S
i bien es cierto que en el imaginario colectivo la cultura gitana está asociada con la magia, los hechizos, la vida nómada, la música y otros avatares, lo cierto es que su historia y contexto actual son bastante más diversos, prolíficos en oficios y modos de vida.
Así sucedió y Sara cumplió su promesa. En Saintes-Maries-de-la-Mer, Francia, se encuentra su santuario; allí reposa una efigie de Sara Kali cubierta de telas. Cada 24-25 de mayo, romá, sintis y travelers de toda Europa hacen un festival-peregrinación en su honor.
Empecemos por aclarar que la propia palabra gitano es parte de estas leyendas: una de las explicaciones dice que en Europa se creyó durante mucho tiempo que este grupo de personas provenía de Egipto, que fue una de sus rutas de trayecto desde su salida del Punjab indio, por lo que se comenzó a llamarlos egiptanos, término que pasó a la lengua común como gitanos. La otra explicación se basa en la filología de la palabra griega tsiganós, ‘intocable’, que se convirtió en cigány (húngaro), zigeuner (alemán), gitan (francés), zíngaro/gitano (español)… Los nombres, sin embargo, con los que se denominan a sí mismos varían: roms o romá (la más extendida por ser la palabra romaní con la que se autodenominan), sintis, kalderash, manouche, calé… dependiendo del lugar en el que viven o de sus oficios. Durante décadas, en México se les llamó genérica y despectivamente húngaros, pues se creía que todos provenían de la República de Hungría.
Juanma Giménez publicó un artículo en Yorokobu (“Están entre nosotros”, octubre de 2013) en el que da cuenta de su experiencia como miembro de esta etnia, de un modo que se distancia de los estereotipos difundidos a partir de cómo los muestran algunas películas o reportajes:
Hasta que en 2012 se publicaron los resultados de un estudio genético exhaustivo que confirmó que los ancestros del pueblo rom salieron de la India hacia el resto del mundo, hace mil quinientos años —algo que muchos romá y estudiosos del tema sabían por lo que se transmitió generacionalmente—, las hipótesis de su origen eran varias. Dentro de estas versiones existe la leyenda de que fueron una rama del pueblo hebreo que tomó un rumbo histórico diferente. La escasa documentación en lo relativo a la cultura gitana permite que estas hipótesis descansen sobre algunas leyendas populares, como la del cuarto clavo de Cristo, que sería el relato fundacional del pueblo rom como una rama de la cultura hebrea. Según esta leyenda, para la crucifixión de Jesucristo se mandaron forjar cuatro clavos. En una versión el herrero es gitano, razón por la que Jesucristo dejó que sobre ellos cayera la maldición de vivir errantes; en otra, uno de los clavos fue robado por una gitana en un intento por disminuir el dolor de Cristo. En agradecimiento, éste bendijo a su pueblo otorgándole el don del placer y la libertad. A esta versión suma también la leyenda que da cuerpo a una de sus más intensas e importantes creencias, la veneración de santa Sara Kali o santa Sara del Mar, santa patrona del pueblo rom —no reconocida de manera oficial por la Iglesia católica—. Según su hagiografía, Sara Kali (‘negra’) viajaba con María Magdalena cuando ésta llevó su ministerio de evangelización al sur de Francia. Allí, su embarcación estuvo a punto de naufragar; para evitarlo, la esclava Sara ofreció a Dios que viviría con el cuerpo cubierto de pies a cabeza si salvaba la vida de María Magdalena y sus acompañantes.
Si algo caracteriza al pueblo gitano es su heterogeneidad, así que solo puedo hablar desde mi experiencia. Soy sevillano. Estoy en la treintena larga (dejémoslo así…) y soy periodista. Pertenezco a ese sector de población gitana que se ha dado en llamar —con mayor o menor fortuna— ‘gitanos invisibles’. Por no obedecer al tópico instalado en el imaginario gaché* (ya saben… pelo largo, cadenas de oro tipo M. A. Baracus, ojos negros y piel aceitunada), solemos pasar desapercibidos. La gente puede cruzarse con nosotros (incluso compartir habitación de hospital) sin saber que han estado rodeados de gitanos. No es un mito sino una realidad histórica que en el pueblo rom se desarrolló una fuerte tradición musical y que, músicos imponentes, los gitanos, pero no podemos decir que todos ellos tocan o cantan o bailan. Es verdad que los calés (gitanos españoles) contribuyeron a la creación del flamenco, esa música y baile que asumimos como gitana. Y aunque es cierto, el flamenco es una cultura musical surgida del contacto de la cultura andaluza, la árabe-mora y los gitanos, además del intercambio cultural con América Latina y los ritmos afrocaribeños. Del pueblo rom hay muchos otros mitos y leyendas, estereotipos, creencias; a veces (casi siempre) se habla de ellos como si fueran de otro planeta y no estuvieran en contacto cercano y constante con el resto del mundo, influyéndolo de muchas maneras. En México tuvieron y han tenido presencia desde hace muchas décadas. Por ejemplo, la palabra chido misma es de origen rom, ajá, donde se usa en el sentido de ‘resplandeciente’. Como sucede con los fenómenos culturales, saber con certeza cómo llegó al léxico mexicano contemporáneo es una misión casi imposible, pero es muestra de la presencia e influencia de este pueblo milenario en nuestra cultura. + Por Isaura Leonardo