AÑO SACERDOTAL Domingo 18 de Abril de 2010
23
Padre Juan Pérez Gallegos; 92 años de vida y 67 de sacerdocio
Toda una vida, que apuesta por Cristo De niño vivió la persecución religiosa, y en su juventud aceptó el llamado vocacional Pbro. Óscar Maldonado Villalpando
S
us padres, Constancio y Jovita, se casaron en tiempos de la Revolución, en 1912. Juanito nació el 20 de octubre de 1918, tristemente célebre año de “La Influenza Española”, que hizo estragos en su pueblo, San Diego de Alejandría, en la Región de Los Altos de Jalisco; pero, “como el grano de trigo que al morir da mil frutos, como el ramo de olivo que venció la inclemencia”, así en esta familia triunfó la vida y ganó la fe. Mientras que en el horizonte se presentían los aires enrarecidos de la violencia persecutoria, el pequeño Juanito era un acólito, inteligente y servicial, y ya desde aquella lejana época guarda en su memoria sucesos y personajes como el Padre Antonio García Uribe, de San Diego, quien fuera destacado promotor social, lo mismo que el Padre Pedro González, de la vecina Jalpa de Cánovas, Guanajuato, quien sería líder en el levantamiento armado. Asimismo, recuerda la personalidad sobria e imponente del Beato Anacleto González Flores; su mirada penetrante y visionaria, su voz grave y segura. Y también parece vivir, aún hoy, aquellos días en que los jóvenes de la ACJM visitaron su pueblo, y cómo Heriberto Navarrete (después historiador y Sacerdote Jesuita), con voz ladina, alzado sobre una improvisada tarima, motivaba al auditorio a acudir en defensa de la libertad religiosa. Dice que cuando apenas tenía 9 años firmó para pedir la supresión de las leyes callistas, y que fue registrado como carpintero de oficio.
La
suspensión de cultos y el cierre del
templo
Trae a su memoria aquellas mujeres enlutadas llorando tras su rebozo, el rostro de
los hombres afligidos, las procesiones de rodillas y las horas del arrepentimiento de su pueblo, que sufría porque enfrentaba lo desconocido, pero que manifestaba, a la vez, su valentía para afrontar su destino y su sagrado derecho de creer. También tiene fresca la hora en que muchos campesinos se dieron de alta en las tropas de Cristo Rey; cómo se congregaban en el mesón y se apuntaban como combatientes llevando como arma algún machete o una vieja carabina. Los reclutadores les entregaban un peso de plata 0.720; se despedían de su familia y se echaban al cerro a defender su fe. Un recuerdo muy entrañable es el que guarda el Padre Juan de los Jefes de aquella región, entre ellos, el célebre Victoriano Ramírez, “El Catorce”, y su caballo “El Chamaco”, y cómo él mismo se ofrecía a pasear ese caballo y aun se atrevía a montarlo, como para sentirse todo un General. También recuerda al Coronel Toribio Valadez, a Víctor López, al Padre Aristeo Pedroza y Vega, de cuya biblioteca le fueron regalados algunos libros, pocos años después.
Parte de los alzados Don Constancio, su padre, también se incorporó a las huestes cristeras, y llegó a Capitán. Narra que toda su familia vivía atenta a los rumores de los combates, traídos por el viento, y que cuando escuchaban el atronar del rifle de su papá, que era muy característico, podían decir: “Aún está vivo”. Sin embargo, toda la familia tuvo que salir huyendo e irse a vivir al cerro con los cristeros, y allí don Constancio les improvisó unas paredes de piedra al fondo de la Barranca de Coachalotes, donde había una cueva natural. Ahí dormía el ahora Padre Juan con los heridos de los combates. Hasta aquel lugar acudían sacerdotes a auxiliarlos, entre ellos estaba el Padre “Tules”, Gertrudis López Moreno, barbón y carismático, lo mismo que el Padre
Salvador Casas Raygoza.
El llamado de Dios Una vez calmada un poco la situación, ingresó al Seminario Auxiliar de San Juan de los Lagos en 1931; posteriormente vino a Guadalajara, pero le tocó vivir en distintas casas particulares y estudiar en los anexos de los templos. No obstante, ya la última etapa de su formación sacerdotal pudo hacerla en la reconstruida Casa de San Martín, que había sido asilo de locos. De su grupo habrían de sobresalir tres futuros Obispos: Carlos Quintero Arce, Adolfo Hernández Hurtado y Antonio Sahagún López, así como Monseñor Carlos Romero Ornelas, José María Moreno, José Gutiérrez Comparán, Avelino Sánchez Ruiz, Raúl Navarro Ramos, J. Guadalupe Pineda Velázquez, quienes se ordenaron el 24 de abril de 1943, un “Sábado de Gloria”. El Padre Juan platica, entre en serio y broma, que a él lo mandaron a Amatlán de Jora por “mula”, porque para llegar allá no había ni tren ni autobús… Era un territorio de labor extensísimo, donde se entregó fervorosamente al apostolado, aprendió a hablar con los huicholes, e incluso un día tuvo que enfrentarse con un lobo que se le echó encima; lo mató, le quitó el cuero; pero, como la mula se espantaba con la piel, tuvo que llevarla a rastras. Desgraciadamente, cayó enfermo, y el Arzobispo, don José Garibi Rivera, lo destinó entonces a San Juan de Dios; después fue a Tonalá y de ahí a Santa Ana Acatlán. En 1952 recibió la encomienda de trabajar en Arandas, donde emprendería, a lo largo de 30 años, su más significativa labor: edificar el majestuoso templo neogótico dedicado a Señor San José; gracias a su tesón, se levantaron los muros, se cubrieron los techos, se alzaron las torres y se adquirió la enorme campana, que éstas no pudieron soportar. En 1979, habiendo quedado dentro de la nueva Diócesis San Juan de los Lagos, tras algunas intervenciones, se le destinó a San
Francisco de Asís, al lado del Párroco J. Jesús González Vázquez, donde apenas duró unos meses. El Obispo de San Juan, don Francisco Javier Nuño Guerrero, le dijo que quedaba en libertad de elegir su destino, y él escogió ir al lado de sus padres, que aún vivían, en San Diego de Alejandría.
Hermosa ofrenda a Cristo Rey Sin dejar nunca de lado su buen humor, siempre afirmaba que estaba desobedeciendo a sus Superiores, porque habiéndolo enviado a morirse a su tierra, él no lo ha hecho, pues continúa vivo. Sin perder su entusiasmo y celo sacerdotal, allá se dio a la tarea de apoyar la construcción de un Santuario dedicado a Cristo Rey, en un predio de su propiedad, que fue donado por su familia. Y así, durante 20 años ha ejercido su ministerio sacerdotal en San Diego de Alejandría, de tal manera que en abril de 2008 celebró sus 65 años sacerdotales y, muy gustosamente, lo acompañó el Cardenal Juan Sandoval Íñiguez, quien le guarda una gratitud muy especial, pues en 1968 lo auxilió para reunir alimentos para 80 seminaristas que vivían en El Ojo de Agua. Éste es, pues, uno de los muchos sacerdotes de nuestra Diócesis que han considerado de poco valor todas las cosas de este mundo, con tal de ganar, a través de su fecundo ministerio y entrega a Dios, la única que vale y trasciende: la vida perdurable.