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Brujas, Bélgica.
por Heydi Heredia Hagar @heydiherediahagar
Durante el verano de 1997 mis abuelos tomaron un tour de dos meses por todas las grandes ciudades de Europa. Yo tenía apenas 12 años, pero recuerdo, a su regreso, haberme sentado horas con mi abuela Chata, apreciando los cientos de fotos que tomaron y escuchando todas las anécdotas maravillosas que ese viaje les dejó. Los detalles de sus historias fueron extraordinarios, ya que todo quedó registrado en el diario que mi abuela llena todas las noches desde que era una niña.
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Al final de su relato, hice una simple pregunta, ¿Cuál fue tu lugar favorito? a lo que ella respondió sin dudar, “¡Brujas! Es el lugar más lindo que he visto, es como estar dentro de un cuento de hadas”.
Desde entonces, yo sabía que tarde o temprano tenía que ir a ese lugar mágico del que Chata me contó. Diecinueve años después, en la primavera del 2016, como parte de mi propio tour europeo tuve la oportunidad de visitarla por primera vez.
Destino
Apenas una hora a las afueras de Bruselas, se encuentra Brujas, Bélgica. La ciudad gótica mejor conservada de todo Europa, y uno de los sitios más hermosos que he visitado en mi vida. Mi abuela tenía razón, esta pequeña ciudad que puedes recorrer a pie en un solo día si quisieras, tiene una magia difícil de describir.

El centro histórico de la ciudad es casi un círculo perfecto rodeado de un canal, sus cuatro puntos cardinales están resguardados con cuatro puertas que solían ser las entradas a la ciudad cuando estaba amurallada. Calles adoquinadas, la arquitectura tan particular de la región, las torres de las Iglesias centenarias y el majestuoso reloj de la torre principal hacen sentir que has regresado en el tiempo un par de siglos. Sinuosas enredaderas cubren fachadas enteras y decenas de pequeños puentes de piedra y elaborada herrería te transportan sobre los canales que zigzaguean orgánicamente entre los edificios de piedra y ladrillo. Y cuando menos te lo esperas, en algún recoveco entre dos edificios encuentras la entrada a uno de los muchos jardines “secretos”, llenos de árboles y flores silvestres.
Me hospedé en el B&B Fort Lapin #25, un bed and breakfast donde cada recámara está diseñada y decorada con gusto exquisito por sus dueños, una pareja que dirige una firma de arquitectura y diseño de interiores, así que se podrán imaginar la atención al detalle de cada rincón del lugar. Por las mañanas, nos consintieron con uno de los desayunos más deliciosos que he comido, y la atención es inmejorable. Su ubicación es también excelente, pues se encuentra en el banco Norte del canal, y todas las atracciones se encuentran a una corta caminata de distancia.
Mi primera tarde, y por recomendación de mi anfitriona, recorrí el banco del lado Este del canal, ahí se encuentran una serie de molinos tradicionales de la región, cada uno es diferente y tiene personalidad propia, y están rodeados de jardines y parques, por lo que el trayecto es muy bonito. Lo primero que llamó mi atención es la paz y tranquilidad que se respira por doquier, a pesar de ser un sitio con gran afluencia de turistas, no se escucha el bullicio del tráfico (el centro histórico de la ciudad es mayormente peatonal), los locales se trasladan en bicis o scooters, y solo se escucha de repente el zumbido de los botes en el agua.

Tampoco se sienten las multitudes, me dio la impresión de que todos los que llegamos adoptamos automáticamente una actitud relajada y de aprecio por el entorno. Hay mucho que admirar, los balcones con coloridas macetas, las puertas de diferentes colores, la pulcritud de sus calles, todo es tan perfecto que parece un pabellón en un parque de diversiones, cuesta trabajo creer que la gente vive su día a día en un sitio tan idílico.
Si bien los belgas han hecho un excelente trabajo en mantener la arquitectura gótica de todos sus edificios en excelente estado, me encantó descubrir que Brujas es una capital del diseño. Pareciera que el reto de mantener la uniformidad de los exteriores ha inspirado a sus habitantes a explorar su creatividad en los interiores, la atención al detalle y la originalidad con la que aprovechan las reducidas dimensiones de los espacios es refrescante y denota el nivel de sofisticación de los habitantes de esta pequeña ciudad.
En la plaza principal se encuentra la famosa Torre del Reloj, su peculiar forma hexagonal es inconfundible, y es el punto de referencia por excelencia, pues se aprecia desde casi cualquier parte de la ciudad. Justo en frente está el famoso Markt, no hay manera de no verlo, una serie de fachadas multicolores con toldos verdes que albergan cafés, restaurantes y hoteles.
Los belgas son famosos por dos cosas: el chocolate y los encajes, de modo que hay calles enteras dedicadas a estas artes. Quedé embelesada con una abuelita sentada tejiendo intrincados diseños en el más fino de los encajes, y pasé horas eligiendo souvenirs para traer a casa, es difícil escoger entre tanta belleza.
Pero nada como la gloria de recorrer las decenas de chocolaterías especializadas, donde un sin número de aromas y formas te incitan a probar las más finas y deliciosas creaciones artesanales. Tampoco podía dejar de probar el más perfecto de los waffles con fresas frescas, bananas y jarabe de chocolate amargo, porque en las vacaciones no se hace dieta.
En fin, Brujas es un lugar inolvidable, superó todas mis expectativas, y en un fin de semana hizo que me enamorara de ella. Tiene el encanto de Amsterdam, el romanticismo de Venecia, la sofisticación de París y la capacidad de transportarte en el tiempo que tiene Escocia. Cuando regresé a casa y la gente me preguntó,
—¿Cuál fue tu lugar favorito? Pude, sin lugar a dudas, contestar:
—¡Brujas!