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De Culto Arte

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n día estaba platicando con el artista Ulises Figueroa y me decía que, por cuestión práctica, él se decía escultor. Hace poco leyendo el libro Abuso mutuo (2017) de Cuauhtémoc Medina, encontré –en un capítulo que hablaba sobre la idea del “arte joven” y cómo es que ésta se construyó en México durante la década de los 90 en el siglo pasado– algo que me llamó la atención y que a continuación transcribo. “Todo consenso engendra un sistema de regulación político y social. El problema que a mí me parece crucial es qué sucede con las personas y sus actos cuando son nombrados bajo la categoría de artísticos. Qué poderes y qué situación de prestigio se desprenden de ese cargo”. Inmediatamente pensé en Ulises, me pregunté si el consenso general de la gente ajena al arte consideraría al ver su obra como el trabajo de un artista, y luego dentro del nicho protector del arte contemporáneo o en el de los guardianes del aura en la tradición si le quedaba lo de escultor. Supongo la discusión se pondría bastante chocante, opinando dentro del desvencijado discurso entre lo que es y no es, que para mi gusto ni importa, pues es, porque está ahí. La verdad eso precisamente es lo que siempre me ha interesado en el trabajo de muchos artistas, entre ellos Figueroa, que no sabes concretamente qué es. Sus construcciones son a veces restos de animales, a veces cosas que ya nadie quiere, a veces para muchos no parece ni es arte. Creo que la obra de Figueroa está viva, muy viva a pesar de la basura que la forma y que en su construcción tiende a representar cadáveres, muchos de ellos parecen estar incompletos por el paso del tiempo y el oxígeno sobre sus carnes sin vida hechas de cartón, piedras o lamina. La realidad es que la mayoría de ellos nacieron inanimados, nunca pretendieron ser seres vivos, son en el mejor de los casos consecuencias de vivencias, acumulación de acciones, reflejos o evidencias de una mano de obra, del trabajo humilde de un obrero, un albañil o una costurera. Me gusta pensar que como artistas la evidencia de que seguimos vivos como seres humanos es lo que construimos con las manos día a día antes de estar terminado. Ulises creció en Ecatepec, en la periferia, jugando en la calle, encontrando cosas, hurgando entre la tierra, echando canicas, bote pateado, corriendo y rompiéndose las rodillas en calles mal pavimentadas; esto lo digo no porque lo sepa de cierto, sino porque comparto con él la edad y algo de provincia que tiene la periferia, entonces, me siento confiado, me asigno la autoridad de hacerlo, además lo veo en su obra, su construcción tiene aura infantil muy nostálgica que me recuerda mi niñez. La primera pieza que vi de Ulises fueron unos tiburones aplastados como de plastilina epóxica, honestamente no me gustaron, en ese entonces yo no sabía nada de él ni de su trabajo, con el paso del tiempo lo escuché decir que de niño él imaginaba que las mantarrayas eran tiburones aplastados y de ahí la relación con su pieza. No le di importancia, pero a partir de ese momento comencé a conocer su trabajo y tras cada pieza todo cobró sentido, tiene un talento natural para ver cosas donde no hay nada, como algún santero que echa caracoles y ve el futuro, lo imagino acumulando materiales y en su mente cuajando sus piezas, que para mi gusto son encantadoras porque son hijas de la fealdad; pero además, son obras muy naturales, parece que sí nacieron, que tuvieron una vida y que ya muertas fueron capturadas en el preciso momento por algún tipo de taxidermista macabro para mostrar putrefacción en pausa indefinida.

He visto cucharas de albañil hacerse trofeos de caza con cuernos, cientos de ladrillos acumulados para formar una langosta y una hormiga como representaciones de 8bits llevados a la tridimensión, pienso en las hormigotas de la película “Marabunta” que de niño me causaba pesadillas. Cuando hace algunos años (2013) montó su exposición Tercer acto en el que el mundo muere por desintegración, en el Museo Universitario del Chopo, la pieza central era un cuasi esqueleto hecho de chatarra que buscaba emparentarse con la osamenta de mamut que hace algunas décadas se encontraba en el museo, también había algunos esqueletos ensamblados a partir de huesos de animales desenterrados de algún camellón urbano, estas piezas parecían muy cómodas dentro de unas vitrinas antiguas proporcionadas por el museo, lo que las instalaba como unas buenas farsantes dentro un museo de historia natural. Una de mis piezas favoritas, es aquella que aparenta un rinoceronte, hecho con madera de cimbra para la construcción y medio sumergido en un cumulo de arena como los que aparecen fuera de las casas que están sufriendo una remodelación, tremendamente gris y opaco, un mamífero en obra negra. Durante los últimos años este artista ha estado trabajando con un proyecto para el Sistema Nacional de Creadores de Arte del FONCA, entre las piezas que ha fabricado hay un magnífico bisonte de espléndido pelaje formado por cáscaras de plátano, bestia de 3.2 metros de longitud, posado sobre el suelo y aparentemente reseco por el sol. Curiosamente hace unos días pasé por el tianguis que se pone cerca de Metro Hidalgo en la Ciudad de México y me sorprendió que vendieran juguetes de mi infancia: Star Wars, G.I. Joe, He-Man, Playmobil, montones y montones de juguetes desperdigados, la nostalgia y la felicidad me invadió, también pensé en Historia del universo (2012), en ella podemos ver un montón de objetos que Figueroa ha posado sobre una forma medio circular u ovalada, como aquella que uso Marcel Duchamp para hacer una película en principios de siglo pasado. Parece una procesión, big bang, planetas, cuentitas, dinosaurios, tigres, ballenas, humanitos en diferentes representaciones, la Venus de milo masificada y disminuida, el cuerpo humano para aprender anatomía, una bandera roja, naves espaciales, androides pequeñitos de plástico, un vocho, un libro del Che, pelotas, la parca con su herramienta, estrellas que brillan en la oscuridad, plumines de colores e inicia el ciclo. Ahora me he enterado que esa pieza forma parte de la colección del Museo de Arte Moderno, veo una mirada estrábica que me pregunta ¿cuál es la diferencia que distingue un artista visual de un vendedor de peines? Seguramente la corbata, concluye.

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