Entre letras 6

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© Eduardo Abel Gimenez. Versión de un mito wichi.

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© Santillana S.A. Prohibida su fotocopia. Ley 11.723

Siguió teniendo hambre. Buscó un pez mediano, y también se lo comió. —Delicioso —dijo—. Pero sigo teniendo hambre. Entonces vio al pez más grande de todos. Un dorado espléndido, que se asomaba al borde del agua como pidiendo ser devorado. Sin dudarlo, Tok’uaj atrapó al dorado. Se lo comió. —¿Qué hiciste, Tok’uaj? —gritó el Dueño de los peces. Tok’uaj, que no se imaginaba que lo estuvieran mirando, se asustó. —Nada, Dueño de los peces. Tenía hambre. —Pero te ordenamos que comieras peces chicos y medianos. ¡Nunca el dorado! Furioso, el Dueño de los peces empezó a perseguir a Tok’uaj. El agua, que antes se adaptaba al paso de Tok’uaj, ahora se le echó encima. Tok’uaj corrió, desesperado. Más y más rápido. Y el agua detrás. Tok’uaj giró a la izquierda, giró a la derecha, volvió a girar. Y el agua no dejó de perseguirlo. Detrás de Tok’uaj, el río, que hasta entonces era recto, se llenó de meandros. ¿Cómo podía salvarse Tok’uaj? Pensó y pensó, mientras corría. Al final, lo único que se le ocurrió fue convertirse en piedra. Después de todo, las piedras no se ahogan. El agua arrastró la piedra que era Tok’uaj, golpeándola en todas partes. —¡Ay! —gritaba Tok’uaj, o hubiera gritado si las piedras pudieran gritar. Cada golpe le dolía más que el anterior—. ¡Ay! Entonces se dio cuenta de que necesitaba convertirse en algo que el agua no golpeara contra el fondo. Algo capaz de flotar. Tok’uaj se convirtió en palo. Al principio pareció que era la solución. El agua se arremolinaba, giraba en todas las direcciones, pero el palo seguía a flote. Hasta que apareció una gran roca en el camino. El agua golpeó el palo contra la roca. El palo se partió en mil astillas. Todavía enojado, el Dueño de los peces hizo que el agua se partiera también, para perseguir a cada una de las astillas. Así fue que el río se dividió en muchísimos ríos, grandes y chicos, que van en todas las direcciones y dan vueltas de acá para allá. Si no fuera por Tok’uaj que se comió el dorado, tal vez tendríamos un solo río, grande y recto, en el centro de la Tierra. ¿Y Tok’uaj? De algún modo, que no sabemos, consiguió volver a la forma humana otra vez. Porque luego de esta aventura, el venerable Tok’uaj inició la larga historia del pueblo wichi. Pero esa parte mejor la contamos otro día.


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Entre letras 6 by santillana_argentina - Issuu