COLABORACIÓN EXCLUSIVA
La navidad
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a navidad es la celebración del misterio de Dios hecho hombre. La realidad celebrada es la venida del Hijo de Dios en forma humana ( Fil. 2, 7), que se concreta en el nacimiento de Jesús de Nazaret de las entrañas de María. En la parte occidental del imperio romano, se escogió el 25 de diciembre para celebrarla, con el propósito de alejar a los habitantes de Roma de las prácticas del culto al sol invicto, o sol que triunfa de las tinieblas, en el solsticio de invierno, al considerar que la noche anterior era la más larga del año. En la parte oriental, se escogió el 6 de enero y se le llamó epifanía, “aparición” de Dios. En la liturgia actual se han incorporado las dos fechas con énfasis distintos del mismo misterio celebrado.
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Cristo se encarnó para nuestra salvación: “se hizo hombre para que el hombre llegara a ser Dios”, reitera la liturgia. Su nacimiento es el punto de partida de cuanto realizó: el Hijo de Dios se hizo hombre para ofrecerse al Padre con un oblación total de sí mismo hasta el sacrificio máximo de su muerte en la cruz (Heb 10, 5-10), en redención de la humanidad. Los evangelistas Mateo (Mt 2,1-5) y Lucas (Lc 2, 1-7) refieren el nacimiento de Jesús en Belén. Lucas precisa que María recostó al niño en un pesebre “porque no tenían sitio en el albergue”. Los evangelios apócrifos, escritos contemporáneos a los evangelios, no considerados por la Iglesia como libros que contienen la revelación divina, aportan muchos detalles que han pasado a la tradición popular: la gruta, la mula, el buey y la estrella.