La decisión de Camila - Cecilia Curbelo

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La decisión de Camila

Autora Cecilia Curbelo

©Cecilia Curbelo por el texto, a través de VLP Agency

Primera Edición, 2011

© Enlace Editorial, por esta edición realizada con el permiso de VLP Agency, Chile 2023

Colección El Tren Dorado, Quinta estación

Enlace Editorial. Bogotá — Colombia

www.enlaceeditorial.com

www.eltrendorado.co

Dirección general, Luis Alfonso Rubiano

Dirección global, Alejandra Ramos Henao

Dirección editorial, Nathalia Castañeda Aponte

Edición, Aura Garnica García

Diagramación, Zulay Urrego Jiménez

Diseño de cubierta, Julio Enrique Higuera Monroy

Reservados todos los derechos.

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin permiso escrito de la Editorial.

ISBN: 978-628-7593-44-2

ISBN digital: 978-628-7593-45-9

Contenido Cecilia Curbelo♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 6 El mensaje ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 11 Elena y yo ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 20 Mi hermano♥♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 29 La separación de mis padres ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 34 Mi mamá y mi papá♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 44 Ni aquí ni allá ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 52 Mi príncipe Armenio ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 57 La borra de café♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 60 Un corazón en mi agenda ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 63 Mi primer casi beso ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 69
Sofía, la nueva ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 76 Mi primera menstruación ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 81 Celulares mensajeros♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 88 Una decisión ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 91 Encuentro inesperado ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 93 Confusión gigante ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 98 La pura verdad ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 100 ¡El final depende de ti! ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 107 Retrogusto amargo ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 109 Tesoros para siempre♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ 115

Nació el 23 de enero de 1975 en Montevideo, Uruguay, pero se mudó con su familia a Punta del Este, una pequeña ciudad balnearia en la costa este, buscando una vidamás tranquila.

Comenzó a escribir relatos cortos a los 6 años. Se casó con Diego a los 22 años y es madre de Rocío, quien ama la música y no tanto los libros.

Se graduó de Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Católica del Uruguay a los 23 años.

También estudió Guiones Literarios para Cinematografía en la Escuela de Cine. Tras vender más de 150 mil ejemplares de sus obras, Cecilia Curbelo se ha convertido en la escritora de literatura infantil y juvenil más exitosa de Uruguay. Su primera obra que obtuvo gran acogida entre los lectores adolescentes fue LadecisióndeCamila, que conformó la serie Decisiones, compuesta por cinco obras sobre el universo adolescente.

Sus libros han creado una legión de fieles lectores, extendida por 20 países, incluidos Francia y España. Varias de sus historias han sido traducidas al inglés y al francés, y adaptadas para teatro.

Además de escritora, es guionista, editora y comunicadora.

Recibió los premios Revelación Bartolomé Hidalgo (2012), el Libro de Oro al libro más vendido en su categoría (2012, 2013, 2014 y 2015), Florencio al Mejor Guion de Autor Nacional (2018, junto a Álvaro

Ahunchain) y Mujer del Año rubro

Literatura a votación del público (2014, 2017 y 2019).

Para Roci, porque significas todo en mi vida, porque adoro tu manera de ser y porque no puedo imaginar mi mundo sin ti.

El mensaje

De: [númerodesconocido]

Para: Cami

Mensaje: «Cami: encuéntrame en la plazaalas5pm».

Volví a mirar mi celu, como si no lo hubiera visto nunca, y releí ese mensajito corto pero archimisterioso. Y entonces pensé… Listo. Te encuentro en la plaza, cómo no. Pero me gustaría saber de dónde saliste, quién te dio mi número, si te conozco, si de verdad vale la pena salir, con este frío espantoso, para encontrarme contigo. Porque la verdad es que no solo no tengo ni la más remota idea de quién eres, sino que encima me clavaste la duda terrible por saberlo, y si no voy a la plaza, no lo voy a saber nunca; pero si voy puedo meter la pata hasta el fondo, ¿no?

Digo, con la cantidad de cosas horripilantes que veo en el informativo, más lo que me vive diciendo mi madre, mi padre, mis abuelos sobre el cuidado de hablar con extraños y todo lo malo que te puede pasar, bien podrías ser un secuestrador de menores o un asesino serial. El único detalle es que sabes mi nombre y mi número de celular, ¡y eso me desconcierta (y me intriga) bastante!

Alguien coherente le preguntaría a su amiga, a su madre, a su vecina: «¿Qué hago?». Pero a mí me enferma andar preguntando por ahí algo que debería saber yo misma, o sea, qué hacer. Siempre me fastidiaron esas personas que antes de dar un paso le preguntan a todito el vecindario si están haciendo bien en darlo, si deberían dar medio o tal vez salir a correr un maratón. ¡En fin! Me estoy yendo por las ramas y el asunto es que acá estoy en mi cuarto, recién levantada en este sábado de invierno, y de repente tentada de salir a encontrarme con no se sabe quién.

Me miro en el espejo grande, ese de cuerpo entero que me colocó el abuelo Roberto hace dos años al otro lado de la puerta de mi ropero. Aparte del cabello largo, esponjoso, castaño y revuelto de la dormida larguísima que me mandé, soy común. Bah, así al menos me veo yo. Lo único que me hace ver diferente al resto de las chicas es un lunar al lado del ombligo que solo yo conozco. Obvio, mi mamá también, pero a no ser por cuando voy a la playa, que queda a la vista, es un lunar secreto.

Por suerte no me salieron los típicos granitos en la cara. Solo cuando me viene la menstruación me aparecen algunos, aunque se concentran en la frente.

¡Pobres, algunos compañeros del instituto viven con granitos en el rostro! Hay un varón en mi clase, se llama Miguel, que tiene granos de todos los tamaños y colores. ¡Puaj! ¡Te

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impresiona verlo de cerca! Está haciendo un tratamiento con un médico y se ve que le preocupa, por eso me enoja muchísimo cuando otros se burlan de él o hablan bajito a sus espaldas (una vez escuché a uno de los varones llamarlo «Miguel el Choclo» y no me aguanté: ¡fui y le dije de todo!), porque lo que le pasa a mi compañero le puede pasar a cualquiera, y es como que no se ponen en su lugar…

La verdad es que no sé si él se da cuenta, creo que sí. Por las dudas, yo disimulo lo más que puedo cuando se me acerca a platicar, porque sin querer los ojos se me van a alguno de esos granos gigantes y no lo quiero hacer sentir mal.

Lo que sí tengo son los ojos color café como estiraditos para los costados, así como los chinos o japoneses, pero no tanto. «Rasgados», me dice mi madre. Será eso. A mí me gustan, pero ahora. Porque durante muchísimo tiempo, en el insti, mis compañeros me llamaban «la Ponja».

¡Ay, lo que sufrí con ese apodo! Me sentía la más miserable de todas las personas, la que señalaban con el dedo, la que siempre iba a ser distinta… Hasta me daba vergüenza salir a la calle. Lloré noches y noches… y era tal mi desesperación, que llegué a rogarle a mi madre para que me dejara estudiar desde casa y faltar a la escuela, como hacen algunas estrellas de Hollywood.

Fue espantoso, pero, increíblemente, pasé de esa angustia profunda a una furia incontrolable. Ahí me desubiqué mal, lo reconozco. Empecé a contestarle a todo el mundo y a poner apodos bien feos a cada uno de los que me llamaban así. Tanto hice, que terminé en la Dirección, bajo la mirada desaprobadora del director de mi colegio, que nomás con su voz grave ya te hace temblar. Me rezongó diciendo que esas no eran actitudes «tolerables» en la institución y bla, bla, bla… Aunque traté de defenderme, no me dio pie a

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nada. Y encima, llamaron a mi mamá y tuvieron una reunión con ella.

Después no me quedó otra que bajar unos cambios, mamá me habló de la importancia de respetar a los otros y todo eso, pero ¿a mí quién me respetaba?

—Mamá, ¿no entiendes que se burlan de mí? ¿Te gustaría que se rieran por tu tic en el ojo? Es refeo que se rían de ti, a nadie le gusta, así que no entiendo por qué no me apoyas. ¡Soy tu hija!

—Sí, mi amor, eres mi hija y por eso trato de hacer las cosas lo mejor que puedo. En este caso, Cami, te entiendo y mucho. ¿Crees que no se burlaban de mí en el colegio porque tenía este tic? ¿O que no me costó sentirme atractiva por ese motivo? Yo soy humana, igual que tú, y pasé por lo mismo. Pero aprendí que a veces pagar con la misma moneda solo te trae más disgustos y complicaciones.

—Todo bien, ma. Pero no tienen derecho a…

—Claro que no, Cami —me interrumpió—, nadie tiene derecho a hablar de los demás y mucho menos a burlarse o a ponerse apodos feos, pero es la realidad: sucede. Lo que quiero es que aprendas a manejarlo para que tú tampoco te vuelvas una persona que juzga o que está pendiente de los defectos ajenos, porque eso hará que te envenenes por dentro.

—Sigues sin entenderme. Parece que estamos en distintos planetas —le reproché mientras me cruzaba de brazos y miraba enojadísima hacia un costado.

—Tejuroqueteentiendo,miamor…Esqueyovivímásquetú. Me encantaría decirte que te voy a proteger siempre, que te cambio de colegio y ya, que de ahora en más puedes estudiar

desde casa, ¡pero te estaría haciendo un daño terrible! ¿Sabes por qué? Porque parte de crecer es esto: decepcionarse, caerse, levantarse y seguir adelante. ¿Y sabes qué más? También partedecreceresaceptarseunomismotalcualesparaqueel resto también nos acepte tal cual somos, con lo bueno y con lo malo. A mí, por ejemplo, me encantan tus ojos rasgados. Además, ya sabes que tu bisabuela los tenía así.

—¿En serio? ¿Cómo era? —le pregunté interesada de repente.

—Cami, te lo conté otras veces… —exclamó, risueña.

—Ay, ma, pero no recuerdo. ¡Cuéntamelo otra vez! —le rogué. ¡Amo que me cuenten historias de la familia! Y aunque me acordaba perfecto de lo de mi bisabuela, quería que mi mamá se sentara conmigo y me contase todo lo que ya sabía de la historia.

—Espera busco una foto, creo que tengo una a mano, en la caja de fotos viejas. Tú ya la viste, pero tal vez no la recuerdes. Mi abuela era una mujer hermosísima.

—¿Y no estaba traumada con lo de los ojos taaan estirados?

—Bueno, nunca me pareció. Ya te dije antes que yo era pequeña cuando ella murió, pero siempre la vi como una mujer muy segura de sí misma, y ese rasgo, a mi entender, era lo que la hacía ser tan bella, tan única.

—Gracias, mami —le dije, acariciándole la mano.

El ojo de mamá se puso peor con la conversación y el pestañeo se hizo más frecuente. Me vino un sentimiento de culpa. Talvezyolehabíaprovocadoesenerviosismoquelehizoacelerar el tic… Pero su sonrisa me tranquilizó y me quitó parte del malestar.

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A veces creo que mi madre tiene poderes… Logra cosas mágicas, como cambiarme el humor en un segundo o hacerme sentir diferente con decirme solo algunas palabras.

Mi mamá se llama Mercedes. Aparte del tic, que, aunque parezca raro me parece normal, es una madre supercariñosa. No sé cómo hace para entenderme, que soy adolescente, y también entender a mi hermano que es un niño (¡e insoportable!). Es altísima, tiene el cabello castaño y cortado bien desparejo, y siempre va vestida de traje pantalón. De falda es difícil verla; no le gustan. Tiene tres o cuatro conjuntos y los alterna en la semana. Ni idea de cómo hace con el poco tiempo que tiene, pero siempre está ¡impecable!

Aunque según mis abuelos es hija única, la verdad es que llegué a tener un tío, pero es una historia triste. Resulta que mi madre era bebita todavía cuando mi abuela Irma quedó embarazada. Y no sé bien qué pasó, creo que algo con la sangre o la coagulación de la sangre, la cosa es que a los seis meses de embarazo mi abuela dio a luz a un bebé diminuto, pero vivió muy poco porque los pulmones no lograron desarrollarse… Y después mis abuelos no quisieron saber más nada de agrandar la familia. Tampoco hablaron nunca del tema. Solo cuando mamá les preguntó, porque vio una foto de la abu Irma embarazada y con ella chiquita a upa. Pero ellos no hablan de lo que no les gusta. Son así. Por suerte, mamá en eso es muy distinta y me contesta todo lo que yo le pregunto, aunque le cueste explicar. Me fascina hablar con mi madre.

Además, es muy creativa: por ejemplo, se compra una blusa cualquiera, pero le cose dos o tres botones de más, o se pone un collar que tiene como cosas raras en metal y piedritas (ya le pedí que cuando sea grande me lo preste), y queda increíble. Cuando está en casa, viste pantalones de mezclilla de corte de mujer adulta, porque dice que esos que uso yo son para chicas, y ella es una mujer «hecha y derecha». ¡Es uno

de los tantos dichos que debe haber heredado de mi abuelo Roberto, su papá!

Así fue que con el tiempo y las palabras de mi mamá empecé a verme… con otros ojos, digamos. Me di cuenta de que no daba para amargarse y que sería un aburrimiento no tener un rasgo característico, ¿no? Como que estos ojos rasgados son mi sello personal. Aparte, mucha gente se me acerca y me pregunta si vengo de otro país, y eso está buenísimo porque puedo abrirme a platicar. Soy bastante tímida para empezar un diálogo, así que los ojos rasgados me ayudan bastante.

Ah, otra cosa que me caracteriza, y que me molesta mucho, son las cejas espesas y que se juntan en el medio, a la altura delanariz…Peroloquemesalvaesque,altenerunabocade labios finos, pero grande, y dientes superblancos, hace que la atención se centre más ahí y no tanto en las cejas anchas y juntas. A mi padre le encantan los hoyuelos que se me forman cuando sonrío, y a mí me pone orgullosa. Todo lo que a él lo haga feliz me hace feliz. Tal vez porque es mi padre, o quizás porque lo amo. No sé bien…, pero es así.

Sé que no es muy fácil convivir conmigo, no tengo un carácter sencillo, o por lo menos eso es lo que dicen mis abuelos y mi madre. Mamá siempre resalta que soy repeleadora con mi hermanito y que estoy en plena etapa de rebeldía. La otra vez, por ejemplo, me dijo: «Cami, no puedes estar con esa cara larga todo el día porque tu hermano te escondió la bufanda. Basta, estás grande, da vuelta la hoja».

¡Ja! ¡Como si fuera tan fácil! Lo único que quería era ir a una muestra de patín del instituto con una sudadera y la bufanda de colores que me había tejido yo misma (porque hace poco quise aprender a tejer y mi abuela me enseñó) y Nacho, mi hermano, no tuvo mejor idea que escondérmela.

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¡Se creía gracioso! Ahí fue cuando se me ocurrió ponerle cerradura a mi dormitorio, pero mamá se enojó conmigo y me dijo que no tenía corazón. ¡No sé para qué mamá me dio un hermano! Ella me dice que «es un regalo de la vida». Claro, ¡porque no le hace la vida imposible a ella!

Me visto rápido. No quiero demorarme mucho, me entró un frío espantoso, y aunque es pleno invierno, no tenemos la estufa prendida de mañana. Recién la prendemos a media tarde, porque si no sería un «gastadero de leña», según mi madre. Lo bueno de tener una casa chiquita es que enseguida el ambiente se caldea. Soy muuuuy friolenta, pero con un chándal estoy comodísima.

Por los ruidos que escucho, sé que mi hermano y mi madre ya se levantaron y trajinan en la cocina. Mi dormitorio está pegado al baño. Del otro lado está el dormitorio de mi mamá. Antes era grande, pero cuando quedó embarazada de mi hermano, decidieron dividirlo con una pared y así le quedó un dormitorio a Nacho.

No tenemos sala, pero sí un comedor de esos que te dan ganas de quedarte, con la estufa a leña, y la cocina, que es donde estamos casi siempre. Tiene una mesa con sillas donde comemos o jugamos a las cartas en verano. En el comedor, hay sillones mullidos donde nos tiramos a ver televisión.

Vuelvo a leer el mensajito. ¿Qué hago? En todo caso, y no es por sacarme culpas de encima, lo cierto es que si decido ir a encontrarme con ese alguien, tiene mucho que ver la actitud de Elena, mi ¿ex? mejor amiga, durante este último año. Si no hubiese cambiado tanto, seguro hoy estaría con ella y no evaluando recurrir a cualquier alternativa con tal de no pasármela aburrida en casa.

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Pero la realidad es que Elena no está, y por mi parte tengo que seguir la vida con o sin ella. ¡Ja! ¡Qué madura sonó la frase, ¿no?! ¡Hasta yo me sorprendo a veces de mis propias palabras! Aunque sé que es muy fácil decir las cosas y muy (demasiado) difícil aceptarlas tal cual son. Mejor no sigo pensando, porque ya se me está por escapar un lagrimón.

¡Ay, si seré sentimental! ¡Debe de ser algo genético, porque mamá es igualita! El abuelo Roberto le vive repitiendo uno de sus tantos dichos: «Merce, eres de moco fácil».

Y sí, es… ¡Y yo soy un calco!

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Elena y yo

Me tienen cansada preguntándome siempre lo mismo: «¿Qué pasa con Elena?».

¿Qué pasa? ¿Y yo qué sé qué pasa? O, mejor dicho, debería gritar ¡qué sé yo lo que le pasa! Porque si vamos al caso, a mí no me pasa nada, sigo siendo la misma. La que cambió fue ella.

Pareceincreíble,nosconocimoscuandoteníamosapenascuatro años, y ahora que cumplimos los trece, ella está comportándose tan diferente a la persona que siempre fue, como una completa desconocida, haciéndose la popular en el instituto. ¡Ojalásedieracuentadequelequedaridículo!Peroclaro,selo llego a decir y seguro me deja de hablar por completo.

Pensar que nos criamos juntas, como quien dice. Y siempre llamábamos la atención porque —aparte de no despegarnos ni un segundo— somos muy distintas físicamente. Elena es mucho más baja que yo y delgada como un palito.

Por momentos parece que se va a quebrar. Tiene el cabello liso (¡que siempre quise tener!), rubio, y una mirada superinocentequeenamoraacualquiera,sobretodoalosadultos,que siempre la ven tan «angelical». Pero de angelito, nada, ¿eh?

Ella es fanática de bandas de rock pesado que a mí me acribillan los oídos. No le falta un disco de Green Day. Además, sueña con irse de mochilera y hacer una vida errante.

¡Ay, ese recuerdo me causa gracia! Es que me hizo acordar a cuando en una clase de Idioma Español nos contaron sobre el Quijote de la Mancha, y ella se enamoró del Quijote. Dijo que la vida de él era la mejor que se podía tener: libre, con su caballo, batallando contra molinos de viento, y con un amigo fiel como Sancho. ¡Está loca!

Elena siempre fue sencilla, tanto en su manera de ser como para vestirse y arreglarse. No se maquilla (claro, no la dejan, y hasta hace poco no se ponía maquillaje a escondidas, como otra que conozco y que prefiero no recordar ahora) y le encanta hacer artesanías. Me vivía regalando cositas hechas por ella, como pulseras, aretes y hasta un organizador para mi escritorio, para que lo mantuviera ordenado, porque es cierto que ahí voy acumulando libros, clips, envoltorios de chicles (sí, hasta eso me gusta guardar porque me hace acordar a determinado momento que fue importante para mí, como cuando Florencia, mi amiga de vóley, me contó quesehabíapuestodenoviaconunchicoyqueestaba nerviosa porque no sabía dar su primer beso) y cuando me quiero acordar… ¡es cualquier cosa! Según palabras de mi madre, «es un basurero», ¡pero ella exagera!

Aunque en la música no coincidimos para nada, en lo demás sí. A mí me encanta su manera de ser, tan soñadora, tan tranquila y tan responsable, porque soy igual, y si estoy un poco estresada, con momentos de mal carácter (en especial cuando el tema es mi hermano), ella me baja a tierra.

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Además, con su familia me llevo súper, cuando voy a su casa me siento como en la mía. Vive a tres cuadras, así que no solo somos compañeras en el insti, sino que también somos vecinas, ¡y eso es lo máximo!

Muchas veces, cuando volvemos de clases, va a tomar la merienda a casa o yo voy a la de ella. Por suerte nuestro vecindario es bastante tranquilo y tenemos la plaza cerca, que es como nuestro centro de reunión. Como ni mi casa ni la de Elena tienen parque, nos gusta ir allí a despejarnos. Mi mamá no va mucho, pero cuando puedo llevo a mi hermanito al tobogán, porque, aunque me dice que «ya está grande», lo cierto es que cuando llegamos no se queda quieto, subiéndose y bajándose de los juegos. Eso nos da un tiempo a Ele y a mí para platicar tranquilas, porque si Nacho está delante, va de metiche y le cuenta todo, todo lo que escucha a mamá.

¡Es un metomentodo!

Los padres de Elena tienen una inmobiliaria y trabajan muchas horas, igual que mamá. Tengo que confesar que a veces me da envidia verlos llevarse tan bien entre ellos. Son de esas parejas que caminan de la mano y se sonríen. Me da tanta nostalgia, porque a mí me gustaría que mis padres estuvieran juntos también.

En realidad, Elena podría ser terrible malcriada. Una vez me contó que, para tenerla, los padres hicieron como diez tratamientos diferentes porque la mamá no quedaba embarazada, y al final la tuvieron con mucho sacrificio, gastaron fortunas en médicos y en medicinas. Así que cuando la madre de Elena quedó embarazada fue el gran acontecimiento. Igual, cuando Ele tenía un año o dos trataron de darle un hermanito o hermanita pero no tuvieron suerte, y bueno, ahora están acostumbrados a ser tres más Tuffy, el caniche, que es un miembro más de la familia.

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A mí me gusta su casa. Siempre se respira un ambiente de tranquilidad. Y por lo general está en silencio, porque a los padres les apasiona leer. El único que rompe un poco la armonía es Tuffy, que es peleador y todo lo malcriado que no fue ni es Elena.

La casa de Elena es más grande que la mía. Tiene dos pisos. Abajo está la cocina-comedor, una despensa, la sala y un baño. Arriba, tres dormitorios (uno lo usan como escritorio) y otro baño. Delante, la casa tiene un jardín precioso, que cuidan los tres. En primavera, siempre plantan esas flores de varios colores, que no sé cómo se llaman. Al que más le gusta la jardinería es al papá de Elena porque dice que lo relaja.

Pero para mí lo más lindo de la casa es el dormitorio de Ele, que lo arregló bien a su estilo. No tiene la decoración que a mí me gusta, pero es bien cálido, o sea, llegas y te dan ganas de tirarte en la cama, respirar el aire del incienso que prende, platicar o mirar fotos de cuando éramos niñas. En su mesa de noche tiene un portarretratos con una foto grandota de nosotras en nuestro primer día de kindergarten, luciendo asustadísimas. Siempre nos reímos cuando la miramos, porque las sensaciones y sentimientos los recordamos tal cual.

Hace tanto que no voy… ¡Ojalá todavía tenga nuestra foto!

Segúnotraschicasdelinstituto,Elenasevisteraro.Usaprendas largas, y si son hechas a mano, mejor. Lo que sea artesanal ¡la atrae como un imán! Puede pasarse horas y horas en las tiendas buscando sweaters, sudaderas, pantalones o faldas tejidas o hechas con materiales reciclados…

En el insti, en un taller, aprendimos, por ejemplo, que podemos transformar las botellas de plástico en moldes para hacer alhajeros y portalápices. También nos enseñaron que las baterías no se pueden tirar a la basura así nomás porque

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dañan al planeta, no se reciclan. Y otra cosa es con los aerosoles… Hay que fijarse y comprar solo aquellos que no dañen la capa de ozono. Elena siempre está pendiente de esos detalles cuando va a comprar lo que sea.

Me encanta, porque no tenía mucha idea del tema reciclaje hasta que ella arrancó con todo ese asunto, después hicimos el taller y al poquito tiempo yo misma le estaba enseñando a mi madre y a mi hermano. Ahora, en casa ¡clasificamos los residuos! Algunos pueden pensar que estamos locos de remate porque parece que no, pero es un trabajo extra: por un lado, colocas los residuos que sean de vidrio; por otro, los que se puedan reciclar (como papeles, cartones y eso); y por otro, aquellos que son de plástico… Claro, ¡además tienes el recipiente de residuos para los restos de comida! Y obvio, te ocupa mucho lugar porque son cuatro recipientes grandes, y nuestra cocina es chica. Pero para mí es como un granito de arena que pongo para que el mundo esté mejor.

Bueno, ¡me parece que me puse soñadora y me fui de tema! LoquesímeparecehorribledellookdeElenasonesosjoggers de telas coloridas, anchísimos, que ella ama usar. ¡Ajjjjjj, no me gustan nada! De todas maneras, a Ele le quedan muy lindos, lo debo admitir. El día que se compró su primer jogger, estábamos juntas y traté de convencerla de que era horrible. Nos paramos en un puesto de feria y quedó fascinada con uno de color verde.

—No me digas, por favor, que te pondrías eso —le dije señalando la prenda. Ella se dio vuelta y me miró sonriendo. Estaba radiante.

—Me encanta, Cami. Lo quiero. ¿Me lo puedo probar?

—No,probadornotenemos—lecontestóelvendedor—.Pero si es para ti, un XS te irá superbien.

—Lo llevo.

—Puesto queda como caído en la cola… Ele, ¿estás segura? —le pregunté, bajito.

—Más que nunca. ¡Estoy enamorada! ¡Este jogger soy yo!

Nos reímos de su respuesta. Y lo cierto es que se lo llevó y no se lo sacó por una semana. La madre se lo tuvo que «robar» deldormitorioparalavarloporqueElenanoselosacabamás que para dormir.

Así era de firme, decidida, además de archicariñosa con sus papás, mi familia y, obvio, conmigo.

Sin embargo, de un año a esta parte, Elena cambió radicalmente. Aunque hace un año hubiera jurado por lo más querido,queElenajamásibaahacerunacosaasí,ahora debo reconocer que me equivoqué: ¡se empezó a poner maquillaje a escondidas en el baño del instituto! Además, lleva el cabello suelto y como alborotado, con un flequillo recto, cuando toda la vida se lo ató en la nuca. Y para rematarla del todo, camina como saltando, con pasos largos y la barbilla levantada…

La veo tan cambiada que de alguna manera siento que alzó una muralla a su alrededor. ¡Está irreconocible!

El otro día, incluso, me ninguneó por chat. Y no entiendo, porque yo no le hice nada, o eso creo. Y si le hice, me gustaría saber qué fue y disculparme, porque seré orgullosa, pero la quiero, esa es la verdad. Aparte, aunque no se lo haya contado a nadie, la recontraextraño.

Lo del chat lo tengo grabado en la mente palabra por palabra porque fue como que me hubiese clavado un cuchillazo

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en el corazón (suena melodramático, como las telenovelas quemira laabuelaIrmade tarde,¡pero juroquelosentíasí!):

Ele,estásahí?

Sí,estoyconSoff.

Todook? Sipperometengoqueir !

Y listo, fue lo último que me dijo, y después nada de nada, ni me escribió, ni me llamó, ni me mensajeó. Cero.

Tengo que confesar que estoy horrible con este tema, aunque me haga la que no me importa. No le quise contar a mi madre, que ya bastantes líos tiene en el laboratorio donde trabaja, pero hubo noches en que di vueltas en la cama como un trompo, sin poder dormir pensando en ella…, bah, en nosotras, en cómo nuestra amistad se está perdiendo y en qué puedo hacer para que vuelva a ser la de antes.

Tampoco voy a negar que lloré y me tragué lágrimas saladas, porque hubo momentos en que me sentí tan pero tan sola que hubiera dado cualquier cosa por recuperarla.

Bueno,cualquiercosano.Simehubierapedidoquemetransformara en una «chica cool» (como se hacen llamar las que están en el grupito de las populares, ¡puaj!), ni loca, porque

Camiii Ele Camiii Ele
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sería fingir ser alguien que no soy, ¡solo para que me acepten! ¿Y qué estarían aceptando? A Camila, no. A alguien que finge ser una Camila que no es Camila, ¿se entiende?

Bue, capaz que solo yo me entiendo… Aparte, Ele no me hubiera pedido nunca eso, porque ella sabe bien de bien cómo soy y lo que pienso.

Me conoce mejor que nadie, sin contar a mi mamá.

Claro que a veces me pregunto cómo soy.

Si tuviera que describirme, no sabría por dónde empezar. Porque por momentos me siento segura de mí misma, y por momentos me parece que valgo menos que el celular viejo quetienemiabuela,quenosirvoparanada.Haydíasqueme levanto positiva y otros que me da terrible bajón si mi hermanito me contesta mal. Días que me siento hermosa y días que me siento un espantapájaros. ¡Yo qué sé!

Elena me entendía, siempre me entendió… Me decía que mi problema radicaba en vivir en un «subibaja emocional».

Eso seguro lo había leído en uno de sus libros raros: metafísica, reiki, y yo qué sé cuál más. Para mí una chacra era una casa en el campo donde se cultivaba la tierra, pero después de escuchar a Elena, chakra (con k) en esos libros que lee es algo relacionado con la energía del cuerpo. Aunque me intentó explicar con palabras comunes de qué se trataba, no le entendí demasiado. En verdad, no le presté mucha atención. Capaz que debería haberla escuchado más.

Dos por tres me viene con alguna palabra que no entiendo y me la explica.

O, más bien, me la explicaba…

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Para peor, ahora se da con esa Sofía no-sé-cuánto, la nueva, que entró al instituto a principios de año y que se hace la linda todo el tiempo, revoleando el cabello y caminando como si estuviera en un desfile de modas.

Por mí que Sofía no-sé-cuánto haga lo que le parezca, no es mi amiga, pero Elena… Me dan ganas de sacudirla y decirle, o más bien gritarle: «¡¿No te das cuenta de que lo que estás haciendo no da?!».

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Mi hermano

Hablando de cosas que «no dan», está mi hermano. ¡Si por lo menos fuera un poquito más maduro! ¡Pero me saca de quicio siempre que puede!

Nacho es parecido a mí físicamente. Solo que tiene como un aire a mi padre (más de nariz ancha y labios gruesitos), y evidentemente todavía no se sabe qué tan alto va a ser porque recién cumplió ocho años. Hay un detalle, y es que mi madre es más alta que mi padre, así que ¡quién sabe lo que hacen los genes!

Pero además de ser mi hermano, es un niño imbancable. Bueno, creo que no estoy siendo cien por ciento justa, es probable que sea porque estoy malhumorada en este momento… No es que esté permanentemente siendo insufrible, sino que conmigo es medio insoportable. Por ejemplo, le encanta revolver mi habitación, leer mis cosas, contar lo que hago y tomar el control de la tele para ver sus dibujitos, sin importarle si yo estoy enganchada con una peli. ¡Me enfermaaaa!

Aunque por momentos me da mucha ternura, en especial cuando es la hora de dormir y él, que se hace el niño superado, ¡aparece con su piyama del Rey León! También me encanta verlo cuando recién se despierta, porque le quedan el cabello alborotado y los cachetes bien rojos. ¡Ahí me dan ganas de comerlo a besos! Es un amor.

Pero solo cuando está quieto y callado, ¿eh? Ah, tiene las cejas idénticas a las mías, espesas y juntas en el medio, pero a él le quedan preciosas. Seguro que cuando crezca las chicas se van a volver locas con mi hermano…

Conmigo se hace el vivo, pero, aunque lo hablo, nadie me escucha. Es que a los adultos les debe parecer una tontería o hasta puede que les resulte algo gracioso, pero juro que para mí es un drama no tener privacidad. De verdad necesito mi espacio. Y Nacho ¡me invade!

¡Ojo! Que no lo digo yo sola. Una vez vi un programa en el que habló un psicólogo y dijo esto mismo: que los adolescentes necesitamos nuestros tiempos y nuestro espacio.

Pero en mi caso, si me siento a escribir en mi diario, aparece mi hermano a averiguar qué pongo, para saber quién me gusta. Y, digo yo, ¿qué le importa? Primero, que no me gusta nadie, segundo, que si me gustara sería mi asunto, y tercero, que busque qué hacer en vez de andar de metiche en mi dormitorio.

Otra cosa que me revienta es que me ocupe el baño o que me golpee la puerta como un demente cuando quiere entrar. Está bien, es cierto que a veces demoro un poco.

Es que tengo el cabello bastante rebelde y necesito aplastarlo un poquitín, ¡pero es una necesidad casi biológica! Aparte ahora uso el cabello largo, y me lleva más tiempo arreglarlo,

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Cecilia Curbelo

por eso la planchita fue como mi salvadora. A veces me da un poco de miedito porque veo que sale humo… ¿será que me estoy quemando el cabello? ¡No sé! Una amiga me dijo que la planchita lo quemaba, sí. Pero no puedo andar pensando en negativo porque ¿qué solución tengo? Además, no es que la use todos los días, trato de usarla solo para casos especiales, como un cumple o algo así…, o por ejemplo si hoy decido ir a la plaza a encontrarme con «no sé quién».

Y no es por justificarme, ¿eh? Pero, ¡las mujeres demoramos másenarreglarnos!Esunhechocomprobadocientíficamente (creo, ¡no sé si estoy divagando un poco, je!). Mi teoría es que comotenemoselcabellolargo,yhayquepeinarlo,arreglarloy demás, nos lleva mucho más tiempo que a un varón, que nomásentraalbañoparalomínimoindispensable,¿seentiende?

Pero no hay caso. Como mi hermano es pequeño, mi madre lo defiende a muerte. «Es el chiquitito de la casa», dice con ternura. ¡Y a mí me dan ganas de acogotarlo! Porque me mira con esos ojitos como diciendo: «¿Viste?». ¿Qué vi? ¡Que eres un alcahuete de mamá! Y ahí estallo, y le digo:

—Nenito, ¿por qué no sales de aquí y te buscas tu tetina? ¡Vuelve al kindergarten, que es donde deberías estar, prendido a la falda de tu maestra y llorando porque tu mamita está lejos!

Mi madre se pone de su lado y más fastidio me da. Encima me tengo que bancar su discurso sobre la rebeldía en la adolescencia y todo eso que me sé de memoria:

—Camila, te tienes que dar cuenta de que no estás siendo justa. Estás hablando de tu hermano, que es un niño pequeño, que está absorbiendo cada cosa que sucede, y muchas de ellas las aprende de ti. Y tú sigues contestándole de mal modo, o usando palabras que sabes que no están bien y que

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La decisión de Camila

él terminará por repetir. Sé que estás entrando en la adolescencia y que esa etapa es muy de la rebeldía, la mayoría pasamos por lo mismo, por eso te tengo paciencia, pero no puedo permitir que involucres a Nacho en tus estados de ánimo o tus desplantes. Eso no. Esta es una familia, y en una familia todos los integrantes se respetan entre sí.

—Peroyo…—intentodeciralgo,aunquenosébienqué.Pero mi madre sigue…

—Y ojo, no te estoy diciendo que madures de golpe ni nada de eso, sabes bien que no soy así. Respeto tus tiempos y trato de ser buena consejera cuando te sucede algo, pero sí te exijo un mínimo de colaboración tanto en la casa como en el vínculo con tu hermano menor.

—Okey, okey, ya entendí —le digo con una mueca de aburrimiento total que la enoja todavía más—. Pero no entiendo qué es lo que hago que te molesta tanto… —agrego, como si de verdad no supiera, ¡aunque obvio que sé!

—¿Cómo que no sabes? ¿Me estás tomando el pelo? ¡Cosas comogolpearlapuertadetuhabitacióncuandoteenojas,querer ponerle un cerrojo o subirle el volumen a tu iPod cuando Nacho te habla! Si te crees tan madura, entonces demuéstralo con actitudes.

Y listo, fin de la conversación. Ella queda furiosa y yo ¡igual!

Más bien que después me arrepiento de lo que le dije a Nacho, pero a esas alturas el lío ya se armó, le dejé de hablar a mi madre, a él, y por lo general en esos momentos hago lo que me piden que no haga: me encierro por horas en mi dormitorio después de darle un golpe bestial a la puerta.

El tema es que cuando salgo… ¡qué aburrimiento! Nadie me habla en casa y todavía sé que tendré que escuchar otra vez el discurso de mamá sobre la paciencia que debo tenerle a mi hermanito.

¡No es fácil ser adolescente! ¡Hay que soportar mil cosas!

¡Estoy deseando ser adulta y que no me mande nadie!

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La decisión de Camila

Camila, la protagonista de esta novela, recibe en su celular un mensaje de texto que la deja muy intrigada. No sabe si seguir el impulso y averiguar de qué se trata, o quedarse tranquila ese sábado en su casa. A medida que pasan las horas, recuerda momentos claves de su vida: el cariño que la unía con su mejor amiga, la relación con su familia, la separación de sus padres. Luego, tendrá que tomar una difícil decisión ¡y en eso la ayudarás tú! Lo que Camilahaga(y,porlotanto,susconsecuencias) depende también de tu decisión.

A partir de 12 años
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