Caribe primera edicion de agosto

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n grupo de vecinos de todas las edades se reúne cada jueves al atardecer al pie de la muralla del Viejo San Juan. La escena es de lo más costumbrista: cantan y bailan en corro al son de varios «cuatro», la guitarra tradicional puertorriqueña, mientras que el sol se esconde regalando un atardecer melancólico. Al caer la noche, la gente se agrupa en torno a las viandas que cada cual ha traído de su casa y el viajero es recibido como uno más. Hace calor en esta noche veraniega y los cuerpos sudorosos delatan ya las muchas horas de fiesta, que se prolongará hasta bien entrada la madrugada sin que nadie les demande por exceso de ruido. Su extremo más oriental guarda la única selva tropical de Estados Unidos, al margen de Hawai Así es Puerto Rico: puro Caribe, aunque nominalmente se declare Estado Asociado de los Estados Unidos. El viajero hispano que se sumerja una noche de sábado por las calles del distrito histórico de San Juan, capital de la isla y una de las ciudades coloniales más hermosas de América, sentirá que está en territorio cercano, amigo. Hay buganvillas y palmeras, agradables vías peatonales a las que se asoman balcones llenos de flores, casas de planta baja de colores alegres y chillones, mucha gente por la calle, restaurantes que no cierran en toda la noche, parejas que se dan arrumacos en el malecón que rodea la muralla y música de salsa y de bomba, el son puertorriqueño por excelencia. El Viejo San Juan también ofrece mucha vida durante la mañana. A primera hora, las coloridas fachadas de la calle del Cristo o la de San Sebastián asisten a un intenso ir y venir de gente, un mare-

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Arecibo El entorno de esta ciudad del norte lo componen amplios valles y montes horadados por grutas, algunas de fácil acceso. En la imagen, la Cueva Ventana. mágnum humano que se pierde entre el trazado de vías rectilíneas que construyeron los españoles hace ya más de 500 años. La plaza de San José está engalanada con la estatua de Juan Ponce de León (1474-1521), el conquistador que fue primer gobernador de Puerto Rico. Un poco más allá se vislumbra el castillo de San Felipe del Morro, un fuerte del siglo XVI más conocido como «el Morro» por su aspecto de inexpugnable mole encarada al mar. Con 161 kilómetros de largo por 51 de ancho, la isla de Puerto Rico es todavía una enorme reserva natural. Una cordillera atraviesa su interior longitudinalmente y en su extremo más oriental guarda la única selva tropical de Estados Unidos, al margen de Hawai: el bosque lluvioso de El Yunque, reliquia de la cubierta vegetal húmeda que un día cubrió la cuenca caribeña. Gracias a los 3.400 litros de lluvia que recibe al año, en El Yunque conviven más de 240 especies de árboles y otras tantas de insectos, aves y reptiles –como la rana arborícola coquis– esparcidos a lo largo de más de mil metros de desnivel, en los que es posible diferenciar hasta cuatro biotopos. Varios se observan durante la ruta de 45 minutos a pie hasta el torreón del monte Britton (941 m), envuelto a menudo por la niebla. A 120 kilómetros de San Juan por autopista, justo al otro lado de la isla, aparece Ponce, la perla de la costa sur. Una ciudad señorial donde el neoclasicismo redibujó la urbe colonial; y ahí están la catedral de Guadalupe, el teatro La Perla y la Alcaldía para atestiguarlo. La época más vibrante del año acontece en carnaval (febrero), uno de los más famosos del Caribe y también de los más antiguos, de 1858. La figura central de las fiestas son los «vejigantes»: danzarines que usan una vejiga de vaca seca e inflada


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