Si bien el territorio físico es un ente de relativa estabilidad en el espacio y en el largo tiempo de evolución planetaria, la geografía política exige una especie de acuerdo dinámico que refleje los constantes vaivenes del proceder humano. En este sentido, lo que para los descubridores españoles del siglo XV se presentó como un territorio indistintamente disperso, en contacto con un mar de insospechadas dimensiones, en pocas décadas se definió como la antesala de un colosal continente de interminables fronteras extendidas meridionalmente hasta alcanzar los extremos límites polares de la Antártida. De aquí la idea de la anti ilha, o las ante islas, posteriormente convertidas en Antillas, como una especie de rompeolas intermediario ante la inmensidad del poderoso Atlántico, profundo espacio que nos ha vinculado para siempre con la antigua y poderosa Europa.
La definición del Gran Caribe como suma de centro y de borde, como una noción fundamentada en lo que culturalmente han venido a determinar una serie de nac