Revista Internacional Magisterio N 16

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OSCAR IBARRA 12

saberes “occidentales”. A partir de ese diálogo se empieza a construir lo que es enseñable en la formación de un maestro: además de la lengua, las maneras de contar, etc.; el cómo para cada comunidad con la supervisión de los “Mamos”. Así se van con‑ solidando propuestas pedagógicas biculturales. El maestro es básicamente un tra‑ bajador intelectual que trabaja en la cultura, y ¿qué es la cultura? La coti‑ dianidad de los grupos, el ambiente en que los imaginarios permiten que haya sentido para la acción humana en cada uno de los grupos. Y ¿qué es cada uno de los grupos? En este caso, cada uno de los pueblos indígenas con su historia, con su naturaleza, con su lengua, con sus problemas. ¿Qué debe hacer la universidad para formar un maestro indígena? Primero tiene que hacer del maes‑ tro alguien capaz de identificar sus saberes porque él es el responsable de saber enseñar, de saber construir subjetividad, de saber desarrollar per‑ sonalidades en el ámbito mismo de la cultura rescatada. Luego, tiene que capacitarlo para poner esos saberes a dialogar con otra cultura, la occiden‑ tal, para, en ese diálogo, construir las condiciones de posibilidad, descubrir lo enseñable y así fortalecer su propia cultura. El trabajo que está ahí, está ligado también a la misión de construcción de ciudadanía, –según la Constitución–, es decir, en el referente de territorio, de lengua y de cultura. Porque no se puede ser parte de la globalidad si uno no tiene iden‑

tidad con lo suyo. Hay que fortalecer esas identidades y no permitir que las tales globalizaciones arrasen con todo. Eso es lo que está en el fondo, la razón para este trabajo. R.M. ¿No es ese tipo de apropiación en uno u otro sentido, lo que potencia el concepto de lineamientos curriculares frente a los estándares? ¿Cómo conciliar la noción de flexibilidad curricular y la de un mínimo necesario de contenidos comunes? O.I. Eso lo tiene que manejar el ministerio a través de las concer‑ taciones. No lo puede decidir por decreto‑ley. ¿Cómo se puede produ‑ cir esa relación entre el estándar y los lineamientos curriculares? A través de la participación de los maestros. Porque ¿qué es lo que hace local la educación? El maestro ubicado en una escuela concreta con una comunidad concreta. Por eso hay que propiciar que los maestros se relacionen entre sí, y luego, permitir que en la región haya un nivel de concertación, y luego, que entre las regiones existan unas concertaciones. R.M. Recientemente ha sido muy cuestionada la formación de los educadores que actualmente están en el ejercicio profesional. ¿Hasta qué punto es justificada esta postura y cuáles serían las medidas pertinentes para solventar las posibles carencias? O.I. La situación actual está muy afectada por lo que sucedió en la for‑

mación de maestros en la década del 90: la década del 90 fue desastrosa en cuanto a que el escalafón que tenía‑ mos convocaba la profesionalización ponderando los títulos por encima de la formación a profundidad del educador con referencia a su respon‑ sabilidad profesional. Los maestros se volcaron al mercado a demandar títulos y la oferta que encontró fue de muy baja calidad en términos ge‑ nerales. En el estudio que hicimos en el año 97 sobre cuántos programas se ofrecían para formar maestros, había un total de 1800 programas. Entre ellos se encontraban programas muy serios que exigían hasta cinco años de formación, pero también había programas sumamente débiles que con solo demostrar experiencia y con un seminario de 15 días, entregaba un título. De ahí que muchos de los que hoy están presentes en el ejercicio tengan hondos vacíos en la formación. Pero esos títulos no le costaron un peso al Estado: estos títulos los pagó el maestro y los negociaron, con todo mi respeto, las universidades, que permitieron ese tipo de juego en contra de la nación: negociar con los títulos de los maes‑ tros era negociar con su saber en el aula, con su responsabilidad frente a la formación de nuestros niños y ni‑ ñas. De alguna manera entramos en la feria y frente a esa feria el maestro tampoco tuvo la culpa. Nosotros so‑ mos conscientes de nuestra cuota de responsabilidad. ¿Cuál sería entonces nuestra obligación hoy? De la mano del Estado, entregarle al maestro contenidos pedagógicos, saber dis‑


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