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Con el Pecho Vacío

Por Nancy Gutiérrez Herrera

El sentimiento materno es transfronterizo de norte a sur y de sur a norte; no hay muro, no hay aguas profundas ni kilómetros que interpongan distancia. Es fe, amor y caridad infinitos. Es una razón para hacer del paso una marcha y de la espera, esperanza. Una razón para vivir y para morir muchas veces en la misma infame vida.

Imposible no romantizar a quienes dan vida y a quienes aún tienen esa fuente de vida de cualquier lado de la frontera, pero a la distancia ¿qué nos distingue? No todas las madres somos iguales; ni por circunstancia biológica, ni por cómo miramos la salida aquella por donde fue a su destino ese ser que aún no regresa hoy, y que no sabe que con su andar lleva a cuestas dos vidas: Una finita y una infinita por si le falta un día una.

Las madres migrantes son una realidad inhumana, desgarradora e inaceptable; de este lado su eterna mirada al norte de donde nunca sale el sol y a donde ha ido la mirada de muchas madres que en este país lograron sobrevivir entre la miseria y la precariedad por haber donado un hijo, o más al mundo del capitalismo y el sueño americano. Un hijo o más, o todos.

Las “madres migrantes” que permanecen en su lugar de origen viven una ambivalencia cultural de regiones del país a las que el Gobierno nunca llevó la justicia social, como Guanajuato o Michoacán que anualmente reciben remesas que se diluyen como el agua satisfaciendo necesidades básicas de las familias de migrantes y subsanando obra pública y recursos materiales que son obligación del gobierno que, indolente se beneficia de la “producción masiva de migrantes”.

Las familias de estas zonas del país se constituyen con esta narrativa social a lo largo de la vida; lo niños crecen “para irse 'pal norte'…”; las madres los forman para cuando se vayan con su padre, las niñas crecen sabiendo que en diciembre o semana santa vienen los prospectos del norte. La vida se vive desde ese norte lejano que se gesta culturalmente en las entrañas. Y sí, aunque no salgan del país, también son “Madres Migrantes” porque más de la mitad de su existencia se va con los que se van. Si la vida es gentil, éstas son las historias; cuando no lo es, la historia dice que se pasa la vida esperando que alguien llegue, allá o acá o donde sea, pero que llegue.

Las madres con vida completa

Cuando no es elección quedarse a abrazar las raíces la dimensión estructural cambia; las mujeres son reducidas a narrativas xenófobas que estigmatizan y atizan con más fuerza hacia la maternidad del trayecto.

El reduccionismo implacable no permite entender los porqués para llevar a los hijos consigo atravesando territorios a pie y a cuestas “con todos los peligros” conocidos y no ¿cuántos derechos humanos son ridiculizados cuando los niños migran? Ahí siempre hay una madre tomando el papel de Estado frente a los niños, aunque sea prestada, aunque sea Patrona y aunque los niños sean adultos.

Las madres migrantes se enfrentan a discursos estigmatizantes y a conmiseraciones que no mueven un dedo. Dice el banco Interamericano de Desarrollo (BID) que, según un estudio analizado en las conversaciones de la red denominada “X”, del 2017 al 2023 que “una de las principales narrativas identificadas que abonan a la xenofobia de las mujeres migrantes está relacionada con la maternidad.”

Se revictimiza a las mujeres migrantes, no sólo cuando llevan a menores a cuestas, sino cuando se vuelven madres en trayecto, preceda o no una atrocidad violenta. En ellas se confrontan los discursos vacíos que no legislan protección universal a los seres humanos desde su gestación hasta su muerte: En cualquier edad y circunstancia preservar la salud y la vida. Mientras que los “más inhumanos” ven a las migrantes gestantes como un peligro que puede acaparar servicios de salud a los que los nativos “tienen derecho” aunque no tengan servicios de salud.

¿Una carga para el Estado?

Es una obligación. Sí, debe legislarse protección total a las madres migrantes para asistir a sus menores desde la gestación y no sólo calcular costos de atención perinatal, identidad, educación, formación para la vida; multiplicarse en un territorio en el que no se nació, no debe ser un crimen. Separar familias sí.

No sólo es identificar la maternidad como estrategia para la regularización migratoria, la supervivencia en país de origen o modelo de resistencia y esperanza, es una oportunidad para reestructurar la narrativa de una Gobernanza en favor de la vida, con una nueva perspectiva que rompa con estigmatizaciones, conmiseraciones y lleve a los Gobiernos a asumir la responsabilidad que tienen sobre los migrantes, no sólo como “individuos” desde que ocupan un vientre, una vida y un corazón de alguien en algún lado de las fronteras, sino poner la mirada en la reconstrucción de seres humanos como unidades colectivas en trayecto, así como se miran y miran al mundo la madres, migrantes, de migrantes y en trayecto.

  • * Nancy Gutiérrez Herrera, es Académica de la FESC UNAM. Directora de la Comunidad Internacional de Ética y Responsabilidad Social, CIERS. Coord. UNAMos Manos por la Responsabilidad Social Universitaria.

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