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El Valiente Vive, Hasta que el Cobarde Quiere

Por Marcela Toledo

La violencia no tiene fronteras. No respeta edades, sexo ni posiciones de poder. Es lo mismo en países tanto de primer como de tercer mundo. Especialmente contra las mujeres. Y más común es la que proviene de las manos o acciones de aquel que ante Dios o ante la ley juró protegernos. Porque, honestamente, ¿quién no ha recibido abuso físico, emocional, moral, financiero y de muchas otras formas más de su pareja?

Yo crecí con ella. Desde pequeñita mi madre me dijo: “Si tú les dices algo a tus hermanos, ellos te van a pegar”. Lo soporté. Pero a los 12 años me defendí del menos perrucho con unas tijeras y un par de patadas voladoras, pues me había enrolado en Guardias de México, y aprendía karate y el salto de tigre en el atrio de la iglesia de Azcapotzalco, en la Ciudad de México.

Pero al otro, al primogénito, quien se convirtió en abogado, no. Tenía mirada de víbora, oscura y sin alma. Me dejaba sus dedos marcados en el rostro de la bofetada que me daba. Jamás lo confronté. Ni siquiera cuando cambió las cerraduras y se adueñó de mi casa amueblada con todo lo que yo había llevado de mis viajes a Chicago. Nos dejó, a mi hermana la mayor y a mí, con lo que teníamos puesto. Él y sus cuatro hijos e hijas se nos echaron encima; la mayor tenía 15 años. Y si no se hubiese interpuesto mi otra hermana, la mayor hubiera sido muerta a manos de mi hermano para apoderarse de lo que nunca trabajó.

Y hasta la fecha, los abogados que he contratado en la Ciudad de México se han apoderado de mi dinero sin ayudarme a recuperar las propiedades que heredé de mis padres. Esa es una realidad que no sólo yo, sino todos quienes venimos a tratar de progresar en este país o en cualquier otro, padecemos de la pérdida de nuestras propiedades a manos de nuestros familiares. Esperemos que la presidenta Claudia Sheinbaum atienda esa necesidad urgente.

Desde los 12 años crecí viendo a uno de mis hermanos arrastrar del cabello a su esposa. Desde la calle hasta la sala de su casa, y darle tantas palizas… Nunca lo quiso denunciar. Yo tampoco quise denunciar porque me daba vergüenza, pues ya publicaba notas con mi nombre, como periodista.

Tampoco denuncié cuando en Chicago, a los tres meses de casada, mi primer esposo llegó drogado, me golpeó, me pateó en el piso y me puso un cuchillo en el cuello. Desaparecí al día siguiente, cuando se fue a trabajar. Lo vi 10 años después para firmar el divorcio.

Creí haber encontrado al bueno, en California. Pero me salió el tiro allá con Miguel, como dice la canción de Antonio Aguilar. Era otro narcisista. Sólo que más educado. Y con mucho, pero mucho mundo. Éste arrojaba los objetos contra la pared, para asustarme. Hasta que un día llamé a la policía, y como todos los cobardes, corrió. Y no volvió a hacerlo. Pero después, cuando él manejaba y el carro estaba en movimiento en una avenida grande con tráfico rápido, me gritaba y golpeaba el volante. Me degradó tanto que me estaba orillando al suicidio.

Me alegra mucho que mi gran amiga Arumi – estudiamos juntas en la Carlos Septién y pasamos muchas aventuras juntas hace muchos lunas – haya denunciado y puesto a Mau, su pareja de cinco años, en la cárcel. Viven en Tequesquitengo, Morelos, México, donde ambos poseen un restaurante. El hombre, un alto ejecutivo de mercadeo y al parecer pionero del marketing digital en México, la golpeaba desde el primer día del año 2021. La violencia fue gradual. Primero la obligó a bajar de peso con ejercicio (bajó 20 kilos). Luego empezó a celar y a golpearla con cables y patearla, arrastrarla del cabello, romper sus cosas y hasta arrastrar del cabello y golpear a la hija de mi amiga, quien tiene 17 años. Y eso que Aru siempre ha sido independiente y le daba la parte financiera de sus gastos. Aru dice que el Mau se ponía violento cuando mezclaba mezcal con Éxtasis. El colmo fue que le apagó un cigarrillo en el cuello, cuando cenaban con una pareja de amigos en su restaurante, y como ella trató de ignorarlo, la atacó con un cuchillo. Entre el mesero y bartender lograron detenerlo antes de que lograse hacerle cortes más profundos. Hasta la fecha, el hombre la sigue amenazando desde la cárcel. Aru está bajo terapia siquiátrica y sicológica por el trauma múltiple. La comprendo y celebro que lo haya denunciado.

Gracias a Dios y a que empecé con terapia desde 1995, y he trabajado más arduamente que nunca para sanarme de las cicatrices que la violencia de quienes amé, familiares y parejas, me dejaron en el cuerpo, en la mente y en el corazón – dos retiros largos de ayahuasca en la selva amazónica del Perú; cinco semanas de retiro ayurvédico en la India; cuatro años de terapia de Desensibilización y Reprocesamiento a través de los Movimientos Oculares; un año de sesiones semanales de esquetaminas; dos retiros de seis días de silencio; escuchar La Biblia dos veces al día y seguir los Mandamientos. Además de hacer mi trabajo como codependiente y coleccionar casi 200 audiolibros sobre trauma y autosuperación – he escuchado el 90 por ciento –, usado la terapia de color, aromática, de frecuencias, entre otros.

El abuso no tiene fronteras. Es generacional. Se crea en la casa. Y por mucho tiempo se quedó ahí. Gracias por hablar, amiga. Así hablé yo cuando mi médico familiar me abusó sexualmente en el consultorio, en Berwyn, Illinois, en el 2007. Eso lo trataré en otro artículo, porque después de que denuncié y salió a la luz pública, más de 50 mujeres denunciaron también.

  • Marcela Toledo: Periodista bilingüe profesional que ha laborado en prensa escrita, radio, televisión e internet durante más de 30 años, en México, California, Texas, Illinois y Michigan, Estados Unidos. Ha ejecutado investigaciones en diferentes ciudades de España, Irlanda e Inglaterra para publicaciones mexicanas.

https://issuu.com/sextacircunscripcion/docs/desde_la_sexta_circunscripci_n_no_4f95153b9c1c2e/12?fr=sMzM4ZTg1NDUwNzc

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