A R T E
Matisse
La envidia el arte
Henri Matisse, Lujo, calma y voluptuosidad, 1904
igualaron. Picasso había logrado conectar como un estruendo con la psique humana donde habitan la violencia, la sexualidad, la misoginia y los bélicos años que sucederían.
Yara Sánchez De La Barquera Vidal
Picasso dijo: “Sólo existe Matisse”, y Matisse: “Sólo Picasso me puede criticar”. Ambos se buscaban en sus propias creaciones, incitando el encontrarse y aprehenderse mutuamente. Pero la relación no comenzó así.
E
l arte moderno se construyó como un proceso de admiración, competencia y múltiples diálogos; se sentían envidiosos y al mismo tiempo alumnos entre ellos mismos. Estudiaron el detallado clasicismo de Velázquez, el romanticismo de Delacroix y el postimpresionismo de Cézanne, asimilaron a todos los que les significaban la tradición y la maestría. Sus obras comenzaron a crear una conversación que muchos artistas en su momento tal vez no comprendieron y hoy en día tal vez no terminemos de entender su tan valiosa yuxtaposición.
La ambición El joven Pablo Ruiz Picasso llegó en 1900 a París sabiendo poco francés y se cruzó con un Henri Matisse doce años mayor que él, establecido como el líder de la avantgarde, y un maestro en su manejo de la sociedad francesa. En 1904 y 1905 Matisse pintaba con la técnica del puntillismo la obra Lujo, calma y voluptuosidad, y expuso El gozo de vivir con éxito en el Salón de los Independientes de París. Picasso lo escuchó, admiró y estudió; tuvo que adentrarse en una carrera simbólica para 12
poder establecer un diálogo directo con él, en un espacio consagrado que le habría tomado años alcanzar, Picasso lo logró en 1907 al crear el ícono de las obras de arte del siglo xx: Las señoritas de Avignon, rotunda obra que expone contrastes entre el placer y la violencia en la vida de prostitutas. Matisse se sorprendió con la obra, y de inmediato comenzó a tomar nota de la increíble ambición del joven por hacer temblar el entorno, ya que este cuadro fue recibido con críticas adversas: la más constante era el horror y la fealdad de las señoritas. Matisse sabía que esa recepción en el público valía más por haber logrado conectar con la gente, acalambrarla, y que esa respuesta negativa venía, de manera proporcional, de la fuerza de la verdad en la obra de arte. Su obra no había pasado indiferente, y menos a la mirada de Matisse. Diversos autores comenzaron a copiarlo, pero jamás lo
El primer encuentro La escritora y coleccionista norteamericana Gertrude Stein los presentó en París en 1906; saberse bajo el mismo patronazgo también incitó en ambos un tipo de competencia. Sus caminos se cruzaron en varias ocasiones: mientras uno exponía en una galería, el otro corría a pintar guirnaldas en un montaje para Le Grand Palais. En el momento más efervescente del arte moderno, Gertrude y su hermano Leo descubrieron a Picasso al adquirir La mujer con el sombrero en 1905. La relación entre Gertrude y Picasso fue tremendamente cercana, y ella le ayudó a adentrarse y a navegar una sociedad que estaba dominada por la admiración hacia artistas que eran aceptados por el valor estético normativo. No sabían lo que venía de este terremoto de Málaga: “El artista que crea algo nuevo lo debe hacer feo. Por la intensidad de la batalla de la creación. No sabe qué hará. Y los que solo imitan hacen las cosas bellas, porque ya saben qué están haciendo y ya fue inventado antes”. Según varios historiadores, como Jack Flam en su libro Matisse and Picasso (West View Press), los diálogos entre los hermanos Stein y los pintores seguramente fueron sublimes; los retaban, los cuestionaban, los animaban. Parecería que el arte de Matisse se resiste a la interpretación. Los sujetos de su obra comúnmente eran neutrales y frecuentemente llevados a un nivel metafísico. El encuentro con ese mundo (en lugar de lo social como en su propia), es de las cosas que lo fascinarían a Picasso.