Crónicas de Pamela Montaño

Crónicas de Pamela Montaño

Haber nacido en el cuerpo equivocado te hace querer cambiar todo de ti, tu forma de expresarte ante el mundo e incluso tu aspecto físico; sin embargo, la esencia de quién eres es realmente lo único que queda en ti por siempre.

Una mujer pasa por muchas transformaciones en su vida, se da valor y se construye día a día. Esta es la historia de la metamorfosis de la mujer que hay detrás del ícono, de aquella cuyo valor fue más allá del simple reconocimiento y para quien la lucha se ha convertido en un pilar fundamental. Sus memorias nacen de las conversaciones que se han tenido con ella y no son más que la cruda realidad de su pasado.

Índice 1.

2.

3.

4.

5.

6.

Nace una estrella Huir para encontrar El centro El accidente La tutela, las calles...

Sus últimos años

1 Nace una estrella En la sala de un hospital, un 21 de julio, se escucha el llanto de un bebé, pequeño, frágil y recién nacido, que abre sus ojos por primera vez y pronuncia su primer sonido. Era el año 1964 y en Cali se respiraba aire de cultura, de renacer, de apertura mental y nuevas perspectivas que los jóvenes traían para cambiar a la ciudad. Aquel pequeño ser iba a convertirse en la nueva felicidad de sus hermanos mayores y sus padres.

“Rechazaba la ropa interior, yo tenía una amiguita y me le robaba los calzones, hasta que mi mamá me pilló y me castigó”, es el recuerdo más lejano que tiene Pamela Montaño de su niñez, sentía que en cierta medida lo que le ponían no iba de acuerdo con su verdadero ser, lo pensaba mucho y a su corta edad no lograba entender.

Creció, aprendió a hablar, a escribir, a escuchar y entró a la escuela. A sus 7 años tuvo que vivir en una familia deconstruida, con 8 hijos y un padre irresponsable, quien no logró cumplir con sus obligaciones, una madre cuyo recuerdo se ha borrado lentamente de su memoria y que solo una frase lo acompaña cada día.

Remontémonos a 1973, Lucrecia Díaz de Montaño tiene que lidiar con una familia numerosa y un marido que la engaña, pero su pequeña hija tiene que vivir con un sufrimiento, no es como sus demás hermanitos y esto lo sabe desde muy pequeña.

Algunos signos hacen pensar a su madre, que su niño es diferente, que lo debe cuidar por encima de los demás y que, si en algún momento algo le pasa, podría quedar desamparado. Pronto se entera de que una enfermedad está carcomiendo su cuerpo, que pronto puede morir y con ello, las expectativas del pequeño que es la luz de sus ojos. Ella sabe que el día que abandone la vida, quien más va a sufrir es él.

Sus demás hijos, ya mayores, son los encargados de cuidarla y se va a vivir a casa de su hija al barrio Tequendama, donde pasaría los últimos días de su vida. Aquella frase que Pamela recuerda de su madre, la dijo en su lecho de muerte, cuando daba sus últimos suspiros: “Prométanme que no me van a desamparar al niño, acuérdense del problema”. ¿De qué problema hablaba? Quizás el problema no era de Pamela, sino de los demás, la verdad es que ser diferente no es la cuestión en sí, sino cómo lo tomaron sus otros hermanos e incluso su padre. Tenía 7 años y ya entendía que su vida no sería fácil, un niño a esa edad corre y juega, se la pasa muy bien con sus amigos e incluso tiene sus primeros amores, pero eso no pasa si te roban tu infancia de forma cruda.

Lucrecia Díaz de Montaño muere de cáncer de seno, preocupada y con un sin sabor que se llevó a la tumba, además de muchas dudas. Mientras tanto, su esposo e hijos deben rehacer su vida, pero para uno de ellos se convierte en un infierno. Pamela cuenta que la primera vez que un hombre la tocó, ni siquiera quería que esto pasara. El abuso sexual es una problemática muy grande de la sociedad en la que vivimos, por la que pasan millones de personas alrededor del país y que por mala suerte quizás, sumado a toda una serie de conflictos, esta mujer tuvo que vivir.

Había un vecino en su barrio, cuya madre hacía pan y demás productos horneados, a este pequeño niño le gustaba ir y ver cómo lo hacía, era al único al que la vecina dejaba observar sus recetas, quizás por la inocencia que esto le generaba. Esta mujer tenía un hijo, quien, por deseos carnales, no tuvo el mayor reparo en abusar sexualmente de un niño de 7 años en la terraza de su casa, pero no solo eso, sino que también sintió la necesidad de evadir su culpa, amenazando a alguien tan inocente, quien por muchos años no puedo decir lo que pasó.

La sangre bajaba por sus piernas, sentía mucho asco y dolor, no entendía lo que acababa de pasar, se sentía triste y no comprendía el porqué. Tuvo que callar, quizás fue la vergüenza o hasta el miedo de ser castigado, pero jamás reportó aquel abuso, que es una más de las huellas que hay en su mente, que nos ha contado sin medirse y sin limitarse. Pamela dice que para los hombres resulta atractivo ver a un niño tan “mariquita”, que les evoca feminidad y deseo sexual.

Sus demás hijos, ya mayores, son los encargados de cuidarla y se va a vivir a casa de su hija al barrio Tequendama, donde pasaría los últimos días de su vida. Aquella frase que Pamela recuerda de su madre, la dijo en su lecho de muerte, cuando daba sus últimos suspiros: “Prométanme que no me van a desamparar al niño, acuérdense del problema”. ¿De qué problema hablaba? Quizás el problema no era de Pamela, sino de los demás, la verdad es que ser diferente no es la cuestión en sí, sino cómo lo tomaron sus otros hermanos e incluso su padre. Tenía 7 años y ya entendía que su vida no sería fácil, un niño a esa edad corre y juega, se la pasa muy bien con sus amigos e incluso tiene sus primeros amores, pero eso no pasa si te roban tu infancia de forma cruda.

Yuri Montaño muere de cáncer de seno, preocupada y con un sin sabor que se llevó a la tumba, además de muchas dudas. Mientras tanto, su esposo e hijos deben rehacer su vida, pero para uno de ellos se convierte en un infierno. Pamela cuenta que la primera vez que un hombre la tocó, ni siquiera quería que esto pasara. El abuso sexual es una problemática muy grande de la sociedad en la que vivimos, por la que pasan millones de personas alrededor del país y que por mala suerte quizás, sumado a toda una serie de conflictos, esta mujer tuvo que vivir.

Había un vecino en su barrio, cuya madre hacía pan y demás productos horneados, a este pequeño niño le gustaba ir y ver cómo lo hacía, era al único al que la vecina dejaba observar sus recetas, quizás por la inocencia que esto le generaba. Esta mujer tenía un hijo, quien, por deseos carnales, no tuvo el mayor reparo en abusar sexualmente de un niño de 7 años en la terraza de su casa, pero no sólo eso, sino que también sintió la necesidad de evadir su culpa, amenazando a alguien tan inocente, quien por muchos años no puedo decir lo que pasó.

La sangre bajaba por sus piernas, sentía mucho asco y dolor, no entendía lo que acababa de pasar, se sentía triste y no comprendía el porqué. Tuvo que callar, quizás fue la vergüenza o hasta el miedo de ser castigado, pero jamás reportó aquel abuso, que es una más de las huellas que hay en su mente, que nos ha contado sin medirse y sin limitarse. Pamela dice que para los hombres resulta atractivo ver a un niño tan “mariquita”, que les evoca feminidad y deseo sexual.

Para la gran mayoría el solo hecho de pensar en esto genera rechazo, para algunos, indignación y quizás para la gran mayoría, asco y desprecio; pues el robar algo tan íntimo a un niño tan pequeño, puede marcar de por vida su estabilidad emocional. El abuso puede tratarse con amor y comprensión, pero son justo esas las falencias que Pamela vivió en su propio hogar.

Sus hermanos mayores se habían ido a Venezuela y quedaron solo 5 viviendo en la casa paterna, su padre trabajaba en el seguro social de Puerto Tejada y viajaba diario, desde antes de la muerte de su madre, él tenía otra mujer. Era un hombre abusador, machista y, sobre todo, nunca aceptó que su hijo fuera diferente, que tuviera una esencia que no todos pueden sobrellevar.

Su mamá le recomendó a su hermana Amparo que se encargara de él, de cuidarlo y darle una vida decente. Era una mujer con dinero, con un marido de buena posición y con muchos contactos, quien vivía en una casa muy grande, llena de lujos y comodidades.

De pequeño le gustaba irse a pasar los fines de semana ahí, pero todo con doble intención, pues cuando su hermana quería irse a la finca, inventaba que tenía mucho por hacer y se quedaba solo.

“Lo primero que me puse en la cabeza fue un turbante”, cuando inocentemente jugaba con el maquillaje y la ropa de su hermana, se sentía cómodo, cerraba la puerta con seguro y podía imaginarse siendo quien realmente era, caminaba y los tacones sonaban, era música para sus oídos; quizás era el momento de felicidad que merecía luego de sufrir tanto rechazo. Lo curioso es que solo podía hacer esto en soledad, porque si alguien se enteraba, le podía ir muy mal.

Los años que pasaron fueron un infierno, toda su casa contra él, solo encontraba alivio en su colegio, pero en soledad, porque incluso ahí, tuvo que lidiar con el rechazo y los insultos. Se pasaba los recreos haciendo los deberes, nunca llegaba a casa con tarea, pues todo lo hacía sentado en su pupitre de la escuela; le gustaba ser juicioso y responsable, si no terminó de estudiar fue por culpa del rechazo, pero ganas no le faltaron.

Gracias a los contactos que tenía el esposo de su hermana en el colegio Santa Librada, logra entrar a primero de bachillerato a pesar de no tener la edad, pero para Pamela fue un infierno ser llamada constantemente “maricón”, “afeminado” o “raro”, Palabras que carcomían lentamente sus ganas de querer superarse, porque

se sentía indignada, veía que personas sin el potencial que ella tenía podrían salir adelante, mientras que ella se sumergía en críticas y desprecio.

Hasta que llegó la gota que rebosó la copa, el día en que el colegio la llamó a dirección y le dijeron que su matrícula era cancelada, que no podía estudiar en un colegio para hombres si era de ese modo, porque eso distraía a sus demás compañeros y les afectaba su proceso educativo. Pamela tuvo que resignarse y salir del colegio, dejar de lado su educación por el desprecio y el rechazo que ella misma dice que recibió por parte de este plantel educativo. Hace más de 30 años ser diferente era un delito, algo imperdonable y la razón principal para ser segregado y despreciado.

Estos primeros años le enseñaron a comprender a Pamela, que era distinta, pero en cierta medida era tan igual al resto de personas, qué podía amar, sentir, aprender luchar por sus sueños como cualquier otra mujer. La muerte de su madre la marcó de por vida, el abuso le creó traumas y el rechazo la hizo ponerse a la defensiva, para evitar que la hieran. Pero esto no es sino un capítulo de la historia de alguien que revolucionó por su manera de pensar.

2 Huir para encontrar

Luego de los duros momentos que Pamela pasó al lado de su familia, llegó ese instante en el que quiere evadir su realidad. Una vez, le regalaron una tela para hacer un pantalón, por lo que llevo esta tela a casa, sin saber que sus hermanas se iban a encargar de llenar la cabeza de su padre de muchas ideas alrededor de esta tela. Su padre, quien ya tenía una serie de antecedentes alrededor de él, se dejó llevar de la ira y lo golpeó muy fuerte.

Nuestra protagonista nos cuenta que su padre tomó el cable de la plancha y empezó a golpearla una y otra vez hasta que se cansó.

Parecía incluso como si guardara rabia contra ella desde hace mucho tiempo, causándole muchísimo dolor físico y llevándola a tomar una decisión que cambiaría su vida. Pamela tenía de 12 a 13 años aproximadamente y luego de este suceso tomó la decisión de irse de su casa. Recuerda muy bien las épocas del año, era más o menos en septiembre octubre, a pocos meses de la llegada de sus hermanos de Venezuela.

A los 12 años, Pamela amaba incluir rasgos femeninos en su forma de vestir, se ponía shorts y camisa de botón, pero se quitaba todos los botones y lo dejaba solo en el último para poder amarrárselo como si fuera una blusa corta. En casa de su padre debía abstenerse de lucir ropa femenina, pero pronto esto iba a cambiar. Una vez se fue de su casa decidió no volver más, incluso al preguntarle actualmente, conserva el mismo dolor que en la niñez, porque es un ciclo que según su opinión nunca pudo cerrar.

Su amiga Diana la acogió junto a su madre en casa, la ayudó, le brindó apoyo y sobre todo la aceptó como es. La mamá de Diana, Amparo García fue una gran aliada, “me compraba prendas femeninas, fue la familia social que me apoyó”, en ese momento de

la vida Pamela estaba tranquila porque no le faltaba nada material, pero la agobiaba constantemente que su familia pudiera encontrarla, realmente vivía muy cerca de ellos y en cualquier momento podrían tratar de llevársela y según ella misma, enconventarla.

Diana no era su única amiga, eran un grupo de 3: Nancy, Pamela y Diana; quizás para ella, era una forma de sentirse aceptada y querida por alguien. La cuñada de Nancy le ofreció una alternativa a Pamela, para poder ocultarse de su familia durante un tiempo, ella tenía un ranchito en El Rodeo, el cual le ofreció hasta que su familia regresara a Venezuela. Vivió ahí durante varios meses y fue ahí donde conoció al hombre que le cambió la vida.

“El Loco”, como ella lo llama llegó una vez con el hermano de Nancy a este ranchito, porque era el novio de la dueña del lugar; pero lo hizo acompañado de un hombre y pidió que les abrieran porque se iban a tomar unos tragos, ese día sin saberlo, la vida de Pamela iba a cambiar para siempre. Cuando llegó febrero su familia regresó a Venezuela y pudo volver a vivir con diana, pero este hombre que conoció ya le había dicho que siguieran en contacto y dentro de 15 días la iba a llamar a ver qué hacían.

En ese momento Pamela tenía un aspecto de género fluido o no binario, porque a pesar de tener una identidad definida, aún no había realizado su tránsito. La historia de amor, sí así la podemos llamar, inicia gracias a un negocio que iba a hacer Nancy con Pamela, en el que las iban a tumbar coloquialmente hablando y Edgar fue su Salvador. “Yo por agradecimiento empecé a salir con él, pero sin embargo no me veía como mujer, sino como un niñito”.

Ya en ese punto era alguien muy afeminado, le gustaba mucho el maquillaje en especial las acuarelas, en casa de Diana tenía la libertad de poder hacerlo y podría usar la ropa de ella.

Poco tiempo después, Pamela se va a vivir con Edgar y este se encarga de mostrarle una vida de lujos a la que nunca había tenido acceso. Eran fanáticos de los cristales, de las obras de arte y cuando se fue a vivir con él, pudo cumplir su fantasía de tener todo este tipo de cosas, porcelanas y demás lujos. La casa era muy linda, muchos lujos y muebles con estanterías para todo tipo de electrodomésticos.

A pesar de que Edgar la apoyaba, ella se sentía incómoda porque era un hombre alcohólico y drogadicto, al que a pesar de tener mucho dinero y llenarla de lujos, realmente no amaba. En las tardes le gustaba reunirse con amigos a escuchar tango, jugar dominó y cartas, era un hombre posesivo y celoso, le imponía cómo vestir, cómo actuar y en ocasiones, llegó a maltratarla. Pamela cuenta que la mandaba a comprar whisky a San Andresito, pero que ella aprovechaba para comprar otras cosas que quería.

“Fue el primer hombre que me pegó, lo hizo porque una vez me mandó a comprar cosas para mí, por lo que aproveché y me compré maquillaje y cosas de mujer”, cuando se dio cuenta de esto le pegó y tuvo que regresar a vivir con Diana. Estando en casa de diana, Edgar fue a buscarla borracho para pedirle perdón y que regresara con él, con la condición de que dejara de usar cosas de mujer, lo cual nunca cumplió. Ella decidió volver con él, pero le advirtió que si le volvía a pegar se iba a ir para siempre.

"Me dijo que me vistiera, pero que no mariposeara tanto, yo era muy mariquita, a él eso no le gustaba”. Para él era un conflicto muy grande sentir cosas por Pamela, porque lo que él veía era un niño y no una niña, era muy “hombre” como para pasar por eso. Pamela ya tenía 14 años, duró más de un año a su lado y pasó por muchas cosas, quizás una de las más curiosas era cuando él trató de tener relaciones sexuales.

Para Pamela debe haber gusto físico y por cómo describe a Edgar, es obvio que este no era el caso, un hombre indio, de piel morena y regordete, con al menos 40 años, que para una chica de 14 no genera gran empatía, claro que para gustos los colores. Un día estaban acostados y la empezó a tocar, las cosas se calentaron y el hombre tuvo una erección, por lo que Pamela pudo ver su pene, “el chichi de él me pareció muy feo”, expresó, no falta añadir nada más.

Era duro tener relaciones con un hombre que no le gustaba y justo eso fue el detonante para que nuevamente le pegara. Él trataba de dejar a un lado sus problemas internos, el hecho de no poder expresar que le gustaba Pamela más allá de sus propios instintos y el negarse a sentir atracción por algo que no le parecía natural.

Poco tiempo después, casi a punto de cumplir los 15 años, Edgar debe dejar el país y huir.

Era un hombre envuelto en negocios de dudosa procedencia, que hacía varios años había participado en un robo a Celia Cruz en México, por lo que tenía dinero a raíz de este cuantioso delito, además de inversiones en diamantes. “A él lo empezaron a buscar, le tocó volarse y me dejó con mucho dinero y cosas de valor, no tenía ni 15 años” nos cuenta Pamela, quien a raíz de esta primera relación, se vio envuelta en una serie de problemas que atentaron su vida.

Cuando él se va, Pamela empieza a encontrar abrigo en una de las exsocias de su amado, llamada Leila. Ella le dice que los hombres la desean, que la miran con morbo y que siempre asegure bien la puerta, porque si la dejaba sin seguro, se podía meter alguno de los tipos del centro y querer sobrepasarse. El centro, ese lugar donde Pamela vivió tantas cosas, donde terminó trabajando y construyendo parte de su vida.

3 El centro

Todos usamos el centro de la ciudad para cosas distintas, algunos están acostumbrados a hacer ciertas compras en él y otros pasan ocasionalmente sin darse cuenta de las dinámicas sociales que por muchísimos años, Cali ha construido. Eran los primeros años de la década de los ochentas y la ciudad experimentaba nuevos ritmos musicales y expresiones artísticas, la década de los grandes peinados, el tinte en el cabello y la extravagancia de los colores.

Estando en Petecuy, en el Edificio Santa Librada, Pamela conoce a La Hernandina, Un transformista que se dedica a la peluquería y el maquillaje, quien le enseña por primera vez a cortar cabello y todo lo referente al mundo de ser un estilista. Ella ya había comprado unas tijeras e implementos de peluquería, para poder dedicarse a esto como medio de sustento e incluso llegar algún día a tener su propio salón.

Ella se levantaba temprano en la mañana y maquillaba a su amigo, pues en ese momento su fuerte era el maquillaje, algo que había perfeccionado durante mucho tiempo. En esos años en el centro, era poco usual ver a mujeres travestis, transexuales y transformistas, lo que significaba toda una novedad y algo exótico.

“Hernandina, Cassandra “La Tuto” y yo éramos las únicas mujeres trans en el centro, entonces para la gente era todo un espectáculo”, quizás Pamela lo ve con esos ojos, pero para muchas personas, conocer mujeres trans era sinónimo de rechazo, de algo por encima de sus creencias religiosas, una desconstrucción de la sociedad.

En este tiempo, Pamela se va a vivir nuevamente con su amiga Diana, todo iba bien y se sentía bastante acogida, pero el problema de haberse metido con Edgar llegó tiempo después. "Llegaron unos

hombres en un carro preguntando por El Loco, me pegaron y me dieron con la cacha de un revólver en la boca, me reventaron toda”, es lo que recuerda de ese fatídico encuentro, en donde fueron a cobrar favores, personas con las que ella jamás tuvo nada que ver, pero que, en cierta medida, creían que por medio de ella le causaban dolor al hombre que la “amaba”.

A los 15 años vivía con algunas de sus amigas en el Barrio La Rivera de la ciudad de Cali, en ese momento trabajaba en una peluquería del Barrio Santa Elena, frente a la gallera Pico de oro.

Ella se dedicaba a todo el tema del estilismo, podía cortar cabello gracias a que Hernandina le había enseñado, pero el maquillaje si fue un arte que llevó durante su vida desde muy temprana edad. Se puede decir que el primer acercamiento que tiene Pamela a esto fue con tan solo 7 años, mucho antes de trabajar en el mundo de la belleza, pues usaba los productos de su hermana, mientras ella no estaba en casa.

Un tiempo después, esta peluquería en la que estaba trabajando se convierte en suya, fue quizás uno de los momentos más estables para ella, puesto que por el momento llevaba un buen rumbo y sentía que su vida, por lo menos parcialmente, estaba retornando a un estado de paz. Sin embargo, hay un suceso que la marca de por vida y que ella misma nos contó con gran tristeza, pues dejó en entredicho los traumas que conlleva haber pasado por tanto en la vida.

Escuchar a alguien hablar sobre algo que le pasó es una tarea muy dura para un cronista, o para cualquiera que realice el proceso de llevar a cabo una entrevista, pues en ciertos momentos se toca la piel del otro, no físicamente, pero si en el alma, se transporta a momentos tristes que bajo nuestra lupa se pudieron evitar si algunas injusticias no existieran.

4 El accidente

Pamela no se considera una drogadicta, pero si admite que es consumidora únicamente de marihuana, la cual desde hace muchos años le ayuda en varios niveles de su vida. Cuanto tenía 19 años aproximadamente, ya se había constituido como la dueña de un salón, tenía su propia moto e independencia económica, también a raíz del dinero que le dejó Edgar.

Una vez, que iba camino a encontrarse con el hombre que le vendía su dosis de marihuana y a realizar unas diligencias, tuvo un accidente traumático. Iba en moto y por esquivar a dos hombres que trataron de asaltarla, se chocó con un "jeepeto" y cayó sobre un montón de pintura, quedando en ese momento totalmente fuera de sí misma. Ella relata que este momento la marcó profundamente, no solo físicamente, sino también en su relación con cómo concibe su cuerpo y la devolvió a los problemas de la infancia con su familia.

Pamela fue llevada de inmediato al Hospital Departamental, en donde estuvo mes y medio en cuidados intensivos. Tuvo una fractura múltiple de radio y le pusieron clavos o demás elementos que le ayudarían a la fijación del hueso, pero luego de esto el brazo no se movía, se puso flaco y negro, como si la extremidad ya hubiese muerto por completo.

Los hermanos Gerstner, que según Pamela eran unos afamados cirujanos de la época, habían sido traídos desde Alemania a hacer prácticas en el hospital de Cali. Uno de ellos, le comentó que este mismo caso lo había tratado en una basquetbolista alemana, que se trataba de una lesión en el plexo braquial anterior total, que debían reconstruir todos los nervios de esta área, pero que era muy demorado e implicaba muchas cirugías.

Durante su estadía en este lugar, su amiga Diana tuvo que contactar a sus familiares, para poder firmar la documentación respectiva antes de las cirugías. “Mis hermanos me despreciaron, mi hermana Pura de Venezuela me vio de mujer y me despreció, ella tenía mucho dinero; me dijo que me muriera, que no quería saber nada de mí, cuando entró y me vio en la camilla con el cabello largo”. Pamela rememoró esos momentos en la casa paterna cuando la hacían a un lado, cuando la despreciaban y la maltrataban.

El dolor físico no se comparaba con el dolor que en ese momento sentía su corazón, no le quedaban muchos ánimos para luchar por su brazo y los doctores lo notaron, sabían que a raíz de esto ella debía ser evaluada por un psicólogo. La Dra. Gloria de Gálvez la evalúa respecto al tema y no halla mayores inconvenientes, pero Pamela constantemente le repite que tiene un “problema”, que todo el tiempo habla de ello, realmente sin contar a cabalidad de qué se trata.

Esta doctora se cansa de oír lo mismo todo el tiempo y la confronta, le pregunta de qué problema habla, que ella se ve normal, que lo único que tiene es problemas físicos relacionados con su accidente.

Hasta ese punto, todos los doctores, enfermeras y especialistas en salud, habían pasado por alto este problema, todos sabían que Pamela era una mujer, pero no tenían idea de qué tipo de mujer, no conocían su pasado y mucho menos iban a saber afrontar la verdad. “Doctora es que tengo chichí”, fue lo que le pronunció a la psicóloga, que con total asombro empezó a rebuscar entre los documentos de su paciente solo para darse cuenta de que estaba registrada con la cédula errónea y que nadie hasta el momento se había enterado.

“Ella me decía que yo era homosexual, porque sentía algo por alguien de mí mismo sexo, yo en medio de mi nerviosismo le dije que había tenido un accidente y no había nacido con vagina.

Fue y me trajo al psiquiatra y él dijo que yo no era homosexual, sino transexual, que había nacido en un cuerpo ajeno”. ¿Un cuerpo ajeno? O quizás quiso decir, que Pamela había nacido en el cuerpo equivocado, que su esencia, que su mente y su corazón eran los de una mujer. Luego de este primer acercamiento, empezó un camino largo por la lucha de encontrar cambiar lo que

por muchos años le generó rechazo. Pamela nos habla de una mafia en las cirugías de reasignación, de un trato muy frío, de un montón de imposiciones que te hacen cuando quieres cambiarte el sexo genitalmente hablando.

Este psiquiatra empezó a tratar el caso de Pamela, estaba entre el tema de su reasignación y la recuperación de su accidente, pero las heridas abiertas eran en verdad las de su corazón. A pesar de ser una mujer fuerte, alta y con una gran presencia, uno la ve a los ojos y siente que le duele algo, que está vacía aún y que los años aún no se encargan de sanarla del desprecio y maltrato que recibió.

El tratamiento previo a la cirugía duró 8 años, y cuando por fin se iba a llevar a cabo el hospital le puso una condición más, debía visitar al doctor Fernando del Corral, quien debía aprobar este procedimiento. Ella afirma que jamás le avisaron de esto, que su cirugía dependiera de este hombre y que cada vez el sueño se iba desvaneciendo, pues era de conocimiento general que este solo operaba en Medellín, donde no tenía ni un conocido que la cuidara en su posoperatorio. Peor aún, el doctor Fernando había insinuado que Pamela era una mujer problemática y prefería no tener que ver mucho con ella, a pesar de siempre haberlo tratado con respeto.

Cuando el HUV accedió a realizar la cirugía, Pamela debía de esperar seis meses porque no había camas disponibles. En ese tiempo de espera conoció a un hombre que más que felicidad, le causó dolores de cabeza. Empezaron una relación y aplazó la cirugía (que actualmente sigue sin realizarse) pues había decidido lograr su cuerpo soñado a través de cuidados en la alimentación y en el gimnasio. Con esta pareja duró 11 años hasta que se dio cuenta de un secreto que la indignó mucho.

Casi 10 años después de empezar su relación, Pamela se enteró de que su novio tenía otra mujer, que estos dos se habían casado ante sus narices solo por intereses económicos. Lo confrontó, le dijo que ella era mucha mujer como para ser la amante de alguien y que se largara de su casa, aunque durante un tiempo tuvo que seguir recibiendo su ayuda económica ya que se encontraba sin muchos recursos. La otra mujer de este hombre la buscó, armó un escándalo frente a su casa y amenazó con matarla, tuvo incluso que llamar a las autoridades y llevar un proceso legal para quitársela de encima; Pamela afirma que era una mujer muy fea, que la única razón para estar con ella era su dinero.

Una vez más, Pamela debía decirle adiós a un amor, esta vez al más tóxico de todos. En ese punto de su vida, ya había entrado en la década de los 90’s y un suceso que marcó la historia del país, iba a darle una nueva felicidad.

5 La tutela, las calles...

El año 1991 significó un paso histórico enorme para el país, quizás en la época de una de las crisis de seguridad más grandes.

La nueva Constitución instauró un recurso legal llamado acción de tutela, con el cual se puede proceder contra violaciones a derechos fundamentales. Ustedes dirán que esto que tiene que ver con Pamela, pero está más relacionado de lo que parece. ¿Qué es quizás lo que más nos identifica ante los demás?

Nuestro nombre, el que nuestros padres decidieron ponernos, el cual muchas veces nos fastidia y que fácilmente puede cambiarse.

Pero esperen, para Pamela no era tan fácil, porque en su documento seguía aún con su viejo nombre, uno con el que nunca se identificó. Pamela vio la tutela como el método para luchar por su derecho al libre desarrollo de su personalidad.

La Notaría Tercera del Círculo de Cali fue el primer lugar al que acudió, pero fue rechazada su petición, hubo momentos en los que incluso vio esto como un acto discriminatorio. Los jueces muchas veces le decían que, siendo un hombre, no tendría por qué tener nombre de mujer. Pamela no quería rendirse y darles la razón, por lo que en su camino tuvo que apelar ante el Juzgado Primero Municipal de Cali.

Nuevamente, a pesar de sus argumentos, el juez le niega la solicitud y debe seguir su camino. Esta vez, Pamela quería defender el derecho a su identidad personal, por lo que no se quedó de brazos cruzados. Para ese momento, los medios tenían conocimiento de que por primera vez una mujer transexual iba a realizar este cambio de nombre en sus documentos de identidad, por lo que siguieron el caso.

La tercera instancia, fue el Juzgado Tercero Civil del Circuito de Cali, el cual dio validez a su petición y aprobó que en 48 horas el notario debía cambiar el nombre en su registro y demás documentación. Todo este tema legal se resolvió, debido a que no se puede negar a un ciudadano el libre desarrollo de la personalidad por ser un derecho fundamental y a que, además, a pesar de no ser un nombre de uso común, todo ciudadano puede cambiar este dato en sus documentos.

Pamela había ganado esta batalla, era oficialmente la mujer que quería, físicamente y ahora también en su nombre. Sin embargo, la fama alrededor de su caso no le dio de comer, tenía más necesidades. Eran ya mediados de los años 90’s, Pamela iba construyendo cada año la imagen que quería, pero sin exageraciones, porque nunca le gustó ser voluptuosa.

Nuestro destino es trazado por lo que va pasando en nuestras vidas, las puertas que nos abrimos, las oportunidades que nos dan los demás, la forma en que nos vemos e incluso la seguridad que imprimimos en lo que hacemos. Pamela ya había pasado por muchos cambios, incluso en su documento podía presumir de llevar su nombre verdadero, el que en su corazón siempre tuvo; pero económicamente aún tenía carencias para llenar.

Es usual que encasillemos a las mujeres trans en roles como trabajadoras sexuales o peluqueras, la sociedad nos ha llevado a eso, haciéndonos creer que es lo único para lo que son buenas; sin embargo, estos roles no se los han impuesto ellas mismas, sino la sociedad que las estigmatiza y que por ende, no les brinda la oportunidad de entrar en otras labores de la vida en sociedad, vale la pena resaltar que una mujer transexual o transgénero, tiene las mismas capacidades que cualquier persona.

Corría el año 1998, Pamela ya tenía 34 años, había pasado por duros golpes, que la hicieron una mujer de temple, de temperamento fuerte, pero al mismo tiempo una mujer con muchos vacíos, de cariño y afecto. Hasta ese momento había experimentado varias relaciones de pareja, hombres que incluso llegaron a agredirla, la engañaron y significaron mucho dolor en su vida, ya llevaba 11 años con uno de ellos y el rompimiento bajo su lupa, “no fue nada gracioso”, porque la afectó sentimental y económicamente. Pamela conoció a Melisa Andrea Meneses “La

Candela”, una mujer trans con la que salió por primera vez a la calle y experimentó este mundo, al cual ha pertenecido por mucho tiempo, pero que en aquel entonces le significaba unas cuantiosas sumas de dinero, que le generaban una vida digna. El ser trabajadora sexual nunca la hizo rica, el mantenimiento para estar en las calles es mucho, las joyas, los atuendos, los productos de belleza, son algunas de las cosas en las que más gastaba dinero, porque además siempre fue una mujer vanidosa.

Pamela ha estado en las calles por más de 20 años, quizás actualmente no debe ejercer este oficio, pero son muchas las anécdotas alrededor de esto. Fue agredida físicamente, fue extorsionada y además obligada a hacer muchas cosas. En esa época los hombres sentían mucha atracción y fetiche por el pene de las mujeres trans, porque para ellos era algo innovador, entonces usualmente les gustaba ser penetrados; para ella fue un reto, porque nunca quiso usar su miembro para satisfacer a nadie, sentía mucho rechazo por él.

6 Sus últimos años

Pamela nos recibió en su modesta casa del centro, fue muy amable, Quisimos hacer un diálogo cordial con ella y así pasó, una mujer sin tapujos, que siempre nos mostró una realidad de la que quizás no éramos tan conscientes con respecto a las mujeres transexuales en Cali. Pamela no tiene miedo en decir lo que piensa, quizás uno de los atributos que más resalta de sí misma es su seguridad, la capacidad de lucha que ha tenido siempre y que la vida además le ha otorgado, pero sobre todo la forma en que afronta sus adversidades.

En su casa resalta mucho un gran adorno lleno de plumas, sus accesorios de peluquería, a donde suele atender a clientes de todo tipo y qué le ha servido como parte de su estilo de vida en estos últimos años. El padre de Pamela murió hace 7 años en Venezuela, pero realmente lo que más sorprende, es que siente que en verdad no le dolió tanto como pensó que iba a pasar, sería irreprochable su actitud, porque su papá nunca la aceptó y claramente esto no causa ningún cariño hacia él.

“No me gusta vestir a la moda, porque la moda se la pone todo el mundo, me encanta llamar la atención en la calle, mentalmente me considero muy segura”. es una mujer impactante a la vista, muy alta y delgada, a la que le gusta estar siempre de punta en blanco, mucho más cuando son entrevistas. A primera vista puede resultar intimidante verla, pero luego de un rato me di cuenta de que en su mirada, además de reflejar mucho dolor, también refleja una simpatía y encanto impactante qué hace que sus vecinos alrededor la quieran y la aprecien, más allá de simples etiquetas.

Es curioso como subestima su trabajo de activismo, pues ha sido la imagen de la mujer trans caleña durante muchos años, un icono en esta comunidad, que no ha temido alzar la voz por sus propios derechos y por los de las demás. No es creída, pero en su mundo, en su propia mente, se siente la protagonista de una historia a la que le faltan muchas páginas por contar. Ha regalado condones a mujeres cisgéneros y transgénero durante varios años, en la lucha por el VIH, tratando de que la gente sea más consciente de una sexualidad sana.

Pamela es fuerza, es ímpetu y que hayan leído su historia nos ayuda a estar un paso más cerca de la aceptación por las mujeres como ella, que más allá de su identidad de género, guardan muchas historias.

“Cada mujer trans es una historia distinta, yo les voy a contar la mía” Pamela Montaño, 2020.

Crónicas de Pamela Montaño 2020

Redactado y diagramado por: Sara Cadavid Hoyos Juan Diego Caicedo Holguín Violeta Mayorga Ramírez