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Enfoque

LAS COSAS INEVITABLES

POR TOM GROVE

Es el momento del año en el que se nos recuerdan las dos cosas en la vida que no podemos evitar. Resulta interesante que, en el 2019, los recordatorios ocurren con menos de una semana de diferencia. El día 15 de abril, nos enfrentamos a la realidad de que no podemos evitar los impuestos (supongo que podrías hacerlo si te gusta usar trajes de color naranja). Enviamos formularios y nuestro dinero a la agencia gubernamental sin rostro conocida por sus siglas: IRS. Cumplimos nuestra responsabilidad y, por otro año, no pensamos mucho en este compromiso anual.

Luego, sólo seis días después, nos encontramos frente a frente con otra realidad inevitable. Este recordatorio no adopta la forma de un formulario gubernamental 1040, sino de una tumba. Sirve como un duro recordatorio de que la muerte está en el futuro de todos. Nadie puede evitarla. Lamentablemente, tales recordatorios de este hecho inevitable surgen no solo durante Semana Santa, sino también varias veces a lo largo del resto del año. Puede surgir en

el consultorio de un médico cuando se da un diagnóstico, en el lecho cuando se da el último suspiro, y en una funeraria o cementerio cuando se despide a los seres queridos. A veces, lo vemos muy lejana, y otras veces llega de forma inesperada. Aun así, tarde o temprano hará su aparición. Sin embargo, la tumba que contemplamos durante la Semana Santa es diferente a cualquier otra en el mundo. Es una tumba que está vacía porque quien la usó por un corto tiempo, venció la muerte.

Al estar ante otra tumba, las palabras dichas por Jesús en Juan 11 dan a los creyentes en todas partes esperanza más allá de la muerte. Él dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” Esta es la promesa a la que cada creyente puede aferrarse mientras está ante la tumba de un ser querido. Esta es la promesa que tiene cada creyente mientras se mira en el espejo y recuerda que, aunque la muerte es inevitable, no es el final.

Me enfrenté a esta realidad el verano pasado cuando mi familia y yo viajamos a Pensilvania para asistir al funeral de mi padrastro. Mientras estoy de pie ante el féretro que contiene el cuerpo del hombre que ayudó a criarme, esas palabras que Jesús declaró hace casi 2,000 años: “Yo soy la resurrección y la vida”, me consolaron. Como pastor, había leído esas palabras incontables veces en funerales, pero en ese momento se volvieron más reales que nunca. Tuve la promesa de que no era un “adiós para siempre”, sino un “hasta luego”.

Y así, mientras nos enfrentamos una vez más con los recordatorios que no podemos evitar, la muerte y los impuestos, nuestra esperanza eterna se halla en quien es la resurrección y la vida.