Tangente 21.3, febrero 2010

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Año 2, N° 21, FEBRERO 2010, Magazine DE distribución gratuita,

México

21 Coyote

Fotografía “Skyline” por Geishaboy500 bajo licencia de CC en Flickr.

Hombre primitivo moderno


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21 Coyote

Hombre primitivo moderno > Pedro Trinidad by Pedro Trinidad

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omo ánima en pena, engarzado cual zopilote en la rama del encino chaparro, con el 22 atravesado en el regazo, espera el paso del coyote. Revira por encima de su hombro por enésima vez, pues no lo deja estar el temor de que regrese el Chofer. --Maldito animal—masculla. Su canijo perro lo siguió desde la ranchería hasta donde está ahora, cuando se subió al árbol lo vio husmeando por ahí y lo corrió a pedradas, pero quién sabe si se iría. El sitio es inmejorable para la emboscada, en medio de la maleza del cerro El Chocolate, bajo los encinos enormes entre los que precisamente por eso se nota más uno chaparro de no más de tres metros de alto, al lado del cual está el claro en el bosque por el que, luego de hurgarlo varios días, supo que pasa el coyote, el único animal del monte al cual nunca ha podido matar. Vive obsesionado con él. Desde luego, por 20 Coyote, Ocoñaña, el rey mixteco, coterráneo de 8 Venado, Garra de Tigre –y no de jaguar, como ahora quieren los snobs, porque de ése no hay por el rumbo, acaso más bien de ocelote u ocelotl, un gato muy similar al actual tigrillo--, quien, ya como guerrero mítico, supo que vendrían los españoles y resguardó las riquezas, cubrió con tierra los palacios, enterró los tesoros en cuevas y él mismo se escondió como espíritu en el monte para que no lo encontraran los conquistadores. Luego protegió todo con sortilegios y conjuros. ¿Si no, por qué al mismísimo Alfonso Caso se le esfumó de las manos el “pavo real de oro” de Cerro Negro, Tilantongo cuando ya se lo llevaba a Monte Albán, durante aquella expedición de 193638? –aunque, bueno, los tiempos cambian y cuentan que un tal por cual, arqueólogo de fama, usó una artimaña científica a fin de contrarrestar la magia y logró sustraer una estela: la pidió prestada para su estudio con la promesa de regresarla, pero nunca lo hizo--; ¿o por qué nadie que no quiera vender su alma al diablo encuentra el oro enterrado en la Cueva del Angelito

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o Colorada o tantos otros sitios? –-salvo, claro, los extranjeros que nunca faltan en la zona con sus detectores de metales y hurgan y saquean en La Muralla o en Mitlatongo--, ¿o por qué nadie ha “descubierto” a Ocoñaña y su misterio sigue resguardado en la memoria mixteca antigua? –incluso, el rescate de otros personajes maravillosos, como el mencionado 8 Venado y 6 Mono, Blusa de Guerra, se encuentra por ahí, perdido en los estantes de alguna biblioteca del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), inaccesible a las masas. Ésas y otras historias de tradición oral –no así las de chismografía periodística, que por eso van entre guiones-- cuenta Pedro Trinidad parado en la cúspide de medio cerro, precisamente en el punto donde ocurrió su hazaña con el coyote. Mixteco de nacimiento y de morimiento, vestido así, de huarache y sombrero, pero a la vez de ropa vieja y sucia de ciudad, padre de hijos inmigrantes en Iztapalapa, Distrito Federal, o Los Ángeles, Estados Unidos, siempre despreció la vida urbana, nada sabe ni sabrá de posmodernidad ni de tecnología ni de globalización, lo suyo es el monte, su verdadera casa, ni siquiera su ranchería Morelos, antes La Ordeña, ni el jacal de adobe y palma donde lo llora su mujer, vieja y sola igual que él. --Bueno, y qué pasó con el coyote... Revira una vez más, y cuando regresa la vista el coyote ya está ahí, lo toma desprevenido, queda frío, sólo viendo cómo va atravesando el claro… --Maldito perro... De repente, el coyote se detiene, otea al viento, luego baja el hocico, husmea entre la hojarasca, da tres vueltas y se pone a cagar ahí donde meo el Chofer. --Pero qué pendejo animal… Queda frente a él, apunta en medio de sus dos ojos, sólo ve su vista “enturbiadita porque está cagando sabroso”, dispara, la bala entra limpia en su frente y el animal cae cual largo es, pesado como el muerto. --Desde entonces siento que soy 21 Coyote—exclama, luego Pedro Trinidad ríe alegremente y se alza su marracito de medio litro de aguardiente.


Fotografía “Catching light”” por Geishaboy500 bajo licencia de CC en Flickr.

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