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La semana que cambió la historia

Devocional

Jueves Santo - El único camino

Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciéndoles:

—Tomen y coman; esto es mi cuerpo.

Después tomó una copa, dio gracias y se la dio a ellos diciéndoles:

—Beban de ella todos ustedes. Esto es mi sangre del pacto[a] que es derramada por muchos para el perdón de pecados. (…) Luego fue Jesús con sus discípulos a un lugar llamado Getsemaní y dijo: «Siéntense aquí mientras voy más allá a orar». Mateo 26:26-28, 36.

Aun sabiendo lo que le esperaba, Jesús se detuvo para cenar con sus discípulos. También para apartarse a orar. De esta manera nos enseñó la importancia de tener comunión con Dios y con su iglesia. Fue un tiempo muy especial porque los preparó para volver al Padre y para arraigarse en la fe.

Así como nos enseñó Jesús, es importante que tomemos un tiempo para buscar la comunión con Dios y regresar a Él. La comunión no está en la cena, en un momento o en un ritual. Está en el instante en que nos volvemos a Él y lo buscamos de corazón, solo así podremos afirmarnos y fortalecernos en la fe que profesamos para enfrentar lo que venga.

A los que me aman, les correspondo; a los que me buscan, me doy a conocer. Proverbios 8:17.

Viernes Santo - Voluntariamente

Aunque el sacrificio costaba su propia vida, Jesús se hizo víctima de todo tipo de desprecios. Soportó y entregó todo por nosotros. Él sabía lo que significaba cada latigazo, cada humillación, cada clavo y cada instante en esa cruz. Lo hizo voluntariamente por la salvación del mundo, para que pudiéramos experimentar en carne propia el amor y la misericordia de Dios.

Ese terrible momento de Jesús en el calvario no es un acto injusto de una humanidad ignorante. Es el grito desesperado de un Dios que quiere redimir a un mundo inmerso en su propio pecado. Es el amor desbordado queriendo que pasemos la eternidad a Su lado.

Él fue traspasado por nuestras rebeliones y molido por nuestras iniquidades.
Sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz y gracias a sus heridas fuimos sanados. Isaías 53:5.

Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados y no solo por los nuestros, sino por los de todo el mundo.

Sábado Santo - Desesperanza

¿Qué pudieron sentir los discípulos y seguidores de Jesús cuando Él murió en la cruz? Todo parecía perdido, la esperanza comenzaba a desvanecer. Hoy sabemos que, en Él, nada está perdido, en cambio, todo fue ganado. Pero piense por un segundo en quienes viven siempre en esta desesperanza porque no conocen a Jesús. Nuestro deber es mostrar el amor de Dios y el sacrificio de Su hijo a quienes necesitan la esperanza de Su salvación.

Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea siguieron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Luego volvieron a casa y prepararon especias aromáticas y perfumes. Entonces descansaron el sábado, conforme al mandamiento. Lucas 23: 55.

Mantén tu fortaleza, no dejes que gane la desesperanza. Ayer fue un terrible viernes de muerte, pero hoy no es un día para dudar. Conserva y comparte la esperanza de que mañana será el día de la resurrección.

Domingo de Resurrección - La tumba vacía y la luz resplandeciente

Entonces Jesús dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto? Juan 11:25-26.

Después de un tiempo de duda y desesperan za, Jesús nos demostró que la oscuridad de la muerte había terminado. Y no solo para Él. Con su resurrección abrió un camino resplande ciente para que nosotros también vivamos para siempre. Él lo hizo posible.

Que no reinen en tu vida los signos de muerte, sino los signos de vida, la luz de la resurrección. ¡Deja que te ilumine! Vive la alegría de saber que Jesús está vivo y su vida te libra también de la muerte.

Enfrenta cada día con la alegría de la salvación y lleva la luz de Jesús a donde vayas, es un tesoro digno de ser compartido.

El triunfo de Jesús sobre la muerte y el saberlo vivo el día de hoy, son la verdadera fuente de nuestra fe. Ahora sabemos de quién dependemos y tenemos a dónde ir. En la tumba vacía se gesta la razón de nuestra fe. Creemos en un Dios vivo a quien ni la muerte puede vencer y que nos abre una esperanza mayor: vivir la plenitud eterna con Dios.

Nuestra esperanza es la vida eterna, la cual Dios, que no miente, ya había prometido antes del comienzo del tiempo. Tito 1:2.

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