Jugarnos en Tiempos de Catástrofe Socioambiental

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Entre el barro que rebosa las calles y el olor indigno

que azota nuestra nariz, avanzamos encontrando juguetes entierrados, muñecas desarticuladas y bicicletas rotas. Nos importan los juguetes porque entendemos que detrás de cada uno de ellos, hay una niña o niño que ha perdido objetos de apego e identidad.

La catástrofe “natural” ha arrasado con todo, estuvimos en Paipote, las poblaciones Los Llanos, Pintores de Chile y Población Millaray, avanzamos incluso por el valle de Copiapó hasta el pueblo Los Loros. En todos lados vimos los rastros cotidianos de la tragedia y el discurso circundante al desastre. Los medios de comunicación han reforzado el discurso de la catástrofe natural como una más de las expresiones del violento renacer de la naturaleza que azota nuestro país de tanto en tanto. No obstante, han olvidado contar a la ciudadanía que en Copiapó el negocio de la minería ha modificado el relieve,


que los desechos de esta minería han estado durante años emplazados en plena superficie terrestre y que tomar agua de la llave es desde hace años en Copiapó tan solo un recuerdo. En suma, el problema no es simplemente que las quebradas hayan arrojado el barro hasta las ciudades, sino que la clase política chilena, aliada con el lucrativo negocio de la Minería, ha amparado y sido cómplice del desastre socio ambiental, que por supuesto afecta a la población más pobre de nuestro país porque “los ricos no viven en laderas inhabitables”. Fuimos a buscar a los albergues a los niños y niñas dueños de los juguetes destruidos, para invitarlos a jugar a la Ludoteca Itinerante la Pirueta, organización con algunos meses de vida y que se enmarcó dentro del voluntariado levantado por las Federaciones de Estudiantes del Pedagógico y la Usach. Una ludoteca es un espacio de recreación lúdica creativa, algo así como una biblioteca de juguetes, donde niñas y niños se disponen a compartir un juego asociativo y no competitivo, propiciándose relaciones comunicativas y de solidaridad

Ludoteca La Pirueta en la Escuela Los Loros, Los Loros, Tierra Amarilla.


entre pares. Durante cinco días compartimos con más de cien niños y niñas, de entre dos y doce años, centralizándonos principalmente en el Albergue “Hernán Márquez Huerta” de Paipote y en el albergue de “Los Loros”. En el camino de jugar y jugarnos fuimos descubriendo el mundo de los niños. En primer lugar, constatamos que son el grupo más vulnerable de la tragedia. Ante la emergencia socio ambiental las políticas de gobierno nacional y regional se han enfocado principalmente en el mundo adulto, cuestión que resulta lógica por la magnitud de la tragedia. Se evidencia que los aprendizajes adquiridos durante otras catástrofes en nuestro país (Chaitén 2009, Terremoto 2010, Inundaciones y abnegados en el resto del país) no han servido para generar planes de contención para la infancia en situación de catástrofe que tengan un sentido pedagógico y sicológico contextual y pertinente. Por ello sucede más a menudo de lo que quisiéramos, que niñas y niños son abandonados a la buena voluntad de la ciudadanía en general o al de las tías que trabajan en los albergues. Durante nuestra estadía en el Norte del país, pudimos


ver un desfile extenso de payasos y pinta caritas azucarados. En este tipo de espectáculos para niños, se motiva la euforia mediante concursos ampliamente competitivos, reforzándose la competencia con regalitos o dulces. Más allá de lo grave que pudiera sonar nuestra declaración (ya que no estamos abogando por el mayor abandono de niñas y niños, y menos aún condenando la recreación infantil) consideramos pertinente que se comience a reflexionar sobre lo nocivo de estas prácticas a largo plazo. Niñas y niños enfrentados a situaciones de catástrofe, que quedan sin hogar y cuyo ambiente familiar se desestructura debido a que sus padres deben encargarse de reestablecer sus casas y hacer frente a la falta de trabajo remunerado son enfrentados a situaciones de euforia que lejos de generar tranquilidad y equilibrio emocional, generan emociones fuertes y eufóricas –como golpes de azúcar-, que terminan decantando una suerte de adicción al espectáculo infantil. Como Ludoteca “La Pirueta” somos enfáticos en plantear que colaborar y respaldar el proceso emocional de niños en situación de catástrofe debe desarrollarse desde una fuerte

Ludotecarios en Junta de Vecinos El Pretil, Copiapó


impronta pedagógico social, aportando a que los pequeños desarrollen herramientas para la autonomía y la solidaridad entre pares. Cuando niñas y niños estresados se encuentran en albergues enfrentados a relaciones sociales nuevas con gente desconocida, resulta fundamental ayudarlos a lograr un equilibrio emocional, instarlos a que se comuniquen con su mundo interior y con el que los rodea, para fomentar seguridad y el surgimiento de una nueva rutina. Se ha estado tratando a niñas y niños desde el gobierno nacional y regional como un índice de estabilización de la catástrofe. Se están creando jardines infantiles móviles o “grupos de apoyo” tendientes a volver a generar rutinas de estudio. Se han acelerado en los albergues los trámites para el restablecimiento de las clases. Todo esto debido a que se pretende enviar una señal política de que el problema está solucionado y se ha reestablecido el orden. No obstante, cabría preguntarse si este tipo de medidas se implementarán pensando en niñas y niños o pensando en el mundo adulto y su comodidad. Como organización, hacemos un llamado a considerar a todos los pequeños afectados por esta catástrofe socio ambiental no como un índice más dentro de las numerosas estadísticas formuladas por organismos gubernamentales ni como otro de los puntos a solucionar en el mediano plazo dentro de la desolación que afecta a la Tercera Región de nuestro país, sino considerarlos como lo que son, personas, ubicadas dentro de un contexto sumamente convulsionado y negativo para ellos, en donde toda su cotidianeidad se ubica trastocada y se hace necesario acompañarlos frente al nuevo escenario que se les presenta. Aquel acompañamiento no debe limitarse sólo en la vuelta


a clases y los diversos espectáculos que puedan presentarse a los niños y niñas en los albergues, ya que terminan por acostumbrar al niño a una realidad que acaba cuando el payaso de turno se va y el timbre del colegio marca el fin de las clases, dejando al niño nuevamente enfrentado a la desolación de una catástrofe. El juego es en este contexto absolutamente necesario, jugando y jugándose con otros niños y niñas es donde vuelven a entrelazarse de a poquito aquellos recuerdos extraviados de juguetes y risas, y donde la comunidad florece nuevamente, porque más que estudios y juegos de euforia y competencia las niñas y niños necesitan sentirse parte de esta comunidad que parece no tomarlos demasiado en cuenta durante la catástrofe, y es en base al juego donde se vuelven a reencontrar, entre la alegría del saberse volviendo a jugar.

Nos vamos con la pesadumbre de saber que estas niñas y niños continuarán respirando metales pesados, que el agua que consumen no volverá a salir de la llave, y que volverán al colegio como se vuelve de unas vacaciones. Pronto la catástrofe no será más que un recuerdo.



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