Populismo y democracia en América Latina

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POPULISMO

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Populismo en América Latina

El auge de los gobiernos populistas en América Latina es sólo consecuencia del fracaso de las políticas neoliberales aplicadas por los países de la región, y a diferencia de los políticos de derecha que desacreditan a esos gobiernos, el sociólogo argentino Carlos Vilas describe las características del ejercicio populista, más interesado dice, con desarrollar políticas públicas de beneficio social, que el individualismo fomentado por los regímenes “democráticos”. El mismo autor no deja de advertir la deliberada intensión por desacreditar al populismo. El historiador Lorenzo Meyer, el ex presidente boliviano, Carlos Mesa reivindican las ventajas de las administraciones con vocación social frente al depredador y excluyente neoliberalismo, mientras que el ensayista y periodista Álvaro Vargas Llosa, desacredita e impugnas a esos gobiernos.Los tres especialistas entrevistados para esta edición. John Ackerman presenta la tesis que el verdadero padre del populismo priista fue Plutarco Elías Calles y acusa a Peña Nieto de ser un auténtico populista, ejemplifica con el fallido Pacto por México que tanta expectativas generó y pocos resultados consolidó.


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en América Latina:

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Populismo y Democracia convergencias y disonancias.*

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Carlos Vilas**

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Introducción

l tema de este artículo vincula dos conceptos respecto de los cuales periódicamente se suscita debate. Además, son conceptos a los que se asigna valoraciones opuestas: democracia recibe siempre una calificación altamente positiva, mientras que populismo lleva consigo las más de las veces una fuerte carga peyorativa. La mejor prueba de esto es que ningún populista acepta ser catalogado como tal, pero a todo el mundo le encanta ser considerado democrático. El populismo vendría a ser, de acuerdo al saber convencional, una patología, una perversión de la democracia, y en el lenguaje cotidiano, un adjetivo descalificativo.

He organizado mi exposición en tres partes. En la primera señalo el modo en que el tratamiento de este asunto se reabrió a partir de ciertas reconfiguraciones en los escenarios políticos y socioeconómicos y a los términos en que las ideas hasta entonces más o menos aceptadas de populismo y de democracia han vuelto a ser revisadas. En la parte siguiente destaco algunos rasgos constitutivos de un conjunto de regímenes políticos, generalmente considerados “populismos radicales”, surgidos en países de la región en lo que va de la presente década, poniendo el acento en los elementos del debate sobre democracia y populismo que, en mi interpretación, están presentes en esos regímenes, desde la perspectiva de las que denomino democracias de transformación y de conflicto. Finalmente planteo algunas conclusiones que vinculan el asunto tratado con aspectos más amplios de la teoría y la sociología políticas.

Juan-Domingo-Perón

1.

Democracia y populismo: conceptos y situaciones,proximidades y distancias Los debates sobre la democracia, sus características y alcances se reavivaron en la década de 1980 en el marco de las llamadas “transiciones a la democracia”. Esos debates fueron impulsados por el contraste que muchos académicos vimos entre el tipo de regímenes que estaban surgiendo de esas transiciones, y el modo en que la democracia era conceptualizada por un arco amplio de actores políticos y sociales y había alcanzado institucionalización en décadas anteriores en una variedad de regímenes políticos socialdemócratas, desarrollistas, populistas. En efecto: por una variedad de factores (ascenso de las luchas sociales, universalización del sufragio, revoluciones sociales y de liberación nacional, por mencionar sólo algunos) se instaló a lo largo del siglo XX en gran parte del mundo y no sólo en América Latina, la idea de que un régimen democrático implica -además de la libre e igualitaria participación de los ciudadanos

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en la elección del gobierno y de quienes ocupan los principales cargos públicos, y el reconocimiento institucional de derechos, libertades y obligaciones iguales y universales- la eficacia del entramado institucional para mejorar la calidad de vida de la población y del ejercicio de la ciudadanía. En la medida en que un conjunto amplio de relaciones y servicios sociales y culturales se trasladaba al ámbito del mercado, la política fue marginada de la vida cotidiana de la gente y sustituida por la versión neoliberal de la “administración de las cosas”. Sabemos que esta concepción sirvió, en los hechos, para consolidar estructuras de concentración del poder económico, preservar privilegios y ahondar las desigualdades sociales, cuestiones todas abundantemente registradas en numerosos estudios e informes de orGetulio Vargas ganismos públicos, privados y multilaterales. Las crisis que estallaron en varios países de América del Sur a fines de la década pasada y comienzos de la actual fueron detonadas en gran medida por el funcionamiento de esas “democracias de mercado” y las recomendaciones del “Consenso de Washington” forzaron la salida anticipada de muchos de los gobiernos que las ejecutaron o contribuyeron a su derrota electoral. Después de las experiencias latinoamericanas de mediados del siglo pasado, el populismo reapareció como tema de estudio y debate en el marco de las reformas estructurales de la década de 1990. El populismo como fenómeno complejo La sociología política latinoamericana de la segunda mitad del siglo pasado puso el acento en lo que el populismo significó como expresión de la crisis del capitalismo primario exportador y de la sociedad que éste había producido, crisis que se manifestaba, entre otros aspectos, en las crecientes contradicciones entre distintas fracciones de la burguesía y entre éstas y las clases trabajadoras (asalariados urbanos y rurales, campesinos, artesanado, trabajadores por cuenta propia y otros). El populismo fue visto asimismo como una respuesta a esa crisis por la vía de la incorporación al mercado de trabajo y de consumo, a acciones institucionales de promoción económica y social y al ejercicio activo de la ciudadanía, de clases y sectores sociales hasta entonces marginadas o subor-

dinadas, con el consiguiente cambio en las relaciones de poder político y social. i) En lo que toca a sus bases sociales, el populismo es policlasista. El peso mayoritario de los asalariados urbanos y rurales y el campesinado, de los pobres y los empobrecidos, es complementado con el apoyo de sectores medios urbanos en ascenso e incluso elementos aislados de la burguesía orientados hacia el mercado interno. ii) Conjugación de mecanismos de democracia representativa, participación social y plebiscitaria, típica de escenarios en los que las instituciones y procedimientos de la democracia representativa ya no dan, o no dan todavía, expresión cabal de las demandas de cambio e inclusión política y social de los nuevos actores. La desconfianza hacia los partidos políticos o el parlamentarismo no es exclusiva del populismo pero presenta en él aspectos particulares. iii) Una estrategia de acumulación extensiva, entendiéndose por tal el acento puesto en la ampliación del mercado de trabajo, incorporación de nuevos recursos materiales, financieros y humanos a los procesos de producción, expansión de la frontera agrícola, incremento de los volúmenes de producción, desarrollo de nuevas ramas de la industria, ampliación de la cobertura de los servicios sociales y de la educación, pero con menos énfasis en el incremento de la productividad. iv) Derivadamente de lo anterior, la ampliación del papel del estado en la regulación y orientación del proceso económico y del conflicto social, incluyendo su intervención activa en áreas hasta entonces consideradas exclusivas del mercado, y la nacionalización de recursos y áreas considerados estratégicos desde la perspectiva de los objetivos perseguidos. v) Una ideología altamente movilizadora, legitimadora del cambio y las demandas sociales, que enfatiza el principio de soberanía popular y la unidad sustancial del pueblo. La ideología populista concibe a la política como una relación de lucha entre proyectos antagónicos en los que se juegan destinos colectivos; reconoce el conflicto social pero tiende a presentarlo en términos éticos más que de intereses o de clase. La ideología del populismo es antioligárquica, o anti élites, más que


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Presidentes Latinoamericanos

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La vinculación entre populismo y democracia se diluye o cambia de sentido y alcances en las visiones unidimensionales que de una u otra manera reducen el populismo a alguno de sus aspectos constitutivos. Según Hermet, para quien el populismo es un rasgo del dirigente antes que un tipo de régimen político o una forma de gobierno, la característica central es la ausencia de una visión de largo plazo. Para otros autores lo definitorio del populismo es su mala política macroeconómica que se desentiende de los equilibrios y los fundamentos de la teoría neoclásica y antes o después deriva en severas crisis que dan por tierra con la experiencia (Sachs 1989; Dornbusch y Edwards 1990, 1991; Dornbusch y Edwards 1991; Burki y Edwards 1996, entre otros). Es sabido sin embargo que descalabros y crisis tan severas como las que se diagnosticaron para el populismo también pusieron fin a varios experimentos de la sana macroeconomía recomendada por estos analistas; además, el propio pragmatismo de los gobiernos populistas les permitió ensayar, cuando fue necesario, una variedad de estilos de política macroeconómica, incluyendo algunas del tipo de ortodoxia aludido en esta versión. Se advierte que, así unidimensionalizado, el popu-

2.

Democracias de transformación y de conflicto Las crisis económicas y políticas que estallaron en varios países de América del Sur a fines de la década pasada e inicios de la actual crearon condiciones para que los procesos electorales permitieran el acceso al gobierno de nuevas coaliciones de fuerzas, muchas de las cuales habían sido protagonistas del enfrentamiento a los diseños macroeconómicos e institucionales del llamado “Consenso de Washington”. Me refiero particularmente a los casos de Venezuela, Ecuador, Bolivia, y Argentina. La caída de los niveles de empleo formal y de los ingresos reales, la fragmentación de los mercados de trabajo y las altas tasas de desempleo o subempleo, el deterioro de un amplio arco de servicios públicos, la crisis de los sistemas públicos de atención a la salud, educación y seguridad social impactaron en el crecimiento de la pobreza y la indigencia y agravaron severamente las desigualdades sociales. Durante los años del experimento neoliberal la desigualdad del ingreso aumentó significativamente en la región en su conjunto y, con algunas excepciones, en cada uno de los países, revirtiendo la tendencia que se había registrado hasta inicios de la década de 1980. La conflictividad de los escenarios sociales se proyectó sobre los sistemas políticos. Los gobiernos más comprometidos en la ejecución del programa neoliberal cayeron como efecto de tremendas convulsiones sociales; debieron

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Populismos unidimensionales y neopopulismos

lismo resulta cargado de valoraciones negativas a partir de un doble referente teórico-político, no siempre explicitado: la teoría política liberal y la teoría económica neoclásica. La conclusión, respecto del asunto que nos convoca, es inevitable: el populismo es una patología: algo así como una enfermedad tropical de la democracia.

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antiburguesa; no critica al capitalismo pero sí al capitalismo voraz, o especulativo, o egoísta, o inhumano. vi) Una especie de republicanismo práctico en cuanto levanta la bandera de la primacía de los intereses y el bienestar del conjunto (pueblo, nación, patria) por encima de los intereses y los privilegios particulares, y se expresa en la institucionalización de un arco amplio de derechos sociales y económicos y de regulaciones públicas. A diferencia del liberalismo en cualesquiera de sus variantes, en las que la prioridad del interés general sobre los intereses particulares o individuales no va, usualmente, mucho más allá de las formas legales o la retórica de circunstancias. vii) Finalmente, la transformación de la cultura política por el reconocimiento de la dignidad de lo popular que se expresa en el ejercicio de derechos, en la apertura de espacios políticos y sociales, materiales y simbólicos a la participación amplia de los nuevos actores,

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concluir sus mandatos antes de los plazos estipulados constitucionalmente o perdieron las siguientes elecciones generales. Tal crisis contribuyó a devaluar la opinión del público respecto de la política, sus instituciones (partidos, parlamentos, tribunales) y los políticos, sin perjuicio de la sostenida y mayoritaria valoración positiva de la democracia. Pero en lugar del proclamado fin del estado o de la democracia, dio paso a una recuperación de las capacidades regulatorias y de intervención del estado y a estas variantes de democracia insurgente sobre las que cobrarían forma los “populismos radicales”. Estos “populismos radicales” surgidos de las competencias electorales en esos escenarios llaman la atención no tanto por los estilos de hacer política de sus principales dirigentes, que ya hemos visto son frecuentes en una variedad amplia de gobiernos y sistemas políticos, como por las decisiones que toman y, en consecuencia, por la construcción de los apoyos y antagonismos que hacen posible la toma de ciertas decisiones. Apuntando más a lo que tienen en común que a lo mucho que los diferencia, se trata de gobiernos, y más ampliamente de regímenes políticos, que podemos caracterizar como democracias de transformación. Se trata de democracias que han incorporado, o están haciéndolo, nuevas dimensiones de derechos a los tradicionales de la concepción individualista liberal o a los derechos sociales del constitucionalismo del siglo pasado: los llamados derechos “de tercera generación”. Si la política en tiempos normales se ajusta razonablemente bien al paradigma teórico de la deliberación entre iguales del liberalismo constitucional, la política de estos tiempos extraordinarios se explicita en toda su contundencia como “pasión y lucha. En consecuencia las democracias de transformación son, inherentemente, democracias de conflicto.

3.

Populismos y política representativa Los populismos, por las características señaladas, tienen una relación incómoda con la política representativa, pero no con la democracia. Los “populismos radicales”, como el populismo en general, plantean ciertamente una situación ambigua respecto de la democracia representativa: son producto de su crisis pero al mismo tiempo los mecanismos de la democracia representativa les permiten llegar al gobierno; participan de la dinámica de partidos pero la incorporan a una matriz formal tanto como informal. Cuando las inequidades sociales alcanzan la profundidad y la magnitud de los niveles que se registran en la mayoría de nuestras sociedades, es inevitable que quienes han sido forzados a cargar con los costos

de la reestructuración capitalista del pasado reciente adhieran con entusiasmo a las perspectivas que se les abren de mejorar las cosas sin preguntarse mucho respecto de la compatibilidad de esas perspectivas con determinados formatos institucionales, del mismo modo que quienes preservaron o incrementaron su participación en los beneficios están determinados a defenderla con dientes y uñas sin hacerle asco a determinado procedimientos. La preocupación de Tocqueville respecto del peligro de que en la democracia la mayoría oprima a la minoría funciona generalmente al revés en estas latitudes. Para porciones mayoritarias de la población pobre, campesina, indígena, para los jóvenes y las mujeres, para los trabajadores, los criterios y los formatos del liberalismo actúan menos para promover su libertad y sus derechos que para preservar los mecanismos de su opresión. Los conflictos que el populismo expresa y a los que busca dar solución son de esta índole: no se trata de reformar el estado sino de crear un estado a partir de una nueva constelación de relaciones de fuerza que aún no está consolidada. En la perspectiva que he tratado de desarrollar en esta presentación, el momento populista –y ese momento puede ser prolongado– es un momento fundacional. Finalmente, quiero traer a colación una recomendación metodológica de John Rawls (no son tantas las ocasiones que tengo para coincidir con Rawls que no quiero dejar pasar ésta). Dice Rawls en su Teoría de la justicia que, en las discusiones y análisis acerca de la justicia y la igualdad, debemos adoptar siempre “la perspectiva del más desfavorecido”, porque esa es la que permite llevar a la práctica una concepción más plena de justicia y de igualdad (Rawls 1979). En esta perspectiva del “más desfavorecido”, me parece evidente que más allá de las características personales, los estilos o la retórica de sus principales figuras públicas, el “populismo radical” también pude ser visto como el modo de hacerse efectivos los empeños emancipatorios de grandes sectores de la población obligados a hacerse cargo de los enormes costos sociales de la reestructuración capitalista del pasado reciente. Expresan por lo tanto su búsqueda de un trato justo y reparatorio, su inserción efectiva en un sistema de derechos ciudadanos y de bienestar abierto a sus necesidades y aspiraciones, el reconocimiento de su dignidad. (*) Presentado en el Seminario Internacional Populismo y democracia en el mundo contemporáneo. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y Programa de Postgrado Centroamericano en Ciencias Sociales. Antigua Guatemala, 12-14 de agosto 2009. **Reproducimos síntesis del texto original autorizada por el autor.


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