5 minute read

¿Modo víctima?

Muchas mujeres viven en modo víctima sin darse cuenta. No es el mismo caso de quienes se victimizan intencionalmente, buscando manipular a los demás. No, es vivir cargando con el peso de una historia dolorosa que no son capaces de soltar.

Cuando pasamos por un dolor o sufrimiento muy fuerte, nuestras heridas parecen ser únicas. Nadie más las ha tenido, nadie las ha vivido, nadie las entiende. Eso hace que, sin querer, nos sigamos victimizando a pesar de que hayan quedado en el pasado. Esas heridas causan inseguridades, ansiedad, apegos mal sanos, etc. Y nos mantienen en una posición de víctimas, aun cuando hemos decidido genuinamente perdonar a quienes nos causaron ese tipo de dolor. Si alguna vez fuiste víctima (de un abuso, un maltrato, rechazo, burla, etc.), puedes seguir lidiando con esa sensación de no lograrte recuperar del todo. Algo así como cuando sufrimos una lesión física, por ejemplo, en una pierna. Es posible que, aún mucho después de que la lesión haya sanado, de que hayas recibido un alta médica, hayas cumplido con las terapias necesarias y puedas volver a la normalidad, te cueste apoyar, correr o sentirte como antes. Es como si tu pierna ya no fuera la misma.

Así mismo ocurre con nuestras lesiones emocionales. A pesar de haber tomado la decisión de sanar y perdonar, es posible que te cueste volver a confiar y que tu corazón se sienta todavía lastimado. Esto no tiene que ver con el tiempo que haya pasado, sino con la intensidad que tuvo para ti la herida. La realidad es que prácticamente todas lo hemos vivido. ONU Mujeres calcula que, en todo el mundo, 736 millones de mujeres –casi una de cada tres– han sido víctimas de violencia física o sexual. Esto empeora cuando se suma la violencia verbal o psicológica. En muchos de estos casos, esta violencia causa un dolor casi permanente.

Lidiar con el dolor es bastante difícil y muchas veces, no nos damos cuenta de que seguimos cargando con él. Y es que después del perdón, el sentimiento de víctima no desaparece por arte de magia.

De acuerdo con la psicoterapeuta Tere Díaz, “es probable que respondas al dolor con ansiedad, depresión, odio por ti misma, autodestrucción, problemas de intimidad o identidad, temor, indecisión, perfeccionismo, necesidad de control, desórdenes alimenticios o adicciones…” Y lo más triste es que Satanás no está interesado en cuál sea tu reacción, siempre y cuando sigas cargando con el dolor tú y no se lo entregues a Jesús.

Suelta tu dolor

No te quejes más. Renuncia a ese papel de víctima y conviértete en protagonista de tu propia vida. Ese es el papel que Dios te ha dado. “Muchas veces tenemos la equivocada idea de que el hecho de quejarnos traerá una solución por el solo hecho de haberlo expresado. Lo cierto es que la solución no se encuentra en quejarse o victimizarse, pues podría obstaculizar la posibilidad de encontrar una solución, porque la queja está más parada en el sentir de la persona que en la situación a resolver. Dios garantiza que suplirá todo lo que nos falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús (Filipenses 4:9). ¡Qué promesa más maravillosa! Eso significa que Él, por causa de su promesa, suplirá lo que me falta. Por eso mi responsabilidad está en hacer mi parte, no importa cuán grande o pequeña sea. Por eso debo dejar de ser víctima y convertirme en dueña de mi realidad, pues, para que Dios pueda suplir lo que nos falta, es necesario que primero tomemos una acción”, asegura Laura Teme en su libro: “Mujer protagonista”.

Puede que sientas que ya te liberaste del rencor y la falta de perdón, pero sigues sintiendo que la vida no es justa, que no merecías lo que te tocó y que la vida te debe algo. ¡No te debe nada! Mucho menos Dios, quien ya pagó por ti (Romanos 3:24). Probablemente no haya sido justo lo que viviste, pero la vida no es justa: estamos en un mundo caído, donde reina el pecado.

Dios no quiso ni quiere verte sufrir. No fue Él quien provocó la situación que te hizo tanto daño.

Pero algo sí es cierto, y es que, de todo lo que has vivido, puedes aprender para consolar y bendecir a otros (2 Corintios 1:4). Por eso Él quiere ser el Señor incluso de tu dolor. No hay nadie más que pueda sacarte de esa sensación de tristeza y abandono.

Así que, si te sientes atrapada en el modo víctima, debes comenzar por aceptar el dolor que has venido arrastrando y hacerte cargo de tus propios sentimientos. Ora para que el Espíritu Santo te revele exactamente qué es lo que estás sintiendo que te está llevando a vivir de esta manera y puedas soltar ese dolor.

Aprende a ver la vida como un camino donde tenemos tropiezos, nos levantamos, volvemos a caer, corremos, caminamos, nos cansamos. ¿A dónde vas cuando caes? ¿Quién es tu apoyo o fuente de confianza? Así como un papá que socorre a su hijo cuando este se cae, lo levanta, limpia sus heridas y lo cuida hasta que sane, así actúa Dios con nosotros.

Suelta la queja, la carga, el desánimo, la pesadez, la tristeza, la ansiedad… No eres más una víctima. Entrégale a Dios tu dolor, habla con Él y permítele tener acceso a tu vida y a tu corazón para que pueda ayudarte, para que tus inseguridades se vayan, y aliviane el peso de tus cargas. Para que lo que te atormenta no lo haga más. Ábrele tu corazón y corre a Sus brazos donde tendrás paz, seguridad y sanidad.

Probablemente no haya sido justo lo que viviste, pero la vida no es justa.

This article is from: