Introducción
En lo más alto de la cordillera que corresponde a Balandú hay un páramo de vegetación escasa y extraña. Enormes piedras soltadas por una explosión –que destruyó el mismo volcán que la produjo– ayudan a esta imagen de abrupta soledad y apretado abandono. Las plantas crecen hechas al viento frío y a la sequedad: su aire conciso, su viento de cristal, su hielo seco, han propiciado aquella persistencia heroica de la vida en un medio negado al crecimiento. Según recordaba, en aquellos sitios se había detenido el tiempo: un tiempo lleno de paciencia, dislocado en remolinos que fatigaban la niebla. El páramo era el eco de un estado de alma, todo se concentraba para la necesidad del regreso, para otra fuga de la fuga, cuando también es regreso la recuperación del sueño o de la pesadilla. La so ledad era una protesta desgarrada por inútil, latente en la búsqueda de más fuertes raíces, donde la sangre circula en la vanidad del mito. El pueblo también dejaba la impresión de un cansancio en madera y piedra, un arrepentimiento del esfuerzo in concluso; o de tocar el límite como si a sus fundadores les hubiera agarrado temor de llegar al páramo y a su leyenda,
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