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SELENE ALUNADA (ERÓTICO

Selene alunada

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Selene deambulaba por las calles de su barrio, sin rumbo, perdida en no se sabe qué pensamientos que trataba de ordenar. Era de esas mujeres de mediana edad, por tratar de calcularle alguna, no era ni alta ni baja, ni gorda ni flaca, ni joven ni vieja, ni fea ni bella, era ella, Selene. Hacia algo más de tres meses que se había separado de Luis, su novio de toda la vida, y después marido. ¿Por qué? Porque la aburría, porque nunca le dio más alegrías que las que ella imaginaba y porque, aunque no le gustara confesarselo, con él nunca conoció orgasmo alguno. -¡Ya estamos, a vuelta con los orgasmos de la tias! -decía él siempre que se sentía aludido. Y no es que a ella le hubiese preocupado demasiado, es que empezaba a pensar que el tan cacareado orgasmo femenino era, como el amor, un invento de los literatos para ganarse la vida.

Cuando era más joven y se iniciaba en los avatares del sexo, siempre se había sentido rara y desubicada, como extraplanetaria. Sus amigas se exaltaban a penas divisaban un torso vestido, o desnudo, esculpido, o no, por horas de gimnasio. Miraban con arrobo a los adolescentes con los que se cruzaban, les cambiaba la voz, y suspiraban como si perdieran el resuello. Decían perder de vista la realidad, se ponían una mano en el corazón y otra en el pubis, los ojos en blanco y la libido por las extratosferas. Pero ella, no, ella miraba el objeto de deseo de sus amigas, y no terminaba de entender qué las ponía tan fuera de si mismas. ¿Será que no he nacido para esto, que tengo alguna malformación de serie, que soy lesbiana?, aunque tampoco me ponen las mujeres, la verdad. -reflexionaba. Y sus amigas la embromaban con gesto complice: “Todos tenemos un libro que nos espera, sólo hay que descubrirlo”

Aquella tarde entró como por inercia en la cafetería de Juan, al que conocía desde la época del instituto. Saludó como de costumbre, pidió un café doble con una nubecita de leche, metáfora de su estado mental, negro sobre blanco, y esperó. Su ensimismamiento no le permitió evaluar su entorno, por eso cuando oyó a su espalda: -¿te importa si te acompaño?- no tuvo ningun control sobre las señales que emitió su cuerpo. Una explosión volcánica, un disparo al centro del deseo que le precipitaba en cascada las endomorfinas, la humedecía la entrepierna y la desataba el placer de pies a cabeza. Por pirmera vez en su vida sintió que toda su epidermis era un poro abierto al placer. Trató de serenarse, de mirar a la cara de su interlocutor, y ser amable. Él, por su parte, se presentó. Se llamaba Alberto, apenas llevaba unos días en el barrio. No conocía a nadie, y estaba un poco cansado de ir del trabajo a casa y de casa al trabajo con el único consuelo de las redes sociales y la telebasura, que no colmaban su sed de humanidad. Mientras hablaba, Selene se perdía en su ambarinos ojos, arrobada, forzando una sonrisa circunstancial, con el único fin de fijar la vista en alguna parte, y no caerse de bruces al suelo. Entre bruma y nube del ir y venir de sus pensamientos, cayó en la cuenta de que lo que le trasmitía aquel desconocido provenía directamente del tono de su voz. Le faltaba vocabulario para describirla ¿grave, prometedora, insinuante, íntima, hechicera, límpida…? ¡Qué más da! El caso es que cada articulación sonora que se escapa de aquellos labios la desarmaba, la desnudaba por dentro y por fuera, y la sumergía en un ignoto placer. Como pudo mantuvo la conversación, pero en su cabeza nacían imágenes pasionales sin freno alguno. Conversaba desde otra realidad paralela. Intentaba manejar la situación sin que él intuyera su desenfreno mental y físico.

No necesitó de preámbulos, disimulos ni vanidades. Cuando Alberto se acercó a su oído, seductor, tratando de ser amable. Ella, como poseída por otra, le dijo en un hilo de voz, jadeante, sin apenas aire: -Acabemos este encuentro en mi casa. No esperó su aprobación. Tomó su mano, de despidió de Juan y salieron.

Aquella noche olvidó quién era, quién había sido y quién sería. Solo surrurraba. ¿Y qué más? ¡Cuentame más! ¡No dejes de hablar! Así, así, más, repetía mientrar se fundían sus cuerpos.

Las historias de Shati