Domingo 25 de Abril de 2010
CENTENARIO DE LA
REVOLUCIÓN MÉXICO DE
El adiós de don Porfirio
D
Comisión Editorial para el Bicentenario
icen que lo único que no saben hacer los políticos es retirarse a tiempo. Porfirio Díaz Mori, pudiendo simplemente no haberse reelegido, cayó en la tentación de un poder infinito. No advertía que cuanto más tiempo pasara en la Presidencia, más se agravaba la situación del país, necesitado de cambios urgentes y de nuevas ideas. Por mucho vigor que conservara el viejo Presidente, era inevitable la postración de su mandato, rutinario, llevado por la inercia, con una visión de la realidad que le fabricaba su entorno íntimo para engañarlo y hacerlo sentirse feliz de seguir siendo la máxima autoridad. Sin embargo, la reelección constante de don Porfirio no solamente lo refrendaba a él, sino a su sistema, a su equipo cada vez más envejecido o amañado. Su perpetuación dañó terriblemente al país, echando por el suelo los muchos logros que había tenido, por lo menos hasta 1900, cuando cumplió setenta años de vida y perdió la gloria de los héroes por su afán de mantenerse en el mando. De cualquier manera, aunque tardíamente, la fuerza de la sublevación maderista le devolvió la lucidez perdida, como bien puede leerse en el texto de su renuncia: “El pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores, que me proclamó su caudillo durante la Guerra de Intervención, que me secundó patrióticamente en todas las obras emprendidas para impulsar la industria y el comercio de la República; ese pueblo, señores Diputados, se ha insurreccionado en bandas milenarias armadas, manifestando que mi presencia en el ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo es causa de su insurrección. “No conozco hecho alguno imputable a mí que motivara ese fenómeno social; pero, permitiendo o admitiendo, sin conceder, que pueda ser un culpable inconsciente, esa posibilidad hace de mi persona la menos a propósito para raciocinar y decidir sobre mi propia culpabilidad: “En tal concepto, respetando, como siempre he respetado, la voluntad del pueblo, y de conformidad con el Artículo 82 de la Constitución Federal, vengo ante la Suprema Representación de la Nación a dimitir sin reserva el encargo de Presidente Constitucional de la República, con que me honró el pueblo nacional; y lo hago con tanta más razón, cuanto que para retenerlo sería necesario seguir derramando sangre mexicana, abatiendo el crédito de la Nación, derrochando sus riquezas, segando sus fuentes y exponiendo su política a conflictos internacionales. Espero, señores Diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir, en la conciencia nacional, un
José Tomás Figueroa, Manuel Garibi Tortoledo, Alfredo Morfín Silva, Lus B. de la Mora, Carlos F. de Landero y Nicolás Leaño, al lado de los Presbíteros Antonio Correa, Daniel R. Loweere, Librado Tovar y Amado López. ‘Espíritu altísimo’, sus piezas oratorias eran “de luminosas figuras, de giros majestuosos y de hondo sentimiento”. “De muchísimo nervio, perspicacia y elocuencia”, a decir de Carlos Blanco. Siendo Director Eclesiástico del Círculo Central de Estudios y de la Asociación Jalisciense de Ingenieros, llegó a ser el orador oficial de los actos públicos de esas y otras muchas asociaciones. Al calor de actividades tales como el Congreso Regional Obrero, celebrado en Guadalajara en abril de 1919, surgieron asociaciones como la Confederación Católica de Trabajadores o el PriMons. Vicente Camacho, un destacado promotor social mer Congreso Regional de la ACJM, de 1919, en cuyas discusiones intervino él activamente. juicio correcto que me permita morir llevando Ya bien fogueado en el campo del catolicismo en el fondo de mi alma una justa correspon- social, sería mentor de figuras de la talla de Anadencia de la estimación que en toda mi vida he cleto González Flores y Miguel Gómez Loza, y al consagrado y consagraré a mis compatriotas”. lado de ellos creó el Periódico El Tiempo, para suplir las publicaciones confesionales suprimidas Vicente Camacho y Moya por el Gobierno, aunque esta misma no tardó en ser clausurada, por disposiciones de Ferreira. Como orador, poeta y Pastor fallido de TaNo es accidental que fuera uno de los dos basco, suele recordarse a uno de los Presbíteros candidatos propuestos al Episcopado por su del Clero de Guadalajara que más intervino en Prelado, don Francisco Orozco y Jiménez, y la conformación del catolicismo social en las que junto con don José Garibi Rivera, fuera vísperas y durante el proceso de la Revolución consagrado en una insólita ceremonia, en la Mexicana. Huelga decir que su condición de mi- Catedral tapatía, el 7 de mayo de 1930, cuando nistro sagrado fue también su cruz y su mortaja, comenzaba lo más intenso de la persecución repues si una vida puede estar signada por el peso ligiosa: la jurídica, que fue lenta e inexorable, y del dolor, fue la suya. si alguna Entidad federativa se vio aguijonada Tapatío de nacimiento, vino al mundo el 8 de por el rabioso anticlericalismo del que hacían junio de 1886. Se formó en el Seminario Con- gala los políticos incondicionales del así llamaciliar de Guadalajara al lado de otra figura del do ‘Jefe Máximo’ de la Revolución Mexicana, catolicismo social, del que algo se ha dicho ya en fue nada menos que la sede episcopal que le esta columna: don Miguel M. de la Mora, y fue fue asignada, Tabasco, entonces feudo del más condiscípulo, amigo y compañero de actividades intolerante y excéntrico de los anticlericales en el Seminario Conciliar, del Mártir San David mexicanos, Tomás Garrido Canabal, quien se Galván, otro promotor de la cuestión social en la propuso y obtuvo que, de ninguna manera, el Capital de Jalisco. Ordenado Presbítero en 1909, flamante Obispo tomara posesión de su sede o al filo de cumplir apenas 23 años de edad, se in- desarrollara en ella actividades pastorales, no volucró en cuanto pudo en ese caldo de cultivo quedándole más remedio que medianamente del laicado que suscitaran las semanas sociales y vivir en la Ciudad de México, en la Villa de los Congresos de Obreros. Guadalupe. Ya siendo primer Párroco de San Miguel (hoy Antes de morir, el 19 de febrero de 1943, del Espíritu Santo), su camino en estas lides se a la edad de 56 años, escribió ese desgarrador fortaleció no poco a raíz de su activa participa- poema suyo, el más conocido: ‘¿Qué queda de ción en el grupo de los Operarios Guadalupanos, mi patria?’ / cerrados sus santuarios / están lleen el que figuró a partir de 1911, donde se rela- nos de polvo y rotos sus sagrarios: / la santa cionaría con lo más granado de esa generación: nave sola sin fieles y sin Dios… / y mudos y Miguel Palomar y Vizcarra, Manuel F. Chávez, sombríos sus altos campanarios / parecen mauPascual Toral, Félix Araiza, José Díaz Morales, soleos de un pueblo que murió.
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