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Imigración y el sueño de Dios
Todo el que como Jacob repose su mente sobe la Roca, soñará el sueño de Dios para su vida, asegurará la asistencia de los ángeles en sus apuros, verá a Dios, oirá su Voz, recibirá sus promesas, asegurará su descendencia, obtendrá la salvación, garantizará la compañía y la protección divina, tendrá un retorno seguro, entenderá el propósito de su vida, despertará a la realidad consciente de la omnipresencia de Dios, irá todos los días en oración ante Él y construirá su casa sobre la Roca.
Dios ha firmado pactos con el hombre para bendecirlo; pero no se olvide que los pactos son mutuos, bilaterales, y no de una sola vía. La escalinata que nace en la Roca y llega hasta la presencia del Absolutamente Otro tiene dos funciones: es para subir y bajar. Si estamos sobre la Roca, es decir, si convertimos en vida y conducta la Palabra del Señor, suben nuestras peticiones y bajan sus bendiciones por los mismos escalones. Muchos ‘espaldas mojadas’, inmigrantes de mil procedencias, se registran en la historia: Noé pasó por las aguas como inmigrante de la civilización cainita para ser la raíz de la nueva humanidad. Abraham fue inmigrante de Ur a Canaán. Jacob, inmigrante para ir y volver de Canaán a Jarán, de Jarán a Canaán, de Canaán a Egipto. Los israelitas lo fueron de Egipto a la tierra prometida. Pablo lo hizo para llegar a Roma como ‘espalda mojada’. Colón cruzó las aguas como el gran ‘espalda mojada’ que estableció un nuevo mundo. Los padres misioneros cruzaron el mar y arribaron como ‘espaldas mojadas’ a una tierra que, a la postre, fluiría leche y miel. El bautismo es, de hecho, un cruzar por las aguas para entrar en una nueva vida. Al fin y al cabo, Jesucristo es solo el inmigrante del cielo a la tierra. Por eso ser inmigrante no es una anomalía dentro de ninguna sociedad humana: es el arquetipo de toda la sociedad humana. Somos inmigrantes. Hemos perdido nuestra patria, y todos los esfuerzos que hacemos solo conducen a volver a ella, como Jacob. Somos ciudadanos del cielo y extranjeros en la tierra, según bien lo expresó el rey David. Quienes moramos en este grano de arena insignificante del desierto cósmico que es nuestra presuntuosa tierra, andamos a la búsqueda del tesoro perdido, nuestra patria, nuestra bandera, nuestro escudo, nuestro himno: el Reino de Dios, que se perdió en el edén y cuya recuperación solo puede obtenerse a través de aquel Libertador que se exilió a Sí Mismo y se hizo uno de nosotros. Él también fue un ‘espalda mojada’ en la frontera espiritual del Río Jordán. Hay mucho dolor en el exilio, por eso la humanidad vive angustiada. Somos un Jacob corporativo. i quiere saber de dónde proviene este mal, solo tiene que sacar su Biblia y leer el capítulo 10 del evangelio de Lucas donde se narra la historia de Marta, hermana de María y Lázaro. Un día, Jesús visita su casa en Betania cerca a Jerusalén.