juicios de un magistrado, los tuyos también pesan, por más que lo que esté en juego no sea tan trascendental como lo que se resuelve en un proceso judicial. En cierta ocasión dije a quienes me criticaban: «No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio»1. ¿Cómo se hace eso? Se trata de ponderar con equidad e imparcialidad, de aplicar el principio acertado a una situación determinada, y a veces de mirar más allá de los hechos para conocer el corazón y las verdaderas intenciones de las personas. Para emitir un juicio de valor es importante conservar la ecuanimidad y escuchar distintas versiones del asunto. Cuanto más informado está uno, mayores son sus posibilidades de juzgar acertadamente. Además, siempre resulta atinado —aun en cuestiones de poca monta— consultar conmigo antes de juzgar. Recuerda que soy el Juez omnisciente que todo lo ve y que juzgará al mundo al final de los tiempos. Tengo, pues, mucha pericia en esto de juzgar con justo juicio.

1. Juan 7:24


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