Lee+ 105 "Utopías"

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Foto: R. R. Fullton©

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odos estamos hechos de historias, de la forma en la que nos narramos frente a los demás y, en gran medida, de lo que también se cuenta de nosotros. No obstante, en esas narraciones se entremezclan rumores, ficciones que, por alguna u otra razón, se incorporaron a nuestra historia personal. Miguel Bonasso (Buenos Aires, 1940), para la charla pendiente, viste ligero a pesar del frío. Su visita a México se debe a la presentación de su novela El hombre que sabía morir (Grijalbo, 2017); sentado con un café en la mano y entusiasmo en la mirada comienza por contar una parte de su vida que es fundamental para la génesis del libro: “Llegué a México no como exiliado, era jefe de prensa del movimiento peronista Montoneros, de la guerrilla, y, por obvias razones, nos perseguía la dictadura. En México estaban todos los grupos guerrilleros de América Latina: los sandinistas, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (fmln) salvadoreño, esto era un hervidero. Yo vivía acá, como militante y semiclandestino, o sea, Gobernación nos toleraba. Después eso se prolongó en un exilio porque rompí con la conducción de Montoneros, rompimos entre el setenta y nueve y ochenta, porque había tenido una política muy militarista, insistía más con lo armado. Un grupo, en el que yo me encontraba, se daba cuenta de que ni a la dictadura ni al Estado podríamos derrotarlos en términos militares”. Poco a poco, la información que hilvana Bonasso comienza a darle forma a una trama que se parece a la narrada en El hombre que sabía morir, no sin echar mano del asombro, el mismo que años atrás repercutió en el escritor: “Yo era amigo de Manuel Buendía —un periodista que fue asesinado en 1984—, y me decía: ‘oiga, Miguel, en el setenta y seis ocurrió un terrible accidente; un avión pequeñito con, teóricamente, tres personas a bordo, dos tripulantes y un

pasajero, se había estrellado contra el cerro de El burro, cerca de Chilpancingo, cuando iba hacia Acapulco. Venía de Nueva York, había hecho escalas y chocó a una velocidad de novecientos kilómetros por hora’. Según versiones bastante confiables, en la escala de Houston la cia había cambiado los altímetros del avión, creían que estaban volando más alto, mientras que estaban ya entre las montañas de la Sierra Madre. El que iba a bordo era David Graiver, un aventurero financiero, un tipo de treinta y cinco años que había logrado construir una fortuna de doscientos millones de dólares. Había hecho bancos para el Mossad israelí, tenía uno en Tel Aviv, uno en Bruselas, dos en Nueva York y otro par en Argentina: era un monstruo y, además, era el banquero de los Montoneros. Mi organización había logrado un rescate por los hermanos de Bunge & Born de sesenta millones de dólares —fue el mayor rescate de la historia de la guerrilla urbana mundial—. Parte de ese dinero se lo dieron los Montoneros a Graiver. Esa historia a mí me golpeó muy fuerte porque, además, Buendía publicó en su columna que Graiver, el banquero, no había muerto, que había fingido su muerte y que en realidad habían sido dos los muertos en Chilpancingo: el piloto y el copiloto; el avión se despedazó con ese choque tan violento y tuvieron que recoger pedacitos de personas y pedacitos de avión. Dice Buendía: ‘no, no murió’. Robert Morgenthau era el fiscal más importante de Manhattan que investigaba la quiebra de los dos bancos de Graiver. Él también comenta que no había muerto. Yo era muy joven y esa noticia fue como una bala de diamante en la cabeza. Pasan los años y en Buenos Aires me encuentro con el cónsul mexicano, Miguel Ponce Edmondson, y me dice: ‘¿usted cree que Graiver murió?’, y respondí: ‘usted fue jefe de Interpol, si no lo sabe usted estamos perdidos; yo no, yo soy el periodista’. ‘No murió’, me dijo, ‘se bajó en la Escala de Houston’”.

Una vez desvelado lo anterior, Bonasso se inmiscuye en la anécdota de la novela: “El libro arranca en Cancún. Le pongo como título ‘Nido de víboras’, porque Cancún en maya significa eso. Ahí estaba veraneando una joven argentina, Soledad Goldberg, hija del banquero Aarón Goldberg, personaje inspirado en la historia de David Graiver; le cambio el nombre porque modifico peripecias de su vida, no es que sea exactamente él. Soledad es secuestrada por los narcosatánicos, que trabajan para ‘Popeye’, un hombre de la cia [...]. El objetivo que tenían era llevar a cabo la Operación Greyhound contra la Cuba de Fidel Castro, que consistía en introducir el narcotráfico en la isla para desprestigiar la revolución y posteriormente invadirla. Logran infiltrarse y sumar al proyecto a cuatro altos oficiales del Ministerio de Interior cubano, las tropas de élite, la custodia de Fidel Castro, y a Arnaldo Ochoa, un héroe de la República que iba a ser nombrado Jefe del Ejército Occidental de Cuba. Yo conjugo todo esto desde la ficción, que permite sacar muchas más cosas que la no ficción”, y agrega: “Tuve que hacer verosímil lo que era ficción y contar lo que era verdad de una manera


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