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EL LIBRO EN SU MUNDO Domesticadores de la Literatura Infantil

DOMESTICADORES de la literatura infantil

Pocos autores, como el francés Marc Soriano, han reflexionado con tanta profundidad, erudición y propiedad sobre la literatura, en general, y sobre la literatura para jóvenes, en particular. Lo que dicen los que trabajan con él: “Fue un hombre lúcido, valiente y bueno; un erudito sesgado, inclasificable, herético; un intelectual de los márgenes”. Durante sus últimos años encontró en la argentina Graciela Montes, una de sus colaboradoras más conspicuas. Ella tradujo al español la monumental obra del viejo maestro: La literatura para niños y jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas, cuya actualización Soriano llevó a cabo en condiciones penosas y la concluyó en octubre de 1994, pocos días antes de su muerte. Montes es, además, narradora laureada y ensayista de las mejores. En 1999 publicó en el Fondo de Cultura Económica una obra que todavía no ha sido conocida, difundida y valorada en toda su magnitud. Francisco Delgado Santos / francode6@hotmail.com

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Me refiero al ensayo La frontera indómita, incluida en la colección Espacios para la lectura, que recomiendo abiertamente. En esta obra Graciela define a la literatura como: “El territorio de la libertad que ensancha la vida”, y se plantea preguntas tales como: “¿Por qué hacer literatura? ¿Por qué leer literatura? ¿Por qué editar literatura? ¿Por qué enseñar literatura? ¿Por qué insistir en que la literatura forme parte de la vida de las personas? ¿Dónde está eso que llamamos literatura? ¿Dónde debemos ponerla?”, para terminar con esta respuesta: “Pertenece, estoy convencida, a la frontera indómita: allí precisamente tiene su domicilio. Si ese territorio de frontera se angosta, si no podemos habitarlo, no nos queda más que la pura subjetividad y, por ende, la locura, o la mera acomodación al afuera, que es una forma de muerte”. Y a continuación afirma que la literatura cuenta con domesticadores, especialmente poderosos, como la escolarización y la frivolidad, entre otros. Cada uno de estos domesticadores han ido devorando la verdadera esencia de la literatura, por lo que conviene que nos refiramos a ellos con atención y por separado. Quizá al leerlas van a sentirse molestos algunos maestros, bibliotecarios, mediadores y promotores de lectura, editores, comunicadores y otros agentes culturales a quienes el tema aluda. Pero bien vale la pena que corramos ese riesgo.

La escolarización

De acuerdo con Graciela Montes, la escolarización es, sin lugar a dudas, la forma de domesticación más tradicional y prestigiosa de la literatura. Según ella, algunas de estas formas de domesticación que la vuelven “útil” y la ponen al servicio de la acomodación a las demandas externas, son los extractos, las selecciones por tema, las clasificaciones por edades, las agrupaciones por época, los cuestionarios, resúmenes, manuales, antologías, cuadros sinópticos y encolumnamientos.

Los extractos y resúmenes, por ejemplo, nos han dado gato por liebre. En vez de las 400 páginas de El Quijote, nos han dado 40, en una edición paternalmente “abreviada”, que nada tiene que ver con la obra original, pero que ha levantado imperios en el mundo editorial y les ha mentido, les ha engañado de la peor forma a los ilusos lectores de estas falsificaciones.

Las selecciones por tema, agrupaciones por época, resúmenes, manuales, antologías, cuadros sinópticos y encolumnamientos son justificables únicamente para el espacio didáctico y ejemplificativo. Fuera del aula se impone la lectura completa de todos los temas, de todas las épocas y de todos los autores que hayan despertado la curiosidad del lector.

Las clasificaciones por edades son también enteramente subjetivas y deben ser tomadas con pinzas por quienes leen y por quienes forman lectores. Es tan solo un andarivel que no impide que el corredor invada otro para llegar a la meta.

La escolarización de la literatura –insiste Graciela Montes– es algo muy viejo y peligroso: puede llevar de la diversidad a la homogeneidad, de lo casual a lo reglado, de lo global a lo fragmentario, de lo gratuito a lo aprovechable, de la pasión a la acción:

Se corre el riesgo de que terminen eligiéndose las lecturas por su adecuación a esas necesidades de actividad permanente, que se terminen eligiendo obras mansas y ‘llenas de temas útiles’ –herramientas para todo uso, que resultan tan baratas– exprimibles hasta la última gota, pero mediocres o decididamente falsas, sin valor literario alguno, y que la nueva literatura sólo encuentre canales de publicación en tanto cumpla mansamente con ese rol de auxiliar docente.

La frivolidad

Se inició con un eslogan que en su momento fue muy saludable: “El placer de leer”. Nadie está en contra de esta afirmación, pero muy pocos saben lo que implica. Hay varias clases de placeres: aquellos “ociosos” o “pasivos”, que consisten en un mero dejarse estar, en un abandonarse entre lo muelle de un almohadón, el vaivén de un columpio o una hamaca, o la semihipnosis de la televisión. Estos son placeres intrascendentes, que no dejan nada después de concluidos; que no nos permiten crecer como seres humanos. Están asociados a la comodidad, facilidad, diversión, humor y sensualidad. Pero hay otro tipo de placeres que tienen muy poco en común con los ya mencionados, son aquellos que se conquistan con esfuerzo; que no le caen a uno del cielo, sino que uno los busca y los encuentra; que no son una casualidad sino una elección, aprendizaje y ejercicio de la libertad.

Son placeres que nos incomodan, preocupan, constriñen, exigen, tensionan, pero nos hacen felices cuando coronamos sus cumbres y nos dejan gratos e indelebles recuerdos en el alma. Son aquellos que nos permiten crecer sin que nos demos cuenta y hace que “nosotros, los de entonces, ya no seamos los mismos”. Ese es el tipo de placer que nos proporciona la lectura.

¿Quién dijo que leer es fácil?, se pregunta la autora que venimos citando desde el comienzo:

¿Quién dijo que leer es contentura siempre y no riesgo y esfuerzo? Precisamente, porque no es fácil, es que convertirse en lector resulta una conquista. Precisamente, porque no es fácil, es que no es posible convertirse en lector sin la “codicia del texto”. Si leer fuese sólo vivir entre almohadones, los planes de lectura y otros afanes no tendrían el menor sentido.

La lectura es como el amor: no podemos conocer plenamente a una persona durante el primer encuentro que sostenemos con ella. Es posible, eso sí, que quedemos cautivados con su ingenio, humor, modales, y belleza exterior. Pero tan solo después de muchos otros encuentros podremos aprehender la verdadera esencia de su mundo interior. No es este un asunto fácil o light, sino de una enorme complejidad. Con el texto sucede exactamente lo mismo: autor y lector se reconstruyen mutua y permanentemente, a condición de esforzarse por develar un cúmulo de sentidos que permanecen ocultos para el común de los mortales.

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