Ilustración tomada del cómic japonés Akira.
esde sus inicios el cómic ha sido cercano a la literatura fantástica en general, y a la ciencia ficción en particular. Evidencia de ello son las tiras de periódico protagonizadas por héroes como Brick Bradford, Buck Rogers y Flash Gordon, de hace casi noventa años. O el hecho de que la más famosa novela gráfica anglosajona, Watchmen, sea una distopía en un universo paralelo. Entre ambos ejemplos se multiplican las series, tiras y novelas gráficas del género, casi siempre vinculadas a la distopía. Puedo pensar al vuelo en Transmetropolitan, de Warren Ellis y Darick Robertson, la trilogía Nikopol, de Enki Bilal o El Eternauta, de Oesterheld y Solano López. Entre tal abundancia me decidí para esta entrega por un manga o cómic japonés para esta entrega. Se trata de Akira, de Katsuhiro Otomo, monumental obra publicada entre 1982 y 1990, con una adaptación al anime o cine animado de 1988. En 1982 una explosión nuclear arrasa Tokio y desencadena la Tercera Guerra Mundial. Veintisiete años después, en 2019 —asumo que es un guiño a Blade Runner—, sobre sus ruinas se levanta Neo-Tokio, una megaurbe asolada por la violencia de las pandillas juveniles y el crimen. Una de estas pandillas de motoristas, liderada por Shotaro Kaneda, tiene un encuentro accidental con un niño psíquico al que por poco atropellan en una de sus correrías nocturnas. El incidente despertará los poderes extrasensoriales de Tetsuo, segundo de Kaneda en la pandilla. Tetsuo se descubrirá como un poderosísimo psíquico que ya no tiene que estar a las órdenes de Kaneda, al que siempre ha envidiado. En medio de la escisión de la banda, los chicos descubrirán un proyecto bélico secreto del gobierno que mantiene presos y bajo control neuromédico a un grupo de niños psíquicos, siendo el más poderoso de ellos el misterioso Akira. Eso es apenas el inicio. Lo que sigue es una de las grandes sagas del cómic asiático, que se extiende durante más de dos mil páginas en seis tomos, en la que abundan la destrucción masiva y las secuencias llenas de acción violenta, pero también cierta introspección zen, profundas reflexiones y cuestionamientos de los personajes. Todo ello dibujado con una enloquecedora exquisita atención al detalle. Considerada uno de los epítomes del cyberpunk, se publicó en la misma época en que se estrenó Blade Runner y que William Gibson escribió Neuromante. De manera definitiva
algo interesante sucedía en los estertores de la Guerra Fría. En el extremo opuesto del abanico del cómic se sitúa Un policía en la Luna (Salamandra Gráfica), de Tom Gauld. Un todavía joven autor escocés que ha ido construyendo su carrera con un estilo minimalista y varios libros de humor tan agudo como desconcertante. En Un policía en la Luna conocemos al Poli Lunar, defensor de la ley en una colonia selenita que poco a poco se ha ido vaciando de gente. La inexistencia del crimen en el satélite conduce la vida del Poli a la monotonía. Su día se reduce a hacer una ronda en la que nunca se encuentra con ningún suceso relevante, y a su visita diaria a la máquina expendedora de donas —“Dónuts lunares”, en la traducción española de Carlos Mayor—. Los habitantes de la colonia van abandonando poco a poco la Luna. El Poli, sofocado por el aburrimiento, solicita a las autoridades de la Tierra ser transferido a otro lugar. Su petición es denegada. La rutina se rompe cuando la máquina expendedora de donas es sustituida por una sucursal del café que las produce, que incluye a una sola empleada, y por el arribo a la Luna de un robot terapeuta que es enviado para apoyar al policía. Narrada con un ritmo pausado y plagada de situaciones circulares que subrayan el hastío en que viven los colonos, la narración de esta novela gráfica recuerda por momentos las viejas cintas de Jim Jarmusch. Las imágenes, de una abstracción casi tipográfica, coloreadas en azules y grises fríos, refuerzan el desconcertante sentido del humor de Gauld, celebrado por sus seguidores en redes sociales por sus ocurrentes cartones que lo mismo apelan a la alta cultura que al humor absurdo, no exento de referencias frikis. Contrapuesto a lo intrincado de la trama de Akira, Un policía en la Luna es una metáfora agridulce acerca del aburrimiento en una sociedad utópica en la que las necesidades básicas están cubiertas con creces y el ocio se convierte en un tibio tormento que termina enloqueciendo a sus ciudadanos. Una pequeña joya que se lee rápido, pero cuyas imágenes resuenan en el lector mucho tiempo después de cerrar el libro. Dos distopías alejadas de los lugares comunes del cómic de ciencia ficción que vale la pena leer. + Por Bernardo Fernández, Bef
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