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Elena y yo
Me tienen cansada preguntándome siempre lo mismo: «¿Qué pasa con Elena?».
¿Qué pasa? ¿Y yo qué sé qué pasa? O, mejor dicho, debería gritar ¡qué sé yo lo que le pasa! Porque si vamos al caso, a mí no me pasa nada, sigo siendo la misma. La que cambió fue ella.
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Pareceincreíble,nosconocimoscuandoteníamosapenascuatro años, y ahora que cumplimos los trece, ella está comportándose tan diferente a la persona que siempre fue, como una completa desconocida, haciéndose la popular en el instituto. ¡Ojalásedieracuentadequelequedaridículo!Peroclaro,selo llego a decir y seguro me deja de hablar por completo.
Pensar que nos criamos juntas, como quien dice. Y siempre llamábamos la atención porque —aparte de no despegarnos ni un segundo— somos muy distintas físicamente. Elena es mucho más baja que yo y delgada como un palito.
Por momentos parece que se va a quebrar. Tiene el cabello liso (¡que siempre quise tener!), rubio, y una mirada superinocentequeenamoraacualquiera,sobretodoalosadultos,que siempre la ven tan «angelical». Pero de angelito, nada, ¿eh?
Ella es fanática de bandas de rock pesado que a mí me acribillan los oídos. No le falta un disco de Green Day. Además, sueña con irse de mochilera y hacer una vida errante.
¡Ay, ese recuerdo me causa gracia! Es que me hizo acordar a cuando en una clase de Idioma Español nos contaron sobre el Quijote de la Mancha, y ella se enamoró del Quijote. Dijo que la vida de él era la mejor que se podía tener: libre, con su caballo, batallando contra molinos de viento, y con un amigo fiel como Sancho. ¡Está loca!
Elena siempre fue sencilla, tanto en su manera de ser como para vestirse y arreglarse. No se maquilla (claro, no la dejan, y hasta hace poco no se ponía maquillaje a escondidas, como otra que conozco y que prefiero no recordar ahora) y le encanta hacer artesanías. Me vivía regalando cositas hechas por ella, como pulseras, aretes y hasta un organizador para mi escritorio, para que lo mantuviera ordenado, porque es cierto que ahí voy acumulando libros, clips, envoltorios de chicles (sí, hasta eso me gusta guardar porque me hace acordar a determinado momento que fue importante para mí, como cuando Florencia, mi amiga de vóley, me contó quesehabíapuestodenoviaconunchicoyqueestaba nerviosa porque no sabía dar su primer beso) y cuando me quiero acordar… ¡es cualquier cosa! Según palabras de mi madre, «es un basurero», ¡pero ella exagera!
Aunque en la música no coincidimos para nada, en lo demás sí. A mí me encanta su manera de ser, tan soñadora, tan tranquila y tan responsable, porque soy igual, y si estoy un poco estresada, con momentos de mal carácter (en especial cuando el tema es mi hermano), ella me baja a tierra.
Además, con su familia me llevo súper, cuando voy a su casa me siento como en la mía. Vive a tres cuadras, así que no solo somos compañeras en el insti, sino que también somos vecinas, ¡y eso es lo máximo!
Muchas veces, cuando volvemos de clases, va a tomar la merienda a casa o yo voy a la de ella. Por suerte nuestro vecindario es bastante tranquilo y tenemos la plaza cerca, que es como nuestro centro de reunión. Como ni mi casa ni la de Elena tienen parque, nos gusta ir allí a despejarnos. Mi mamá no va mucho, pero cuando puedo llevo a mi hermanito al tobogán, porque, aunque me dice que «ya está grande», lo cierto es que cuando llegamos no se queda quieto, subiéndose y bajándose de los juegos. Eso nos da un tiempo a Ele y a mí para platicar tranquilas, porque si Nacho está delante, va de metiche y le cuenta todo, todo lo que escucha a mamá.
¡Es un metomentodo!
Los padres de Elena tienen una inmobiliaria y trabajan muchas horas, igual que mamá. Tengo que confesar que a veces me da envidia verlos llevarse tan bien entre ellos. Son de esas parejas que caminan de la mano y se sonríen. Me da tanta nostalgia, porque a mí me gustaría que mis padres estuvieran juntos también.
En realidad, Elena podría ser terrible malcriada. Una vez me contó que, para tenerla, los padres hicieron como diez tratamientos diferentes porque la mamá no quedaba embarazada, y al final la tuvieron con mucho sacrificio, gastaron fortunas en médicos y en medicinas. Así que cuando la madre de Elena quedó embarazada fue el gran acontecimiento. Igual, cuando Ele tenía un año o dos trataron de darle un hermanito o hermanita pero no tuvieron suerte, y bueno, ahora están acostumbrados a ser tres más Tuffy, el caniche, que es un miembro más de la familia.
A mí me gusta su casa. Siempre se respira un ambiente de tranquilidad. Y por lo general está en silencio, porque a los padres les apasiona leer. El único que rompe un poco la armonía es Tuffy, que es peleador y todo lo malcriado que no fue ni es Elena.
La casa de Elena es más grande que la mía. Tiene dos pisos. Abajo está la cocina-comedor, una despensa, la sala y un baño. Arriba, tres dormitorios (uno lo usan como escritorio) y otro baño. Delante, la casa tiene un jardín precioso, que cuidan los tres. En primavera, siempre plantan esas flores de varios colores, que no sé cómo se llaman. Al que más le gusta la jardinería es al papá de Elena porque dice que lo relaja.
Pero para mí lo más lindo de la casa es el dormitorio de Ele, que lo arregló bien a su estilo. No tiene la decoración que a mí me gusta, pero es bien cálido, o sea, llegas y te dan ganas de tirarte en la cama, respirar el aire del incienso que prende, platicar o mirar fotos de cuando éramos niñas. En su mesa de noche tiene un portarretratos con una foto grandota de nosotras en nuestro primer día de kindergarten, luciendo asustadísimas. Siempre nos reímos cuando la miramos, porque las sensaciones y sentimientos los recordamos tal cual.
Hace tanto que no voy… ¡Ojalá todavía tenga nuestra foto!
Segúnotraschicasdelinstituto,Elenasevisteraro.Usaprendas largas, y si son hechas a mano, mejor. Lo que sea artesanal ¡la atrae como un imán! Puede pasarse horas y horas en las tiendas buscando sweaters, sudaderas, pantalones o faldas tejidas o hechas con materiales reciclados…
En el insti, en un taller, aprendimos, por ejemplo, que podemos transformar las botellas de plástico en moldes para hacer alhajeros y portalápices. También nos enseñaron que las baterías no se pueden tirar a la basura así nomás porque
24 Cecilia Curbelo
dañan al planeta, no se reciclan. Y otra cosa es con los aerosoles… Hay que fijarse y comprar solo aquellos que no dañen la capa de ozono. Elena siempre está pendiente de esos detalles cuando va a comprar lo que sea.
Me encanta, porque no tenía mucha idea del tema reciclaje hasta que ella arrancó con todo ese asunto, después hicimos el taller y al poquito tiempo yo misma le estaba enseñando a mi madre y a mi hermano. Ahora, en casa ¡clasificamos los residuos! Algunos pueden pensar que estamos locos de remate porque parece que no, pero es un trabajo extra: por un lado, colocas los residuos que sean de vidrio; por otro, los que se puedan reciclar (como papeles, cartones y eso); y por otro, aquellos que son de plástico… Claro, ¡además tienes el recipiente de residuos para los restos de comida! Y obvio, te ocupa mucho lugar porque son cuatro recipientes grandes, y nuestra cocina es chica. Pero para mí es como un granito de arena que pongo para que el mundo esté mejor.
Bueno, ¡me parece que me puse soñadora y me fui de tema! LoquesímeparecehorribledellookdeElenasonesosjoggers de telas coloridas, anchísimos, que ella ama usar. ¡Ajjjjjj, no me gustan nada! De todas maneras, a Ele le quedan muy lindos, lo debo admitir. El día que se compró su primer jogger, estábamos juntas y traté de convencerla de que era horrible. Nos paramos en un puesto de feria y quedó fascinada con uno de color verde.
—No me digas, por favor, que te pondrías eso —le dije señalando la prenda. Ella se dio vuelta y me miró sonriendo. Estaba radiante.
—Me encanta, Cami. Lo quiero. ¿Me lo puedo probar?
—No,probadornotenemos—lecontestóelvendedor—.Pero si es para ti, un XS te irá superbien.
—Lo llevo.
—Puesto queda como caído en la cola… Ele, ¿estás segura? —le pregunté, bajito.
—Más que nunca. ¡Estoy enamorada! ¡Este jogger soy yo!
Nos reímos de su respuesta. Y lo cierto es que se lo llevó y no se lo sacó por una semana. La madre se lo tuvo que «robar» deldormitorioparalavarloporqueElenanoselosacabamás que para dormir.
Así era de firme, decidida, además de archicariñosa con sus papás, mi familia y, obvio, conmigo.
Sin embargo, de un año a esta parte, Elena cambió radicalmente. Aunque hace un año hubiera jurado por lo más querido,queElenajamásibaahacerunacosaasí,ahora debo reconocer que me equivoqué: ¡se empezó a poner maquillaje a escondidas en el baño del instituto! Además, lleva el cabello suelto y como alborotado, con un flequillo recto, cuando toda la vida se lo ató en la nuca. Y para rematarla del todo, camina como saltando, con pasos largos y la barbilla levantada…
La veo tan cambiada que de alguna manera siento que alzó una muralla a su alrededor. ¡Está irreconocible!
El otro día, incluso, me ninguneó por chat. Y no entiendo, porque yo no le hice nada, o eso creo. Y si le hice, me gustaría saber qué fue y disculparme, porque seré orgullosa, pero la quiero, esa es la verdad. Aparte, aunque no se lo haya contado a nadie, la recontraextraño.
Lo del chat lo tengo grabado en la mente palabra por palabra porque fue como que me hubiese clavado un cuchillazo en el corazón (suena melodramático, como las telenovelas quemira laabuelaIrmade tarde,¡pero juroquelosentíasí!):
Ele,estásahí?
Sí,estoyconSoff.
Todook? Sipperometengoqueir !
Y listo, fue lo último que me dijo, y después nada de nada, ni me escribió, ni me llamó, ni me mensajeó. Cero.
Tengo que confesar que estoy horrible con este tema, aunque me haga la que no me importa. No le quise contar a mi madre, que ya bastantes líos tiene en el laboratorio donde trabaja, pero hubo noches en que di vueltas en la cama como un trompo, sin poder dormir pensando en ella…, bah, en nosotras, en cómo nuestra amistad se está perdiendo y en qué puedo hacer para que vuelva a ser la de antes.
Tampoco voy a negar que lloré y me tragué lágrimas saladas, porque hubo momentos en que me sentí tan pero tan sola que hubiera dado cualquier cosa por recuperarla.
Bueno,cualquiercosano.Simehubierapedidoquemetransformara en una «chica cool» (como se hacen llamar las que están en el grupito de las populares, ¡puaj!), ni loca, porque sería fingir ser alguien que no soy, ¡solo para que me acepten! ¿Y qué estarían aceptando? A Camila, no. A alguien que finge ser una Camila que no es Camila, ¿se entiende?
Bue, capaz que solo yo me entiendo… Aparte, Ele no me hubiera pedido nunca eso, porque ella sabe bien de bien cómo soy y lo que pienso.
Me conoce mejor que nadie, sin contar a mi mamá.
Claro que a veces me pregunto cómo soy.
Si tuviera que describirme, no sabría por dónde empezar. Porque por momentos me siento segura de mí misma, y por momentos me parece que valgo menos que el celular viejo quetienemiabuela,quenosirvoparanada.Haydíasqueme levanto positiva y otros que me da terrible bajón si mi hermanito me contesta mal. Días que me siento hermosa y días que me siento un espantapájaros. ¡Yo qué sé!
Elena me entendía, siempre me entendió… Me decía que mi problema radicaba en vivir en un «subibaja emocional».
Eso seguro lo había leído en uno de sus libros raros: metafísica, reiki, y yo qué sé cuál más. Para mí una chacra era una casa en el campo donde se cultivaba la tierra, pero después de escuchar a Elena, chakra (con k) en esos libros que lee es algo relacionado con la energía del cuerpo. Aunque me intentó explicar con palabras comunes de qué se trataba, no le entendí demasiado. En verdad, no le presté mucha atención. Capaz que debería haberla escuchado más.
Dos por tres me viene con alguna palabra que no entiendo y me la explica.
O, más bien, me la explicaba…
Para peor, ahora se da con esa Sofía no-sé-cuánto, la nueva, que entró al instituto a principios de año y que se hace la linda todo el tiempo, revoleando el cabello y caminando como si estuviera en un desfile de modas.
Por mí que Sofía no-sé-cuánto haga lo que le parezca, no es mi amiga, pero Elena… Me dan ganas de sacudirla y decirle, o más bien gritarle: «¡¿No te das cuenta de que lo que estás haciendo no da?!».