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León XIV: Un Nuevo Papa

Por Andrea María Guzmán Mauleón

Cuando el humo blanco apareció en lo alto de la Capilla Sixtina, miles de fieles contuvieron el aliento. Al anunciarse el nombre de Robert Francis Prevost como el nuevo Papa, ahora León XIV, el corazón de millones de migrantes latinoamericanos, en especial los que habitan en los rincones olvidados de Estados Unidos de América, se estremeció con una emoción difícil de explicar.

No solo es el primer Papa nacido en suelo estadounidense. Es, sobre todo, alguien que conoce sus luchas, que ha caminado entre ellos, que ha vivido en carne propia lo que significa ser extranjero, acogido o invisibilizado.

Nacido en Chicago en 1955, León XIV podría haberse convertido en una figura eclesiástica tradicional, limitado a estructuras formales. Pero su destino cambió en 1985, cuando viajó como misionero agustino a Perú. Allá no solo encontró un país, encontró un pueblo.

Durante más de 30 años, caminó con campesinos; vivió en comunidades empobrecidas; compartió el pan con migrantes venezolanos y abrazó la fe que nace desde la esperanza de los que no tienen nada. En 2015, se hizo peruano no por pasaporte, sino por convicción.

Ese amor, caracterizado por una entrega radical que no conoce fronteras, ha sido la brújula de su vida. Quienes lo conocieron en Perú lo recuerdan como un obispo que no hablaba desde el púlpito hacia abajo, sino que se sentaba con los migrantes, los escuchaba y los llamaba por su nombre.

En una Iglesia muchas veces señalada por el distanciamiento, Prevost representó lo contrario: Una Iglesia que acompaña, que protege y que se compromete desde la cercanía.

Cuando eligió llamarse León XIV, evocó no solo a León XIII —el papa de la justicia social—, sino también una fuerza dispuesta a rugir ante la injusticia. Durante años, ha sido una voz clara contra las políticas de exclusión, la separación de familias y la criminalización del sueño migrante.

En sus redes sociales, Prevost compartió mensajes que denunciaban las medidas del Presidente de E.U.A., Donald Trump. Una de sus publicaciones más recordadas cita: “Las leyes no deben servir para excluir, sino para proteger. Una sociedad justa no levanta muros, construye puentes”.

Uno de los testimonios más emotivos tras su elección fue el de su hermano, John Prevost, quien desde Chicago expresó el profundo compromiso de Robert con los migrantes y el Evangelio.

En entrevistas recientes, John compartió que su hermano “siempre tuvo una sensibilidad especial por los que sufren, especialmente por quienes dejan su hogar buscando un futuro mejor”. Agregó que Robert nunca fue indiferente a la injusticia y que veía las políticas migratorias de Trump como “una traición al mensaje cristiano más básico: Amar al prójimo sin condiciones”. Para su familia, el ascenso de León XIV no es solo un logro eclesial, sino una señal para todos los olvidados.

Muchos migrantes en Estados Unidos de América han vivido durante años bajo el temor de la deportación, el desarraigo y el racismo institucionalizado. La elección de un Papa que no solo habla su idioma, sino que conoce sus calles, sus heridas y su fe, es una señal de consuelo. Es como si la Iglesia les dijera: “Los veo, los reconozco, y esta vez, uno de ustedes está al frente”.

Las imágenes de Prevost en Chiclayo (Perú), abrazando migrantes, organizando comedores y hablando de “ensanchar la tienda”, hoy cobran un nuevo significado. Desde el Vaticano, esa tienda se vuelve símbolo universal: Un espacio de acogida para todos, especialmente quienes han debido dejar su país y familia para sobrevivir.

Este nombramiento también devuelve la mirada a millones de latinoamericanos en Estados Unidos: Jornaleros, madres solteras, estudiantes, trabajadores esenciales. Quienes rezan en silencio, celebran misas en sus cocheras y enseñan a sus hijos a no perder su lengua ni su dignidad.

Para todos ellos, León XIV no es solo un Papa; es una esperanza encarnada. Es la certeza de que alguien en Roma entiende su cruz y camina con ellos.

Pero no será una tarea sencilla. León XIV asume el pontificado en tiempos complejos: La Iglesia enfrenta críticas por abusos, exige mayor inclusión de mujeres, vive tensiones internas y un mundo cada vez más indiferente a la fe. Aun así, su historia, marcada por humildad, compasión y coherencia, lo posiciona como un puente entre el norte y el sur, lo institucional y lo comunitario, lo tradicional y lo emergente.

La elección de este Papa, con dos nacionalidades pero un solo corazón, es también una señal para los poderosos. Algunos celebran que sea estadounidense, pero lo esencial es que es, sobre todo, un pastor con alma latinoamericana.

Hoy, miles de migrantes en Estados Unidos levantan la mirada con renovada fe.

Para ellos, León XIV es una voz que les pertenece, una bandera de dignidad en medio del rechazo. En un mundo que tantas veces les ha dado la espalda, ahora hay una voz poderosa que los llama hermanos.

Y quizá, en el fondo, eso sea lo más revolucionario de su pontificado: Recordarnos que la Iglesia, cuando camina con los migrantes, cuando extiende la mano al forastero, cuando acompaña al caído, está más cerca de su verdadero rostro. Porque como ha dicho el propio León XIV, “la Iglesia no tiene pasaporte, tiene corazón”. Y hoy, ese corazón late fuerte por América Latina.

  • Andrea María Guzmán Mauleón es Maestra en Dirección de la Comunicación y Licenciada en Ciencias y Técnicas de la Comunicación. Con más de 9 años de experiencia en Igualdad de Género dentro de la Administración Pública. Asesora Legislativa en Cámara de Diputados.

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