Nuestra historia está marcada por el movimiento, por los pasos incesantes que comenzaron hace miles de años y aún continúan. La idea del sedentarismo es casi reciente, los escasos milenios de los pueblos, las aldeas y las ciudades palidecen cuando los comparamos con el larguísimo tiempo durante el cual fuimos migrantes. Incluso, la posibilidad de permanecer en un solo sitio y tener claridad sobre el lugar donde terminarán nuestros días, siempre pende de un hilo delgadísimo: los fenómenos naturales, las catástrofes sociales, los procesos económicos, la violencia cotidiana, la guerra y el radicalismo político –entre otros muchos factores– pueden obligarnos a volver a tomar los caminos.
Hoy, para millones de personas, abandonar el terruño es un asunto cotidiano: algunos parten porque quieren estar allá, en los otros lugares que los recibirán con un trabajo y les llenarán los ojos de mundo; pero otros –la gran mayoría de los nuevos nómadas— se van porque no les queda más remedio que huir...